mercoledì 5 dicembre 2012

S. NICOLAS, Obispo: Su fervor crecía con sus días, y su solicitud pastoral se extendía generalmente á todas las necesidades de su pueblo. Sus rentas sólo servían para los pobres. No se le hallaba sino en la iglesia, en las cárceles y en los hospitales á la cabecera de los enfermos. Encargado de distribuir el pan de la divina palabra á su pueblo, lo hacía con tanto fruto y con tan feliz suceso, que en menos de un año mudó de aspecto toda la diócesis. Sus austeridades crecían con sus trabajos: desde el principio de su vida había ayunado dos días á la semana; de joven ayunaba tres; pero después que fue obispo los ayunaba todos.



SAN NICOLÁS, OBISPO 
Día 6 de diciembre 

P. Juan Croisset, S.J. 

San Nicolás, obispo de Mira, en Licia, tan célebre en 
todo el universo por el resplandor de sus virtudes, 
por el número de sus milagros y por la confianza de 
los pueblos en su intercesión, nació en Pátara, ciudad de 
la Licia en el Asia Menor. Sus padres eran muy ricos, pero 
todavía eran más piadosos; habían perdido toda 
esperanza de tener hijos,  cuando su madre se halló 
embarazada, lo que miró desde luego como un don del 
Cielo y como el fruto de las grandes limosnas de sus 
padres, á quienes llamaban  en el país padres de los 
pobres. Dios le previno tan visiblemente de sus 
bendiciones desde su nacimiento, que se aseguraba no 
fue posible hacerle mamar jamás los miércoles y viernes, 
como si hubiera comenzado desde entonces á ayunar 
estos dos días de la semana, que eran días de 
abstinencia y de ayuno en la Iglesia oriental. Su tío 
Nicolás, obispo de Mira, que le había puesto su nombre y 
había ido á la iglesia á dar gracias á Dios por haber 
dado á su familia un heredero, tuvo durante su oración 
una revelación en que se le manifestó que el niño que 
Dios le había dado sería un astro luminoso que 
alumbraría con su virtud á toda la Tierra. 
Tantos presagios de la  futura santidad del niño 
Nicolás movieron á sus padres á poner mucho cuidado 
para darle una educación del todo cristiana. El natural 
dichoso de este hijo de bendición no necesitó de muchas 
lecciones para salir consumado en la virtud. Su piedad se 
anticipó, por decirlo así, á  la edad de la razón. Jamás 
fueron de su gusto los entretenimientos ordinarios de los 
niños. Si querían divertirle  y darle gusto, era menester 
llevarle á la iglesia á hacer oración. Sus sentimientos por 
la religión, su respeto á las cosas santas eran mirados 
como un prodigio en un niño de cinco años. 
Como descubría un excelente ingenio, y no tenía 
otra cosa de joven que la edad, le aplicaron con tiempo 
al estudio de las ciencias,  en las que hizo maravillosos 
progresos; pero, al paso  que crecía su sabiduría, 
aventajaba todavía en santidad. Su mansedumbre, su 
docilidad y su modestia le distinguían tanto de los 
demás, que era el modelo de imitación que se proponía á 
todos los jóvenes. No había quien no admirase su 
regularidad, su devoción tierna y su prudencia en una 
edad en que, por lo común,  dominan la vivacidad y el 
amor al deleite, y en que las pasiones son regularmente 
el mayor móvil de las acciones. Perdió sus padres todavía 
muy joven, cuya pérdida sintió como era razón, pero esta 
falta en nada perjudicó á su virtud. La muerte de un 
padre y de una madre á quienes amaba con extremo, y 
que le dejaban grandes bienes, sólo sirvió para hacerle 
más devoto, más retirado y  más caritativo. Habiendo 
sabido que un caballero pobre de la ciudad tenía el 
ánimo de prostituir tres hijas, por no tener con qué 
casarlas según su calidad, Nicolás llenó de piezas de oro 
una bolsa, y al anochecer la tiró muy secretamente por 
una ventana en el cuarto de este desventurado padre, el 
cual quedó gozosamente sorprendido al encontrar una 
suma considerable, bastante para dotar á su hija mayor, 
con la que la casó al instante, esperando que la 
Providencia proveería á las otras dos. No tardó mucho 
tiempo en ver cumplida su  esperanza, pues aquella 
misma noche echó nuestro Santo por la misma ventana en 
el cuarto otra igual cantidad, la que sirvió para casar á la 
segunda. El dichoso padre, no dudando que el que le 
había hecho estas dos obras de caridad le haría también 
la que le faltaba para casar á la menor, quiso tener el   
consuelo de conocer á su bienhechor, para lo cual se 
puso en acecho. Luego que nuestro Santo, valiéndose de 
la oscuridad de la noche, hubo echado su limosna, corrió 
tras él, le abrazó, y, conociendo á su compatriota, le dio 
mil gracias por tan insignes beneficios. El Santo, tan 
mortificado como sorprendido  de verse descubierto, le 
pidió con las mayores instancias que no propalara esta 
limosna. El caballero se lo prometió, pero no le cumplió la 
palabra. La mañana siguiente ya toda la ciudad era 
sabedora y estaba admirada de una caridad tan liberal; 
sólo San Nicolás tuvo mucho que sufrir de esta 
manifestación. 

Una virtud tan eminente y tan pura no era para el 
mundo: nuestro Santo pensaba en dejarle; pero Dios, que 
le había escogido para que fuese uno de los más bellos 
ornamentos de la Iglesia, dispuso que entrara en el clero 
con la aprobación pública. Conociendo el obispo de Mira 
su virtud y su sabiduría, se dio prisa á hacerle sacerdote. 
Con la dignidad creció su piedad; y, entrando en el 
sacerdocio con unas costumbres tan puras y un alma tan 
cristiana, dio á su virtud un nuevo lustre, y un nuevo vigor 
á su fervor. 

Habiendo hecho su tío un viaje por devoción á Tierra 
Santa, dejó á nuestro Santo el gobierno de su diócesis, 
quien la gobernó con tanta prudencia y edificación, que 
no hubo quien no le deseara tener algún día por obispo. 
Habiendo muerto su tío poco después de su vuelta, 
nuestro Santo, que nada temía tanto como el obispado, 
se alejó de su país, haciendo un viaje á Palestina. Apenas 
entró en la embarcación, pronosticó al piloto una 
tempestad furiosa, la que no tardó, y fue tan horrible, que 
todo el equipaje se creyó  perdido. En este conflicto 
recurrieron al Santo, el que, lo mismo fue ponerse en 
oración, que cesar la tempestad y quedar el mar en 
calma. Como este Santo obró este prodigio muchas veces   
en  su  vida,  y  se  ha  recibido el mismo socorro por su 
intercesión después de su muerte, los marineros y los 
navegantes le han tomado por su patrón y le invocan en 
todas las borrascas. 

Después de haber visitado los Santos Lugares, se 
retiró á una cueva, donde dicen que el Niño Jesús, la 
Virgen santísima y San José pasaron la noche cuando 
salieron de la Judea para  huir á Egipto. Nuestro Santo 
tenia intención de pasar allí  el resto de sus días, pero 
Dios le dio á conocer que debía volver á Mira. Habiendo 
llegado á esta ciudad, se retiró á un monasterio, resuelto 
á pasar en él el resto de sus días en el silencio de la 
oscuridad y en los ejercicios de la más austera 
penitencia. Habiendo muerto entre tanto el obispo Juan, 
que había sucedido al tío de nuestro Santo, se juntaron 
en Mira los obispos de la  provincia para dar sucesor á 
aquella iglesia. No se convenían en la elección, cuando 
uno de los más santos de la asamblea, inspirado de Dios, 
dijo que el Señor quería que eligieran por obispo de Mira 
á un sacerdote que la mañana siguiente iría el primero á 
la iglesia. Nuestro Santo fue este elegido de Dios; pues 
sin saber nada de lo que pasaba, fue al amanecer á la 
iglesia á hacer oración,  según costumbre. Todos 
quedaron gustosamente sorprendidos cuando vieron al 
presbítero Nicolás; el cual, queriendo escaparse de sus 
manos, fue detenido, y entre las aclamaciones públicas 
del pueblo y de todo el clero fue consagrado obispo. Al 
fin de la consagración, una mujer, rompiendo por entre la 
muchedumbre, fue á arrojarse á sus pies, presentándole 
un hijo joven que, habiendo caído en el fuego, fue 
sofocado por las llamas. El nuevo prelado, habiendo 
hecho la señal de la cruz sobre el difunto, le resucitó en 
presencia de todo el concurso. 

Viéndose colocado en la Silla episcopal, se aplicó á 
cumplir con todas las obligaciones de un buen prelado, y   
á adquirir con perfección todas las virtudes de un santo 
obispo, para lo cual pasaba casi toda la noche á los pies 
de los altares, orando por  sí y por su pueblo. Nunca 
ofrecía el divino Sacrificio  que su rostro no pareciese 
inflamado de aquel fuego sagrado de que estaba 
abrasado su corazón. Su fervor crecía con sus días, y su 
solicitud pastoral se extendía generalmente á todas las 
necesidades de su pueblo. Sus rentas sólo servían para 
los pobres. No se le hallaba sino en la iglesia, en las 
cárceles y en los hospitales á la cabecera de los 
enfermos. Encargado de distribuir el pan de la divina 
palabra á su pueblo, lo hacía con tanto fruto y con tan 
feliz suceso, que en menos de un año mudó de aspecto 
toda la diócesis. Sus austeridades crecían con sus 
trabajos: desde el principio de su vida había ayunado dos 
días á la semana; de joven ayunaba tres; pero después 
que fue obispo los ayunaba todos. 

Habiendo el emperador  Licinio renovado la 
persecución de Diocleciano, envió ministros á Mira para 
restablecer la idolatría. San Nicolás hizo ver al mundo en 
esta ocasión que un Santo nunca parece más grande que 
cuando tiene poder por la religión. Su celo se manifestó 
en todas las necesidades de su pueblo, y el deseo que 
tenía del martirio le hizo menospreciar las amenazas de 
los ministros del Emperador. Fue, por último, condenado á 
un destierro, y cargado de cadenas por Jesucristo. Sufrió 
en el destierro toda especie do malos tratamientos, 
despedazándole todos los días á golpes de varas y de 
correas. Pero, habiendo sido derrotado Licinio por el gran 
Constantino, volvió triunfante á su Iglesia, y su viaje fue 
una serie continuada de insignes conversiones y de 
milagros. 

Si se mostró tan celoso contra los idólatras, no lo fue 
menos contra los arríanos. Asistió al primer concilio 
Niseno, donde resplandeció como uno de los más   
generosos confesores de Jesucristo, y como uno de los 
más grandes prelados de la  Iglesia. El número de los 
milagros que Dios obró por su intercesión es tan 
prodigioso, que con razón  se ha llamado en todos 
tiempos el Taumaturgo de su siglo. San Buenaventura  escribe que resucitó en Mira dos estudiantes que habían 
sido asesinados. El mismo milagro hizo con tres niños que 
habían sido cruelmente degollados, y cuyos cuerpos 
habían sido encerrados en  una cuba. Esto es lo que 
pretenden representar los pintores cuando le pintan con 
tres niños pequeños á sus pies. En una terrible hambre se 
vieron multiplicar entre sus manos los pequeños pedazos 
de pan, hasta saciar una muchedumbre innumerable del 
pueblo. 

Su caridad para con todos los desventurados fue 
siempre en parte el carácter y distintivo de este santo 
obispo. Estando un día con tres maestres de campo á la 
puerta de la ciudad, le vinieron á decir que se iba á 
ejecutar la muerte de tres aldeanos inocentes. Corre al 
lugar donde debía hacerse la ejecución, encuentra á los 
tres pacientes ya sobre el cadalso con los ojos vendados, 
y el verdugo en acción de irles á cortar la cabeza: le 
quita el sable con una osadía que sólo podía ser efecto 
de la santidad, y, diciendo al juez que él sabía la 
inocencia de aquellas pobres víctimas de su avaricia y de 
sus atropellamientos, le amenaza con la justicia del 
Emperador, y pone en libertad á los tres hombres. Los 
maestres de campo, que habían sido testigos de todo lo 
que había pasado, aun  no habían llegado á 
Constantinopla cuando fueron acusados por la más negra 
calumnia de haber entrado en una conspiración contra el 
Estado y condenados, como  reos de lesa majestad, á 
perder la vida. En un lance tan apurado se acordaron de 
lo que habían visto en Mira: invocan al Santo, aunque 
ausente, y, después de Dios, ponen en él toda su 
confianza. Al mismo tiempo que hacían su plegaria, que   
era la noche que precedía al día de la ejecución, se 
apareció en sueños San  Nicolás al emperador 
Constantino y le amenazó con la indignación de Dios si no 
revocaba el decreto que había expedido contra los tres 
oficiales inocentes, y al mismo tiempo se apareció á 
Alabio, su primer ministro, intimándole la misma 
amenaza. Apenas amaneció envió el Emperador á buscar 
á los tres oficiales, les declaró su visión, y les absolvió de 
su pretendido delito. Casi al mismo tiempo, viéndose unos 
navegantes en peligro de  naufragar en una furiosa 
borrasca, imploran el socorro  del Santo: al punto se les 
aparece visiblemente en la embarcación, echa la mano 
al timón y los conduce al puerto de Mira. Tantos prodigios 
hicieron tan célebre el nombre del Santo en todo el 
Universo, en donde la fama había ya hecho tan insigne su 
santidad. Finalmente, el Señor quiso recompensar su 
virtud y sus trabajos: le dio á conocer el día y la hora de 
su muerte. Esta revelación le llenó de gozo, y, después de 
haberse despedido de su pueblo, al fin de su Misa 
pontifical, se retiró al monasterio de Sión, donde después 
de una corta enfermedad, en que se hizo administrar los 
últimos sacramentos, entregó su espíritu á Dios, en medio 
de muchos ángeles, que se dejaron ver de los que 
estaban en su cuarto. Sucedió esta muerte preciosa el 
día 6 de Diciembre, hacia el ano 327; no se sabe en qué 
año de su edad. Fue enterrado en la iglesia del 
monasterio en un sepulcro de mármol, y desde entonces 
salió de su sepulcro un licor milagroso que curaba todo 
género de enfermedades. El emperador Justiniano edificó 
á honra suya una soberbia iglesia, la que Basilio reparó 
con magnificencia el año 1087. Estando los turcos 
saqueando toda la Licia, fue transportado este santo 
cuerpo á Bari de la Pulla, en Italia, donde se conserva 
con gran veneración en una iglesia de las más suntuosas, 
en la que su sepulcro es cada día más glorioso, por los 
innumerables milagros que se obran en él todos los días, 
y por esta razón se le conoce también por San Nicolás de   
Bari. 


La Misa es en honor de San Nicolás, y  la 
oración la siguiente:

¡ Oh Dios, que honraste con innumerables milagros 
al bienaventurado obispo  Nicolás! Haz que, por sus 
méritos y ruegos, seamos libertados de los fuegos del 
Infierno. Por Nuestro Señor, etc. 

La Epístola es del cap. 13 del apóstol San 
Pablo a los hebreos. 
Hermanos: acordaos de vuestros prelados, los cuales 
os anunciaron la palabra de  Dios, de los que habéis de 
imitar  la  fe,  poniendo  los  ojos  en  el  fin  de  su  vida. 
Jesucristo ayer y hoy, y el mismo es por los siglos. No os 
dejéis llevar de doctrinas varias y peregrinas. Porque es 
cosa excelente confortar el corazón por medio de la 
gracia, no por medio de aquellas comidas que nada 
aprovecharon á los que practicaron su observancia. 
Tenemos un altar, de que no pueden comer los que sirven 
al tabernáculo. Porque los cuerpos animales, cuya sangre 
es llevada por el pontífice al  Sancta Sanctorum  por el 
pecado, son quemados fuera  de poblado. Por lo cual 
también Jesús, para santificar el pueblo con su sangre, 
padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, á Él fuera de 
poblado, llevando su improperio. Porque aquí no tenemos 
ciudad estable, sino que buscamos la futura. Ofrezcamos, 
pues, siempre por El á Dios hostia de alabanza, esto es, 
el fruto de los labios que confiesan su nombre. Y no 
queráis olvidaros de la beneficencia, ni de la comunión 
de caridad, por cuanto con semejantes víctimas se gana 
á Dios. Obedeced á vuestros prelados, y estad sujetos á 
ellos; porque ellos velan, como quienes han de dar 
cuenta de vuestras almas.   

REFLEXIONES 
Lo que Jesucristo era ayer, eso es también hoy y lo 
que será por todos los siglos.  Nuestra religión es tan 
invariable como su Autor. Las mismas verdades que hubo 
antes subsisten hoy y subsistirán por todos los siglos. 
Jamás se envejecerán; jamás  se verá que las verdades 
del Evangelio pierdan un punto de su vigor y de su fuerza. 
¿Eramos cuerdos cuando vivíamos según el espíritu de 
Jesucristo y según las solas máximas del Cristianismo? 
¿Somos cuerdos el día de hoy que hemos mudado de 
dueño? El Dueño no se ha mudado; El mismo es que fue, y 
lo será eternamente; la misma soberanía tiene hoy que 
tuvo siempre; el mismo poder, la misma bondad, la misma 
misericordia. ¿Qué es lo que nos ha podido hacer dejar 
su servicio? Por ventura ¿hemos encontrado otro dueño 
mejor? Este Dueño es nuestro Dios; este Dios, nuestro 
Redentor, será nuestro Juez. Nos vamos acercando á su 
terrible Tribunal; quizá tocamos ya el término fatal de 
nuestra vida. En aquella última hora ¿nos alegraremos de 
haber dejado su servicio?  ¿Nos alabaremos de haber 
mudado de amo cuando no nos quedará otro que El por 
toda aquella espantosa eternidad, que hará tan cruel el 
pesar, el arrepentimiento sin fruto y la desesperación? 
El Evangelio es del cap. 25 de San Mateo. 

MEDITACIÓN 
Que no hay estado de donde sea más difícil 
salir que del estado de tibieza. 

PUNTO PRIMERO.—Considera cómo el estado de la 
tibieza, no sólo es muy arriesgado por lo que mira á la 
salvación, sino que lo que hay más que temer es que casi 
no tiene remedio; y que, cuando un alma está en este  
estado, es casi imposible que salga jamás de él. Para 
salir de un estado peligroso es menester conocer que se 
está en él y conocer su peligro; y esto es cabalmente lo 
que el alma tibia no conoce. Por más que un pecador esté 
abismado en los mayores desórdenes, no le cuesta 
trabajo el conocer el peligro en que está; pero un alma 
tibia jamás cree que lo es. El mismo Dios, que hace tanto 
ruido para despertar al pecador, parece que calla y que 
embaraza lo que podría excitar y avivar á un alma tibia. 
Amonestaciones saludables, sermones capaces de 
convertir al pecador más endurecido, lecciones piadosas, 
accidentes adversos que hacen abrir los ojos á las 
personas más depravadas, no hacen la menor impresión 
en un alma tibia. Y ¿cómo es capaz que piense en el 
remedio, cuando no cree temer mal alguno? La 
insensibilidad va á los alcances á la ceguedad, y el 
endurecimiento sucede siempre á una insensibilidad 
habitual. ¿Se puede imaginar  un estado más lastimoso? 
La reprobación ¿dista mucho de este funesto estado? 

PUNTO SEGUNDO.—Considera cómo  entre todas las 
enfermedades del alma no hay una, al parecer, más 
incurable que la de la tibieza. Los sacramentos, las 
meditaciones, las reflexiones, los ejemplos son unos 
remedios excelentes para los males espirituales. Pero 
¿son eficaces estos remedios  en  un  alma  tibia?  Se 
confiesa en este estado, se  comulga como en el estado 
de fervor, y tal vez con tanta frecuencia como un alma 
fervorosa; pero ¿cuál es el  fruto de estas confesiones y 
comuniones? Se confiesa sin contrición, sin propósito 
sincero de mudar de vida; casi no se sabe de qué ha de 
acusarse; tan ciega está un alma tibia. Una fórmula de 
confesión que dice siempre  una misma cosa y produce 
siempre un mismo efecto; esto es, un aumento de sopor, 
una continuación de decaimiento, una infeliz desgraciada 
hazañería y simulación que ahoga todos los 
remordimientos que da una perniciosa y mortal  
seguridad que tranquiliza al alma. Se sale del tribunal de 
la penitencia con la misma disposición con que se había 
entrado; se recae á las dos horas de haberse confesado 
en los mismos defectos de que se había acusado. 
Pero, Dios mío, ¿de qué servirá todo esto á un alma 
tibia, á no ser que Vos,  por un milagro de vuestra 
misericordia, le hagáis conocer su infelicidad? A lo menos 
haced este milagro en mi favor y no permitáis me sean 
inútiles estas saludables reflexiones. 

JACULATORIAS 
Inflamad, Señor, mi corazón en el amor de vuestra 
santa Ley, y haced que os sirva con desinterés y con 
fervor.—Ps. 118. 
Abrasad, Señor, mi corazón y llenadle de un santo 
fervor en vuestro servicio.—Ps. 25.

PROPÓSITOS 
Por más arreglada que sea  tu vida, por más santo 
que sea tu estado, por más exacto que seas en tus santos 
ejercicios, teme la tibieza; es ésta una enfermedad 
epidémica y contagiosa, y así no debes omitir cosa 
alguna para preservarte de ella. Solas las almas tibias no 
temen estar en la tibieza; para no caer en ella, ejercítate 
con frecuencia en las prácticas siguientes: Primera: 
cumple con una puntualidad escrupulosa con todos tus 
ejercicios de piedad. Segunda:  no  te  contentes  con  no 
omitirlos jamás; ten un cuidado particular de hacerlos 
siempre el mismo día y á la misma hora. Tercera: haz 
cada uno de ellos cada vez como si ésta fuera la última 
que los hicieras en toda tu  vida. Cuarta, practica estos 
avisos, con especialidad respecto de la confesión y 
comunión: esta práctica es de las más excelentes. Quinta:  
luego que hubieres caído en algún defecto, aunque sea el 
más leve, castígate el mismo día con alguna penitencia. 
Sexta: pide á Dios todos los  días el fervor, y no sirvas 
jamás al Señor con pereza, ociosidad y negligencia. 


LAUDETUR  JESUS  CHRISTUS!
LAUDETUR  CUM  MARIA!
SEMPER  LAUDENTUR!


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