SAN NICOLÁS, OBISPO
Día 6 de diciembre P. Juan Croisset, S.J.
San Nicolás, obispo de Mira, en Licia, tan célebre en
todo el universo por el resplandor de sus virtudes,
por el número de sus milagros y por la confianza de
los pueblos en su intercesión, nació en Pátara, ciudad de
la Licia en el Asia Menor. Sus padres eran muy ricos, pero
todavía eran más piadosos; habían perdido toda
esperanza de tener hijos, cuando su madre se halló
embarazada, lo que miró desde luego como un don del
Cielo y como el fruto de las grandes limosnas de sus
padres, á quienes llamaban en el país padres de los
pobres. Dios le previno tan visiblemente de sus
bendiciones desde su nacimiento, que se aseguraba no
fue posible hacerle mamar jamás los miércoles y viernes,
como si hubiera comenzado desde entonces á ayunar
estos dos días de la semana, que eran días de
abstinencia y de ayuno en la Iglesia oriental. Su tío
Nicolás, obispo de Mira, que le había puesto su nombre y
había ido á la iglesia á dar gracias á Dios por haber
dado á su familia un heredero, tuvo durante su oración
una revelación en que se le manifestó que el niño que
Dios le había dado sería un astro luminoso que
alumbraría con su virtud á toda la Tierra.
Tantos presagios de la futura santidad del niño
Nicolás movieron á sus padres á poner mucho cuidado
para darle una educación del todo cristiana. El natural
dichoso de este hijo de bendición no necesitó de muchas
lecciones para salir consumado en la virtud. Su piedad se
anticipó, por decirlo así, á la edad de la razón. Jamás
fueron de su gusto los entretenimientos ordinarios de los
niños. Si querían divertirle y darle gusto, era menester
llevarle á la iglesia á hacer oración. Sus sentimientos por
la religión, su respeto á las cosas santas eran mirados
como un prodigio en un niño de cinco años.
Como descubría un excelente ingenio, y no tenía
otra cosa de joven que la edad, le aplicaron con tiempo
al estudio de las ciencias, en las que hizo maravillosos
progresos; pero, al paso que crecía su sabiduría,
aventajaba todavía en santidad. Su mansedumbre, su
docilidad y su modestia le distinguían tanto de los
demás, que era el modelo de imitación que se proponía á
todos los jóvenes. No había quien no admirase su
regularidad, su devoción tierna y su prudencia en una
edad en que, por lo común, dominan la vivacidad y el
amor al deleite, y en que las pasiones son regularmente
el mayor móvil de las acciones. Perdió sus padres todavía
muy joven, cuya pérdida sintió como era razón, pero esta
falta en nada perjudicó á su virtud. La muerte de un
padre y de una madre á quienes amaba con extremo, y
que le dejaban grandes bienes, sólo sirvió para hacerle
más devoto, más retirado y más caritativo. Habiendo
sabido que un caballero pobre de la ciudad tenía el
ánimo de prostituir tres hijas, por no tener con qué
casarlas según su calidad, Nicolás llenó de piezas de oro
una bolsa, y al anochecer la tiró muy secretamente por
una ventana en el cuarto de este desventurado padre, el
cual quedó gozosamente sorprendido al encontrar una
suma considerable, bastante para dotar á su hija mayor,
con la que la casó al instante, esperando que la
Providencia proveería á las otras dos. No tardó mucho
tiempo en ver cumplida su esperanza, pues aquella
misma noche echó nuestro Santo por la misma ventana en
el cuarto otra igual cantidad, la que sirvió para casar á la
segunda. El dichoso padre, no dudando que el que le
había hecho estas dos obras de caridad le haría también
la que le faltaba para casar á la menor, quiso tener el
consuelo de conocer á su bienhechor, para lo cual se
puso en acecho. Luego que nuestro Santo, valiéndose de
la oscuridad de la noche, hubo echado su limosna, corrió
tras él, le abrazó, y, conociendo á su compatriota, le dio
mil gracias por tan insignes beneficios. El Santo, tan
mortificado como sorprendido de verse descubierto, le
pidió con las mayores instancias que no propalara esta
limosna. El caballero se lo prometió, pero no le cumplió la
palabra. La mañana siguiente ya toda la ciudad era
sabedora y estaba admirada de una caridad tan liberal;
sólo San Nicolás tuvo mucho que sufrir de esta
manifestación.
Una virtud tan eminente y tan pura no era para el
mundo: nuestro Santo pensaba en dejarle; pero Dios, que
le había escogido para que fuese uno de los más bellos
ornamentos de la Iglesia, dispuso que entrara en el clero
con la aprobación pública. Conociendo el obispo de Mira
su virtud y su sabiduría, se dio prisa á hacerle sacerdote.
Con la dignidad creció su piedad; y, entrando en el
sacerdocio con unas costumbres tan puras y un alma tan
cristiana, dio á su virtud un nuevo lustre, y un nuevo vigor
á su fervor.
Habiendo hecho su tío un viaje por devoción á Tierra
Santa, dejó á nuestro Santo el gobierno de su diócesis,
quien la gobernó con tanta prudencia y edificación, que
no hubo quien no le deseara tener algún día por obispo.
Habiendo muerto su tío poco después de su vuelta,
nuestro Santo, que nada temía tanto como el obispado,
se alejó de su país, haciendo un viaje á Palestina. Apenas
entró en la embarcación, pronosticó al piloto una
tempestad furiosa, la que no tardó, y fue tan horrible, que
todo el equipaje se creyó perdido. En este conflicto
recurrieron al Santo, el que, lo mismo fue ponerse en
oración, que cesar la tempestad y quedar el mar en
calma. Como este Santo obró este prodigio muchas veces
en su vida, y se ha recibido el mismo socorro por su
intercesión después de su muerte, los marineros y los
navegantes le han tomado por su patrón y le invocan en
todas las borrascas.
Después de haber visitado los Santos Lugares, se
retiró á una cueva, donde dicen que el Niño Jesús, la
Virgen santísima y San José pasaron la noche cuando
salieron de la Judea para huir á Egipto. Nuestro Santo
tenia intención de pasar allí el resto de sus días, pero
Dios le dio á conocer que debía volver á Mira. Habiendo
llegado á esta ciudad, se retiró á un monasterio, resuelto
á pasar en él el resto de sus días en el silencio de la
oscuridad y en los ejercicios de la más austera
penitencia. Habiendo muerto entre tanto el obispo Juan,
que había sucedido al tío de nuestro Santo, se juntaron
en Mira los obispos de la provincia para dar sucesor á
aquella iglesia. No se convenían en la elección, cuando
uno de los más santos de la asamblea, inspirado de Dios,
dijo que el Señor quería que eligieran por obispo de Mira
á un sacerdote que la mañana siguiente iría el primero á
la iglesia. Nuestro Santo fue este elegido de Dios; pues
sin saber nada de lo que pasaba, fue al amanecer á la
iglesia á hacer oración, según costumbre. Todos
quedaron gustosamente sorprendidos cuando vieron al
presbítero Nicolás; el cual, queriendo escaparse de sus
manos, fue detenido, y entre las aclamaciones públicas
del pueblo y de todo el clero fue consagrado obispo. Al
fin de la consagración, una mujer, rompiendo por entre la
muchedumbre, fue á arrojarse á sus pies, presentándole
un hijo joven que, habiendo caído en el fuego, fue
sofocado por las llamas. El nuevo prelado, habiendo
hecho la señal de la cruz sobre el difunto, le resucitó en
presencia de todo el concurso.
Viéndose colocado en la Silla episcopal, se aplicó á
cumplir con todas las obligaciones de un buen prelado, y
á adquirir con perfección todas las virtudes de un santo
obispo, para lo cual pasaba casi toda la noche á los pies
de los altares, orando por sí y por su pueblo. Nunca
ofrecía el divino Sacrificio que su rostro no pareciese
inflamado de aquel fuego sagrado de que estaba
abrasado su corazón. Su fervor crecía con sus días, y su
solicitud pastoral se extendía generalmente á todas las
necesidades de su pueblo. Sus rentas sólo servían para
los pobres. No se le hallaba sino en la iglesia, en las
cárceles y en los hospitales á la cabecera de los
enfermos. Encargado de distribuir el pan de la divina
palabra á su pueblo, lo hacía con tanto fruto y con tan
feliz suceso, que en menos de un año mudó de aspecto
toda la diócesis. Sus austeridades crecían con sus
trabajos: desde el principio de su vida había ayunado dos
días á la semana; de joven ayunaba tres; pero después
que fue obispo los ayunaba todos.
Habiendo el emperador Licinio renovado la
persecución de Diocleciano, envió ministros á Mira para
restablecer la idolatría. San Nicolás hizo ver al mundo en
esta ocasión que un Santo nunca parece más grande que
cuando tiene poder por la religión. Su celo se manifestó
en todas las necesidades de su pueblo, y el deseo que
tenía del martirio le hizo menospreciar las amenazas de
los ministros del Emperador. Fue, por último, condenado á
un destierro, y cargado de cadenas por Jesucristo. Sufrió
en el destierro toda especie do malos tratamientos,
despedazándole todos los días á golpes de varas y de
correas. Pero, habiendo sido derrotado Licinio por el gran
Constantino, volvió triunfante á su Iglesia, y su viaje fue
una serie continuada de insignes conversiones y de
milagros.
Si se mostró tan celoso contra los idólatras, no lo fue
menos contra los arríanos. Asistió al primer concilio
Niseno, donde resplandeció como uno de los más
generosos confesores de Jesucristo, y como uno de los
más grandes prelados de la Iglesia. El número de los
milagros que Dios obró por su intercesión es tan
prodigioso, que con razón se ha llamado en todos
tiempos el Taumaturgo de su siglo. San Buenaventura escribe que resucitó en Mira dos estudiantes que habían
sido asesinados. El mismo milagro hizo con tres niños que
habían sido cruelmente degollados, y cuyos cuerpos
habían sido encerrados en una cuba. Esto es lo que
pretenden representar los pintores cuando le pintan con
tres niños pequeños á sus pies. En una terrible hambre se
vieron multiplicar entre sus manos los pequeños pedazos
de pan, hasta saciar una muchedumbre innumerable del
pueblo.
Su caridad para con todos los desventurados fue
siempre en parte el carácter y distintivo de este santo
obispo. Estando un día con tres maestres de campo á la
puerta de la ciudad, le vinieron á decir que se iba á
ejecutar la muerte de tres aldeanos inocentes. Corre al
lugar donde debía hacerse la ejecución, encuentra á los
tres pacientes ya sobre el cadalso con los ojos vendados,
y el verdugo en acción de irles á cortar la cabeza: le
quita el sable con una osadía que sólo podía ser efecto
de la santidad, y, diciendo al juez que él sabía la
inocencia de aquellas pobres víctimas de su avaricia y de
sus atropellamientos, le amenaza con la justicia del
Emperador, y pone en libertad á los tres hombres. Los
maestres de campo, que habían sido testigos de todo lo
que había pasado, aun no habían llegado á
Constantinopla cuando fueron acusados por la más negra
calumnia de haber entrado en una conspiración contra el
Estado y condenados, como reos de lesa majestad, á
perder la vida. En un lance tan apurado se acordaron de
lo que habían visto en Mira: invocan al Santo, aunque
ausente, y, después de Dios, ponen en él toda su
confianza. Al mismo tiempo que hacían su plegaria, que
era la noche que precedía al día de la ejecución, se
apareció en sueños San Nicolás al emperador
Constantino y le amenazó con la indignación de Dios si no
revocaba el decreto que había expedido contra los tres
oficiales inocentes, y al mismo tiempo se apareció á
Alabio, su primer ministro, intimándole la misma
amenaza. Apenas amaneció envió el Emperador á buscar
á los tres oficiales, les declaró su visión, y les absolvió de
su pretendido delito. Casi al mismo tiempo, viéndose unos
navegantes en peligro de naufragar en una furiosa
borrasca, imploran el socorro del Santo: al punto se les
aparece visiblemente en la embarcación, echa la mano
al timón y los conduce al puerto de Mira. Tantos prodigios
hicieron tan célebre el nombre del Santo en todo el
Universo, en donde la fama había ya hecho tan insigne su
santidad. Finalmente, el Señor quiso recompensar su
virtud y sus trabajos: le dio á conocer el día y la hora de
su muerte. Esta revelación le llenó de gozo, y, después de
haberse despedido de su pueblo, al fin de su Misa
pontifical, se retiró al monasterio de Sión, donde después
de una corta enfermedad, en que se hizo administrar los
últimos sacramentos, entregó su espíritu á Dios, en medio
de muchos ángeles, que se dejaron ver de los que
estaban en su cuarto. Sucedió esta muerte preciosa el
día 6 de Diciembre, hacia el ano 327; no se sabe en qué
año de su edad. Fue enterrado en la iglesia del
monasterio en un sepulcro de mármol, y desde entonces
salió de su sepulcro un licor milagroso que curaba todo
género de enfermedades. El emperador Justiniano edificó
á honra suya una soberbia iglesia, la que Basilio reparó
con magnificencia el año 1087. Estando los turcos
saqueando toda la Licia, fue transportado este santo
cuerpo á Bari de la Pulla, en Italia, donde se conserva
con gran veneración en una iglesia de las más suntuosas,
en la que su sepulcro es cada día más glorioso, por los
innumerables milagros que se obran en él todos los días,
y por esta razón se le conoce también por San Nicolás de
Bari.
La Misa es en honor de San Nicolás, y la
oración la siguiente:
¡ Oh Dios, que honraste con innumerables milagros
al bienaventurado obispo Nicolás! Haz que, por sus
méritos y ruegos, seamos libertados de los fuegos del
Infierno. Por Nuestro Señor, etc.
La Epístola es del cap. 13 del apóstol San
Pablo a los hebreos.
Hermanos: acordaos de vuestros prelados, los cuales
os anunciaron la palabra de Dios, de los que habéis de
imitar la fe, poniendo los ojos en el fin de su vida.
Jesucristo ayer y hoy, y el mismo es por los siglos. No os
dejéis llevar de doctrinas varias y peregrinas. Porque es
cosa excelente confortar el corazón por medio de la
gracia, no por medio de aquellas comidas que nada
aprovecharon á los que practicaron su observancia.
Tenemos un altar, de que no pueden comer los que sirven
al tabernáculo. Porque los cuerpos animales, cuya sangre
es llevada por el pontífice al Sancta Sanctorum por el
pecado, son quemados fuera de poblado. Por lo cual
también Jesús, para santificar el pueblo con su sangre,
padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, á Él fuera de
poblado, llevando su improperio. Porque aquí no tenemos
ciudad estable, sino que buscamos la futura. Ofrezcamos,
pues, siempre por El á Dios hostia de alabanza, esto es,
el fruto de los labios que confiesan su nombre. Y no
queráis olvidaros de la beneficencia, ni de la comunión
de caridad, por cuanto con semejantes víctimas se gana
á Dios. Obedeced á vuestros prelados, y estad sujetos á
ellos; porque ellos velan, como quienes han de dar
cuenta de vuestras almas.
REFLEXIONES
Lo que Jesucristo era ayer, eso es también hoy y lo
que será por todos los siglos. Nuestra religión es tan
invariable como su Autor. Las mismas verdades que hubo
antes subsisten hoy y subsistirán por todos los siglos.
Jamás se envejecerán; jamás se verá que las verdades
del Evangelio pierdan un punto de su vigor y de su fuerza.
¿Eramos cuerdos cuando vivíamos según el espíritu de
Jesucristo y según las solas máximas del Cristianismo?
¿Somos cuerdos el día de hoy que hemos mudado de
dueño? El Dueño no se ha mudado; El mismo es que fue, y
lo será eternamente; la misma soberanía tiene hoy que
tuvo siempre; el mismo poder, la misma bondad, la misma
misericordia. ¿Qué es lo que nos ha podido hacer dejar
su servicio? Por ventura ¿hemos encontrado otro dueño
mejor? Este Dueño es nuestro Dios; este Dios, nuestro
Redentor, será nuestro Juez. Nos vamos acercando á su
terrible Tribunal; quizá tocamos ya el término fatal de
nuestra vida. En aquella última hora ¿nos alegraremos de
haber dejado su servicio? ¿Nos alabaremos de haber
mudado de amo cuando no nos quedará otro que El por
toda aquella espantosa eternidad, que hará tan cruel el
pesar, el arrepentimiento sin fruto y la desesperación?
El Evangelio es del cap. 25 de San Mateo.
MEDITACIÓN
Que no hay estado de donde sea más difícil
salir que del estado de tibieza.
PUNTO PRIMERO.—Considera cómo el estado de la
tibieza, no sólo es muy arriesgado por lo que mira á la
salvación, sino que lo que hay más que temer es que casi
no tiene remedio; y que, cuando un alma está en este
estado, es casi imposible que salga jamás de él. Para
salir de un estado peligroso es menester conocer que se
está en él y conocer su peligro; y esto es cabalmente lo
que el alma tibia no conoce. Por más que un pecador esté
abismado en los mayores desórdenes, no le cuesta
trabajo el conocer el peligro en que está; pero un alma
tibia jamás cree que lo es. El mismo Dios, que hace tanto
ruido para despertar al pecador, parece que calla y que
embaraza lo que podría excitar y avivar á un alma tibia.
Amonestaciones saludables, sermones capaces de
convertir al pecador más endurecido, lecciones piadosas,
accidentes adversos que hacen abrir los ojos á las
personas más depravadas, no hacen la menor impresión
en un alma tibia. Y ¿cómo es capaz que piense en el
remedio, cuando no cree temer mal alguno? La
insensibilidad va á los alcances á la ceguedad, y el
endurecimiento sucede siempre á una insensibilidad
habitual. ¿Se puede imaginar un estado más lastimoso?
La reprobación ¿dista mucho de este funesto estado?
PUNTO SEGUNDO.—Considera cómo entre todas las
enfermedades del alma no hay una, al parecer, más
incurable que la de la tibieza. Los sacramentos, las
meditaciones, las reflexiones, los ejemplos son unos
remedios excelentes para los males espirituales. Pero
¿son eficaces estos remedios en un alma tibia? Se
confiesa en este estado, se comulga como en el estado
de fervor, y tal vez con tanta frecuencia como un alma
fervorosa; pero ¿cuál es el fruto de estas confesiones y
comuniones? Se confiesa sin contrición, sin propósito
sincero de mudar de vida; casi no se sabe de qué ha de
acusarse; tan ciega está un alma tibia. Una fórmula de
confesión que dice siempre una misma cosa y produce
siempre un mismo efecto; esto es, un aumento de sopor,
una continuación de decaimiento, una infeliz desgraciada
hazañería y simulación que ahoga todos los
remordimientos que da una perniciosa y mortal
seguridad que tranquiliza al alma. Se sale del tribunal de
la penitencia con la misma disposición con que se había
entrado; se recae á las dos horas de haberse confesado
en los mismos defectos de que se había acusado.
Pero, Dios mío, ¿de qué servirá todo esto á un alma
tibia, á no ser que Vos, por un milagro de vuestra
misericordia, le hagáis conocer su infelicidad? A lo menos
haced este milagro en mi favor y no permitáis me sean
inútiles estas saludables reflexiones.
JACULATORIAS
Inflamad, Señor, mi corazón en el amor de vuestra
santa Ley, y haced que os sirva con desinterés y con
fervor.—Ps. 118.
Abrasad, Señor, mi corazón y llenadle de un santo
fervor en vuestro servicio.—Ps. 25.
PROPÓSITOS
Por más arreglada que sea tu vida, por más santo
que sea tu estado, por más exacto que seas en tus santos
ejercicios, teme la tibieza; es ésta una enfermedad
epidémica y contagiosa, y así no debes omitir cosa
alguna para preservarte de ella. Solas las almas tibias no
temen estar en la tibieza; para no caer en ella, ejercítate
con frecuencia en las prácticas siguientes: Primera:
cumple con una puntualidad escrupulosa con todos tus
ejercicios de piedad. Segunda: no te contentes con no
omitirlos jamás; ten un cuidado particular de hacerlos
siempre el mismo día y á la misma hora. Tercera: haz
cada uno de ellos cada vez como si ésta fuera la última
que los hicieras en toda tu vida. Cuarta, practica estos
avisos, con especialidad respecto de la confesión y
comunión: esta práctica es de las más excelentes. Quinta:
luego que hubieres caído en algún defecto, aunque sea el
más leve, castígate el mismo día con alguna penitencia.
Sexta: pide á Dios todos los días el fervor, y no sirvas
jamás al Señor con pereza, ociosidad y negligencia.
LAUDETUR JESUS CHRISTUS!
LAUDETUR CUM MARIA!
SEMPER LAUDENTUR!
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