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martedì 26 febbraio 2013

“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.”




“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.”

Mi propiedad

“Si permanecéis en el jardín de mi Corazón Inmaculado, sois míos. Nadie entonces podrá arrebataros de Mí, porque Yo misma seré vuestra defensora; debéis sentiros seguros.

No temías, por tanto, ni a Satanás, ni al Mundo, ni a la fragilidad de vuestra propia naturaleza.

Sentiréis, eso sí, la seducción y la tentación, que el Señor permite como prueba, y que a la vez os da la medida de vuestra debilidad.

Pero os defenderé del Maligno, que de ningún modo puede hacer daño a los que me pertenecen.

Etiquetas: A MIS SACERDOTES
"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XIV: Falta de amor a la eucaristía.
MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)




da Conchita Armida Cabrera: A MIS SACERDOTES


“Otro punto que me contrista en muchos de mis sacerdotes, es el poco amor y el poco respeto que tienen muchos al adorable Sacramento de la Eucaristía en la que ellos tienen tanta parte.


Poco amor en vivir alejados de los Sagrarios sin visitarme, sin consolarme, sin esa íntima y perfecta amistad, más que de amigo, que Conmigo debieran tener. Prefieren las creaturas y los negocios a un rato de gozar de mi presencia -¡y Yo que tanto los amo!-, y dan además mal ejemplo a los fieles con su frialdad glacial hacia el Sacramento del amor.

Dicen muchos sacerdotes su Misa y hasta el día siguiente vuelven a acordarse de que existo sacramentado –por su amor, principalmente- en los altares. Este olvido, nacido de la indiferencia que existe en sus corazones, me hiere en lo más íntimo.

Los dos, él y Yo, por mi infinita predilección, tenemos parte en la Eucaristía, por la consagración de la hostia en las Misas, en las que no tan sólo me presta su concurso el sacerdote, sino que, identificado Conmigo, es otro Yo, es decir, es entonces Yo mismo al consagrar en ese misterio de amor que se realiza en la transubstanciación.


Éste debiera ser un motivo más para que mis sacerdotes, con más fervor que nadie, adoraran la Eucaristía, porque más que nadie saben ellos el estupendo milagro de amor que ahí se ha obrado; pero ¡cuántos corazones de mis sacerdotes no se detienen a considerar ni a penetrar ni a agradecer ese portento de amor que muchos fieles tienen más en cuenta que ellos! Esta frialdad, indiferencia e ingratitud de los míos lacera mi alma.


¡Cuántas veces los veo Yo, contristado, alejarse de Mí y preferir la tierra al cielo! ¡Cuántas, su disipación, el atractivo de las creaturas y del mundo los aleja de los tabernáculos! Y sobre todo, los sacerdotes sacrílegos quisieran que no existieran los Sagrarios en la tierra, porque les dan en rostro y huyen de lo único que pudiera salvarlos: ¡mi compañía!


Y ¿por qué me hiere tan hondamente esta indiferencia en los que debieran arder, en los que debieran tener sus delicias en los Sagrarios y vivir de su calor? Porque todo esto les viene de la falta de amor, y la falta de amor les trae la tibieza en mi servicio. Pero esta falta de amor les viene de la falta de oración y vida interior, de las manchas del alma, que dejan acumular tranquilos, sin ese ahínco de tener pura la conciencia.


Un punto capital del enfriamiento para Conmigo es la soberbia. ¡Ay! esto casi no se toma en cuenta por las dignidades de mi Iglesia, por los que se llaman míos: ¡y es tan frecuente que se crean superiores a todos! Claro está que su dignidad los eleva sobre todos los cristianos, pero también sus virtudes debieran ser superiores a las de todos los fieles. Manejan mis tesoros con cierta arrogancia y altanería, como si fueran propios y no tuvieran obligación de impartirlos a las almas, puesto que son tesoros del cielo.

Muchos se creen superiores al resto de los mortales, sin pensar ni tener en cuenta que me representan y que Yo vine al mundo a servir y no a ser servido. De la dignidad a la soberbia hay un paso, y si no están mis sacerdotes bien fundados en la humildad, caen en este escollo muy frecuentemente, y lastiman mi Corazón.

Si Yo soy su ideal, si soy su modelo, ¿por qué no imitarme? Ellos no son los soberanos, Yo lo soy, y gran predilección mía es el haberlos escogido entre millones para mi servicio y gran honra es para ellos el que ponga los tesoros de mi Iglesia, mi misma sangre redentora en sus manos. ¡Modelo, Maestro y Rey humilde y manso, Rey obediente en sus manos, y el mismo perdón de Dios! Soy el Sacerdote eterno a quien debieran copiar.


¡Si se asomaran al interior de su Jesús esos sacerdotes disipados y soberbios! ¡Si me estudiaran como es debido, si me copiaran en sí mismos como es su obligación sagrada, otros serían, y Yo no tendría que lamentar en ellos tantas espinas que clavan en mi Corazón! Pero les falta amor, porque les falta Espíritu Santo.
¡Que deber tienen los sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforme en Mí!
También les falta no sólo amor, sino respeto al Santísimo Sacramento; y éste es otro punto doloroso, entre tantos, que también lastima de una manera muy íntima mi delicadeza y mi ternura; pero esta falta de respeto en mis sacerdotes se deriva de la falta de amor y de la tibieza de su fe.

¡Como se impacientan muchos por tener que dar la comunión y con qué fastidio y malos modos la dan a veces! ¡Más valiera que no me tocaran y que dejaran con hambre a las almas! ¡Cómo dejan caer las partículas con descuido inaudito, con precipitación y sin preocuparse siquiera! ¡No hay esmero, no hay pulcritud, no hay limpieza, no hay respeto, no hay amor…en tantas ocasiones diarias, al manejar mi Cuerpo sacratísimo que debiera ser tocado con delicadeza y ternura! ¡Si Yo les hiciera ver las veces que por descuido culpable caigo al suelo y soy pisoteado! Todo esto me contrista muy hondo y ofende muy profundamente a mi Padre y a María.
Esta manera de tratar lo santo y al Santo de los Santos me lastima en lo más íntimo del alma. ¡Les sirvo de carga en muchas ocasiones a mis sacerdotes tibios! Y esto es para mí delicadeza horrible sufrimiento.
Eso de ver y sentir que les soy pesado, que les soy molesto en el servicio de las almas, a las que por deber están consagrados, me llega a lo más íntimo!

¡Estorbar Yo que todo soy caridad y ternura! ¡Serles carga Yo qué cargo sus tibiezas, sus indiferencias y sus pecados para blanquearlos! Estos sacerdotes que así obran sólo llevan el nombre y están muy lejos de serlo, aunque lo parezcan.
Estos sentimientos dolorosos tan íntimos me hacen sufrir y los descubro para que me acompañen a sentirlos.
¡Nadie se imagina lo que sentiré Yo (siempre dispuesto a favor de las almas) al ver que les sea pesado a mis sacerdotes confesar, dar la comunión, llevar viáticos, impartir, en fin, mis sacramentos; manejar mi Cuerpo, mi Sangre, aun mi Divinidad en ellos con esos malos tratamientos, fastidiados, airados, sin devoción, por salir del paso, pensando en otras cosas, y sobre todo, sin amor!...
¡Ay! ¡Si Yo descubriera hasta el fondo esas penas íntimas, delicadas e internas de mi Corazón de hombre que tan afinadamente siente las indelicadezas de los míos! Pero si siento como hombre, con Corazón de hombre esos desprecios, ¿qué sentiré como Dios hombre que soy con toda la finura de la Divinidad ofendida?”

Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,





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“A los Sacerdotes, hijos predilectos
 de la Virgen Santísima.”


Sed fieles al misterio de los Sacramentos, especialmente al de la Reconciliación, que tiene la misión de restituir la Gracia a aquellos que la han perdido, por causa de los pecados mortales cometidos.
Hoy, en la Iglesia está desapareciendo este precioso y necesario Sacramento.
Pastores de la Iglesia, Obispos por Cristo al frente de la guía de su grey, abrid los ojos a este mal que se difunde por todas partes en la Iglesia como un terrible cáncer.
Intervenid con valor y celo, para que el Sacramento de la Reconciliación pueda volver a florecer en toda su plenitud y así las almas sean ayudadas a vivir en Gracia y la Iglesia sea curada de sus llagas sangrientas de los pecados y de los sacrilegios que la recubren por entero como una leprosa.

AVE MARIA PURISSIMA!