¿qué
dice quién sea Yo?
¿Qué
piensa que es el Hijo del hombre?"
"Y la gente con quien tratáis sin preocupación alguna, que no se siente impresionada con vosotros como le sucede conmigo, ¿qué dice quién sea Yo? ¿Qué piensa que es el Hijo del hombre?"
"Algunos dicen que eres Jesús, esto es, el Mesías, y son los mejores quienes lo afirman. Otros dicen que eres un profeta, otros que sólo un rabí, y otros, bien lo sabes, te tienen por loco y endemoniado."
"Con todo algunos te llaman el "Hijo del hombre" como Tú mismo dices de Ti mismo."
"Otros dicen que no puede ser, porque el Hijo del hombre es una cosa muy diversa. Esto es algo que siempre se oye, porque en el fondo ellos admiten que eres más que el Hijo del hombre, que eres el Hijo de Dios. Otros, por el contrario, dicen que no eres ni siquiera el Hijo del hombre, sino un pobre cualquiera a quien Satanás incita, y aumenta su locura. Ves que los pareceres son muchos y todos diversos" dice Bartolomé.
el Hijo
del
hombre?
"Es un ser en que radican todas las virtudes más hermosas del hombre, un ser que reúne en sí todos los requisitos de inteligencia, sabiduría, belleza, que imaginamos que existieron en Adán, y algunos añaden a estos requisitos el de no morir. Sabes muy bien que anda en las bocas de muchos que Juan Bautista no ha muerto, sino sólo transportado por los ángeles y que Herodes, para no confesar su derrota, y mucho más Herodías, se cuenta que mató a un siervo, y habiéndole quitado la cabeza, hayan mostrado como cadáver del Bautista su cuerpo. ¡Tantas cosas dice la gente! Por esto muchos piensan que el Hijo del hombre sea Jeremías, o Elías, o alguno de los profetas y aun el mismo Bautista, en quien había la belleza y la sabiduría, y se llamaba el precursor del Mesías, del Ungido de Dios. El Hijo del hombre: un gran ser nacido del hombre. No pueden admitir muchos, o no quieren, que Dios haya enviado a su Hijo a la tierra. Ayer Tú mismo lo dijiste: "Creerán sólo los que están convencidos de la infinita bondad de Dios". Israel cree más en la severidad de Dios que en su bondad..." explica Bartolomé.
"Tienes razón. Se oye a muchos incapacitados que afirman que es imposible que Dios haya sido tan bueno, de haber enviado a su Verbo para salvarlos. El obstáculo que encuentran en creer esto, es su propia alma degradada" confirma Zelote. Y añade: "Tú dices ser el Hijo de Dios y del hombre. En verdad existe en ti la belleza, toda la sabiduría como hombre. Yo creo que quien hubiese nacido realmente de un Adán en gracia, se te hubiera parecido en hermosura e inteligencia y en otras cualidades. Dios resplandece en ti por su poder. Pero ¿quién de esos que se creen dioses puede creerlo, llevados de su gran soberbia? Los que son crueles, que odian, que son unos ladrones, impuros, no pueden ciertamente admitir que Dios haya llegado al extremo de su bondad de darse a Sí mismo para redimirlos, que haya entregado su amor para salvarlos, su generosidad, su pureza para sacrificarse por nosotros. No pueden admitirlo esos, que son tan duros y quisquillosos en buscar culpas y castigarlas."
Decidlo
con el corazón en la mano,
"Tú eres eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo" grita Pedro arrodillándose con los brazos abiertos en alto, hacia Jesús que lo mira con un rostro que es todo luz, y que se inclina para levantarlo para abrazarlo, diciendo:
CABEZA DE LA IGLESIA
Si Jesús hubiera arrojado contra Pedro toda clase de reproches no se hubiera sentido tan pequeño. Se oyen sus sollozos, que repercuten contra el pecho de Jesús. Un llanto que sólo será igual al de haberlo negado. Ahora es un llanto que nace de miles de sentimientos humildes y buenos... Es algo del antiguo Simón -el pescador de Betsaida que a la nueva de su hermano había respondido riéndose: "¿El Mesías se te ha aparecido?... ¿De veras?"- Algo queda del antiguo Simón que llora, bajo el peso de su fragilidad humana, pero que empieza a ser el Pedro, el Jefe de la Iglesia de Jesús.
Cuando levanta su cara, tímida, apenada, no sabe hacer otra cosa para demostrar todo lo que siente, todo a lo que se ha comprometido: echar sus brazos cortos y musculosos al cuello de Jesús, obligarlo a inclinarse para que lo bese, mezclando sus cabellos, su barba, un tanto ásperos y entrecanos, con los hermosos cabellos y barba dorados de Jesús. Lo mira con una mirada de adoración, amor, súplica, con unos ojos un tanto bovinos, resplandecientes y rojizos por las lágrimas teniendo entre sus manos callosas, largas, toscas, el rostro ascético del Maestro, cual si fuese un vaso de quien fluya un licor precioso... y bebe, bebe dulzura y gracia, seguridad y fuerzas de ese rostro, de esos ojos, de esa sonrisa...
Muchos
la intuyen.
Vosotros
la sabéis.
Por
ahora no digáis a nadie quién es el Mesías,
como
vosotros lo sabéis.
Dejad
que Dios hable en los corazones
como
habla en los vuestros.
VI. 189-194
A. M. D. G.
et Beatae Virginis Mariae!
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