MARIAM BAOUARDY
(1846 –
1878)
Existe un
antiguo texto medieval, escrito hacia el año 1250 por Santiago de Varese, que ha
sido fuente de alegría para tantas generaciones de cristianos. Titulado “Leyenda
Áurea”, se trata de una recopilación antigua de vida de santos, los laicos la
utilizaban a la manera que los sacerdotes usan el breviario para instruirse y
orar.
Los relatos
responden a las exigencias de la investigación histórica, pero no temen conceder
abundante espacio a los milagros. Todo el relato es un entretejido de prodigios,
y nuestros padres se dejaban prender gozosamente de la admiración y de la
emoción.
Con el
tiempo la hagiografía llegó a ser más “realista”, prefiriendo insistir
sobre el ambiente histórico, social, cultural en los cuales el santo había
pasado su itinerario terrestre, admirando preferiblemente los prodigios innatos
a su fe y a sus obras de caridad.
Los milagros –
cuando es necesario relevarlos- sirven para documentar, con un cierto esplendor,
la intensidad de la relación vivida por los santos con Dios. Un Dios que a veces
parece poner gozosamente su Omnipotencia misericordiosa a la disposición de sus
aspiraciones, y que de otro modo serían irrealizables.
Pero
después, han habido particularmente épocas históricas en las cuales los hombres
han atacado la fe precisamente ridiculizando el milagroso poder de Dios,
admirando en cambio sus propias obras, conquistas e invenciones, exaltándolas
como cosas maravillosas negando que Dios haga parte de nuestra vida y que Él
pueda regalarnos con sus milagros.
Entonces
parece que Dios se decidiera a mostrarnos toda su divina fantasía: los milagros
y los dones más excepcionales no solamente suceden para confortar la experiencia
de algún santo, sino que se podría decir que este santo vive precisamente para
permitir a Dios obrar prodigios, y para ser instrumento de su acción
divina.
Son santos
delante de los cuales los incrédulos enfrentados a toda evidencia y contra
decenas y centenas de testigos oculares no pueden otra cosa que negar, negar,
negar y basta, porque, aceptar aunque sea solo la posibilidad de aquello que
viene narrado desorienta toda certitud científica.
Así ocurre
en aquella segunda mitad del siglo XIX en la cual muchos falsos profetas
sostenían que “Ahora el futuro pertenece a la ciencia”.
Ernest
Renan en “El Futuro de la Ciencia” afirmaba con increíble ostentación:
“No es solamente de un razonamiento sino de todo el conjunto de las ciencias
modernas que brota esta importantísima conclusión: lo sobrenatural no
existe”.
Jules Simon
enfatizaba: “La ciencia se apoya sobre la estabilidad de las leyes
naturales. Dios no puede nada contra ellas. Si Dios existiera no se parecería a
un satélite que gira alrededor del cosmos, sin tener ninguna
influencia”.
Para los
dos y con ellos muchos otros, “La ciencia era la nueva religión” que
pretendían ofrecer a la humanidad y argumentaban sus ventajas. Basta pensar que
todas la “invenciones”, que han dado comodidad a nuestra existencia en
este último siglo, florecieron a ritmo acelerado en aquellos años: de la
bicicleta se pasa al automóvil, del tramway al avión, del teléfono a la radio,
del frigorífero al ascensor, de la bombilla a la máquina fotográfica... y así
podríamos continuar la lista por largo tiempo.
En tanto,
precisamente en esos mismos años, donde los “maestros” que habrían
erradicado la fe de pueblos enteros y de generaciones enteras (Marx, Freud,
Nietzsche) elaboraban sus ideologías materialistas y declaradamente
anticristianas.
Dios
contaba solo con la respuesta de los santos.
La
respuesta conclusiva, más desconcertante y genial, Él la dará por medio de
Teresa de Lisieux con el mensaje del “Camino de la infancia”.
Como ha escrito Jean
Guitton: “No se trata de la infancia que está al comienzo de la vida y que es
solamente la imagen de la meta”, sino aquella que indica “la sencillez
del cumplimiento...esa especie de retorno del ser maduro hacia su Fuente”.
Un retorno realizado con el más total, amoroso y conmovedor abandono en las
Manos de Dios Padre en toda circunstancia de la vida.
Pero la
respuesta de la carmelita de Lisieux – precisamente porque centrada en la
simplicidad absoluta y en la “cotidianidad” vivida en el amor, sin
manifestaciones extraordinarias – deja sin responder la cuestión de los
milagros, es decir: el derecho de Dios a mostrarnos toda la fantasía de
lo sobrenatural.
Para esta
respuesta concreta ha sido escogida otra carmelita, cuya existencia precede a
Teresa una decena de años (Cuando Mariam muere, Teresa tendría un poco más de
cinco años). Mariam Baouardy de origen árabe, pasó sus treinta y tres años de
vida entre Palestina, Egipto, Siria, Francia, India y después nuevamente en
Palestina. Siendo en efecto una oriental dotada psicológica y naturalmente para
la fantástica tarea a la cual Dios la tenía destinada. Libre de todo influjo
cultural, pues nunca aprendió a leer ni a escribir y en su Monasterio se
dedicaba solo a las duras tareas destinadas a las “hermanas
conversas”.
Y es con
ella, con quien se consideraba “Un pequeño nada”, que precisamente, Dios
decide interpelar el mundo.
Insisto en
este aspecto, porque si no se comprende esto, la narración puede parecer
demasiado extraña e increíble.
Significativamente, el título de su primera biografía, fue: “Maravillosa vida de
la Hermana María de Jesús Crucificado”.
René
Schwob, un escritor francés de origen hebreo, le dedicó un libro titulado:
“Leyenda Áurea más allá del mar”, en el cual define la vida de Mariam
como “una de las vidas más maravillosas de la historia del catolicismo”,
y hace este comentario conclusivo: “Nos sea permitido auspiciar que cuando
llegue la canonización de esta pequeña iletrada, ella llegue a ser la patrona de
los intelectuales. Pues está bien calificada para liberarlos del
orgullo”.
Otro
célebre poeta y narrador, Francis Jammes que se proclamaba siempre como
“entusiasta admirador del milagro del universo”, escribe a cerca de ella:
“Era una verdadera hija de Oriente, que cantaba las alabanzas al Creador
sirviéndose de imágenes bellas e ingenuas”. La admiró tanto, hasta el punto
de escribir al Papa pidiendo su canonización.
La misma
admiración profesaron León Bloy, J. Maritain, Julien Green: todos estuvieron de
acuerdo con la definición que diera de Mariam Baouardi su Primera Maestra de
Noviciado: “Es un milagro de la Gracia de Dios”
Estamos
pues en el 1846.
En Abellin,
un pueblecito a mitad de camino entre Haifa y Nazareth, vive una familia árabe,
de religión cristiana. Es una familia buena, de verdaderos creyentes pero
marcada por la tristeza ya que los hijos que traían al mundo no lograban
sobrevivir: eran ya doce varoncitos todos muertos a muy tierna edad.
El marido
se llama Jorge, su apellido Baouardy, lo había tomado del trabajo que realizaba:
el polvorero. Como él, muchos en el país ganaban algún sueldo preparando
pólvora en el mortero de piedra.
Su esposa
era una mujer apreciada en el pueblo por su gran bondad y su solícita
solidaridad hacia todo necesitado.
Un día los
dos cónyuges tan duramente probados se ponen en camino hacia Belén: Un
peregrinaje a pié de 170 kilómetros, para ir a orar junto a la cuna del Niño
Jesús y pedir a la Santísima Virgen la gracia de una hija. Prometiendo de darle
el nombre de María.
Y la niña
nace puntualmente nueve meses después y es bautizada y confirmada según el rito
greco-católico. Un año después, nace también un varoncito: Pablo.
Todo parece
andar sobre ruedas. Pero, he aquí que cuando Mariam no tiene todavía los tres
años, son los padres que comienzan a partir: primero muere el papá y unos días
después muere también la mamá a causa de la tristeza.
La niña
quedó con el recuerdo del gesto profético, lleno de amor, realizado por el papá
en los últimos días de su vida. Sintiéndose venir a menos, él había tomado en
brazos a su pequeña y alzándola hacia una imagen del buen san José, lo había
invocado: “Gran Santo, protege a mi pequeña. La Virgen es su
Madre, sé Tú su Padre! Vela sobre ella!”
A la muerte
de sus padres, según la costumbre oriental, los niños fueron repartidos entre
sus parientes: Pablo fue adoptado por una tía materna que habitaba en un pueblo
vecino y Mariam fue adoptada por un tío paterno, de situación acomodada quien
después de algunos años se trasladará a Alejandría en Egipto. Los dos hermanitos
no se volverán a ver nunca más.
De la
infancia de Mariam, no sabemos casi nada, solamente unos cuantos recuerdos que
ella misma nos contará más tarde, de los cuales trasparenta siempre una
particular protección celeste.
El episodio
más delicado e íntimo fue ciertamente, aquel que le sucede en una ocasión, es un
pequeño incidente doméstico. A la pequeña le habían regalado unos pajaritos en
una jaula, ella quería cuidarlos pero no era capaz de hacerlo y pretendiendo
bañarlos como se bañan a los bebés, todos los pajaritos murieron.
Mientras
los enterraba ella sintió agitarse su corazón de pesar, pero una voz
interiormente le dice: “Mira, todo pasa! Pero si tú quieres entregarme tu
corazón, yo permaneceré siempre contigo”.
Era todavía
muy pequeña, pero nunca olvidará aquella voz.
En otra
ocasión, un peregrino venerable, llegó y como de costumbre se hospedó en la
casa, y he aquí que cuando él se encuentra con la niña, mirándola lleno de una
emoción extraña implora: “Cuidad a esta Niña, os lo ruego, cuidad a esta
Niña!”
Muchos años después, cuando Mariam contará esta historia, en su infinita
humildad explicará: “Tal vez este santo hombre, presintiendo mis pecados,
sentiría preocupación por la salvación de mi alma!
En
realidad, crecía como un ángel, siendo su más grande deseo hacer la Primera
Comunión. Logró hacerla unos años antes de lo previsto porque, a fuerza de
insistir con el sacerdote había logrado arrancarle un distraído sí, al cual la
pequeña, de casi ocho años, obedece prontamente.
Cuando
Mariam alcanza la pubertad – Según lo acostumbrado estaba ya comprometida en
matrimonio con un pariente lejano, sin siquiera saberlo- le dijeron que el
momento de contraer matrimonio había llegado: Llega el novio trayendo joyas
preciosas y la familia había preparado suntuosos vestidos bordados.
Pero Mariam
no conseguía estar en paz pues aquella Voz que había sentido cuando era niña
(“Si quieres entregarme tu corazón, yo permaneceré contigo para siempre”), le
recordaba que ella había dado ya su sí y ahora que tenía trece años no podía
pronunciar otro sí.
La familia
no podía entenderla, pensaban que se trataba de un capricho pasajero de los
cuales son con frecuencia víctimas las muchachas, llamaron al sacerdote y hasta
al Obispo de la Comunidad para que le explicaran la obediencia que debía a sus
padres adoptivos tratándose de un asunto tan importante.
El día en
que el esposo se presentó para la ceremonia, y todos esperaban que Mariam
saliera de su habitación adornada con vestidos preciosos y joyas, ella se
presentó con sus largos cabellos cortados y colocados en una bandeja junto con
las joyas de oro.
La ira de
su tío fue tan grande que la joven fue enviada a la cocina junto con los
esclavos de la casa sometiéndola a su propia vejación. Y el confesor –que no
entendía nada- llegó hasta negarle la absolución y a prohibirle la
comunión.
Después de
tres meses de sufrimientos, Mariam se acordó de su hermano Pablo que se
encontraba en Palestina e intentó ponerse en contacto con él. Hizo escribir una
carta y por la tarde, a escondidas, la llevó a un siervo musulmán que había
conocido en la casa de su tío y que debía partir para Nazareth.
El criado
conocía las aventuras y los sufrimientos de la joven. Cuando ella toda afanada
llegó, la familia estaba por comenzar la cena, la esposa y la madre del musulmán
insistieron para que ella se quedara a cenar, la trataron con cortesía, le
pidieron que les contara los últimos acontecimientos. El hombre se iba
encolerizando cada vez más, decía que los cristianos no tenían corazón,
exhortaba a la muchacha a abandonar a sus correligionarios, y hasta le ofrecía
su propia casa...
En ese
entonces, el odio religioso era tan violento y pronto a encenderse por una
nonada. Mariam reacciona: “musulmana yo? Jamás! Yo soy hija de la Iglesia
católica y espero de permanecer tal a lo largo de toda mi vida”.
La
respuesta fue una patada del hombre que la hizo caer por tierra; después,
enceguecido de la ira, desenvainó su espada y le cortó la garganta. Para
desembarazarse del cadáver lo envolvieron en una sábana y lo botaron en una
oscura senda en las afueras del pueblo.
Era el 7 de
septiembre de 1858.
Lo que
sucedió después, lo sabemos sólo del recuento hecho por Mariam muchos años
después, cuando ya era una santa monja carmelita de clausura: decía que le
pareció entrar en el Paraíso donde había visto a la Virgen y a los santos y
también a sus padres, y a la Gloriosa Trinidad.
Luego, una
voz le había dicho: “Tu libro no ha sido terminado de escribir” entonces
se encontró en una gruta donde pasó varios días víctima de la fiebre, asistida
por una mujer joven, que parecía ser una religiosa y que vestía un velo celeste.
Ésta la atendía, la alimentaba y la hacía dormir prolongadamente. Alrededor de
unas cuatro semanas después, esta religiosa la había llevado a la Iglesia de los
franciscanos, dejándola allí.
Por lo
general, Mariam no decía de haber estado asistida por la Virgen María, mostraba
solo la cicatriz de una longitud de diez centímetros y un centímetro de ancho
que atravesaba su cuello.
Dieciséis
años después del hecho, un médico célebre, ateo que la visitará en Francia, en
Marsella, constatando que le faltaban algunos anillos de la tráquea, dirá:
“Un Dios debe existir, porque nadie en el mundo, sin un milagro, podría
sobrevivir después de una herida como ésta”.
Sólo
durante un éxtasis ocurrido el 7 de septiembre de 1874, se la oyó exclamar:
“Hoy estaba conmigo la Madre mía. Hoy yo le he consagrado toda mi vida... En
la noche me habían cortado el cuello y ya al día siguiente María me tenía con
Ella”
La
familia adoptiva de Mariam estaba convencida de la fuga de esta hija extraña y
desobediente y Mariam jamás volvió a buscarla.
Así, con
apenas trece años, se convierte en una pobre criada, primero en Alejandría,
después en Jerusalén y luego en Beirut. Prefería escoger familias pobres, y
terminó por cuidar una familia enferma y reducida a la miseria para la cual ella
misma tenía que mendigar.
No le
faltaron aventuras, peligros, humillaciones, pero parecía que siempre alguien la
protegía.
En 1863
aceptó la invitación a entrar en el noviciado de las hermanas de San José,
aunque si no tenía otra cosa que ofrecer que su amor por Dios y su
disponibilidad a realizar los trabajos más humildes.
Se ofrecía
con alegría para todos los trabajos pesados. “Hacer yo esto , porque yo tener
tiempo” decía en su pobre francés, mientras se esforzaba por preceder en la
fatiga a sus compañeras.
Si la
corregían, decía: “Perdón, yo muy mala. Tú orar por mí”. Tuteaba a todo
el mundo: a las hermanas, a la superiora, a los obispos y cardenales. Y ésta
será su característica personal para siempre.
La mayor
parte del tiempo lo pasaba en la cocina o en la lavandería.
Pero entre
los hornillos y la lejía a menudo se sucedían los éxtasis y las visiones. Entre
el jueves y el viernes, en sus manos y en sus pies, le aparecían estigmas
sangrantes que ella los consideraba enfermedad y escondía sus heridas con sumo
cuidado, avergonzándose de ellas.
Como en
Palestina, había conocido a los leprosos, creía de haber contraído la lepra y
decía a su superiora: “Madre, no se me acerque, de otro modo contraerá mi
enfermedad” Y ésta, delante a tanta ingenuidad y humildad le respondía:
“Esté tranquila hija mía, no es probable que yo la
contraiga!”.
El
miércoles pedía de poder prolongar su trabajo, porque debía recuperar el tiempo
que perdería “en los dos días de enfermedad”. “Madre –decía a la
superiora- quiere prestarme una hermana que me ayude a terminar el lavado,
porque el jueves y el viernes estaré enferma, y quisiera terminar
ahora?”
Pero, en
1867 – en ausencia de la Madre General que la entendía y la protegía- viene
dimitida por el Consejo del Instituto, ya que todo cuanto le sucedía turbaba
mucho a la comunidad.
La
aconsejaron de entrar en un Carmelo, pensando que la clausura la podría proteger
mejor de la curiosidad del mundo.
Llega así
al Carmelo de Pau, en los Bajos Pirineos, siendo presentada por la antigua
maestra de noviciado con la afirmación contundente: “esta arabita es un
milagro de obediencia”. Toma el nombre de Hermana María de Jesús
Crucificado.
¿El
Apóstol Pablo no había escrito ya, en efecto “que no quería saber otro que
Jesús y éste crucificado”? (1 Cor 2,2) , y bien para la hermana Mariam esto
fue una verdad que se cumplió al pie de la letra: “No sabía otra
cosa”.
Tenía
veintiún años y demostraba solamente doce, pues era tan menudita. Sabía hacer
trabajos materiales solamente: la cocina, el lavado y el cuidado del huerto eran
sus tareas habituales.
Mas sin
embargo, el resto era un tejido de cosas prodigiosas.
Los éxtasis
continuaban, pero bastaba que la maestra de noviciado la llamara “por
obediencia” y todo fenómeno extraordinario se interrumpía
inmediatamente.
De otra
parte, ella se avergonzaba y estaba convencida de ser vencida por el sueño y la
angustiaba el hecho de no poder resistir.
Algunas
veces se confesaba de no saber orar.
Decía a la
Superiora: “En la oración no tengo distracciones, pero no logro ni siquiera
concluir la oración más corta. Comienzo el Padre Nuestro y me quedo en estas
palabras sin poder continuar. Pienso: “Oh! Dios mío, Tú tan grande, tan
poderoso, Tú eres nuestro Padre! Tú que estás en el cielo, mientras que nosotros
somos pequeños gusanos, polvo y ceniza... y todavía nosotros tenemos el coraje
de ofenderte! Oh Dios mío, ten piedad de nosotros... y luego me pierdo y me
duermo”.
Y
continuaba: “Si después recito el Ave María, y comienzo a decirle a la
Virgen: “ Eres tan buena, tan buena, oh Madre mía! Tú la Madre de Dios y la
madre de los hombres! Y nosotros pobres pecadores!...” y después me pierdo y me
duermo: imposible continuar... ¿Cómo debo confesar este hecho que no logro
continuar?”
Los
estigmas recomenzaban siempre a sangrar el día en el cual se conmemoraba la
pasión del Señor, también se le había abierto una llaga sobre el costado, igual
a aquella de Cristo herido en la Cruz. Sobre la herida le colocaban paños
blancos para secarle la sangre, y sobre el paño la mancha de sangre tomaba la
forma de un corazón sobre el cual aparecía una Cruz y a veces se podía leer
también las iniciales de “Jesús Salvador”. Son reliquias que se conservan
todavía.
Sentía un
extraordinario afecto por el Papa Pio IX a quien llamaba: “Mi Padre”, y parecía
conocer, no se sabe cómo, todos los sufrimientos que aquejaban a la Iglesia en
las diversas partes del mundo, y hasta presentía algunos peligros físicos que
amenazaban a las personas que se encontraban en torno al Papa.
En 1868,
después de la oración hizo advertir tres veces al Santo Padre que la caserna más
próxima al Vaticano había sido minada. Nadie la quiso escuchar y el 23 de
octubre de ese mismo año la caserna Serristori de Borgo Vecchio explotó en pleno
día.
Desde
entonces, en Roma comenzaron a escuchar con atención los mensajes que venían de
la Novicia de Pau. Así gracias a ella se lograron evitar tres desastres, cuando
al año siguiente, durante la celebración del Concilio Vaticano I, hizo
advertir que tres edificios sacros habían sido minados.
Fue así
como el Papa y el Cardenal Secretario de Estado se interesaron en ella, Mariam
sabrá aprovechar esta situación para obtener directamente del Santo Padre el
permiso para fundar dos Monasterios en Palestina, permisos que la Curia romana
había continuamente negado.
Lo que
impresionaba en ella era el candor propio de una niña que desconoce la malicia a
lo cual se unía una generosidad sin límites, no sabía remilgarse cuando alguien
la necesitaba y la mortificación le parecía natural.
En cambio
interiormente, era probada de fuerzas disgregadoras. Decía de sentirse “un
pequeño nada”, pero Dios permitía una lucha interior que se sostenía
constantemente en ella.
El demonio
se esforzaba por todos los medios de convencerla de su pecado, de su indignidad,
de su infidelidad, de la falta de vocación, la impulsaba hacia la desesperación
y a veces la obligaba a comportamientos tan extraños a los cuales no estaba
acostumbrada; en esos momentos era reducida a la nada en el sentido más
humillante del término.
Se
desencadenaban en ella durísimas batallas que duraban meses, luchas durante las
cuales el demonio, produciéndole sufrimientos atroces, trataba de arrancarle de
la boca alguna queja contra Dios, y Mariam refutaba obstinadamente diciendo:
“Oh Jesús, lamento no sufrir suficientemente por Ti”.
Se
vieron obligados a someterla a exorcismos, durante los cuales la arabita parecía
quedar abandonada en las manos del demonio sin embargo éste no lograba jamás
superarla.
Una vez, se
oyó a Satanás gritar con sarcasmo: “Ahora, informad al cuerpo blanco para que
venga a canonizarla”.
Durante la
última y decisiva batalla, los presentes solo podían ver a Mariam, pero
escuchaban este diálogo, dado que el demonio hablaba dentro de ella con una voz
horrible y ella respondía sufriendo, pero con alegría y certeza:
Satanás
gritaba:
- Dios no
existe!
Y Mariam
rebatía:
“Pero yo
lo veo en la creación, Lo veo en los árboles que crecen...”
-Ninguna
iglesia existe!
“Pero yo
contemplo su imagen en cada fruto. Si abro el fruto, encuentro la semilla. Si
abro el Sagrario está Jesús en la Eucaristía”
El
amor no existe!
“Pero yo
contemplo la ley del amor en todos los animales... lo veo en la gallina que
protege sus pollitos bajo sus alas”.
No
era un juego, era la lucha antigua entre Dios y Satanás, que agitaba a esta hija
de Oriente (Como en otro tiempo al anciano Job) y ella, sin cultura, sencilla
como una niña respondía con su más fácil catecismo: el de la naturaleza y de los
sacramentos.
Luego,
después de la lucha, Dios la acunaba como a un bebé.
Entonces Mariam
decía: “El pensamiento que yo soy nada me hace saltar de alegría. Es tan
bello ser nada... La humildad es feliz de ser nada, no se ata a nada, nunca se
enoja, y está contenta, feliz, va por todas partes contenta, satisfecha de
todo... Bienaventurados los pequeños”.
La llamaban
espontáneamente: “La arabita”
Repetidas
veces tenía esta visión: veía una pequeña de tres años cómodamente entre los
brazos de Jesús, una niña parecida a ella, pero al mismo tiempo completamente
diferente, y Mariam decía a Jesús: “Qué contenta está esta pequeñita , Tú la
amas tanto!” Y Jesús respondía: “Sí, la amo, mira como la tengo entre mis
brazos, pero ella no lo sabe” “Ella no lo sabe” -reprendía Mariam – “Ah
si fuera yo, te aseguro que lo sabría y sería feliz” . Después le contaba a
la Maestra con un cierto tono de envidia: “ Aquélla bebé ni siquiera me
miraba. No miraba a nadie fuera de Jesús. Y Jesús la miraba
siempre!”
Era el modo
como Jesús le explicaba estas palabras del Evangelio: “Si no os hacéis como
niños”.
Entre otras
ella tenía una devoción intensa al Espíritu Santo – algo que en aquellos tiempos
era muy raro-. Utilizaba una oración propia, muy hermosa que había brotado de su
corazón durante la meditación:
“Espíritu Santo
inspiradme
Amor de Dios
consumadme
Por el buen
camino conducidme
María Madre de
Dios miradme
Con Jesús
bendecidme
De todo mal, de
toda ilusión, de todo peligro preservadme. Amén”.
Y decía que
el mundo andaba mal debido a que los cristianos se habían olvidado, desde hacía
mucho tiempo, de orar al Espíritu Santo. Aún los sacerdotes parece que lo hayan
olvidado.
El 21 de
agosto de 1870, junto con un pequeño grupo de ocho hermanas Mariam fue enviada a
la India para fundar el primer Monasterio de Carmelitas en Mangalore.
Dos monjas
murieron durante este largo viaje. Más tarde, en Calcuta, morirá también la
hermana que estaba designada para asumir el cargo de Priora.
De las tres
que restaron, Mariam era todavía novicia y obtuvo el permiso de volver a ser
“hermana conversa”, es decir destinada a los oficios más duros y pesados,
ya que ella era aun incapaz de seguir la lectura coral del breviario.
Sus
extraordinarias experiencias místicas continuaban con el mismo ritmo y con la
misma intensidad, pero no le impedían de afrontar todos los trabajos
consecuentes a una nueva fundación. Sobre todo encontrándose en una región tan
pobre.
En la cocina, cuando
la veían con el rostro radiante todo el mundo entendía que estaba, como solía
decir, “en compañía de Aquel que había creado el cielo y la
tierra”.
Durante los éxtasis
a menudo participaba en espíritu a todo cuanto acaecía en la Iglesia: Mariam se
trasladaba espiritualmente a los lugares donde comenzaban persecuciones, donde
algunos misioneros eran asesinados (En la China por ejemplo) y ella los
describía como si verdaderamente hubiese estado presente; los acontecimientos
más dolorosos encontraban perfecta correspondencia en las noticias publicadas
por los periódicos más tarde.
Pero
vinieron las incomprensiones, tanto la Superiora como el Obispo comenzaron a
dudar de esta hermana que alternaba manifestaciones extraordinarias de gracia
con momentos en los cuales parecía en efecto que el demonio la poseyera. Una
intermitencia que Dios permitía para purificarla completamente y para mantenerla
en la plena conciencia de su nada.
La acusaron
de ser una visionaria, de procurarse ella misma los estigmas, hiriéndose con un
cuchillo, de tener una muy exaltada imaginación oriental , de no ser
suficientemente transparente con la Superiora. El Obispo vino a convencerse que
verdaderamente no se trataba de una santa. Y que tal vez tan solo era una
endemoniada.
Y era
cierto que muchas veces el demonio volvía a atormentarla, casi hasta obligarla a
renegar de Dios mientras que Dios se sentía seguro del amor de su
hija.
Satanás
hasta lograba hacerla cometer faltas, aunque si es cierto solo exteriormente.
Eran faltas graves contra la Regla, propio a ella que era un prodigio de
obediencia.
A Mariam,
Jesús le advertía por anticipado: “Yo te veo y basta. No digas nada, guarda
silencio”
Le parecía
de ser sumergida en un lago circundado de serpientes, ahora la Virgen le decía:
“Yo soy tu Madre. Yo te meto en esta agua. No te muevas. Tú no me verás, pero
yo velare sobre ti”
Siempre,
cuando oyen hablar de estas posesiones diabólicas, los creyentes se sienten
confundidos debido a que aun en nuestro tiempo, se ha difundido la sospecha que
puede tratarse solo de proyecciones y de disturbios sicológicos de quien se cree
poseído.
Pero
después se descubre con horror y siempre con mayor frecuencia, que en el mundo
no faltan hombres que sirven al diablo con ritos de impresionante maldad, e
invocan la expansión de su presencia malvada y destructiva.
De lo cual podemos
entender porqué Dios alguna vez, pide a sus santos de combatir contra este poder
que busca siempre de sembrar el odio a Dios y a los hombres. A menudo estos
santos deben padecer no solo los tormentos provocados por el demonio, sino
también los sufrimientos que vienen de personas bien intencionadas quienes creen
de haber entendido todo de antemano y quieren explicarlo todo con su presunto
realismo.
Pues bien,
Mariam viene enviada de regreso a su Carmelo de origen, en Francia.
Volvió
humildemente al Monasterio de Pau; abandonándose confiadamente a los misteriosos
designios de Dios.
Reprende su
vida sencilla de conversa, hecha de tantos trabajos interrumpidos por episodios
prodigiosos.
Amaba la
naturaleza y sentía intensamente su encanto y no obstante ser iletrada, a veces
en éxtasis, componía bellísimas poesías a la manera oriental, inventando también
extrañas y dulces melodías para cantarlas.
Una mañana
muy temprano, el 28 de junio de 1873, la Priora la encontró en éxtasis, sentada
en un pequeño banco frente a una ventana abierta: “Madre – le dice la
hermana Mariam- todos duermen y nadie piensa a Dios que es tan bondadoso y
tan grande... ninguno se acuerda de Él. Mira, la naturaleza lo alaba, el cielo,
las estrellas, los árboles, la hierba, toda criatura alaba al
Señor, pero el hombre, que conoce sus beneficios y debería
alabarlo duerme! Vamos! Despertemos el Universo!
Jesús no
es conocido, Jesús no es amado!...”
Cuando sentía la
tristeza de la lejanía de Dios, la oían pronunciar oraciones parecidas a salmos
bíblicos, con el mismo ritmo y con similar belleza, pero eran compuestos por
ella, ella que no sabía ni leer ni escribir.
He aquí algunos
versos de un largo “salmo penitencial” compuesto por ella de un solo
trazo:
“Señor, mi tierra es árida y está quemada,
Báñame
con tu escarcha.
Mi carne
va en corrupción
Y mis
pies no pueden sostenerme
Y mis
manos ya no pueden moverse.
Mis
nervios paralizados
Mis
huesos disecados
Y la
médula de mis huesos es como humo contaminado..”
Y he aquí un salmo
de contemplación:
¿Con
qué puedo compararme, Señor?
con los
pajaritos implumes en su nido,
si el padre
y la madre no les dan su alimento
mueren de
hambre
Así mi
alma, Señor
sin Ti
no tengo
apoyo
no puedo
vivir.
¿Con
qué me compararé, Señor?
Con un
pequeño grano de trigo, sepultado en tierra.
si el rocío
no lo diseta
y el sol no
lo calienta
el grano se
marchita y muere.
Pero si Tú
lo regalas
con la
dulzura del rocío
y el calor
de tu Sol
de la
pequeña semilla
plena de
linfa y de vigor
brotarán
raíces
y germinará
un tallo
fuerte en
frutos abundante.
¿Con
qué me compararé, Señor?
Con una
rosa cortada
que al
instante en la mano se marchita
y pierde su
aroma.
Pero unida
a su tallo
permanece
fresca y brillante
intacta en
su aroma.
Guárdame en
Ti, Señor,
y
comunícame tu Vida!
¿Con qué te compararé, Señor?
Con la
paloma que proporciona alimento a sus pequeños,
con una
tierna madre
que
alimenta a su criatura.”
Expertos
letrados han afirmado que Mariam parece convertirse en sus poesías “en un
deslumbrante malabarista de imágenes”.
Tenía una
vida que por todas partes desbordaba fenómenos extraordinarios, y sin embargo,
ella recomendaba a todo el mundo: “Dios nos libre de semejantes estados
extraordinarios, la fé nos basta; en la fe no existe el orgullo. Valoro tanto la
gracia de ser pobre e ignorante, porque ésta me hace comprender la bondad, la
misericordia de Dios, Quien, siendo grande, quiere ocuparse de mí. Me parece que
si me encontrara en un estado extraordinario no quisiera permanecer ni tres
meses en la misma ciudad, recorrería todo el mundo con tal de no ser
conocida”.
A un Obispo
que mostraba su curiosidad por los fenómenos extraordinarios, le
dice:
“Monseñor, Jesús me encarga de decirte: no te quedes en lo
extraordinario”
Si
vienen a decirte: La Santa Virgen se aparece aquí o allá, o en aquel lugar hay
un alma extraordinaria... no vayas... no vale la pena...
El Señor
te dice: Arráigate en la fe, en la Iglesia, en el Evangelio, pero si vas a
consultar esto y lo otro apoyándote en lo extraordinario, tu fe se
debilitará.
Yo te digo de
parte del Señor: Si te atienes a la Fe, al Evangelio, Él será
siempre contigo y no te abandonará jamás...”
De su
parte, Mariam nunca habló de éxtasis y de visiones, hablaba de sueños y de
signos, y se acusaba de ellos como si se trataran de una culpa.
Luchaba
contra sus éxtasis, y decía con sencillez: “Jesús me tira de una parte y yo
tiro de la otra para no dejarme vencer por el sueño”
Los éxtasis se
sucedían mientras lavaba los platos o mientras comía o durante la recreación, o
mientras lavaba la ropa: “A veces se observaba –cuenta una hermana-
cómo la lencería que ella lavaba, ante nuestros ojos, se volvía
blanquísima entre sus manos”
Ahora nos
vamos a encontrar ante hechos tan maravillosos que no pueden ser
explicados de ninguna manera sino que nos revelan la Voluntad de Dios que quiere
divertirse de nuestra incredulidad, de la pretensión humana que a veces busca
decir a Dios lo que puede hacer y lo que no puede hacer, esto es posible y
aquello no lo es.
El 22 de
junio de 1873 las hermanas echan de menos la presencia de Mariam durante la
cena.
La buscan:
En la celda no está, ni en los claustros ni en el jardín.
La escuchan
cantar una alabanza de amor a Dios y su voz viene de lo alto. Alzan sus ojos y
la encuentran sobre la copa de un gigantesco tilo, de una altura de unos 15
metros, sobre las más altas ramas, tan frágiles que no hubieran sido capaces de
sostener ningún peso. La priora le ordena por obediencia de descender, y ella
baja lentamente, sin hacerse daño, con sencillez y grande modestia apoyando
simplemente los pies de ramo en ramo y continuando su canto.
La
ascensión se repite ante los ojos de varios testigos, el 9, el 19, el 25, el 27,
el 31 de julio y el 3 de agosto de 1873; no se trata de fábulas transmitidas
desde tiempos antiguos, son declaraciones juradas de testigos oculares, en una
época en la cual imperan el positivismo y el cienticismo.
Cuando la
Priora la interrogaba, ella respondía que Jesús le tendía las manos y ella debía
subir. En efecto, el fenómeno se sucedía así: Ella tocaba con una mano las
hojitas al borde del tilo, esas débiles ramas que habrían cedido al peso de un
pajarito y, rápidamente ella se elevaba en alto, casi deslizándose sobre la
superficie del árbol.
Solamente
una vez, sucedió que cuando la priora le ordenó de bajar, ella se demoró un poco
sobre una rama, casi disgustada de tenerse que alejar – y en ese mismo instante
ella debió comenzar a descender con sus propias fuerzas y con bastante miedo y
precaución, mientras decía suspirando: “Se ha ido. Me deja descender
sola”
Algunas veces el fenómeno duraba alrededor de unas cuatro horas. Cuando
terminaba el éxtasis ella no recordaba nada. Se despertaba al pie del tilo. A
veces, sus sandalias o el largo rosario que portaba a la cintura, se quedaban
colgando, enredados en las ramas más altas (como un signo visible para todos de
cuanto había sucedido) y ella luego se inquietaba de no encontrarlos. Le parecía
extraño que le hicieran encontrar al pie del tilo un par de sandalias nuevas
pero por obediencia, todas las hermana guardaban silencio, ella nunca supo que
estas ascensiones sucedían cuando Jesús la hacia soñar.
Parecía vivir en un mundo de fábula.
Al mismo tiempo y poco a poco comenzó a nacer en su corazón el deseo de
fundar un Monasterio en Belén, exactamente en el lugar donde Jesús había nacido,
y donde sus padres habían pedido la gracia de su nacimiento.
Las dificultades parecían insuperables, ya sea por las dudas del
Patriarca de Jerusalén como por la decidida oposición de la Congregación de
Propaganda FIDE, no obstante Mariam contaba precisamente con la amistad
del Pontífice. De tal manera que el viaje de las monjas hacia la Tierra Santa
viene directamente autorizado por el mismo Papa Pio IX.
En 1875 Mariam parte para Belén donde llega acompañada de 8 hermanas.
Ella se improvisa como arquitecto, y maestro de obra en la construcción del
monasterio: Escoge el sitio, compra el terreno, traza los planos del edificio,
dirige a los obreros y trata con los proveedores. De otra parte era la única que
conocía la lengua del lugar. Pero sin duda alguna contaba con un Guía interior
que la inspiraba.
En noviembre de 1876 el edificio ya terminado fue inaugurado y
comenzó la vida monástica sobre la Colina de David.
Las pruebas, tanto celestes como aquellas infligidas por Satanás,
continuaban. Su Padre espiritual decía que Mariam sufría: “la enfermedad del
cielo”.
A
veces, el demonio la probaba provocándole las más atroces dudas de fe, y ella
parecía desbaratarse del dolor.
Confesaba en 1876: “Yo decía: No veré más al Señor, jamás, jamás. No
puedo resignarme. Es un tormento que me quema los huesos...entonces me levanto a
la madrugada. Comienzo a hacer sola la blanquería (de todo el Monasterio). No sé
que hubiera podido hacer con mi cuerpo: Habría transportado las montañas, habría
sacado toda el agua de la cisterna, habría lavado toda la casa de arriba a
abajo, sin darme cuenta, tan inmenso era mi tormento al pensar que no vería
nunca a Dios”.
“He aquí
quien me ha consolado: teníamos un perro guardián, un día cometió una
falta y yo lo regañé, él agachaba solo un poco la cabeza. Luego
cuando me dirigí al refectorio, el perro me siguió, lo rechacé pero él volvió,
lo rechacé de nuevo, entonces se sentó junto a la puerta y me esperó de tal
manera que, logró enternecerme. Entonces yo le di un pedazo de pan.
Inmediatamente pensé en la bondad de Dios hacia el alma que vuelve
insistentemente a Él como el perro regresaba a mí”.
“Y sentí
que a Dios le es todavía más difícil no tener compasión de nosotros. Mi corazón
se deshizo y las penas desaparecieron. Quedé como en agonía pero todo había
pasado”.
La Maestra
de Novicias del Monasterio de Belén, decía que a veces ella pensaba que Mariam
era “La víctima de la humanidad”, casi parecía que Dios le pidiera de
espiar los pecados del mundo entero al ejemplo de Jesús.
“Nosotros no podemos hacernos la idea de cuanto sufre a causa de ciertas
impresiones sobrenaturales que la aferran y la inundan tanto a nivel de su
cuerpo como de su alma pero sobre todo a nivel de su alma, sumergiéndola en un
mar de amargura. Ella sufre con el dolor de cada nación, de todo individuo, y
aun todavía se deja conmover por el dolor de las bestias que sufren y que
sufrirán. En un cierto sentido podríamos decir que ella se compadece de la
tierra demasiado árida o demasiado bañada, de los árboles y de las plantas que
experimentan de algún modo el castigo de la justicia divina”
Lo
que en ciertos poetas es sensibilidad hacia el llanto y el sufrimiento de la
naturaleza, en ella se convertía en verdadero sufrimiento de expiación que
alcanzaba al mundo vegetal, animal y hasta a la misma materia.
Sufría
increíblemente cuando presentía que estaban por estallar guerras, carestías,
estragos. A veces su sufrimiento era provocado por el rechazo que muchos hombres
experimentan hacia Dios y por las bestemias que dicen.
Mariam a
sus treinta y tres años se sentía siempre más “perseguida por el Amor”,
como solía decir.
Como
de costumbre vivía cargándose con los trabajos más pesados y comenzaba a
proyectar la fundación de otro Monasterio en Nazareth.
Obtuvo, con
nuevas fatigas, los permisos necesarios y se puso en viaje para explorar la
posibilidad de construir.
Fue durante
este viaje que dio otra y muy extraña prueba de sus dones particulares con los
cuales había sido enriquecida.
Era el mes
de abril de 1878. La caravana avanzaba hacia Nazareth, y había llegado a los
predios de Latroun-Amwas. Cuando el carro hace un alto para el cambio de
caballos, la arabita comienza a correr rápidamente se hace camino entre las
hierbas y las espinas, y llega a un claro donde asoman algunos escombros. La
oyen exclamar: “Aquí es, éste es el lugar donde mi Señor
comió con sus discípulos!”. En resumidas cuentas, afirmaba que
exactamente en ese lugar se realizó el encuentro de Emaús. En ese tiempo los
arqueólogos habían identificado en otro lugar el pueblo del cual habla el
Evangelio.
Hablan los
hechos: Una amiga de Mariam compró el terreno, creyendo en su palabra. Casi 50
años después, en 1924-25, los arqueólogos Dominicanos comenzaron las
excavaciones en el lugar indicado por la Arabita, y descubrieron los restos de
dos basílicas bizantinas y una sucesiva basílica cruzada obligando a los
estudiosos a reconsiderar sus conclusiones sobre Emaús: Mariam tenía la
razón!
Pero su
sueño de construir un Monasterio en Nazareth, no lo podrá realizar ella
misma.
Se sentía
siempre más atraída por Dios. Oraba: “No puedo seguir viviendo, no puedo
seguir viviendo, llámame a Ti”
El
22 de agosto arrastraba por un escarpado sendero del huerto 2 baldes de agua
para dar de tomar a los albañiles encargados del mantenimiento del monasterio.
Cayó tres veces consecutivas, la última sobre una caja de geranios florecidos, y
se rompió en varias partes el brazo entre la muñeca y el codo.
Al día
siguiente se había propagado la gangrena.
Decía: “
Estoy en el camino hacia el cielo. Estoy por irme a Jesús”
Sufrió todo
el día. A las cinco de la mañana siguiente se sofocaba. Viene llamada la
Comunidad. Le sugirieron como última oración: “Jesús mío, misericordia”
Dice: “Sí misericordia” y muere besando el Crucifijo.
En 1983 fue
proclamada Beata, año en el cual se celebró el Jubileo de la redención. He aquí
las palabras pronunciadas por Juan Pablo II: “El amor de la hermana
María de Jesús Crucificado era fuerte como la muerte. Las más duras pruebas no
pudieron apagar este amor. Más bien lo purificaron y fortalecieron. Ella lo ha
dado todo por este amor.” Y el Pontífice hacía notar que la nueva beata
pertenecía a los tres pueblos de Oriente, que todavía se baten en guerra en la
Tierra de Jesús, y que por ende necesitan tanto la paz.
En Abellin, hoy la
veneran los cristianos y los musulmanes, para todos, ella es la “Kedise”,
la Santa; y muchos devotos recuentan, a la antigua manera bíblica, los milagros
obtenidos por ella.
También
para los occidentales Mariam tiene mucho que decir.
Julien
Green nos ha dejado en su Diario esta significativa nota: “ En una obra que
me han prestado he leído la historia de una joven Palestina que siente compasión
fino al dolor por los pajaritos que ella sin querer había matado, metiéndoles en
el agua para bañarlos. Es cristiana. Siente una Voz que le dice: “Todo pasa así.
Quieres que me quede contigo para siempre? Quieres darme tu corazón?” Esta voz,
la condujo al Carmelo.
Cuantos
de nosotros hemos oído esta voz y no la hemos escuchado: hay para colmar de
tristeza una vida entera. Leo con avidez la historia de esta predestinada”
(Diario 1928 -1958, Pág. 1074-75)
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