venerdì 1 giugno 2012

San Vicente Ferrer: TRATADO DE LA VIDA ESPIRITUAL


TRATADO DE LA VIDA ESPIRITUAL
de san Vicente Ferrer


Prólogo


En este tratado pondré solamente documentos saludables, sacados de las
sentencias de los doctores. No aduciré testimonio alguno de la Sagrada Escritura o de algún doctor para probar lo que diga o para persuadirlo, ya porque intento la brevedad, ya porque dirijo 1 mi palabra exclusivamente a quien desea cumplir con gran afecto lo que entiende debe cumplirse según Dios. Por eso tampoco pruebo lo que digo, pues
intento instruir al humilde, no discutir con arrogantes ni servir a las controversias.


Quienquiera, pues, que desee ser útil a las almas de sus prójimos2 y edificarlos con palabras, procure primero tener en si mismo lo que ha de enseñar a los demás3, pues de lo contrario aprovechará poco. Porque su palabra será ineficaz si antes los hombres no descubren en él lo que enseña, y aun cosas mayores.




De la pobreza


Conviene, primeramente, que desprecie todo lo terreno y lo repute como
estiércol4, sirviéndose de ello estrictamente para la necesidad. Esta necesidad ha de reducirla a pocas cosas, aun sufriendo alguna incomodidad por amor de la pobreza, como alguien dijo: "Sé que no es laudable ser pobre, sino en la pobreza amar la pobreza, y aguantar con gozo y alegría la escasez de la misma, por Cristo. Pero, ¡qué pena!,
muchos se glorían solo del nombre de la pobreza. Pero ¿en qué sentido? Con tal que nada les falte. Se llaman amigos de la señora pobreza, pero huyen, en cuanto pueden, de los amigos y compañeros de la pobreza, esto es, del hambre, el frío, la sed, el desprecio y la abyección"5. No fue así nuestro beatísimo Padre Domingo, ni tampoco Aquel que
siendo rico, se hizo pobre por nosotros6, ni todos los Apóstoles que, como sabes, nos enseñaron con la palabra y con el ejemplo.


Nada pidas a otro, a no ser por necesidad, ni condesciendas con quien
quiera darte algo, aunque sea con muchos ruegos, incluso con el pretexto de que lo repartas a los pobres. Porque, créeme, en esto el donante y todos los que lo sepan se edificarán mucho, y por ello los podrás inducir más fácilmente al menosprecio del mundo e inclinarlos al socorro de otros pobres.


Entiendo por necesidad para ti un alimento frugal y un vestido vil, así
como el calzado, según la necesidad del momento presente. No llamo necesidad la carencia de libros, bajo cuyo velo frecuentemente se cubre una gran avaricia. En la Orden se encuentran bastantes libros comunes y acomodados.


1 Cf. VENTURINI DE BERGAMO, Tractatus et epistolae spirituales, 5. p. 94.
2 Cf. Constitutiones primaevae O. P. Prol.; es una idea que repite continuamente San Vicente.
3 Muy probablemente inspirado en Hch. 1,1.
4 Cf. Flp., 3,8.
5 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 71; cf. VENTURINI DE BERGAMO, Tractatus et
epistolae spirituales, 5. p. 98.
6 2 Cor., 8, 9.




2
Y quien quiera conocer claramente el efecto de lo antedicho, procure antes que nada cumplirlo con corazón humilde; de lo contrario, si quisiera contradecir con hinchado corazón, quedará fuera. Porque a los humildes Cristo, Maestro  de humildad, les manifiesta la verdad, que permanece oculta a los soberbios7.




Del silencio


Echado, pues, el fundamento estable de la pobreza por el arquitecto
Cristo, que, estando en la cumbre del monte, dijo: Bienaventurados los pobres de
espíritu, etc.8, prepárese virilmente a refrenar la lengua, para que la lengua, que debe
hablar cosas útiles, se abstenga por completo de cosas ociosas e inútiles. Y para mejor
restringirla, apenas hable si no es interrogado. Digo, interrogado sobre cosa necesaria y
útil. Pues una pregunta inútil debe contestarse con el silencio.
Sin embargo, si alguien le dice palabras jocosas o de broma, para parecer
molesto a los demás, podrá mostrar una cierta hilaridad y benignidad en el rostro, pero
en ningún caso hablar, aun cuando los circunstantes, cualesquiera que sean, parece que
murmuran o que se entristecen por ello, o que profieren palabras detractoras, tachándolo
de singular, de supersticioso o serio. Debe, más bien, orar por ellos más atentamente,
para que Dios quite de sus corazones toda turbación.
No obstante, podrá hablar alguna vez, si se presenta una necesidad o por
caridad hacia el prójimo, o urgido por la obediencia. Pero entonces hágalo muy
premeditadamente y con pocas palabras, con voz humilde y baja. Lo mismo debe hacer
también cuando tiene que responder a alguien sobre cualquier cosa. "Calle algún tiempo
para edificación del prójimo, para que, callando, aprenda cómo tiene que hablar
útilmente cuando llegue el momento. Pero rogando a Dios que supla por él mismo,
inspirando interiormente en el corazón de sus prójimos aquello sobre lo que de
momento ha callado, mientras domaba la lengua por el silencio"9.




De la pureza de corazón y mortificación de pasiones y sentidos


Extirpadas, pues, por la pobreza voluntaria y el silencio, muchas preocupaciones
que sofocan las semillas de las virtudes, sembradas con mucha frecuencia en el campo
del corazón por inspiración divina, y que impiden su desarrollo, te queda por trabajar
algo más en el cuidado de aquellas virtudes que te llevarán a una pureza de corazón por
la cual los ojos interiores, según la palabra del Salvador10, se abren a la contemplación
divina, por la que tendrás descanso y paz para que Aquel que tiene su morada en la
paz11, se digne habitar también en ti.
No entiendas que hablo ahora de aquella pureza que limpia al hombre solo de la inmundicia de pensamientos lascivos, sino que hablo, más bien, de aquella limpieza y pureza de corazón que aleja del hombre, en la medida de lo posible en esta vida, todos


7 Cf. Mt., 11, 25-29.
8 Mt., 5, 3.
9 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 58.
10 Cf. Mt., 5, 8.
11 Sal., 75, 3.




3
los pensamientos inútiles, de forma que al hombre no le guste pensar otra cosa sino de Dios o para Dios.




Mortificación de la propia voluntad


Para alcanzar esta pureza celestial, por así decirlo, es más, divina, pues quien se
llega a Dios se hace un mismo espíritu con El12, son necesarias estas cosas:
Antes que nada, trabaja con todas tus fuerzas en negarte a ti mismo, según el
precepto del Salvador13. Y esto entiéndelo así: que mortifiques y conculques en todo tu
voluntad y la contradigas en todo, abrazando con benignidad la voluntad de los demás,
siempre que sea lícita y honesta.
Por norma general, en cualquier cosa temporal por la que se sirve a las
necesidades corporales, no sigas nunca tu propia voluntad, cuando vieras que es
contraria a la de otro, aunque parezca desorbitada según el juicio de la razón. Debes,
pues, sufrir con gusto cualquier incomodidad para conservar la tranquilidad interior, que
se altera por semejantes contradicciones, cuando el hombre, por aferrarse a su juicio y
queriendo cumplir su voluntad, disputa con los demás con palabras o pensamientos.
Y no solo en las cosas temporales, sino también en las espirituales u ordenadas a
lo espiritual, cumple más bien la voluntad de otro que la tuya mientras sea buena,
aunque la tuya parezca más perfecta, porque, altercando con los demás, tendrás mayor
detrimento en la disminución de la humildad, de la tranquilidad y de la paz, ante el
provecho que puede provenirte en cualquier ejercicio de la virtud, si sigues tu voluntad
en contradicción con la del otro.
Pero esto has de entenderlo acerca de aquellos que te son familiares y
compañeros en los espirituales ejercicios y que desean la perfección de la virtud, mas no
de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien14 y que procuran juzgar y escudriñar
las palabras y obra de los demás, antes que corregir sus defectos. No digo, pues, que
debes aceptar el juicio de esos en cosas espirituales. Pero en las temporales debes
cumplir y poner en práctica siempre la voluntad de los demás, sean los que fueren, antes
que la tuya.
"Ahora bien, si en aquello que, según Dios, deseas hacer, ya sea para tu
provecho, ya para el honor de Dios o utilidad del prójimo, ves resistencia en algunos, o
que lo impiden totalmente, sean superiores, iguales o inferiores, no te entretengas en
discusiones, sino retírate dentro de ti y, recogido en tu Dios, dile: Señor, padezco
violencia, responde por mí 15. No te entristezcas por ello, porque nada pueden que no
sea finalmente para tu bien y más conveniente para los demás. Te digo más, que aunque
no lo veas al presente, verás al fin que aquello que pensabas que era algo con lo que te
ponían impedimento, ha sido para ti una ayuda para alcanzar tu propósito. Aunque
podría aducirse ejemplos recogidos del huerto de la Sagrada Escritura, como el de José
y muchos otros, no quiero proceder contra lo que prometí. Por tanto, cree al experto, que es así.


12 1 Cor., 6, 17.
13 Cf. Mt., 16, 24.
14 Is., 5, 20.
15 Is., 38, 14.




4
"También, si en lo que deseas hacer según Dios te ves impedido por permisión
divina, sea por enfermedad o por cualquier otra contingencia, no te entristezcas por ello
en absoluto, sino sopórtalo todo con ecuanimidad de espíritu, encomendándote por
entero a Aquel que sabe mejor que tú lo que te conviene y que te eleva continuamente
hacia sí, con tal que te entregues a El sin reservas, aunque tal vez tú no lo veas. A esto,
pues, sea encaminado todo tu esfuerzo, a ser dueño de ti mediante la paz y tranquilidad
del corazón, y que ningún suceso te aflija, a no ser solo el pecado propio o ajeno, o
aquello que induce al pecado".16 Por tanto, no te contriste cualquier acontecimiento
fortuito, ni te irrite el estímulo de indignación contra el defecto de otro, sino ten afecto
de misericordia y compasión para con todos, pensando siempre que tú obrarías peor si
Cristo Jesús no te conservara con sola su gracia.




Mortificación del amor propio


Prepárate, además, para sufrir, por el nombre de Cristo, todos los oprobios, todas
las cosas ásperas y adversidades. Todo deseo o pensamiento que te sugiera cualquier
apetito de grandeza, bajo cualquier pretexto, mortifícalo en su mismo principio y
nacimiento, como a cabeza del dragón infernal, con el cauterio que es el báculo de la
Cruz, trayendo a tu memoria la humildad y la durísima pasión de Cristo, el cual,
huyendo de quienes le querían hacer rey17, abrazó voluntariamente la Cruz,
menospreciando toda ignominia18. Huye con horror de toda humana alabanza, como de
un mortífero veneno y gózate en tu desprecio, considérate de veras y de corazón como
quien merece ser despreciado por todos.
"Contempla continuamente tus defectos y pecados, agravándolos cuanto puedas.
Los defectos de los demás, échalos a la espalda, como si no los vieras y, si los ves,
procura disminuirlos y excusarlos, compadeciéndote y ayudando a quienes los tienen,
en lo que puedas. Aparta los ojos de tu mente y los de tu cuerpo de la conducta de los
demás, a fin de que puedas verte a ti mismo a la luz del rostro de Dios. Examínate
continuamente a ti mismo y júzgate siempre sin disimulo. En todas tus obras, en todas
tus palabras, en todos tus pensamientos, en toda lectura, repréndete a ti mismo y busca
encontrar siempre en ti materia de compunción, pensando que el bien que haces no está
perfectamente hecho, ni con el fervor que debería hacerse; más bien, manchado con
muchas negligencias, de manera que con razón todas tus obras buenas deben ser
comparadas con un paño inmundo19". 20
Repréndete, pues, continuamente a ti mismo. Y no permitas pasar por alto en ti,
sin severa corrección, no solo las negligencias en palabras y obras, sino también en los
mismos pensamientos, y no digo solo los malos sino también los inútiles,
reprendiéndote gravemente a toda hora en presencia de tu Dios, clamando por los
pecados cometidos y considerándote delante de Dios más vil y miserable por tus
pecados que cualquier otro pecador por cualquier otro pecado, y digno de ser castigado y excluido de los gozos celestiales, si Dios obrara contigo según su justicia y no según




16 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 20.
17 Cf. Jn., 6, 15.
18 Cf. Hb., 12, 2.
19 Is., 64, 5.
20 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16.




5
su misericordia, habiéndote regalado con tantas gracias, sobre muchos otros, a las que tu has correspondido con ingratitud.
"Considera también diligentemente y medita con mucha frecuencia con vivo
sentimiento de temor, que toda aptitud para el bien y toda gracia, así como toda
solicitud para adquirir las virtudes, no lo tienes por ti mismo sino que te lo dio Cristo
por su sola misericordia y, si quisiera, lo podría dar a cualquier renegado, dejándote a ti
abandonado en el fango cenagoso y en el lago de la miseria21. Piensa, además, y
procura convencerte, persuadiéndote en lo posible a ti mismo, que no hay ningún
renegado, o cualquier pecador, que no hubiese servido mejor a su Dios que tú, y que no
hubiese reconocido mejor los beneficios de Dios que tú, si hubiera recibido las gracias
que tu has recibido, por su sola gratuita bondad divina y no por tus propios méritos. Por lo cual, puedes juzgarte a ti mismo, sin engaño, como el más vil y bajo de todos los hombres y temer con fundamento que por tu ingratitud, Cristo te eche fuera de su presencia" 22.
Sin embargo no te digo que por esto has de pensar que estás fuera de la gracia de
Dios, ni que estés en pecado mortal, aunque otros pecadores tengan innumerables
pecados mortales. Lo cual está oculto para nosotros, no tanto porque el juicio humano
es engañoso sino por la súbita contrición y la previa infusión de la gracia divina.


Cuando humillándote a ti mismo te comparas con los demás pecadores, no conviene que desciendas en especial a sus pecados en detalle, sino solamente en
general, comparando sus pecados con tu ingratitud. Por lo demás, si quieres considerar
sus pecados en especial, "puedes transformarlos por semejanza en los tuyos,
increpándote en tu conciencia: Aquel es homicida, y yo, miserable, ¡cuantas veces he
matado mi alma! Aquel es fornicario y adúltero, y yo ¡todo el día estoy fornicando y
adulterando, apartando mis ojos de mi Dios y entregándome a las sugestiones
diabólicas!. Y así en lo demás" 23.


Pero si notas que el diablo te quiere inducir por tales reprensiones a la
desesperación, entonces deja tales reprensiones y ábrete a la esperanza, considerando la
bondad y clemencia de tu Dios, que con tantos beneficios te ha prevenido, sin dudar de
que quiere perfeccionar en ti su obra ya comenzada 24. De ordinario no hay que temer
esta desesperación en el hombre espiritual, que ha experimentado cierto conocimiento de Dios. Por tanto, hay que cuidar y vigilar con todo interés esta increpación. Porque
podría suceder, y sucede muchas veces, en el principiante esta situación, especialmente
en aquel al que Dios ha librado de muchos males en los que estaba envuelto.




El alma, purificada, se une a Dios por la contemplación


"De todo esto que he tratado, se engendrará en ti aquella virtud que es madre,
origen y custodia de las virtudes, a saber, la humildad, que abre los ojos interiores para
ver a Dios, purgando el corazón humano de todo pensamiento superfluo. Pues mientras
el hombre se adentra en su pequeñez, rebajándose a sí mismo, increpándose,
detestándose, considerando su nada, menospreciándose intensísimamente y otras cosas


21 Sal., 39, 3.
22 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16.
23 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16.
24 Cf. Flp., 1, 6.




6
semejantes, pensando que todo esto es verdad, mientras piensa y se ocupa en estas cosas
como en propios negocios, todo otro pensamiento se desvanece como inútil.
Así, a medida que rechaza de sí mismo todo lo que había oído, lo que había visto
y obrado temporalmente, relegándolo al olvido, comienza a volver en sí mismo y se
robustece de manera admirable, y comienza a acercarse a la justicia original y a la
pureza celestial. Y así, mientras vuelve sobre sí mismo, se ensancha el ojo de la
contemplación y monta en sí mismo la escalera por la cual sube a contemplar el espíritu
angélico y el divino. Desde esta contemplación el ánimo se enciende con los bienes
celestiales y percibe como de lejos y como nada todo lo temporal.
Por aquí empieza a arder en el alma aquella perfecta caridad que, como fuego,
consume toda la escoria de los vicios. Así la caridad ocupa toda el alma, porque ya no
hay lugar por donde entre la vanidad. Y todo lo que piensa, lo que habla o lo que obra,
todo proviene del dictado de la caridad" 25.
Entonces ya puedes predicar con seguridad y sin detrimento a los demás, sin
peligro de vanagloria. Porque, como he dicho, no puede entrar ninguna especie de
vanidad donde la caridad lo ha ocupado todo. ¿Acaso puede ocuparse ya de
comodidades temporales quien las mira como estiércol? 26. ¿Podría deslizarse en su
ánimo el apetito de alabanza, cuando se ve a sí mismo delante de Dios como basura
muy vil, miserable y abominable, propenso a todo pecado, a no ser que el mismo Señor,
con su benignidad, le echara su mano de creador para conservarlo? ¿Cómo podría
enorgullecerse de cualquier obra buena, quien ve más claro que la luz que nada bueno
puede hacer sin que continuamente, de hora en hora, la fuerza divina, en cierto modo, lo
está empujando y apremiando? "¿Cómo podrá atribuirse cosa alguna, como si
proviniera de sí mismo, quien ha comprobado, no digo cien sino mil veces, su impotencia
para todas las obras, grandes y pequeñas; y quien tantas veces comprobó que no
pudo cuando quiso, y que -por así decirlo- cuando no quiso ni lo preparó, ni pensaba en
ello, movido repentinamente por Dios, fue conducido con fervor admirable a hacer
aquellas obras que antes, con todo su esfuerzo, no pudo hacer? A la verdad, si Dios
permite que tal impotencia domine en el hombre tanto tiempo es para que el hombre
aprenda a humillarse y nunca, se gloríe vanamente, sino que atribuya a Dios todo bien,
no solo con los labios, de rutina, sino desde lo hondo de su corazón" 27. Como quien,
adoctrinado por su propia experiencia, ve más claro que la luz, que no solo no puede
hacer una obra buena, ni siquiera decir "Señor Jesús", si no es por el Espíritu Santo 28,
y si no se lo diera aquel que dijo: Sin mí nada podéis hacer 29. Para que, dando gracias
desde las entrañas del alma, confiese a Dios, diciendo: Señor, has obrado en nosotros
todas nuestras obras30, proclame con el Salmista: No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria 31.
Por tanto, no habrá que temer para el tal la vanagloria, cuando la verdadera
gloria de Dios y el celo de las almas ocupan totalmente el corazón.




25 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16.
26 Cf. Flp., 3, 8.
27 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16.
28 Cf. 1 Cor., 12, 3.
29 Jn., 15, 5.
30 Is., 26, 12.
31 Sal., 113B, l.




7
Síntesis


Hasta aquí he tratado sumariamente y he puesto como en un breviloquio aquello
que es necesario para el hombre en lo que atañe a la perfección de su vida, si quiere, sin
peligro por su parte, ser útil procurando la salvación de las almas.

Esto podría bastar para el varón ilustrado y de alto entendimiento, o que tuviera largo ejercicio en las obras
espirituales, porque de lo que he expuesto brevemente, como principios de la vida
perfecta, podrían sacarse todos los demás ejercicios de actos más perfectos. Pues guardando exactamente las tres cosas que he dicho, a saber, la pobreza voluntaria, el
silencio, y el ejercicio interno de la mente, el hombre juzgaría fácilmente de todo lo que
tiene que hacer respecto de todos los demás actos externos.


Sin embargo, como no todos
pueden comprender con facilidad lo que se dicho brevemente, insistiremos algo más
detenidamente acerca de los actos particulares de las virtudes.


Del director espiritual


Hay que saber que el hombre que tenga un instructor por cuyo consejo se rija y
cuya obediencia siga en todos sus actos, pequeños y grandes, podrá llegar más
fácilmente y en tiempo más breve a la perfección, que si quiere perfeccionarse a sí
mismo, aunque tenga un entendimiento muy agudo y tenga libros en los que se trata de
la estructura de todas las virtudes. Más aún, digo que Cristo nunca otorgará su gracia,
sin la cual nada podemos32, si uno tiene a alguien que le puede instruir y dirigir, y lo
menosprecia, o no procura abrazar la guía del otro, creyendo que se basta a sí mismo, y
que por sí mismo puede investigar y encontrar perfectamente todo lo que le es útil para
la salvación.
Este camino de la obediencia es camino regio que lleva a los hombres sin
tropezar a la cumbre de la escalera en la que el Señor está apoyado33. Es el camino que
siguieron todos los santos padres del desierto y, en general, todos cuantos alcanzaron la
perfección en poco tiempo procedieron siempre por este camino, a no ser que Dios
instruyera a algunos por sí mismo, por un privilegio de gracia singular, cuando les
faltaba o no encontraban quien los instruyera desde fuera. Porque entonces la piedad
divina suple por sí misma lo que no se puede encontrar fuera, cuando se acude a Dios
con corazón humilde y fervoroso.
Más, en efecto, en este tiempo -¡miserables de nosotros!- no se encuentra casi
nadie que instruya a los demás en la vida de perfección. Es más, si alguien quiere
entregarse a Dios, encontrará a muchos que lo aparten, y casi a nadie que le ayude. Por
lo que es conveniente que el hombre recurra a Dios de todo corazón y le pida con
insistencia de oraciones y con humildad de corazón ser instruido por El, para que le
reciba benignamente como a un huérfano sin padre, pues Dios no quiere que nadie
perezca sino que todos lleguen al conocimiento de la verdad34.
Por tanto, a ti dirijo mi palabra, que con gran afecto de corazón deseas encontrar
a Dios y aspiras a la perfección, con el fin de ser útil a las almas de los demás. A ti
dirijo mi palabra, que te acercas a Dios con corazón sencillo y sin doblez y quieres


32 Cf. Jn., 5, 15.
33 Cf. Gen., 28, 12-13.
34 1 Tim., 2, 4.




8
penetrar en lo íntimo de las virtudes, y que por el camino de la humildad deseas llegar a
la gloria de la majestad.


De la obediencia en la observancia regular


Puestos ya los dos fundamentos primarios, a saber, la pobreza y el silencio,
cíñase el atleta de Cristo para seguir en todo y por todo, en lo posible y de manera
inquebrantable, el camino y la norma de la obediencia. Esto es, la Regla, las
Constituciones y Ordenaciones, las Rúbricas del Ordinario y de los otros libros, en todo
tiempo y lugar, dentro y fuera del convento: en el refectorio, en el dormitorio, en el
coro; las inclinaciones y postraciones, levantándose, estando de pie o sentado, y todas
las ordenaciones de los mayores obsérvelas hasta el menor detalle, pensando siempre en
las palabras de Cristo: Quien a vosotros oye, a mi me oye; y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia35.
Después, trabaje en tener sujeto el cuerpo totalmente al servicio de Cristo Jesús
para que todos los actos y movimientos corporales estén compuestos con toda
honestidad de costumbres, según las reglas de la disciplina. Porque no podrás apartar
nunca el ánimo de las cosas desordenadas, si de antemano no has trabajado sujetando tu
cuerpo a la disciplina, apartándolo no solo de cualquier acto sino de cualquier movimiento
inconveniente y desordenado.
Modo de regular el cuerpo en la comida y bebida
Por tanto, intentando la regulación del cuerpo, primero de todo hay que insistir
sobre la gula. Porque si no alcanzas victoria sobre ella, en vano trabajarás por adquirir
otras virtudes. Has de observar, pues, el orden siguiente.
Ante todo, no procures para ti nada especial, sino conténtate con la comida que
se presenta a los hermanos en comunidad36. A los seglares que quieran enviarte
obsequios, no se lo toleres en modo alguno, si son para tu persona. Si quieren enviarlos
al convento, que los envíen. No aceptes de ninguna manera las invitaciones de los
frailes fuera del refectorio, sino acude continuamente al refectorio, observando todos los
ayunos de la Orden. Esto entiéndelo siempre así, mientras Cristo te conserve la salud.
Porque, si estás enfermo, entonces permite que te traten según lo pide la enfermedad, no
procurando nada absolutamente para ti, sino recibiendo todo lo que te sirven, con acción
de gracias
A fin de evitar cualquier exceso en la comida y en la bebida, debes examinar
diligentísimamente tu naturaleza para conocer con cuanta comida y bebida puedes
sustentarte, y así puedas juzgar entre lo superfluo y lo necesario.
Ten como norma general que, al menos, comas suficiente pan, lo que pide la
naturaleza, especialmente cuando ayunas. No creas nunca al diablo que te aconseja que
hagas abstinencia de pan. En esto podrás experimentar lo que requiere la naturaleza, o lo
que es superfluo: si en tiempo en que se come dos veces al día te encuentras pesado y
sientes cierto ardor en el estómago, de forma que no puedas orar, escribir o leer. Por lo
general esto sucede por haberse excedido. Y lo mismo, si lo sientes después de maitines,


35 Lc., 10, 16.
36 Cf. Constitutiones primaevae O.P. I, 6; VENTURINI DE BERGAMO, Tractatus et epistolae
spirituales, 5, p. 95.




9
cuando cenas. 0 después de Completas, si sientes la misma pesadez, en los días de ayuno.
Por tanto, come bastante pan, pero de tal suerte que después de la comida estés
dispuesto para leer, escribir u orar. Pero si a esas horas no estás tan dispuesto como en
otras, mientras no sientas la pesadez que te he dicho, no es señal de exceso.
Piensa, pues, en lo que es necesario para tu naturaleza, según el método que he
indicado, o según otro, según te enseñará el Altísimo, al que se lo debes pedir con
sencillez. Observa con mucha diligencia esta norma continuamente y mira siempre qué
comes en la mesa, y si alguna vez te excedieses en algo por negligencia, no lo dejes pasar sin digna penitencia.


De la bebida


En cuanto a la bebida, no sé ponerte otra regla sino que, poco a poco te refrenes
bebiendo menos de día en día, pero de forma que no padezcas sed excesiva de día o de
noche. Especialmente, cuando comes potaje, puedes fácilmente pasar con menos bebida,
aunque siempre la que sea necesaria para la digestión de la comida. No bebas nunca
fuera de la hora de la comida, a no ser por la noche en los días en que ayunas, y
entonces muy templadamente, o por la fatiga del camino, o por cualquier otro
cansancio. Bebe el vino tan aguado que le quite la fuerza, y si fuera un vino fuerte,
añádele la mitad de agua, o más, y así, más o menos, según lo que Dios te inspire.37


De la compostura interior y exterior en la mesa


Tocada la campana, lavadas las manos con toda gravedad, sentado en el claustro,
entrarás en el refectorio, cuando suene la señal. No te reserves en bendecir al Señor con
todas tus fuerzas, con modestia en la voz y en el cuerpo. Guardando el orden que toca,
te colocarás en la mesa, pensando dentro de ti con corazón temeroso que debes comer
los pecados del pueblo38. Prepara también tu corazón para la inteligencia de la lectura
que se hace en la mesa, y, si no hay lectura, para alguna meditación espiritual, "a fin de
que no estés totalmente sumido en el comer, sino que, teniendo el cuerpo su refección,
en ninguna manera quede defraudado el espíritu"39.
Puesto a la mesa, adapta con decencia los vestidos, doblando la capa sobre las
rodillas. Establece contigo el pacto de no mirar en modo alguno a los que están
comiendo, sino mirar solo lo que tienes delante. Al principio, cuando te sientes, no
alargues en seguida las manos para cortar el pan, sino recógete un poco dentro de ti
mismo, hasta que digas al menos un Padrenuestro y Avemaría, por el alma de un difunto
del purgatorio que más lo necesita.
Ten como norma general hacer con cierta modestia todo acto o movimiento del
cuerpo. Si tienes delante de ti distinto pan, duro, blando, blanco o negro, o de otra
clase, come aquel que tienes más cerca, y, preferentemente, aquel al que menos te


37 Cf. VENTURINI DE BERGAMO, Tractatus et epistolae spirituales, 7,. p. 106.
38 Cf. Os., 4, 8.
39 Cf. Constitutiones primaevae O.P. I, 6; G.de SAINT-THIERRY, Epistola ad fratres de Monte Dei (PL
180, 329).




10
incline la sensualidad. Nunca pidas algo en la mesa, sino espera que lo pidan otros por ti. Y si no lo hacen, ten paciencia40.
No tengas los codos sobre la mesa, sino solamente las manos. No tengas las piernas abiertas, ni pongas un pie sobre otro.
No recibas doble plato ni otras cosas, sino lo que ordinariamente tienen todos los demás. Cualquier manjar que te envíe cualquiera, aunque sea el Prior, no lo comas, sino que, si puedes buenamente, escóndelo entre los  residuos o en el plato. Advierte aquí
que es costumbre grata a Dios dejar siempre en el plato algo de potaje para Cristopobre.
Y también algunos fragmentos de pan, no las cortezas. Las cortezas cómelas tu,
y el buen pan partido déjalo para Cristo. No te preocupes demasiado si por ello algunos
murmuran, mientras el prelado no te mande lo contrario. Generalmente, de todo lo que
comas deja alguna partecilla para Cristo-pobre, y de los bocados mejores, no de los
peores, porque hay quienes dan a Cristo lo peor, como se acostumbra a dar a los puercos.
Si con un plato puedes comer bastante pan, añade en el segundo algo de pan y déjalo para Cristo. Si el Señor te inspira, puedes hacer algunas admirables abstinencias, agradables a Dios e ignoradas por los hombres.
"Si la comida está insípida por falta de sal, o por cualquier otro motivo, no le añadas sal ni otro condimento, pensando en Cristo, que quiso gustar la hiel y el vinagre41, sino resiste a la sensualidad. Igualmente, puedes dejar con disimulo cualesquiera otras salsas, que para nada sirven sino para excitar la gula. Siempre que al final de la comida te sirvan algún bocado agradable, déjalo por Dios. Como el queso,
frutas o algo parecido, o licor o vino añejo, u otras cosas, que no son necesarias para el sustento del cuerpo humano. Es más, frecuentemente son nocivas, "mientras se piensa que aprovecha lo que deleita"42. Si dejares estas cosas por Cristo, no dudo que el mismo Cristo te preparará una dulce comida de consuelo espiritual, incluso en el otro
manjar corporal con el que te contentaste por Cristo.
Y para que mejor y más fácilmente puedas abstenerte de lo que quisieres,
"cuando vayas a la mesa considera en tu corazón que, por tus pecados, debes ayunar a pan y agua"43. De donde tu comida sea solo pan, y los platos que te sirven no los añadas como comida, sino que sean para poder tragar mejor el pan. Piensa que si tienes
esto bien grabado en el corazón, te parecerá un gran banquete tener algo más para comer. Procura no hacer muchas sopas en el plato; que sea suficiente poder mojar el pan. Y cuando no tengas potaje, come un pan, o medio, o poco más, según lo que has
de comer, y así satisfarás la naturaleza, aunque no tuvieres otra cosas.


Sobre otras muchas particularidades, que no podría detallarte te instruirá Cristo
si recurres a él y pones en él toda la esperanza. Porque ¿quién podrá enumerar los
caminos innumerables que te mostrará el Señor?
Estate también atento para no ser de los últimos que acaban de comer. Es más, termina pronto, guardando la debida compostura, para que puedas atender más a la lectura.


40 Cf. Eclo., 2,4; Mt., 18, 26.
41 Cf. Mt., 27, 34; Sal., 68, 22.
42 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 63,
43 Frase literal de la Regla de san Agustín (Regula, V,5), seguida en la Orden de Predicadores.




11
Y cuando te levantes de la mesa, da gracias al Altísimo con todo el corazón, el
cual te dio sus bienes y que te dio la fuerza suficiente para que no prevaleciera en ti la
sensualidad. Sin refrenar tu voz, según puedas, da gracias al dador de todos los bienes44.
¡Oh carísimo! Piensa cuán innumerables son los pobres que tendrían como
máxima delicia haber tenido solamente el pan que te ha dado el Señor, con la otra comida. Debes pensarlo así, pues es la verdad, que es Cristo quien te lo ha dado. Es
más, que él mismo te ha servido en la mesa. Mira, pues, con cuánta compostura, con
cuánta reverencia, madurez y temor debes estar en la mesa, en donde ves presente a tu
Dios que en propia persona te sirve. ¡Oh cuán dichoso serás, si se te concede desde lo
alto contemplar esto con los ojos del alma! Verías también una gran multitud de santos que discurren con Cristo por el refectorio.


Modo de perseverar en la sobriedad y en la abstinencia


“Para que puedas perseverar constantemente en este estilo de sobriedad y
abstinencia, vive siempre con temor y reconoce que todo viene de Dios, pidiéndole a él
la perseverancia”.45 “Y, si no quieres caer, no juzgues a nadie ni te dejes llevar contra
nadie con espíritu de indignación. Si ves que otros no guardan el orden debido en la
comida, compadécelos de corazón y ora insistentemente por ellos, excusándolos, cuanto
puedas en tu corazón, que ni tú ni ellos nada podemos sino porque Cristo tiende su
mano y nos da no por nuestros méritos sino por el beneplácito de su voluntad. Si
piensas así, estarás seguro”.46
Porque ¿cuál es la causa de que muchos comienzan en un determinado tiempo a
practicar muchas cosas en la abstinencias y en otras cosas, y no perseveran por la fatiga
del cuerpo o la tibieza del espíritu? Ciertamente, no es otra que el orgullo y la
presunción, porque mientras presumen de sí mismos, se indignan contra los demás,
juzgándolos en su corazón. Por eso el Señor les retiró su don y entonces o bien se
enfrían en el espíritu o, por el vicio de la indiscreción, hacen más de lo que conviene.
Y así caen en enfermedad, y al fin, mientras atienden al restablecimiento corporal,
exceden también los límites y se tornan más golosos que aquellos a los que antes
juzgaban, como yo mismo he sabido de algunos. “Porque, generalmente ocurre que,
cuando uno juzga a otro en algo, Dios, al fin, permite que caiga en el mismo defecto, o
en otro mayor. Por tanto, sirve a Dios con temor 47 y si alguna vez sientes
complacencia al recordar algunos beneficios que te da el Altísimo, toma el látigo del
reproche y de la propia reprensión, no sea que el Señor se irrite contigo y perezcas en el
camino de la justicia 48. Si obras así, permanecerás firme 49" 50.


44 Cf. Benedictio ante collationem, Constitutiones primaevae O.P. I, 7.
45 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 63.
46 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 63. La misma idea se encuentra en VENTURINI DE
BERGAMO, Tractatus et epistolae spirituales, 9, p. 118.
47 Sal., 2, 11.
48 Cf. Sal., 2, 12.
49 Col., 1, 23.
50 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16. Se puede comprobar fácilmente que San Vicente va
introduciendo incisos teniendo en cuenta el destinatario de su Tratado.




12
Hasta aquí te he indicado el modo grato al Altísimo para el dominio de la gula,
al cual pocos llegan por excederse en más o en menos en el comer, o por no guardar las
debidas circunstancias.




Orden del sueño y en las vigilias, en el estudio y la oración




Después de esto, esfuérzate en guardar la medida prudente en el sueño y en las
vigilias, en lo cual es también muy difícil encontrar equilibrio. En donde hay que notar
que hay dos cosas en las que amenaza especial peligro para el cuerpo y, consiguientemente,
para el alma, si excedes los límites de la discreción, a saber: en la excesiva
abstinencia y en la vigilia desordenada. En el ejercicio de otras virtudes no hay tanto
peligro en el exceso. Por eso, el diablo gasta, en definitiva, esta astucia, pues cuando ve
a un hombre fervoroso en el espíritu 51, le mete la sugestión de que haga grandes
abstinencias y vigilias, para que por ello le haga llegar a tanta flaqueza y debilidad de
cuerpo, que enferme y se debilite, de forma que no valga ya para nada. Es más, como
dije arriba, que después tiene que comer y dormir más que los otros. Entonces, éste, en
adelante, jamás se atreverá a practicar el ejercicio de las vigilias y abstinencias,
reconociendo que por esas prácticas enfermó, mientras el diablo le sugiere y le dice:
"No hagas tal cosa. ¿No sabes que por esto enfermaste?". Y la verdad es que no
enfermó por las vigilias y abstinencias, sino por no haber guardado la norma de la
discreción.
De aquí se ve que el hombre sencillo no entiende los sofismas diabólicos,
mediante los que, por un lado o por otro trata de engañar. Y así, so color de bien, le
dice: "Tu cometiste tantos pecados; cuándo podrás satisfacer por ellos?". 0, si no
cometió grandes pecados, le dice: "Oh¡, cuántas cosas padecieron los mártires y los
eremitas". Y el hombre sencillo cree que, como esto tiene apariencia de cosa buena, no
puede provenir sino de Dios (y sin embargo es del diablo), permitiéndolo Dios, sobre
todo cuando este hombre no recurre inmediatamente al Señor con gran humildad y
temor y con insistente oración. Porque entonces Dios le iluminará y dirigirá, cuando no
encuentre a un hombre que le dirija. Pues el hombre que se asienta sobre la santa
obediencia y se rige continuamente con su instrucción, está defendido de tales engaños,
aunque el padre espiritual se equivocara en algo. Pues Dios, por la humildad de la
obediencia dispone que todo se encamine a su propio bien, como podría demostrarse
por muchas autoridades y ejemplos.
De manera que, sobre el sueño y las vigilias puede observarse esta norma. En
tiempo de verano, después de la comida, habiendo sonado la campana señalando el
tiempo de silencio, dispónte a descansar. Porque aquella hora es poco apropiada para
cualquier ejercicio espiritual, y por ello podrás velar algo más en la noche.
Por regla general, debes observar esta norma cuando vas a dormir que siempre, o
medites salmos o algún punto espiritual que te suma en el sueño y que pueda retornar
durante el sueño a la imaginación.
De ordinario, en las primeras horas de la noche no veles mucho, pues por esta
vigilia nocturna después se entorpece la celebración y vigilia de la hora de maitines que,
sin embargo, es la hora más apta entre todas las horas del día para la oración, devoción,
meditación, estudio y para cualquier ejercicio espiritual. Además, velar a primera hora
de la noche impide la atención y devoción en el oficio de maitines, pues quien vela


51 Rm., 12, 11.




13
demasiado a esta hora, por lo general después está somnoliento, pesado y sin devoción.
Es más, a veces se ve obligado a dejar de asistir al oficio de maitines.
Por tanto, elige unas breves oraciones o alguna pequeña lectura o meditación,
con las que te entretengas antes de dormir por la noche. Entre otras meditaciones, si a
ello te lleva tu devoción, puedes dirigir tu mente a lo que aconteció en la Pasión del
Señor en aquella hora. Y lo mismo puedes hacer en las demás horas, según el método de
san Bernardo, o según el Señor te inspire. 52
Sin embargo, la devoción no es uniforme para todos, sino en uno más fuerte que
en otro. A algunos, en su sencillez, les basta morar en los agujeros de la piedra 53.




Del estudio


Nadie, por más agudo entendimiento que tenga, debe omitir aquello que le pueda
mover a devoción. Es más, todo lo que lee o estudia debe proyectarlo en Cristo,
dialogando con El y pidiéndole la inteligencia.
Muchas veces, mientras está estudiando, debe apartar durante un cierto tiempo
los ojos del libro y, cerrándolos, esconderse en las llagas de Cristo, y de nuevo volver al
libro. Y también frecuentemente debe levantarse de la mesa y, en la celda, dobladas las
rodillas, dirigir a Dios alguna breve y encendida oración. 0 también salir de la celda y
pasear por la iglesia, el claustro, o el capítulo, dejándose llevar por el impulso del
Espíritu. Y, a veces con oración expresa, o callada, implorar el divino auxilio con
gemidos y suspiros desde el corazón ferviente, presentando al Altísimo sus buenos
propósitos y deseos, reclamando para ello el auxilio de los santos.
Este ejercicio a veces se hace sin salmos y sin ninguna otra oración vocal,
aunque a veces ha nacido de ellos, o de algún versículo de un salmo o de un pasaje de la
Sagrada Escritura, o de la vida de algún santo, o también por inspiración íntima de Dios,
hallado por el propio deseo o pensamiento.
Pasado este fervor de espíritu, que ordinariamente dura poco, puedes traer a la
memoria lo que antes estudiabas en la celda, y entonces se te dará una más clara
inteligencia. Hecho lo cual, vuelve otra vez al estudio o a la lección, y de nuevo a la
oración, y así has de ir alternando. Pues en esta alternancia hallarás mayor devoción en
la oración y una inteligencia más clara en el estudio.
Este fervor en la devoción, después del estudio de la lección, aunque
indiferentemente llegue en cualquier hora, según se digna otorgarlo, como le place,
aquel que suavemente dispone todas las cosas 54, sin embargo, regularmente suele venir
más fuerte después de los maitines. Por tanto, a primeras horas de la noche vela poco
para que, después de maitines, puedas ocupar todo el tiempo en el estudio y en la oración.




52 San Vicente recoje aquí la tradición cistercienserelacionada con el tema de la Pasión y de la imitación
de Cristo, vinculada con san Buenaventura y otros autores.
53 Cant., 2, 14.
54 Cf. Sab., 8, 1.


La celda, los Maitines y demás Horas


14
Por lo tanto, durante la noche, cuando oigas el reloj o cualquier otra señal,
sacudida al instante toda pereza, salta de la cama, como si allí hubiera fuego encendido.
Y, dobladas las rodillas, haz con fervor alguna oración, al menos un Avemaría, u otra,
por la que se inflame tu espíritu. Debes tener en cuenta que para que fácilmente y sin
molestia, más bien con cierta alegría te levantes, importa mucho que duermas vestido
sobre un colchón duro. Esto debe observar generalmente el siervo de Dios: huir de toda
molicie y regalo. Pero de tal manera que no excedas los límites de la discreción. Ten,
por tanto, un colchón de paja, y cuanto más apretado y duro, más agradable te ha de ser.
Sobre el jergón es suficiente tener una manta55 o cobertor. Para protegerte de frío, una
o dos mantas, según el tiempo, o según reclame tu necesidad. Para la cabeza ten un
saco lleno de paja y evita la molicie de la almohada, así como los otros regalos
acostumbrados, como son los sudarios para la cara y cuello o cintura, a no ser, tal vez
por la noche, en tiempo de verano, por el sudor. Pues la naturaleza no necesita de tales
cosas, sino que son malas costumbres que se han introducido. Has de dormir vestido,
como vas durante el día, quitándote los zapatos y aflojando el cinturón. Sin embargo,
en verano, en tiempo de gran calor, puedes quitarte la capa y dormir solo con el
escapulario. Si duermes así no será molesto levantarte, sino que te levantarás pronto y
con alegría.
Mientras se reza el oficio de la bienaventurada Virgen, estando a la puerta de tu
celda, no apoyado sino firme sobre tus pies, reza el oficio “con toda atención, con voz
clara y con alegría, comportándote como si la vieras delante de ti con tus ojos
corporales” 56. Acabado el oficio de la Virgen y atendidas las necesidades del cuerpo,
irás a la iglesia, o al claustro, según donde encuentres mayor devoción. En donde has
de notar que el siervo de Dios, yendo o viniendo de la celda, o en cualquier otro lugar,
no debe andar ocioso en el corazón, sino que debe rumiar salmos o algo espiritual. Sin
embargo, puede entrar en el coro antes del comienzo del oficio y premeditar algo
espiritual para poder cantar después con los demás más atenta y devotamente.
Dada la señal para los maitines y hechas las venias o las inclinaciones, cuando
salmodies estate de pie sin apoyarte, sino que de corazón y de cuerpo has de estar
virilmente delante de tu Dios, cantando sus alabanzas con toda alegría, “pensando que,
sin duda, los santos ángeles están presentes, delante de los cuales, mientras cantas para
Dios” 57, debes reverenciarlos continuamente, como a quienes ven el rostro de Dios en
el cielo 58, el cual todavía tú no puedes ver, a no ser como en un espejo y de manera oscura 59.
Nunca, en lo posible, refrenes tu voz, pero siempre rigiéndote con discreción.
Nunca omitas ni una jota, tanto de los salmos como de los versos y lecturas, así como de
las sílabas o palabras. Si no puedes cantar con la misma voz que los demás, hazlo con
voz más baja. Si puedes, reza la salmodia y canta por el libro, mientras mantienes el
pensamiento en los salmos y otras oraciones y con ello obtendrás gran consuelo. Conviene
estés advertido para que en ningún acto exterior, es decir, en cualquier gesto del
cuerpo o en el tono de la voz, aparezca algo de ligereza, pues especialmente en ese
momento has de guardar la gravedad y madurez debidas. Porque muchas veces la


55 San Vicente emplea la palabra flacciatam, que es una latinización de la palabra valenciana "flassada".
56 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 6.
57 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 6.
58 Mt., 18, 10.
59 Cf. 1 Cor., 13, 12.




15
alegría espiritual se convierte en cierta ligereza, si los actos externos no se moderan con
el freno de la discreción. Pon todo tu empeño en cantar con el corazón y con la mente 60.Es laborioso para el hombre, principalmente para el principiante, no fortalecido
todavía en Dios, preservarse de las distracciones durante la salmodia.


En el coro has de tener siempre tu lugar y, de ordinario, ocupa siempre el mismo
sitio, a no ser que llegue otro al cual debes cederlo. Si prevés algún defecto en el coro,
procura suplirlo por ti o por otro. En esto has de notar que a Dios le agradaría que
prepararas las rúbricas el día anterior, así como todo lo que hay que decir en el coro, y
estuvieras preparado para suplir los defectos o negligencias de los demás. Pero ten
cuidado, porque mientras en el coro hay alguna discusión sobre lo que hay que rezar, no abras tu boca, aunque estés seguro de lo que hay que decir. Hay muchos que discuten
por una cosa pequeña, en lo que sería menos malo errar que discutir. Ahora bien, si con una palabra pudieras corregir el error , entonces debes hacerlo, especialmente si eres de
los mayores allí presentes. Pero si ves que te agitas por la impaciencia, es mejor que
procures dominar el movimiento de tu ánimo. Si alguien lee o canta mal, o se conduce torpemente, no murmures ni le corrijas, porque tal corrección es una especie de jactancia. Lo mismo en la lectura, por más que alguien lea mal o torpemente, no hagas
ningún gesto, porque esto es signo de una mente hinchada con el viento del orgullo.
Cuando hay muchos que corren repentinamente a suplir algún fallo, no te entrometas.
Si nadie lo suple, procura hacerlo tú con toda modestia. Si puedes, anticípate a remediar
el defecto antes de que suceda. Guárdate de leer dos lecciones seguidas, o dos
responsorios, a no ser que falten muchos, en especial en donde hay muchos frailes. No te metas fácilmente, si eres joven, a decir lo que corresponde a los mayores.
No andes vagando con los ojos de acá para allá, ni mires a nadie lo que hace o cómo se comporta, antes bien, ten los ojos clavados en tierra, o levantados a lo alto, o cerrados, o fijos en el libro. Cuando rezas el oficio divino, mientras estás sentado o de pie, no tengas las manos debajo del mentón, sino debajo de la capa o del escapulario,
cuando no se usa la capa. No tengas un pie sobre el otro, ni las piernas abiertas, sino
compórtate con toda modestia, porque estás en presencia de tu Dios. Cuida de no tener los dedos en la nariz. Porque hay algunos que están ocupados en esto y en otras miserias, no sin estímulo del diablo, distraídos del oficio divino y mostrando no poca indevoción.
Muchos otros casos particulares suceden, que no pueden detallarse. Pero si tienes humildad y una caridad íntegra, en todo te adoctrinará la unción del Espíritu 61.
Tú que esto lees ten en cuenta que, aunque he puesto aquí muchos casos, pueden
variar por una circunstancia, y por ello no los has de condenar, cuando adviertes que
deben hacerse de otra forma. Como, por ejemplo, hablar en coro cuando aparece el error, pues le pertenece enmendarlo al más antiguo. Con todo, ordinariamente es verdad que al siervo de Dios no le está bien litigar 62. Pues es un mal menor tolerar pacientemente el error que alimentar las discusiones, mucho más en el coro, en donde
tales disputas son escandalosas y turban la tranquilidad y la atención de la mente. Lo
mismo, cuando digo que en el coro siempre y continuamente lea o cante. Porque habrá
veces en que puede surgir tal devoción en la mente, que el canto podría estorbarla, y


60 Cf. 1 Cor., 14, 15.
61 Cf. 1 Jn., 2, 27.
62 2 Tim., 2, 14.




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entonces sería mejor recitar el oficio en voz baja, principalmente en donde hay otros que
sean suficientes para el canto.
Y así, de otras muchas cosas, según te enseñará mejor el Altísimo si,
despreciadas todas las cosas, te acercas a El con sencillez de corazón. Con todo, nadie
debe creer fácilmente en sí mismo para hacer lo contrario, a no ser que con largo ejercicio
de virtudes, haya alcanzado el espíritu de discreción.




Del modo de predicar


En las predicaciones y exhortaciones uso un lenguaje sencillo y en cuanto puedo,
un estilo familiar para señalar los hechos particulares insistiendo con ejemplos, para que
cualquier pecador que tenga aquel pecado se sienta aludido como si predicara solo para
él. Pero de tal manera que parezca que las palabras proceden no de un corazón soberbio
o indignado, sino más bien de entrañas de caridad y de piedad paterna, como de un
padre que se duele de ver pecar a sus hijos, o que están en una grave enfermedad, o
caídos en una sima profunda, y se esfuerza en sacarlos y los ayuda a liberarse, como una
madre; o como quien se alegra de su aprovechamiento y de la gloria que les espera en el
paraíso. Este modo de predicar suele ser provechoso a los oyentes, mientras que hablar
en general sobre las virtudes y los vicios, mueve poco a los que escuchan.
Asimismo, en las confesiones, ya alientes a los pusilánimes, ya atemorices a los
endurecidos, muestra siempre entrañas de caridad, para que el pecador sienta siempre
que tus palabras descienden de la pura caridad. Por tanto, a las palabras punzantes
precedan siempre palabras llenas de dulzura y de caridad.
Tú, pues, quien quiera que seas, que deseas ser útil a las almas de tus prójimos,
primero de todo recurre a Dios de todo corazón y suplícale siempre en tus oraciones que
se digne infundir en ti aquella caridad, compendio de todas las virtudes, por la que
puedas llevar a cabo lo que deseas.




Algunos remedios contra las tentaciones que provienen por sugerencia del diablo63


En honor de nuestro Señor Jesucristo, te diré algunos remedios contra algunas
tentaciones espirituales que en este tiempo abundan en la tierra, para probar y combatir
la soberbia. Las cuales, aunque no van expresamente contra alguno de los principales
artículos de la fe, sin embargo, quien bien las mira conocerá que llevan peligro para
destruir los principales artículos de la fe y que preparan la cátedra y la sede al Anticristo. No quiero enumerar estas tentaciones para no poner una ocasión y materia
de escándalo o de tropiezo a los pequeños o imperfectos, pero te mostraré, por otra
parte, cómo y por qué vienen tales tentaciones.


Primero, llegan por sugestión e ilusión del diablo, que engaña al hombre en la
conducta que debe seguir para con Dios y para con lo que es de Dios.


Segundo, por la corrupta doctrina de algunos y por el modo de vivir de aquellos
que han caído ya en esas tentaciones.




63 A partir de aquí se plantean una serie de interrogantes para ver la fuente inspiradora de san Vicente:
LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 41; VENTURINO DE BERGAMO, De remediis contra
tentationes spirituales, Ed. 1904, Pars secunda, pp. 136-145; PEDRO OLIVI, Spirituali e Beghini in
Provenza, Roma 1959, pp. 282-287.




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Por lo cual quiero señalarte la conducta que debes observar para con Dios y para
las cosas de Dios, si quieres ser inmune a tales tentaciones. Y después cómo debes
guiarte ante los demás, en cuanto a su doctrina y en cuanto al modo de vivir.


El primer remedio contra las tentaciones espirituales de este tiempo que procura
el diablo en los corazones de algunos, es que aquellos que quieren entregarse a Dios no
deseen en la oración y contemplación, o en otras obras de perfección, ni visiones,
revelaciones y sentimientos que están sobre la naturaleza y sobre el proceder ordinario
de los que aman a Dios y le temen con verdadero amor. Porque este deseo no puede
darse sin una raíz y fundamento de soberbia y presunción, o con intención de alguna
vana curiosidad sobre los secretos de Dios, o sin debilidad de la fe. Por este defecto la
justicia de Dios abandona al alma que tiene este deseo y permite que llegue a tal ilusión
y tentación del diablo por falsas visiones y revelaciones y por falsas seducciones, por
cuyo artificio siembra la mayor parte de las tentaciones espirituales de este tiempo y las
hace arraigar en los corazones de aquellos que son nuncios del Anticristo, según podrás
ver en lo que sigue.
Porque debes saber que las verdaderas revelaciones y sentimientos espirituales
de los secretos de Dios no llegan por los deseos antedichos ni por ninguna conjuración,
o por esfuerzos que haga el alma, sino que vienen solamente por pura bondad de Dios al
alma que está llena de gran humildad, de gran temor y reverencia de Dios. Con todo, el
varón de Dios no debe ejercitarse en la profunda humildad y en el temor de Dios para
esto, para tener visiones, revelaciones y los sentimientos antedichos, pues caería en el
mismo defecto en que se cae por el referido deseo.


El segundo remedio es que no consientas en tu alma, en la oración o
contemplación, ningún consuelo, por pequeño que sea, que te parezca fundarse en la
presunción o estimación de ti mismo que después te llevaría a la ambición del propio
honor o de la propia reputación, de donde nacería en tu mente la idea de que eres digno
de la gloria y alabanza de esta vida, o del paraíso. Porque has de saber que el alma que
se siente en tal consuelo incurre en mayores y peores males. Pues el Señor, en su justo
juicio, permite después al diablo aumentar dicho consuelo y se apresura a imprimir en
aquel alma falsísimos y peligrosísimos sentimientos y otras ilusiones, pensando y
creyendo que tales sentimientos son verdaderos. ¡Ay, ay, Dios mío! ¡Cuántas personas
han sido engañadas de este modo! Ten por cierto que la mayor parte de los raptos, o
rabias, de los nuncios del Anticristo vienen por este camino. Por eso, ten cuidado de no
aceptar en tu oración y contemplación consuelo alguno, a no ser aquel que viene del
perfecto conocimiento y sentimiento profundo de tu humildad e imperfección, y que
hace permanecer este conocimiento y sentimiento en ti, así como la grandeza y
sublimidad de Dios, que hacen nacer en ti una alta reverencia y un gran deseo del honor
de Dios y de su gloria. En esto ha de fundarse el verdadero consuelo.


El tercer remedio es que todo sentimiento, por alto que sea, y toda visión, por
muy secreta y sagrada que te parezca, cualquiera que sea, en el momento en que lleve tu
corazón a una opinión o duda contra algún artículo de la fe, o contra las buenas
costumbres, y más contra la humildad y honestidad, deséchalo con horror, porque, sin
duda, viene de parte del demonio. Y aun cuando aparezca cualquier visión sin esta luz y
sentimiento, por lo cual estás seguro que viene de Dios y por lo que te certificas en tu
corazón que aquello a lo que te lleva dicha visión es grato a Dios, no te aferres a esa visión.


El cuarto remedio es que, ni por gran devoción, ni por la santidad de vida, ni por
claro entendimiento, ni por cualquier otra suficiencia que veas en alguna persona, o en




18
algunas personas, no sigas sus consejos ni sus ejemplos desde el momento en que
conoces clara y muy razonablemente que sus consejos no son según Dios y según la
verdadera discreción, mostrada por la vida de Jesucristo y de los santos, y por la
Sagrada Escritura, enseñada y predicada por las sentencias de los santos. Y no temas
pecar por ello de soberbia y presunción, despreciando los consejos de éstos, pues lo
haces por celo y amor de la verdad.


El quinto remedio es que huyas y evites el trato y compañía de aquellos y aquellas que siembran y difunden dichas tentaciones, y que evites a las personas que las
aceptan y alaban. Y no escuches sus palabras y conversaciones, ni quieras ver su
conducta, porque el demonio te mostrará y presentará gran señal de perfección en
muchas de sus palabras y conducta, que, si lo aceptas, vendrás a caer en los peligros, ruinas y precipicios de sus errores.




Algunos remedios contra quienes siembran dichas tentaciones con su doctrina


Tras esto, te diré algunos remedios que debes procurar por ti mismo acerca de
algunas personas que siembran dichas tentaciones, así con su vida como con su doctrina.


Lo primero que has de atender para con semejantes personas es no tener gran
estima de sus visiones y sentimientos, ni de sus raptos. Es más, si te dicen algo contra la
fe o contra la Sagrada Escritura, o contra las buenas costumbres, aborrece sus visiones y
sentimientos como locos desvaríos, y sus raptos como rabias. Pero si dicen lo que es
conforme a la fe o a la Sagrada Escritura, o lo que es conforme a lo que dicen los santos,
o según las buenas costumbres, no los desprecies, porque quizá despreciaras lo que es
de Dios64. Sin embargo, no confíes totalmente, porque muchas veces, y más en las
tentaciones espirituales, la falsedad se reviste o se esconde bajo la apariencia de la
verdad, y la malicia bajo la apariencia de bien, para que el diablo pueda sembrar mejor y
muchas veces la sospecha mortífera. Por eso, creo agrada más a Dios que dejes correr
las visiones, sentimientos y raptos que, según lo dicho, tienen apariencia de verdad y de
bondad, en lo que puedan valer, a no ser que se trate de algunas personas que por razón
de santidad y discreción y de probada humildad, conste que no pueden ser engañadas
por las ilusiones y astucias del demonio. Y, aunque sea piadoso aceptar las visiones y
sentimientos de tales personas, sin embargo, es más seguro no creer en ellos por razón
de las mismas, sino porque son conformes con la fe católica, o con la Sagrada Escritura,
buenas costumbres y con los dichos y doctrina de los santos.


El segundo remedio es que si por revelación o sentimiento, o por otro
camino, tu corazón es movido a realizar alguna obra notable que no solías hacer, sobre
la que no tienes certeza de que agradará a Dios, es más, dudas razonablemente, difiere el
ponerla en ejecución, hasta que hayas considerado bien todas las circunstancias,
especialmente las del fin, y sepas que agrada a Dios. Sin embargo, no juzgues por tu
criterio, sino, si es posible, por algún testimonio de la Sagrada Escritura, o por algún
ejemplo imitable de los santos padres. Y digo ejemplo imitable, porque, según san
Gregorio, algunos santos hicieron ciertas obras que no debemos imitar, por más que en
ellos fueran buenas, sino admirarlas y reverenciarlas. Si por ti mismo no puedes llegar a
esclarecer si lo tuyo agrada a Dios, pide consejo a personas probadas en virtud y ciencia, que pueden aconsejarte sobre la verdad.




64 Cf. 1 Tes., 5, 20.




19
El tercer remedio es que, si te hallas libre de tales tentaciones, de manera que
nunca las hayas tenido, o, si las has tenido, has quedado libre de ellas, eleva a Dios tu
corazón y tu entendimiento reconociendo humildemente la gracia que Dios te ha hecho,
dándole gracias de corazón muchas veces, es más, sin cesar. Y procura que eso que
tienes por pura gracia y bondad de Dios no lo atribuyas a tu virtud, sabiduría, mérito o a
tus costumbres, ni tampoco al acaso o fortuna, porque, según dicen los santos, esta es la
causa por la que Dios retira el beneficio de su gracia y lo quita al hombre, permitiendo
que caiga en tentaciones e ilusiones diabólicas.


El cuarto remedio es que, cuando pases en tu corazón una tentación espiritual
que te deja en la duda, no emprendas por tu propia voluntad algo notable que antes era
desacostumbrado para ti, sino que, refrenando tu corazón y tu voluntad, espera humildemente,
con temor y reverencia de Dios, hasta que El clarifique tu corazón. Porque, ten por cierto que, si estando en esa duda, empiezas por tu voluntad algo notable,
desacostumbrado para ti, no podrás llegar a buen fin. Me refiero solo a comenzar cosas graves y desacostumbradas, sobre las que recae la duda antedicha.


El quinto remedio es que, por causa de dichas tentaciones, si las tienes, no dejes
ninguna obra buena de las que hacías cuando no estabas envuelto en las mismas, especialmente no debes dejar de orar, ni de confesar, ni de comulgar, ni de ayunar, ni las obras de piedad y de humildad, aunque en todo ello no encuentres consuelo.


El sexto remedio es que, si tienes esas tentaciones, levanta tu corazón y tu entendimiento a Dios, pidiéndole humildemente lo que es más honorable para El y más
saludable para tu alma en la tentación, sometiendo tu voluntad a la voluntad divina. De tal manera que, si a El le place que tú permanezcas en semejantes tentaciones, que te agrade también a ti, con tal de no ofenderle.




Razones por las que se mueve el corazón a mayor perfección 65


Porque me agrada mucho que hayas empezado lo bueno para el honor de Dios, y
porque deseo no solo que perseveres sino que continuamente asciendas a mayores obras
de virtud, o al menos que las desees vehementemente, te escribo algunas razones por las
que podrás excitar y mover tu corazón a las mayores perfecciones de toda virtud, que ni
comenzaste ni puedes guardar por tus propias fuerzas.
1. La primera razón es que si consideras cuán digno es Dios de ser amado y
honrado, por su bondad y sabiduría y por sus otras perfecciones, que se hallan en El sin
número y sin término, verás que lo que te parece mucho y grande para su honor y su
bondad, es mínimo y casi nada respecto de lo que deberías ser tu en comparación con su
dignidad. Pongo primero esta razón, porque en todas nuestras obras lo más principal
que hemos de procurar es el honor, la reverencia y el amor de Dios, porque en sí mismo
es digno de ser amado por toda criatura.
2. La segunda razón es que, si piensas cuántos menosprecios, vituperios,
necesidades, dolores y la pasión acerbísima que sufrió el Hijo de Dios por tu amor, para
que le ames y honres, comprenderás que es poco lo que has hecho para amarle y
honrarle, según lo que debías haber hecho. Esta razón es más perfecta y elevada que las
que siguen. Por eso la pongo en segundo lugar.


65 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c.41; VENTURINO DE BERGAMO, II, pp. 131-134;
PEDRO OLIVI, Spirituali e Beghini in Provenza, pp. 278-281.


20
3. La tercera razón es que, si piensas en la inocencia y perfección que deberías
tener, según el mandamiento divino, por el que tendrías que estar libre de todo vicio y
de toda culpa y en la plenitud de toda virtud, y a tenor del cual debes amar a Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas 66, verás claramente tu
debilidad y la distancia a que te encuentras respecto de la inocencia y perfección sobredichas.


4. La cuarta razón es que, si consideras la multitud y la liberalidad de los beneficios
divinos y de las gracias corporales y espirituales que a ti y a otros, o los que solo a ti en
particular se te han concedido, sentirás que lo que haces o puedes hacer por Dios es
nada para compensar dichas gracias y beneficios divinos, especialmente si consideras la
liberalidad y bondad divinas.


5. La quinta razón es que, si miras la altura y nobleza del premio y de la gloria
prometida y preparada para aquellos que hacen las obras de virtud en honor de Dios,
pues se les dará una gloria tanto mayor cuanto más virtuosas y mayores sean las obras,
conocerás con certeza que tu mérito es nada en comparación de tanta gloria, y desearás hacer obras más virtuosas que las que antes hiciste.


6. La sexta es que, si te fijas en la hermosura y esplendor, o generosidad que tienen
en sí las virtudes, así como la dignidad que recibe el alma por las mismas, y si miras,
por otra parte, la vileza y torpeza que tienen en sí los vicios y pecados, y la vileza que
por los mismos recibe el alma, te esforzarás, si eres sabio, por adquirir más virtudes y huir más y más de los vicios y pecados.


7. La séptima razón es que, si contemplas la sublimidad y perfección de la vida de
los santos padres y sus muchas y perfectas virtudes, conocerás la imperfección y debilidad de tu vida y de tus obras.


8. La octava es que, si conoces la grandeza de los pecados y la multitud de ofensas
que cometiste contra Dios, conocerás que todas las obras que haces, por más buenas que
sean, son nada para satisfacer por vía de justicia las ofensas hechas contra Dios.


9.La novena es que, si examinas en conjunto lo peligrosas que son las tentaciones
de la carne, del mundo y del diablo, trabajarás por alcanzar una mayor firmeza y altura
en toda virtud, más que nunca lo hicieras, para poder perseverar con mayor seguridad contra estas tentaciones.


10. La décima es que, si piensas en el riguroso juicio final de Dios, y con cuánto
aparejo de buenas obras y de satisfacción de las ofensas hechas a Dios deberías llegar a
este juicio, verás que es muy poco lo que has hecho por buenas obras y penitencia, en comparación con lo que debías haber hecho.


11. La undécima razón es que, si pensares en la brevedad de tu vida y en la proximidad de tu muerte dudosa, después de la cual no tendrás espacio para hacer obras
meritorias ni penitencia, conocerás que con mayor afecto y esfuerzo deberías hacer más obras buenas y más penitencia que la que haces.


12. La duodécima razón es que, si consideras de qué manera comienzas la vida de
perfección, en cualquier grado, pero sin esfuerzo y deseo de subir a mayor perfección y
vida más elevada, verás que esto no es posible sino por un fundamento de presunción y
soberbia en lo que empezaste. Ni tampoco sin que incluya una gran tibieza y
negligencia. Por la presencia de estos dos males, no se puede proceder sin gran peligro


66 Lc., 10, 25-28.




21
de vivir en otros muchos vicios espirituales, como podría demostrarte, aunque sería
largo escribirlo literalmente. No dudo, pues, que si quieres estar libre e inmune de esos
males, por más que hayas empezado con ansias de una mayor perfección, te debes
esforzar todavía más en llegar a una vida más elevada y perfecta. San Bernardo, comentando el Salmo 90, "Qui habitat", hablando de aquellos que son fervorosos al
principio, pero que después, creyendo que son algo, se entibian, dice: "¡Oh, si supieras cuán poco es lo que tienes y cuán pronto lo pierdes si quien te lo ha dado no lo conserva!"67.


13. La decimotercera razón es que, si piensas en los insondables juicios de Dios
sobre algunos que perseveraron mucho tiempo en gran santidad y mucha perfección, a
los que Dios abandonó por algunos vicios ocultos que creían no tener, no dudo que por
más que hayas comenzado una vida elevada, cada día elevarás tus afectos e intenciones,
corrigiendo con más cuidado que antes todos los vicios, acercándote a una más plena y
perfecta santidad, temiendo que tal vez haya en ti algún pecado oculto por el que
mereces ser abandonado.


14. La decimocuarta razón es que, si piensas en las penas de los condenados en el
infierno, que están preparadas para todos los pecadores, creo que te será ligera toda
penitencia, humildad, pobreza y todo trabajo que en esta vida puedas padecer por Dios,
con tal de evadir tales penas; y que te esforzarás continuamente para mantener una vida
de perfección más elevada, temiendo el peligro de llegar a las penas sobredichas.




Eficacia de estas razones


Traté de las razones anteriores brevemente y sin explicarlas, para que aprendas a
pensar cosas profundas sobre pocas palabras, y así cada una de las razones te dará
materia para elevada y amplia contemplación. Sin embargo, has de saber que, si quieres
aprovechar con las referidas razones, debes considerarlas no solo en el entendimiento,
sino que es necesario mover con cierto afecto tu voluntad hacia lo que dictan dichas
razones. Y, para que mejor las entiendas, te resumiré brevemente el recuerdo de las
mismas, mostrándote cómo no tienen eficacia para el aprovechamiento del alma si no
van penetradas de una afección y sentimiento espiritual.


La primera razón no tiene fuerza sino en el alma que tiene un gran espíritu, que
siente y contempla la nobleza, perfección y dignidad de Dios y se esfuerza en amarlo y
honrarlo sobre todas las cosas, según El es digno.
La segunda razón no tiene eficacia sino en el alma que mediante una cordial
devoción siente en el espíritu la caridad y bondad del Hijo de Dios, mostradas en su
propia pasión, aceptada por nosotros, y así el alma desea con todas sus fuerzas
compensar a Dios, por la caridad y bondad manifestadas en la pasión.
La tercera razón no aprovecha sino al alma que siente la altura de la perfección
que Dios requiere y manda que haya en la criatura, la cual, con profunda razón y con
gran voluntad, desea cumplir la voluntad y mandato de Dios, caminando hacia dicha
perfección.
La cuarta razón solo tiene lugar en el alma que, en el entendimiento y en el
afecto, considera la grandeza y nobleza de los beneficios de Dios y de su gracia, y se
esfuerza por tributar a Dios un servicio debido, conforme a los beneficios recibidos.


67 BERNARDO DE CLARAVAL, Comm. in psalm. “Qui habitat”, I (PL 183,1878).




22
La quinta razón tiene lugar y valor solo en el alma que estima y tiene ferviente
amor de la gloria prometida en el paraíso, y que tiene firme fe y esperanza de llegar a
esta gloria por las obras buenas de las virtudes, de manera que con las distintas obras
buenas se esfuerza por llegar a esa gloria.
La sexta razón no tiene eficacia sino en el alma que tiene horror y abomina de
todos los vicios y pecados, y tiene complacencia y amor de las virtudes y de la gracia de Dios, y esto con gran exceso y altura.
La séptima razón solo tiene fuerza en el alma que tiene en gran estima las vidas de los santos, con deseo de imitarlos. Me refiero especialmente a los más perfectos, como son, principalmente, la Virgen María, y después los Apóstoles, San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
La octava razón no aprovecha sino al alma que agrava contra sí las ofensas que
hizo contra Dios y que tiene gran voluntad de hacer ante Dios justicia y satisfacción de todos sus pecados mediante las obras buenas de virtud.
La novena razón no tiene lugar sino solamente en el alma que siente su propia debilidad y la gravedad y peligro de las tentaciones, por lo que se esfuerza en huir de toda ocasión de caer en la tentación y llegar así a la seguridad de la gracia de Dios.
La décima razón no tiene lugar sino en el alma que reconoce sus pecados y tiene temor cordial a la sentencia del juicio final, que se pronunciará sobre los pecadores que no hicieron penitencia.
La undécima razón no tiene valor sino en el alma que tiene temor a la muerte y que está muy dispuesta a hacer obras meritorias.
La duodécima razón aprovecha solo al alma que siente y entiende que
empezando la vida de perfección sin esfuerzo y deseo de llegar a lo más alto, no puede mantenerse sin que se mezclen en ello los señalados vicios y sin peligro de grandes males. Por tanto, ha de querer huir de dichos vicios y peligros.
La decimotercera razón no tiene eficacia sino en el alma que cuida por encima de todo su salvación y que teme quedar separada de la gracia de Dios.
La decimocuarta razón tiene fuerza solo en el alma que teme las penas de los
condenados, sintiendo que es digna de llegar a ellas por las ofensas cometidas contra Dios, y quiere y se esfuerza por evitar dichas penas por la satisfacción de la penitencia.


Advierte que el fin y conclusión de cualquiera de las razones deberá fijarse en dos cosas:
Primera, en el sentimiento de la propia imperfección y de la propia nada.
Segunda, en el deseo y esfuerzo por llegar a una vida más perfecta.
Pero de tal suerte que el sentimiento de la propia imperfección y de nuestra nada
no exista sin el deseo y esfuerzo de mayor perfección y de una vida más elevada, y viceversa.




Consejos para evadir los lazos del diablo


Quien quiere escapar de los lazos y tentaciones finales del anticristo o del demonio, debe abrigar dos sentimientos en sí mismo:




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Primero, que sienta de sí mismo como de un cuerpo muerto, lleno de gusanos y maloliente, como un cadáver al que no se dignan ver ni mirar, es más, se tapan las narices por el pésimo hedor y olor, y apartan el rostro para no ver tal y tanta abominación68. Es lo que nos conviene hacer a ti y a mí, carísimo, pero más a mí, porque
toda mi vida es hedionda, todo yo soy hediondo, todo mi cuerpo, toda mi alma, todo lo que está dentro de mí está lleno de corrupción y podredumbre de los pecados y
maldades fetidísimos y abominabilísimos que tengo, y, lo que es peor, cada día siento que este hedor se renueva más reciente y más angustioso.
El alma fiel debe sentir bien tal hedor de si misma, con gran vergüenza delante de Dios, como delante de Aquel que ve y sabe todas las cosas, como si estuviera delante de su riguroso juicio, doliéndose totalmente de la ofensa hecha a Dios y de la pérdida de la gracia en el alma, la que tenía por ser redimida por la preciosísima Sangre de Cristo y
lavada por el agua del bautismo. Y así como siente y cree para sí y para Dios que es
hediondo, así también sienta y crea lo mismo delante de los ángeles y almas santas, y
delante de todos los hombres que viven en el mundo. Para todos ellos es abominable y repugnante: todos ellos no solo no quieren ver ni escuchar sus obras y palabras, sino que se tapan las narices y vuelven el rostro para no verlo y lo echan de en medio como un fétido cadáver y así está desterrado de ellos, separado y arrojado como un leproso, y
más, hasta que vuelva en sí.
Si alguien hiciera justicia, de sí mismo y sintiera de su cuerpo lo que es justo, y
debe creer que es así, deberían sacarle los ojos, romperle las narices, cortarle las manos, las orejas y la boca y todos los otros sentidos corporales y miembros, pues con todos ellos ofendió a Dios creador.
Asimismo, desee ser despreciado y ultrajado y sufrir con paciencia todos los vituperios, vergüenzas, difamaciones, blasfemias y adversidades con gran gozo y alegría.


En segundo lugar, conviene que desconfíe totalmente de sí mismo, de todos sus
bienes y de toda su vida, y que te conviertas totalmente y te reclines en los brazos de
Jesucristo, paupérrimo, vilísimo, improperado, despreciado y muerto por ti, hasta que tú
estés muerto en todos tus sentimientos humanos y que Jesucristo crucificado viva en tu
corazón y en tu alma, y todo transformado y transfigurado sientas en ti cordialmente, de
manera que nunca veas ni sientas ni oigas, sino al mismo clavado en la Cruz, muerto y
suspendido por ti, a ejemplo de la Virgen María, muerto al mundo y viviendo por la fe69.
Y toda tu alma viva en esta fe hasta la resurrección, en la que el Señor te infundirá
un gozo espiritual y el don del Espíritu Santo en ti y en aquellas personas en las que ha
de renovarse el estado de los Apóstoles y de la Iglesia santa de Dios. Ejercítate en santas oraciones o meditaciones sagradas y afectos, para obtener los dones de las virtudes y la gracia de Dios.




Siete afectos para con Dios, para uno mismo y para con el prójimo


Debes ejercitarte principalmente con siete afectos ante Dios, a saber:
amor ardentísimo,
temor sumo,


68 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c.16.
69 Cf. Gal., 2, 20; LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c.16.




24
honor debido,
celo constantísimo.
A los que se debe unir:
acción de gracias y alabanza,
pronta y total obediencia
y la degustación, en lo posible, de la suavidad divina.

Continuamente debes pedirle a Dios estas siete cosas, diciendo:


Buen Jesús, haced que os ame desde lo más profundo de mi ser, que os tema por encima de todo, que os reverencie y que tenga fortísimo celo por tu honor, de tal manera que, ansioso de tu gloria, aborrezca vehementísimamente cualquier oprobio contra ti, y más si se hace por mí o en mí. Dame, Señor, que te adore a ti humildemente como criatura tuya y te reconozca, y que por todos los beneficios que me has dado, te dé siempre gracias con toda gratitud de corazón. Dame también que en todas las cosas te bendiga siempre, te alabe y glorifique con sumo júbilo, danzando el corazón, y que, conformándome y obedeciéndote en todo, me sacie siempre de tu dulcísima e inefable suavidad, como comensal de tu mesa, con tus santos ángeles y apóstoles, aunque totalmente indigno e ingrato. Tú, que con el Padre y el Espíritu Santo, etc.


Respecto a sí mismo debe ejercitarse también con otro septiforme afecto, a saber:


Primero, que se confunda totalmente a sí mismo por sus defectos y vicios.
Segundo, llore y deplore sus pecados con acerbísimo y agudísimo dolor, porque ofenden y manchan su alma.
Tercero, con la propia humillación y desprecio de sí mismo, es decir, que con todas sus fuerzas se desprecie a sí mismo y desee ser despreciado como algo vilísimo y corrompido, como se ha dicho.
Cuarto, que con rigor severísimo castigue ásperamente su cuerpo y apetezca ser castigado como lleno de hediondez por el pecado, es más, como letrina y albañal y cúmulo de toda inmundicia.
Quinto, con ira implacable contra todos sus vicios y contra las raíces e
inclinaciones de los mismos.
Sexto, con una vigilancia enérgica y denodada sobre todos sus sentidos actos y potencias, siempre atento y vigilante para perseverar en el bien con esfuerzo varonil.
Séptimo, con una discreción de perfecta modestia o moderación, para que en todo guarde exactamente la medida y el modo entre lo que es excesivo y lo que es menos que suficiente, esto es, que nada sea superfluo en él, nada disminuido, nada deficiente, ni más ni menos de lo que debe ser.




Respecto del prójimo debe ejercitarse también con otro septiforme afecto, a saber:
Primero, con una piadosa compasión, de forma que sienta los males y trabajos ajenos como propios.
Segundo, con una dulce congratulación, esto es, que se alegra de los bienes del prójimo, como de los suyos.




25
Tercero, con una tranquila acogida e indulgencia, esto es, tolerando
pacientemente y perdonando de corazón, olvidando las molestias e injurias que le causen los demás.
Cuarto, con una benigna afabilidad, es decir, que sea benigno para con todos y desee todos los bienes y los viva para todos, mostrándose así en gestos y palabras.
Quinto, con reverencia humilde, de manera que prefiera a todos antes que a sí mismo, a todos reverencie y a todos se sujete de corazón, como a sus señores.
Sexto, con unánime concordia, esto es, que en cuanto dependa de sí, y en cuanto pueda ser según Dios, sienta lo mismo con todos, de forma que se sienta en todos y que todos estén en él, y el buen querer de todos lo considere como suyo, y viceversa.
Séptimo, mediante una cristiforme oblación de sí mismo por todos, esto es, que a imitación de Jesucristo esté preparado solícitamente a entregar su vida por la salvación de todos y orar día y noche y trabajar para que todos sean inviscerados en Cristo y Cristo en ellos.


Sin embargo, no crea por esto que no ha de precaver y huir de todos los vicios de los hombres, pues ha de saber que sí la compañía de los malos o imperfectos amenazara algún peligro de apartarse o que le impidiera la perfección, o el fervor de las mencionadas virtudes, debe alejarse de ellos como de serpientes o dragones. No hay carbón tan encendido que no se enfríe y apague con el agua. Por el contrario, apenas
hay carbón tan frío que en el montón de carbones encendidos no se encienda. De otra
suerte, en donde no hay peligro semejante, deben, con la mayor sencillez, no ver los defectos de los demás, o, si los ves, juzgarlos con compasión y soportarlos como tuyos.




Para regular bien tu conducta respecto de lo temporal y de lo eterno, advierte que has de considerar las cosas temporales bajo un cuádruple aspecto:


Primero, que, como advenedizo y peregrino 70, sientas todas las cosas como extrañas y ajenas, hasta tal punto que tu mismo vestido sea tan extraño a tu sentido, como si estuviera en (España, o) en la India.
Segundo, que en el uso de las cosas temas la abundancia como veneno, o como un mar que todo lo sumerge en sus aguas.
Tercero, que en el uso de las cosas sientas toda la escasez y pobreza, porque ésta es la escalera por la que se sube a las riquezas celestiales y eternas.
Cuarto, que huyendo de la compañía, contubernio y boato de los ricos y
poderosos, aunque no por desprecio, te gloríes de la compañía de los pobres y te alegres del recuerdo, trato y conversación con ellos , pues son la expresa imagen de Cristo, y así, como si fuesen reyes, los acompañes con sumo agrado y reverencia.




Quince perfecciones necesarias para el que sirve a Dios en la vida espiritual


Quince son las perfecciones necesarias para la persona que sirve a Dios
en la vida espiritual.
La primera, la clara y perfecta noticia de sus defectos y flaquezas.
La segunda, una ira grande y ardiente contra las malas inclinaciones y contra los deseos y pasiones que repugnan a la razón.


70 Cf. Sal., 38, 13.




26
La tercera, un gran temor por las ofensas hechas hasta ahora contra Dios, porque no está seguro de si ha hecho bastante satisfacción, ni de haber hecho la paz con Dios.
La cuarta, un gran temor y temblor de que por su fragilidad puede caer de nuevo en semejantes o mayores pecados.
La quinta, una rigurosas disciplina y áspera corrección para el gobierno de sus sentidos corporales y para someter todo su cuerpo al servicio de Jesucristo.
La sexta, fortaleza y gran paciencia en las tentaciones y adversidades.
La séptima, evitar virilmente, como a demonio infernal, a toda persona o a
cualquier criatura que le empuje, o que le fuera ocasión, no solo para el pecado, sino para cualquier imperfección de la vida espiritual.
La octava, llevar en sí la cruz de Cristo, que tiene cuatro brazos: primero, la mortificación de los vicios; segundo, la renuncia a los bienes temporales; tercero, la renuncia a los afectos carnales de los parientes; cuarto, el desprecio de sí mismo, la abominación y aniquilamiento de sí mismo.
La novena, el dulce y continuo recuerdo de los beneficios divinos que hasta ahora ha recibido del Señor Jesucristo.
La décima, permanecer día y noche en oración.
La undécima, gustar y sentir continuamente las dulzuras divinas.71
La duodécima, un gran y ferviente deseo de exaltar nuestra fe, es decir, que Jesucristo sea temido, amado y conocido por todos.
La decimotercera, tener misericordia y piedad con su prójimo en todas sus necesidades, como quisiera la tuvieran con él.
La decimocuarta, dar gracias continuamente a Dios con todo el corazón, y
glorificar y alabar en todo a Jesucristo.
La decimoquinta, que, después de hacer todo esto, sienta y diga: Señor, Dios mío, Jesucristo, nada soy, nada puedo, nada valgo y te sirvo muy mal, y en todo soy un siervo inútil 72.




Cinco ternarios en los que tiene que ejercitarse


Tres son las bases o partes principales de la evangélica y apostólica pobreza:
- la renuncia a todo derecho propio,
- la moderación en las cosas temporales, y
- la práctica de la pobreza en estos dos afectos.


Tres son las partes de la abstinencia, a saber:
- debilitar el amor carnal y la solicitud de lo que sirve a su sustento,
- no buscar la abundancia o suficiencia en la delicia de alimentos,
- usar con sobriedad de lo que se ofrece.


71 Cf. Sal., 33, 9.
72 Cf. Lc., 17, 10.




27
Tres cosas en particular debemos huir y temer: 73
- la distracción externa de los negocios,
- la promoción y exaltación interior,
- y la desordenada e inmoderada afección de las cosas temporales y de las amistades carnales, o para consigo mismo, o para los amigos, o hacia su Orden.


Tres cosas en particular, en las que debemos ejercitarnos y abrazar
- primera, el deseo de ser menospreciado, abatido y vilipendiado hasta el
extremo;
- segunda, una entrañable compasión hacia Cristo crucificado;
- tercera, el sufrimiento de las persecuciones y del martirio por la dilatación del culto y del nombre de Cristo, así como de la vida evangélica.
Estas tres cosas se deberían pedir con abundante oración después de las horas del día, con gemidos y ardentísimos suspiros.


Tres cosas , que en particular debemos meditar asiduamente:
- primera, Cristo crucificado, encarnado, etc.
- segunda, el estado de los Apóstoles y de los frailes antepasados de nuestra Orden, con el deseo de conformarse a ellos.
- tercera, el estado futuro de los varones evangélicos. Esto debes meditarlo día y noche, a saber, el estado de los paupérrimos y sencillísimos, mansos, humildes y desechados, unidos entre sí con caridad ardentísima, que nada piensan ni hablan ni gustan sino solo a Jesucristo, y éste crucificado. 74 Que no se preocupan de este mundo,
olvidados de sí mismos, contemplando la soberana gloria de Dios y de los bienaventurados, suspirando medularmente por ella y esperando y deseando siempre la muerte por amor de ella, diciendo, como san Pablo: Deseo morir y estar con Cristo75, llenos desde lo alto y maravillosamente invadidos de los inestimables tesoros de las
riquezas celestiales sobre los ríos dulces y melifluos de las suavidades y alegrías divinas.




Por consiguiente, debes imaginarlos como cantando con júbilo un cantar
angélico, tañendo en las cítaras de su corazón. Esta imaginación te llevará, más de lo que se puede pensar, a desear con impaciencia la venida de aquellos tiempos. Te llevará también a una especie de luz admirable, en la cual, disipadas todas las nubes de la duda
y de ignorancia, verás limpísimamente y discernirás con todo detalle todos los defectos de estos tiempos y el místico orden de las órdenes eclesiásticas que han aparecido y aparecerán desde el principio, desde Jesucristo, hasta el fin del mundo y hasta la gloria del sumo Dios y de Cristo Jesús.


Lleva siempre a Jesucristo en tu corazón para que El te lleve a esa gloria.
AMEN.




73 Cf. VENTURINI DE BERGAMO, Tractatus et epistolae spirituales, 9, pp. 119-120.
74 Cf. 1 Cor., 2, 2.
75 Flp., 1, 23.




28
A P E N D I C E 76


Si quieres alcanzar plenamente lo que intentas, dos cosas te son necesarias:
- primera, que te apartes de todas las cosas transitorias y terrenas, y no te cuides
nada de ellas, como si no existieran;
- segunda, que te des de tal forma a Dios, que nada digas ni hagas sino lo que
creyeres firmemente que le agrada.
Lo primero lo conseguirás de este modo: Despréciate a ti mismo de todas las
maneras en que puedas, creyendo que eres nada y que todos los hombres son buenos y
mejores que tú, y que agradan más a Dios. Todo lo que oigas u observes en las
personas religiosas y famosas, míralo siempre como hecho o dicho con buena intención,
aunque parezca lo contrario. Porque frecuentemente fallan las sospechas humanas.
A nadie disgustes. Nunca hables de ti mismo algo que comporte alabanza, por
más amigo que sea aquel con quien hablas. Es más, trabaja más en ocultar las virtudes
propias que los vicios. De nadie hables mal jamás, aunque sean cosas verdaderas o
manifiestas, a no ser en la confesión, y esto cuando no puedas manifestar de otra manera
tu pecado. Escucha con gusto cuando alguien es alabado, más que cuando es
vituperado.
Cuando hables, tus palabras sean pocas, rectas, verdaderas, poderosas, y sean
también sobre Dios. Si un seglar habla contigo y propone cosas vanas, cuanto antes
puedas corta la conversación y transpórtate a las cosas de Dios. Todo lo que te
acontezca a ti, o a otro unido a ti, no te preocupe. Si es cosa próspera, no te alegres; si
es adversa, no te entristezcas, sino considéralo nada, y alaba a Dios.
Pon, en lo posible, toda solicitud para buscar diligentemente lo que es útil. Huye
de las palabras en cuanto puedas, porque es mejor callar que hablar. Después de las
Completas no hables hasta que la misa del día siguiente haya terminado, a no ser que se
presente una razón mayor. Si vieres algo que no te gusta, mira si está en ti y córtalo.
Mas, si vieres u oyeres algo que te agrada, mira si está en ti y manténlo, y si no lo
tienes, tómalo y así todas las cosas estarán para ti como en un espejo.
De nada murmures con otro, a no ser que creas que es provechoso, por más
grave que sea lo que piensas. Nunca afirmes algo de modo pertinaz, ni tampoco lo
niegues así, sino que tus afirmaciones, negaciones y dudas, estén condimentadas con
sal. Abstente siempre de las carcajadas. Las risas sean raras. Y a pocos prestes
conversación sino brevemente en todas tus palabras. Compórtate de forma que en tus
palabras se disipen las dudas.
Lo segundo lo alcanzarás de este modo: aplícate a la oración con gran devoción
y rézala como tarea en las horas debidas: y lo que llevas a la oración medítalo en tu
corazón día y noche. Lo que leas sea para alimentar la oración.
Medita diligentemente e imagínate el estado de aquellos en cuyo recuerdo las
has rezado.
Ten estas cosas como propias en tu memoria, a saber, qué fuiste, qué eres, qué
serás. Qué fuiste, una espina fétida. Qué eres, un montón de estiércol. Qué serás,




76 Algunos manuscritos del siglo XV añaden este Apéndice, que viene a ser como una síntesis del
Tratado, entre ellos los de Bamberg, Munich y Frankfurt.




29
comida y manjar de gusanos. 


Imagina también las penas de los que están en el infierno,
penas que nunca acabarán, y que por tan poco deleite padecen tantos males. Por otra
parte, imagina la gloria de los que están en el paraíso, que nunca acabará, y cuán pronto
y brevemente se adquiere. Y, lo mismo, cuánto dolor y llanto tendrán los que por cosas
tan pequeñas perdieron tan gran gloria.


Cuando tienes algo que te disgusta, o temes tenerlo, piensa que si estuvieras en
el infierno, aquello y todo lo que no quisieras tener, lo tendrías, y de esta manera lo
soportarás todo diligentemente por el amor de Cristo. Y cuando tienes, o , deseas tener
algo que te agrada, piensa que si estuvieras en el paraíso lo tendrías, con todo lo que
quisieras tener.


Cuando es la fiesta de algún santo, piensa cuántas cosas soportó por Dios,
aunque brevemente, y qué cosas alcanzó, que son eternas. Piensa también que pasaron
los tormentos de los buenos y los gozos de los malos. Estos, por sus indebidas delicias
y gozos, tienen la pena eterna. Y los buenos, con estos tormentos, alcanzaron la gloria
eterna.


Siempre que te venza la pereza, toma este escrito e imagínate con diligencia todo
esto, y piensa el tiempo que pierdes obrando así, de forma que los que están en el
infierno darían todo el mundo si lo tuvieran para ello. Si tienes algunos dolores, piensa que los que están en el paraíso carecen de ellos. 
Y, lo mismo, si tienes algún consuelo, piensa que los del infierno carecen absolutamente de ellos.


Cuando vayas a acostarte, examínate, qué pensaste, qué dijiste, qué hiciste durante el día y cómo el tiempo útil que
se te dio para adquirir la vida eterna, lo disipaste, y, si lo utilizaste bien, alaba a Dios.
Si lo utilizaste mal y negligentemente, llora. Y al día siguiente no retardes la confesión.
Y si hiciste algo, o dijiste, de lo que te remuerde mucho la conciencia, no comas antes de confesarte.


Como final, pongo que imagines dos ciudades: una, llena de todos los tormentos, a saber, el infierno. La otra, llena de todo consuelo, como es el paraíso.
Es necesario que corras hacia una de las dos. Mira bien quién te puede llevar al mal o quién te puede impedir el bien. Pienso que no lo encontrarás.


Estoy seguro que si guardas las cosas que se han dicho, el Espíritu te lo enseñará todo y habitará en ti y te educará para que lo cumplas todo.


Por tanto, observa bien estas cosas y no omitas nada. Léelas dos veces por semana, el miércoles y el sábado. Y donde encuentres que las has cumplido, alaba a Dios, que es piadoso y misericordioso por los siglos de los siglos. AMEN.




Vis Evangelii dæmones fugat, atria cœli pandet,
Virtutes confert reparatque salutem.

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