“A los Sacerdotes, hijos
predilectos de la Virgen Santísima.”
Mi propiedad
“Si
permanecéis en el jardín de mi Corazón Inmaculado, sois míos. Nadie entonces
podrá arrebataros de Mí, porque Yo misma seré vuestra defensora; debéis
sentiros seguros.
No temías, por
tanto, ni a Satanás, ni al Mundo, ni a la fragilidad de vuestra propia
naturaleza.
Sentiréis, eso
sí, la seducción y la tentación, que el Señor permite como prueba, y que a la
vez os da la medida de vuestra debilidad.
Pero os
defenderé del Maligno, que de ningún modo puede hacer daño a los que me
pertenecen.
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MIS SACERDOTES
"A MIS
SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XIV: Falta de amor a
la eucaristía.
MENSAJES DE
NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
PARA SUS PREDILECTOS.
(“A mis
Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)
da Conchita Armida Cabrera: A MIS SACERDOTES
“Otro punto
que me contrista en muchos de mis sacerdotes, es el poco amor y el poco respeto
que tienen muchos al adorable Sacramento de la Eucaristía en la que ellos
tienen tanta parte.
Poco amor en
vivir alejados de los Sagrarios sin visitarme, sin consolarme, sin esa íntima y
perfecta amistad, más que de amigo, que Conmigo debieran tener. Prefieren las
creaturas y los negocios a un rato de gozar de mi presencia -¡y Yo que tanto
los amo!-, y dan además mal ejemplo a los fieles con su frialdad glacial hacia
el Sacramento del amor.
Dicen muchos
sacerdotes su Misa y hasta el día siguiente vuelven a acordarse de que existo
sacramentado –por su amor, principalmente- en los altares. Este olvido, nacido
de la indiferencia que existe en sus corazones, me hiere en lo más íntimo.
Los dos, él y
Yo, por mi infinita predilección, tenemos parte en la Eucaristía, por la
consagración de la hostia en las Misas, en las que no tan sólo me presta su
concurso el sacerdote, sino que, identificado Conmigo, es otro Yo, es decir, es
entonces Yo mismo al consagrar en ese misterio de amor que se realiza en la
transubstanciación.
Éste debiera
ser un motivo más para que mis sacerdotes, con más fervor que nadie, adoraran
la Eucaristía, porque más que nadie saben ellos el estupendo milagro de amor
que ahí se ha obrado; pero ¡cuántos corazones de mis sacerdotes no se detienen
a considerar ni a penetrar ni a agradecer ese portento de amor que muchos
fieles tienen más en cuenta que ellos! Esta frialdad, indiferencia e ingratitud
de los míos lacera mi alma.
¡Cuántas veces
los veo Yo, contristado, alejarse de Mí y preferir la tierra al cielo!
¡Cuántas, su disipación, el atractivo de las creaturas y del mundo los aleja de
los tabernáculos! Y sobre todo, los sacerdotes sacrílegos quisieran que no
existieran los Sagrarios en la tierra, porque les dan en rostro y huyen de lo
único que pudiera salvarlos: ¡mi compañía!
Y ¿por qué me
hiere tan hondamente esta indiferencia en los que debieran arder, en los que
debieran tener sus delicias en los Sagrarios y vivir de su calor? Porque todo
esto les viene de la falta de amor, y la falta de amor les trae la tibieza en
mi servicio. Pero esta falta de amor les viene de la falta de oración y vida
interior, de las manchas del alma, que dejan acumular tranquilos, sin ese
ahínco de tener pura la conciencia.
Un punto
capital del enfriamiento para Conmigo es la soberbia. ¡Ay! esto casi no se toma
en cuenta por las dignidades de mi Iglesia, por los que se llaman míos: ¡y es
tan frecuente que se crean superiores a todos! Claro está que su dignidad los
eleva sobre todos los cristianos, pero también sus virtudes debieran ser
superiores a las de todos los fieles. Manejan mis tesoros con cierta arrogancia
y altanería, como si fueran propios y no tuvieran obligación de impartirlos a
las almas, puesto que son tesoros del cielo.
Muchos se
creen superiores al resto de los mortales, sin pensar ni tener en cuenta que me
representan y que Yo vine al mundo a servir y no a ser servido. De la dignidad
a la soberbia hay un paso, y si no están mis sacerdotes bien fundados en la
humildad, caen en este escollo muy frecuentemente, y lastiman mi Corazón.
Si Yo soy su
ideal, si soy su modelo, ¿por qué no imitarme? Ellos no son los soberanos, Yo
lo soy, y gran predilección mía es el haberlos escogido entre millones para mi
servicio y gran honra es para ellos el que ponga los tesoros de mi Iglesia, mi
misma sangre redentora en sus manos. ¡Modelo, Maestro y Rey humilde y manso,
Rey obediente en sus manos, y el mismo perdón de Dios! Soy el Sacerdote eterno
a quien debieran copiar.
¡Si se asomaran
al interior de su Jesús esos sacerdotes disipados y soberbios! ¡Si me
estudiaran como es debido, si me copiaran en sí mismos como es su obligación
sagrada, otros serían, y Yo no tendría que lamentar en ellos tantas espinas que
clavan en mi Corazón! Pero les falta amor, porque les falta Espíritu Santo.
¡Que deber
tienen los sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los
transforme en Mí!
También les
falta no sólo amor, sino respeto al Santísimo Sacramento; y éste es otro punto
doloroso, entre tantos, que también lastima de una manera muy íntima mi
delicadeza y mi ternura; pero esta falta de respeto en mis sacerdotes se deriva
de la falta de amor y de la tibieza de su fe.
¡Como se
impacientan muchos por tener que dar la comunión y con qué fastidio y malos
modos la dan a veces! ¡Más valiera que no me tocaran y que dejaran con hambre a
las almas! ¡Cómo dejan caer las partículas con descuido inaudito, con
precipitación y sin preocuparse siquiera! ¡No hay esmero, no hay pulcritud, no
hay limpieza, no hay respeto, no hay amor…en tantas ocasiones diarias, al
manejar mi Cuerpo sacratísimo que debiera ser tocado con delicadeza y ternura!
¡Si Yo les hiciera ver las veces que por descuido culpable caigo al suelo y soy
pisoteado! Todo esto me contrista muy hondo y ofende muy profundamente a mi
Padre y a María.
Esta manera de
tratar lo santo y al Santo de los Santos me lastima en lo más íntimo del alma.
¡Les sirvo de carga en muchas ocasiones a mis sacerdotes tibios! Y esto es para
mí delicadeza horrible sufrimiento.
Eso de ver y
sentir que les soy pesado, que les soy molesto en el servicio de las almas, a
las que por deber están consagrados, me llega a lo más íntimo!
¡Estorbar Yo
que todo soy caridad y ternura! ¡Serles carga Yo qué cargo sus tibiezas, sus
indiferencias y sus pecados para blanquearlos! Estos sacerdotes que así obran
sólo llevan el nombre y están muy lejos de serlo, aunque lo parezcan.
Estos
sentimientos dolorosos tan íntimos me hacen sufrir y los descubro para que me
acompañen a sentirlos.
¡Nadie se
imagina lo que sentiré Yo (siempre dispuesto a favor de las almas) al ver que
les sea pesado a mis sacerdotes confesar, dar la comunión, llevar viáticos,
impartir, en fin, mis sacramentos; manejar mi Cuerpo, mi Sangre, aun mi
Divinidad en ellos con esos malos tratamientos, fastidiados, airados, sin
devoción, por salir del paso, pensando en otras cosas, y sobre todo, sin
amor!...
¡Ay! ¡Si Yo
descubriera hasta el fondo esas penas íntimas, delicadas e internas de mi
Corazón de hombre que tan afinadamente siente las indelicadezas de los míos!
Pero si siento como hombre, con Corazón de hombre esos desprecios, ¿qué sentiré
como Dios hombre que soy con toda la finura de la Divinidad ofendida?”
Que el
Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,
************
“A los
Sacerdotes, hijos predilectos
de la Virgen Santísima.”
Sed fieles al
misterio de los Sacramentos, especialmente al de la Reconciliación, que tiene
la misión de restituir la Gracia a aquellos que la han perdido, por causa de
los pecados mortales cometidos.
Hoy, en la
Iglesia está desapareciendo este precioso y necesario Sacramento.
Pastores de la
Iglesia, Obispos por Cristo al frente de la guía de su grey, abrid los ojos a
este mal que se difunde por todas partes en la Iglesia como un terrible cáncer.
Intervenid con
valor y celo, para que el Sacramento de la Reconciliación pueda volver a
florecer en toda su plenitud y así las almas sean ayudadas a vivir en Gracia y
la Iglesia sea curada de sus llagas sangrientas de los pecados y de los
sacrilegios que la recubren por entero como una leprosa.
AVE MARIA PURISSIMA!
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