"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXVI: Advertencias.
MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de
Armida)
XXVI
“Hay que hacer mucho hincapié, en los
seminarios y en los Noviciados, en hacer entender a los aspirantes al sacerdocio
la divina sublimidad de su vocación. Hay que advertir y recalcar y ponderar los
santos deberes que el sacerdote contrae y en el gran peligro de perder su alma,
sino cumple su vocación. Hay que hacerles ver claramente, los calvarios a que
van a subir por mi amor. Hay que advertirles muy a lo vivo las tentaciones a que
van a verse expuestos y la guerra sin cuartel que les va a hacer en todos los
días de su vida Satanás.
Que no aleguen después ignorancia de las
tempestades que les esperan, de las amarguras que tienen que apurar, de las
soledades del corazón que van a sufrir y de las persecuciones, calumnias, etc.,
a las que se van a ver expuestos por mi Nombre.
Pero también hay que hacerles entender bien el
lado contrario. El favor insigne de predilección mía al ascenderlos al
sacerdocio. Los dones especiales, y luces, y gracias, y carismas, y coronas
inmortales que les esperan. Las divinas bendiciones en que se verán envueltos.
LA fortaleza de Dios y el amor infinito y especial del Espíritu Santo sobre
ellos. El grado divino que los elevan en la tierra sobre todas las criaturas. La
gracia de las gracias y sin rival de la santa Misa. El mismo poder de Dios que
se les comunica de perdonar los pecados y de abrir el cielo de las almas. La
elevación a otra esfera en la tierra y en el cielo sobre el común de las gentes,
etc.
Yo quiero una reacción poderosa en el clero; un
cuidado más asiduo de los Obispos en la formación de las almas sacerdotales; una
vigilancia mayor en los Seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando
sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos y llenos de amor al Espíritu
Santo y a María.
Hay que hacer reflexionar profundamente a los
que están próximos a llegar al Altar en la semejanza Conmigo que el Padre les
exige para confiarles lo que a mí me confió: ¡las almas! Hay que impregnarlos de
la idea de que deben transformarse en Mí, ser otros Yo, no sólo en el Altar,
sino siempre, y asemejarse a Mí desde muy antes de ser ordenados.
Que se den cuenta bien clara de que el Padre
mismo les va a comunicar su santa fecundación para que le den almas santas a la
Iglesia de Dios. Mucho recurso al Padre, mucha gratitud para con Él, deben tener
esas almas de elección, predilectas de su divino e infinito amor. Y como en cada
acto de ministerio del sacerdote concurra la Trinidad, deben vivir absortos en
Ella, adorando, amando y bendiciendo a las tres Divinas Personas en general y
cada una en particular.
Los sacerdotes más que nadie tienen filiación
santa e íntima con el Divino Padre; fraternidad santa y pura con el Divino Verbo
humanado, y unión profunda, perfecta y constante con el Espíritu Santo, por sus
Dones, por sus Frutos, por sus luces, por su fuego divino y puro, que apaga
todas las concupiscencias y los guarda.
Constantemente tiene presente el sacerdote a la
Trinidad en cada acto de su culto y de su ministerio. En las oraciones que tiene
por deber que rezar, muy a menudo se encuentra con esa Trinidad Santísima. Pero
por desgracia, las más de las veces no piensa en Ella; con la costumbre y la
rutina mecánicamente la nombra; y esto contrista mi Corazón.
Como hombre, ¡cuánto honro a la Divinidad unida
a mi humanidad en la persona del Verbo! Esa humanidad la humillo ante la
Divinidad, para darle gloria y atraerle por mis infinitos méritos (infinitos por
lo que tienen de divino), almas y corazones que alaban a la Trinidad, tres
personan en una sola sustancia. Por esto me contrista ese abandono, esa poca
devoción del sacerdote al nombrar a la Trinidad y al invocarla y alabarla muchas
veces con la boca y pocas con el corazón.
Yo la honro; y el sacerdote, mi representante
en la tierra, la deshonra. Ya un sacerdote no debe vivir sino dentro de ese
ciclo divino de la Trinidad , y de ahí tener su s delicias, y de ahí formar su
cielo en la tierra, y ahí encontrar, si quiere su felicidad, su descanso, su
paz, su dicha, su calma y su todo.
Que no busque nada el sacerdote fuera de la
Trinidad y de María. Ahí debe fijar su vida, sus aspiraciones, el círculo de su
existencia.
De ahí sacará luz, gracia, fuerza virtudes,
dones y cuanto necesite. ¿Para qué buscar en otra parte lo que no hay? Ciencia,
pensamientos elevados, un océano sij fondo ni riberas de perfecciones y abismos
de amor, de consuelos santos y de dicha en sus amarguras tiene ahí. Todo lo
tiene en la Trinidad; todo lo tiene en Mí, Dios Hombre.
¡Oh! ¡y cuánto anhelo sacerdotes según el ideal
de mi Padre!
¿Y cuál es ese ideal?
Yo mismo. Sacerdotes Jesús, sacerdotes puros,
dulces, santos y crucificados. Obispos Yo; seminaristas iniciados a ser Jesús.
Todos enamorados, como Yo, del Padre y por las almas; todos generosos y celosos
tan sólo de la gloria de Dios, mirando siempre al cielo sin descuidar los
pormenores de la tierra en cuánto sean para mi glorificación. Quiero sacerdotes
que me vean a Mí y no se busquen a sí mismos: quiero realizar en mi Iglesia ese
ideal que me trajo a la tierra, esa perfección sacerdotal que hace sonreír a mi
Padre, embelesarme de alegría y derramar bendiciones sobre el mundo.
Quiero reinar por mis sacerdotes santos; quiero
millones de almas que me amen; pero atraídas por corazones puros, sin más
interés que el de consolarme, glorificando al Padre por el Espíritu
Santo.
La gloria del Padre es mi mayor consuelo; y
como lo que más ama en la tierra son sus sacerdotes, quiero darles sacerdotes
según mi Corazón, según su mente, según el ideal que llevo en mi alma y del que
di ejemplo a mi paso por la tierra.
Hay mucha paja y poco grano; muchas apariencias
y poca realidad; mucha superficie y poco fondo; muchas hojas y muy escaso fruto;
mucho número pero pocos, relativamente, que satisfagan los anhelos de mi
Corazón.
Claro que también hay en mi Iglesia mucho bueno
que hace contrapeso a lo malo; pero ya estoy cansado de medianías, y el mundo,
se hunde, no porque falten obreros en mi Viña, sino porque faltan buenos y
santos obreros que solo vivan por mis intereses y por la gloria de Dios.
Aun en las Comunidades hay mucho que deja que
desear; y quiero una reacción vibrante que se deje sentir en favor de mi Iglesia
tan amada. Y esta reacción vendrá; sí, vendrá por el Espíritu Santo y por María,
por el verbo, Yo, para honrar a mi Padre y reparar las ofensas que se le hacen
en las Misas sobre todo, por sacerdotes indignos.
Ha llegado el tiempo de sacudir de muy hondo a
muchos corazones de Obispos y sacerdotes. Ya no más esperas que me urge la
salvación de las almas; y si el mundo se hunde, y si la tibieza avasalla los
corazones, es porque faltan ¡ay! sacerdotes celosos y enamorados de mi cruz que
la practiquen , que la prediquen, que incendien con este santo leño a las
almas.
La ola de la iniquidad y del sensualismo ahoga
al mundo –y ¿lo diré?-, ha penetrado hasta el Santuario y lastima en lo más
intimo las fibras de mi Corazón. Satanás gana terreno, cree ya triunfar, y no es
justo que mis sacerdotes duerman y se ocupen de todo lo que no soy Yo.
Por esto, de raíz tiene que venir el remedio en
los sacerdotes presentes y en la nueva generación que dé a la Iglesia sacerdotes
dignos, apóstoles de fuego que ardan en amor y que, por el Espíritu Santo y con
el Espíritu Santo y con María, encienden el divino fuego en el mundo paganizado
por Satanás.
Hay que activarse y no dormir sobre laureles,
cuando el enemigo avasalla, y engaña, y hunde miles de almas en el
Infierno.
Oración, Oración, penitencia y ofrecerme;
ofrecer al Verbo único que pueda abrir los canales de gracias divinas y
extraordinarias para las almas.
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Que nadie diga que nada se puede hacer; porque
todos pueden orar, pueden mortificarse, pueden ofrecerme puros al Padre y así
apresurar la hora de la reconquista de este amado pueblo…. Que es mi consentido,
como llegaré a probarlo.
Pero que me hagan caso aquí y en la redondez de
la tierra.
Entre otras cosas, estos cataclismos los envío
para renovar la fe, y la Iglesia tiene que dar un gran vuelo en la regeneración
y en la perfección de los sacerdotes”.
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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la
Virgen Santísima.”
Mi propiedad
“Si permanecéis en el jardín de mi Corazón
Inmaculado, sois míos. Nadie entonces podrá arrebataros de Mí, porque Yo misma
seré vuestra defensora; debéis sentiros seguros.
No temías, por tanto, ni a Satanás, ni al
Mundo, ni a la fragilidad de vuestra propia naturaleza.
Sentiréis, eso sí, la seducción y la tentación,
que el Señor permite como prueba, y que a la vez os da la medida de vuestra
debilidad.
DEO GRATIAS et
B.V.MARIAE!
padremaria@libero.it
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