Rodeado de mil peligros, el joven misionero intensificó su devoción a Nuestra Señora. Y prometió escribir en verso la vida de la Madre de Dios, si Ella lo conservaba en su pureza.

 

El origen del Poema a la Virgen está vinculado a uno de los heroicos episodios de la Historia de la nación brasileña, en el cual traslucen reunidos el espíritu de fe, la confianza en la Providencia, la fortaleza de alma y el fino tacto diplomático de San José de Anchieta, admirable hombre de Dios.

Arriesgada embajada junto a los tamoios

Desde los primeros años de la fundación de Piratininga en la capitanía de San Vicente, venían los indios tamoios hostilizando las poblaciones portuguesas, confederadas con los tupís de la región del sertón. El ataque se volvió casi incesante en 1559, cuando los tamoios se aliaron a los franceses establecidos en Río de Janeiro. Vencidos por Mem de Sá en 1560, instigaron a los aborígenes a una insurrección general, que amenazaba con arrasar completamente la colonización portuguesa en la región y, con ella, la fe católica.

El P. Manuel da Nóbrega y el Hno. José de Anchieta1, partiendo como embajadores de paz en mayo de 1563, llegaron a las playas de Iperoig, actual Ubatuba. Allí pasaron meses de continua incertidumbre entre la vida y la muerte, en medio de los tamoios, sin conseguir promover ningún acuerdo. En ese ínterin el P. Nóbrega fue llamado a San Vicente, donde su presencia se hacía muy necesaria.

Por más que le costara ver a su venerable superior marchar en tal coyuntura, Anchieta prefirió el bien común al suyo particular, ofreciéndose de buen grado a quedar entre los enemigos, hasta que Dios quisiera ablandarles el corazón y hacer con que llegaran a una conciliación.

Una promesa a la Virgen Santísima

Solo, en medio de una gente perversa, el Hno. Anchieta vivió todo ese tiempo como un lirio entre espinas. La convivencia con los nativos —que para cualquier otra persona habría sido funesta— le sirvió para robustecer y dar nuevo brillo a su virtud.

Para un joven en la flor de la edad, bastante espinoso era estar rodeado de mil y una ocasiones de pecado, incontables peligros y escándalos de todo tipo; y, además, privado de los sacramentos, sin un buen libro para leer ni un director espiritual que lo sustentara. Redobló, pues, la vigilancia sobre sí mismo, sofocando prontamente el menor movimiento de la naturaleza que pudiera debilitar la virtud.

Intensificó su devoción a Nuestra Señora, confiándole de modo especial la guarda de su corazón y su pureza. Y prometió escribir la vida de la Madre de Dios en verso, si Ella lo ayudaba a salir de la situación en que se encontraba, sin ninguna mancha que obscureciera el albo lirio de la castidad.

Impreso en la arena y en la memoria

Cuando se sentía agotado por el cansancio, el joven jesuita descansaba paseando por la playa, y allí se ponía a cumplir su promesa, componiendo en la arena, en versos latinos, la vida de la Santísima Virgen.

Quien lee las conmovedoras alegorías, símbolos y figuras extraídas de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, de los que está lleno el poema, no sabe qué admirar más: la piadosa unción del autor o su genio, erudición y doctrina, que así dejó consignados para alabanza de la Reina del universo y edificación en la fe de las generaciones futuras.

Lo mucho que tal composición fue agradable a los Cielos, bien se deduce de las narraciones de testigos oculares que afirman haber visto muchas veces un hermoso pajarito, de lindo y variado color, revoloteando alrededor de Anchieta mientras hacía su poema, y posarse ora en sus hombros, ora en su cabeza, ora en sus manos.2

Por su parte, la Virgen fue fiel al compromiso, guardándole intacta la pureza de alma y la propia vida, incluso cuando en la soleada playa los terribles caníbales hacían sonar a los oídos del misionero la frase amenazadora: «Hártate de ver el sol, porque en breve te mataremos y te comeremos». A lo que respondía con dulzura: «No me matareis; aún no ha llegado mi hora».3

Conversión conquistada por la dulzura

San José de Anchieta, por Benedito Calixto – Museo Paulista de la USP São Paulo (Brasil)

Ese era el comportamiento del santo durante los tres meses que permaneció solo entre los salvajes. La suavidad del trato y la rectitud de sus costumbres inmaculadas acabaron por conquistar sus corazones, de tal manera que, finalmente, se pudo establecer la paz, tan satisfactoria para ambas partes.

Después de dar gracias a Dios públicamente por tan señalado beneficio, se dispuso a partir hacia San Vicente, lo cual mucho le costó, pues no podía olvidarse de los favores que allí había recibido de la Providencia. Como San Juan en la isla de Patmos, amaba aquel lugar que, de tierra de exilio, se convirtió en patria querida. Veía, además, que los pueblos nativos eran fáciles de civilizar, bastando para ello habilidad y verdadero espíritu apostólico. Le dilaceraba el corazón dejar una región donde tanto bien quedaba por hacer.

Por otra parte, los propios indios se oponían a que los dejara, pues habiendo cambiado de actitud, parecían tenerle un entrañado amor. Ya no podrían soportar la ausencia del hombre de Dios que tanto los había asistido, consolado y socorrido en sus aflicciones. Heroica fue su marcha, pero la santa obediencia lo llamaba y él no lo dudó.4

Por fin, el 21 de septiembre de 1563, después de casi cinco meses alejado, entraba Anchieta en San Vicente para abrir el tesoro precioso de su memoria y dar al mundo las perlas de inestimable valor del poema de casi 6000 versos que había labrado en las arenas de Iperoig.

El poema

A modo de muestra, presentamos algunos extractos del célebre Poema a la Virgen. A continuación, sigue el ofrecimiento, cuya clave sublime recorre de principio a fin la pieza literaria:

«¿Cantar o callar? / Madre Santísima de Jesús, tus alabanzas / ¿las he de cantar o las he callar? / La mente alborotada / se siente impelida por el aguijón del amor / a ofrecer a su Reina unos versos…

«Pero recela con la lengua impura / ensalzar tus glorias: / numerosas culpas la llenan de manchas. / ¿Cómo osará mundana lengua enaltecer / a la que encerró en su seno al Omnipotente?».5

Siglos antes de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción y teniendo como testigos solamente a los ángeles y las inquietantes miradas de feroces indios, así se expresaba el cantor de la Inmaculada, en las arenas de la Tierra de Santa Cruz:

«Concebida en su seno materno, como todos nosotros, / sólo tú, oh Virgen, fuiste libre del desdoro / que mancha a todos los otros / y aplastas con el calcañar / la cabeza del enroscado dragón, / reteniendo sobre la planta su frente humillada. / Toda bella de blancura y luz, / no hubo sombra en ti, dulce amiga de Dios».6

Y tomado de celo por la ortodoxia, contra la insolencia de la herejía calvinista que atacó la virginidad perpetua de la Reina celestial, proclama:

«Como no puede ver los rayos de la luz divina, / donde fluye el brillo de tu cuerpo y de tu alma, / te roba la honra de la perpetua virginidad […]. / Con negro corazón roído por la lepra, / te lanza flechas envenenadas en hiel de víbora. / Monstruo, ¿por qué te hinchas, / con la envidia de la antigua serpiente? / ¿Por qué roes con locos dientes / la belleza de la Virgen Madre? […] / ¿Osaste, venenosa cobra, / tocar, con esa maldita lengua tuya, / el lecho albísimo del eterno Dios?».7

Con una breve dedicatoria termina el poema en un grito de amor a la Virgen, en el deseo ardiente del martirio y en nobilísimo sentimiento de humildad:

«He aquí los versos que otrora, oh Madre Santísima, / te prometí en voto, / al verme rodeado de fieros enemigos. / Mientras, entre los tamoios conjurados, / pobre rehén, trataba las suspiradas paces, / tu gracia me acogió / en tu materno manto / y tu velo me veló intactos cuerpo y alma. / La inspiración del Cielo, / muchas veces deseé penar / y cruelmente expirar en duros hierros. / Pero sufrieron merecida repulsa mis deseos: / sólo a héroes / le compete tanta gloria».8

Evangelio en las selvas, por Benedito Calixto Pinacoteca del Estado de São Paulo

Flor sembrada en todo Brasil

Enalteciendo las virtudes del Apóstol de Brasil, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira afirmaba solemnemente en la Asamblea Nacional Constituyente de 1934:

«En Anchieta, vas electionis,9 había brotado una flor de virtud y esta flor la sembró en todo Brasil: es la mansedumbre suave, ligada a la energía serena, pero inexorable, que es el eje de nuestra alma».10

Pidamos con confianza que, a ruegos de este incomparable héroe de la fe, la Señora de la Concepción Aparecida, patrona de Brasil, nos obtenga, en la actual encrucijada histórica por la que pasa nuestra nación, gracias extraordinarias para que nuestro país sea, de hecho, la Tierra de Santa Cruz con la cual soñaron sus fundadores, cuyo futuro grandioso fue profetizado por San José de Anchieta en la epopeya La gesta de Mem de Sá: «Cuando los pueblos brasileños observen la doctrina de Cristo, se instaurará para siempre en este mundo austral la edad de oro».11 

Himno de amor a la Divina Llaga

En su Poema a la Virgen, San José de Anchieta dedica unos versos al Sagrado Corazón de Jesús, herido de amor por la salvación de los hombres. Precedía así a Santa Margarita María Alacoque, que en el siglo siguiente recibiría del propio Salvador la misión de difundir esa devoción por el mundo.

¡Oh llaga sagrada, no fue el hierro de una lanza la que te abrió, sino el apasionado amor que a nuestro amor tenía Jesús fue la que te abrió!

¡Oh caudal que burbujeó en el seno del Paraíso, de tus aguas se empapa y fertiliza la tierra!

Sagrado Corazón de Jesús – Casa de Formación Thabor, Caieiras (Brasil)

¡Oh camino real, puerta clavada del Cielo, torre de refugio, abrigo de la esperanza!

¡Oh rosa que exhala el perfume divino de la virtud! ¡Piedra preciosa con que el pobre compra un trono en el Cielo!

Nido en que las cándidas palomas depositan sus huevos, en el que la tórtola casta alimenta a sus crías.

¡Oh llaga roja, que reverberas de inmensa hermosura y hieres de amor los corazones amigos!

¡Oh herida que abriste con la lanza del amor, a través del pecho divino, un amplio camino para el Corazón de Cristo!

¡Prueba de inaudito amor con el que Él a sí nos estrechó: puerto al que se acoge la barca en la procela!

¡A ti recurren los perseguidos del enemigo fiero, medicina preparada contra toda enfermedad!

En ti va a sorber consolación el triste y arrancar del pecho oprimido la carga de la tristeza.

No será frustrada la esperanza del pobre reo que, deponiendo el temor, entra en los palacios del Paraíso, por tu vía.

¡Oh morada de la paz! ¡Oh filón perenne de agua viva que brota para la vida eterna!

Sólo en ti, oh Madre, fue rasgada esta herida, sólo tú la sufres, solamente tú la puedes franquear.

Déjame entrar en el pecho abierto por el hierro e ir a morar en el Corazón de mi Señor; por ese camino llegaré hasta las entrañas de ese amor piadoso; ahí haré mi descanso, mi eterna morada.

Ahí hundiré mis delitos en el río de su sangre, y lavaré las torpezas de mi alma, en esa agua cristalina. ¡En esa morada, en ese remanso, el resto de mis días, cuán suave será vivir, ahí, por fin, morir!12

 

Notas

1 San José de Anchieta fue ordenado sacerdote tres años después, el 6 de junio de 1566, en la catedral de Salvador.
2 Cf. SAINTE-FOY, Charles. Vida do Venerável Pe. José de Anchieta. São Paulo: Jorge Seckler, 1878, pp. 43-47.
3 VIEIRA, Celso. Anchieta. 3.ª ed. São Paulo: Companhia Editorial Nacional, 1949, p. 210.
4 Cf. SAINTE-FOY, op. cit., pp. 47-48.
5 SAN JOSÉ DE ANCHIETA. Sobre a Virgem Maria Mãe de Deus. 5.ª ed. São Paulo: Paulinas, 1996, p. 57.
6 Ídem, p. 59.
7 Ídem, pp. 140-141.
8 Ídem, p. 340.
9 Del latín: vaso de elección (cf. Hch 9, 15).
10 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. 98.ª Sesión, 19 de marzo de 1934. In: Opera Omnia. Reedição de escritos, pronunciamentos e obras. São Paulo: Retornarei, 2009, v. II, p. 63.
11 SAN JOSÉ DE ANCHIETA. De gestis Mendi de Saa, apud VIOTTI, SJ, Hélio Abranches. Anchieta, o Apóstolo do Brasil. 2.ed. São Paulo: Loyola, 1980, p. 237.
12 SAN JOSÉ DE ANCHIETA, Sobre a Virgem Maria Mãe de Deus, op. cit., pp. 278-279.