lunedì 25 luglio 2011

SANTIAGO




Santuario-Basilica-Cattedrale di San Giacomo  de Compostella




Santiago el Mayor, o Santiago el de Zebedeo, hermano de San Juan y Apóstol de Jesús de Nazaret, nacido en Betsaida, Galilea. Fue uno de los discípulos más apreciados por Jesucristo; de tal manera que estuvo presente, junto a San Pedro y a su hermano Juan, en la resurrección de la hijita de Jairo, así como en dos circunstancias muy importantes del ministerio del Maestro: la Transfiguración en el monte Tabor y la Agonía en el Huerto de los Olivos.

Según la tradición apostólica, cuando los Apóstoles fueron enviados a la predicación, Santiago tuvo a cargo la evangelización de la Hispania, las actuales España y Portugal. Primero predicó en Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego en la ciudad romana de Cesar Augusto, hoy conocida como Zaragoza.


La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas en Zaragoza y que sólo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos son conocidos como los Siete Convertidos de Zaragoza.

Las cosas cambiaron cuando la Santísima Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, manifestación conocida como la de la Virgen del Pilar. Desde entonces, la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España. Su pilar es la columna de la Fe


Los Hechos de los Apóstoles nos descubren que Santiago fue el primer apóstol martirizado, y que murió decapitado por orden de Herodes. ¿La causa? Según la opinión del sumo sacerdote, ¡haber llenado Jerusalén con las enseñanzas de Jesús! La muerte es consecuencia de haber arriesgado la vida por Jesús, de haber abandonado casa, padre y madre para anunciar el Evangelio.

Santiago muere mártir por orden del rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo del año 41, día aniversario de la Encarnación.


La tradición relata que sus discípulos llevaron su cuerpo nuevamente hasta Galicia, donde lo enterraron justamente en Iria Flavia, donde el obispo Teodomiro lo halló en el siglo VII.
Por otra parte, la tradición del Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I, muerto en 850, que sucedió en el trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto.
Al fallecer este, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas), que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I, que estaba en Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja), no quiso entregarles las cien doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo, donde, en la víspera de la batalla, se le aparece en sueños el Apóstol Santiago.
El Apóstol le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas; anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque.
Los cristianos dan batalla al grito de ¡Dios ayuda a Santiago!, y los moros son vencidos.
Aquella gloriosa jornada de las armas cristianas será la fundación de la Orden de Santiago.
Más tarde, en la batalla de Hacinas, entre el Conde Fernán González, muerto en 970, y el caudillo moro Almanzor, aparece otra vez Santiago, que le dice al conde de Castilla: Fernando de Castilla, ¡hoy te crece gran bando!
Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito de ¡Santiago y cierra!
Es la primera vez que se registra el que luego será grito famoso entre los cristianos peninsulares cuando entran en batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago, y choquemos contra ellos.
La fiesta de Santiago Apóstol supone siempre para España e Hispanoamérica, y para la misma Iglesia, una invitación a volver a los orígenes de su historia más auténtica y a renovarse espiritualmente, descubriendo la riqueza cristiana que encierran sus raíces para, de este modo, poder afrontar las tareas del presente y del futuro con esperanza, con la esperanza que no engaña: la que se funda en la Fe.
Santiago recuerda a España e Hispanoamérica sus orígenes apostólicos y la evangelización de sus gentes, de su cultura y de la sociedad, con una tal hondura de fe, que la ha dejado marcada viva y fielmente en lo esencial, hasta hoy mismo.
Desde aquellos sus primeros Siete Discípulos, en la aurora del catolicismo, se mantuvo la fe a través de las pruebas más formidables, sobre todo la de la dominación islámica, saliendo de ella más purificada y acrisolada.
El culto a Santiago Apóstol  se convirtió en una poderosa fuerza galvanizadora de la resistencia cristiana del siglo IX al XII.
Este culto debe ser hoy, más que nunca, la razón de ser de la paciencia cristiana en la inhóspita trinchera a la cual nos ha relegado, por permisión divina, el Dragón infernal…
Nuestra Señora del Pilar, como nos lo ha prometido, conservará nuestra Fe, y nos otorgará la victoria.
¡Dios ayuda a Santiago!
¡Santiago y cierra!
¡Viva la Pilarica!
http://it.wikipedia.org/wiki/San_Giacomo_Maggiore



   
"PRÆSTA  QVÆSVMVS 
OMNIPOTENS  DEVS 
VT  QVI  BEATI  CHRISTOPHORI 
MARTYRIS  TVI 
NATALITIA  COLIMVS 
INTERCESSIONE  EJVS 
IN  TVI  NOMINIS 
AMORE  ROBOREMVR"




LA APARICIÓN DE SANTIAGO, APÓSTOL 
Día 23 de mayo 
P. Juan Croisset, S.J. 
l apóstol Santiago, que recibió de Jesucristo la 
comisión de predicar á los españoles el Evangelio, 
según entiende Santo Tomás de Villanueva, el 
cumplimiento de la petición hecha al Hijo de Dios por la 
madre de los Zebedeos, después que con sumos trabajos 
y penosas peregrinaciones puso en ejecución la voluntad 
de su Maestro, viniendo á predicar á esta región dichosa, 
no ha olvidado jamás desde el Cielo el promover con su 
poderosa intercesión sus felicidades, procurándolas 
muchas veces con repetidos milagros. La Iglesia de 
España, justamente agradecida á los beneficios de tan 
benéfico Patrono y Padre de su fe, celebra con solemnes 
festividades los dones preciosos con que ha sido 
enriquecida. Uno de ellos, y el más considerable después 
del primitivo de su predicación, es la aparición 
portentosa de este santo Apóstol, con que libró á España 
de la mayor ignominia, peleando en sus batallas y 
capitaneando sus escuadrones para darla una victoria 
enteramente milagrosa y fuera de sus esperanzas. La 
autoridad de nuestra Iglesia, que celebra esta festividad, 
y los multiplicados escritos de varones sabios que 
refieren esta aparición, hacen calmar las dudas que la 
curiosa erudición de algunos modernos ha esparcido 
sobre este hecho piadoso, que, deducido de nuestros 
historiadores, es como se sigue: 
En el tiempo del cobarde, y lúbrico Mauregato llegó 
España á un estado de infelicidad y de impotencia igual 
al de soberbia y de poder á que había subido la 
E   2
dominación de los sarracenos. Conocieron éstos la 
flaqueza y debilidad de  los cristianos, quienes, 
sumergidos en la molicie y demás vicios vergonzosos, se 
habían olvidado de aquel antiguo valor en las armas que 
había dado en qué entender por espacio de más de dos 
siglos á todo el orgullo y fuerzas formidables de aquella 
República que las tuvo suficientes para destruir á 
Cartago. Llevaron, pues, su insolencia hasta el exceso de 
pedir un tributo á los príncipes españoles, tan inicuo 
como vergonzoso. Consistía éste en pagar anualmente 
cien doncellas casaderas, que se sorteaban entre las más 
nobles y hermosas, para servir á la incontinencia de los 
bárbaros. Los españoles vivían por esta, causa en una 
continua amargura. Criaban á sus hijas  con cuidado y 
regalo, pero considerando al mismo tiempo que había de 
venir un día en que las apartasen de su seno para 
entregarlas, como inocentes  corderas, en las garras de 
lobos carniceros: el dolor, las lágrimas y los suspiros de 
las piadosas madres, al ver  tan precioso fruto de sus 
entrañas prostituido á la  bárbara carnalidad de los 
enemigos de Jesucristo, se tenían que sofocar y 
desentender á vista de la cobardía y abatimiento en que 
estaba sumergida España. Las inocentes doncellas se 
veían precisadas á dejar el  amado seno de sus padres, 
sus parientes, sus amigas, la tierra amada en que habían 
sido criadas, y alejarse de la sacrosanta religión en que 
habían sido educadas, para vivir con una gente bárbara y 
feroz, embrutecida con los excesos de la carnalidad y 
ciega con las tinieblas de una brutal superstición. Ni las 
sentidas lágrimas que corrían por sus hermosos rostros, ni 
los gritos que enviaban al  Cielo, levantando á él las 
manos é implorando su piedad; ni el arrancar sus 
cabellos, ni llenar el aire  de lastimosos suspiros, eran 
parte para que se dejase de cumplir el inicuo pacto que 
las adjudicaba á los sarracenos por tributo. 
Tanta calamidad, tan vergonzosa miseria no tenía   3
esperanza de verse ahuyentada de nuestra España sin un 
especial patrocinio del Cielo; porque las fuerzas, 
excesivamente inferiores á  las de los bárbaros; la 
cobardía que se había apoderado de los corazones 
viciosos, y la habitud que habían contraído los españoles 
con la infamia, cerraban las puertas á todo humano 
socorro. Quiso, finalmente, el Cielo poner término á tanta 
desventura, infundiendo en el corazón de Ramiro, 
príncipe glorioso, que mandaba por entonces á los 
españoles, el generoso pensamiento de quitar de su 
pueblo este escándalo afrentoso. Era el rey de los moros 
Abderramán II, hombre soberbio y feroz, que, con la 
prosperidad de las victorias que había conseguido contra 
su tío en el principio de su reinado, se había hecho mucho 
más poderoso é insolente. Deseaba con ansia mover 
guerra contra los cristianos, para lo cual buscaba algún 
pretexto especioso con que  colorear sus infieles 
intenciones. Había habido alguna interrupción en la paga 
del inicuo tributo, bien fuese por retardarle con alguna 
seriedad los españoles, ó  bien porque los moros, 
detenidos en otras guerras, no estaban en disposición de 
hacérsele pagar con las armas. Envió, pues, embajadores 
á Ramiro, exigiendo orgullosamente las cien doncellas, y 
acompañando esta exacción con terribles amenazas. 
Bien conoció el prudente Rey  que éste era un medio de 
declararle la guerra; y, como su poder era tan inferior, no 
dejó de turbarse y concebir algún temor; pero, 
gobernando su corazón el honor y la piedad, y mucho 
más fortaleciéndole los influjos celestiales, determinó 
pasar primero por todos los  contratiempos y reveses de 
la fortuna, que consentir en la ejecución de tan torpe 
infamia. Despidió á los embajadores con entereza y 
severidad, asegurándoles que solamente el derecho de 
gentes les podía libertar del justo castigo que merecía su 
torpe comisión. Luego que partieron los embajadores 
llamó á consejo Ramiro á sus grandes para deliberar 
sobre los medios de la guerra, que ya miraban como   4
declarada. El celo del honor y de la religión encendió los 
corazones de todos, de modo que la tuvieron por justa, y 
prometieron emplear en  ella, no solamente sus 
haciendas, sino su sangre y sus vidas. 
Establecido esto, hicieron levas en todo el reino para 
juntar un ejército respetable, forzando á alistarse y tomar 
las armas á todos aquellos que eran capaces de 
manejarlas, reservando prudentemente los brazos 
necesarios para el cultivo  de los campos, de donde le 
había de venir la principal fuerza al ejército. Sabía muy 
bien el prudente príncipe que no consiste la fuerza de un 
ejército en lo numeroso, sino en lo bien disciplinado y 
bien mantenido; por tanto,  sus providencias tiraban á 
precaver los desastres del hambre aun más que los de la 
guerra. Habiéndose juntado un ejército lo más crecido 
que se pudo en aquellas circunstancias, salieron contra 
los moros acompañando las banderas los sacerdotes, 
obispos, grandes y proceres del reino y toda persona 
respetable. Sin embargo de  que iban á pelear por una 
causa tan justa, como conocían el gran poder del 
enemigo, su orgullo y soberbia, iban sumamente 
recelosos de poder alcanzar victoria. Encomendaron 
mucho á Dios la expedición; armáronse con la señal santa 
de la cruz, y para dar á entender al enemigo que estaba 
lejos de ellos el temor, rompieron por sus tierras 
haciendo correrías y talas, particularmente en la Eioja, 
que entonces pertenecía á los sarracenos. El rey de éstos, 
Abderramán, no se descuidaba por su parte en reclutar 
gentes de sus estados, proveerlos de armas y caballos y 
hacerlos ejercitar en los movimientos de la guerra. Hizo 
además de esto que le viniesen gentes del África, gran 
cantidad de provisiones y cuanto juzgó necesario para 
dejarse caer como un rayo sobre los cristianos y hacerles 
pagar el infame tributo. Caminaron los dos ejércitos, 
buscándose uno á otro con deseos de encontrarse, y con 
los recelos que produce el saber que las contingencias de   5
la guerra son varias y la fortuna caprichosa. Cerca de 
Albelda, fortaleza respetable en aquel tiempo, y 
conocido después por el monasterio de San Martín, que 
edificó en aquel pueblo D. Sancho, rey de Navarra, 
llegaron á avistarse los dos campos de cristianos y de 
moros. 
La priesa con que se había juntado nuestro ejército 
no permitía que sus soldados  fuesen muy diestros en el 
arte de pelear; por el contrario, los enemigos traían 
soldados veteranos, enseñados con la experiencia y 
ejercicio, lo cual, junto con la superioridad del número, 
les daba mucha ventaja. Sin embargo, dióse la batalla de 
poder á poder, y con el mayor ardimiento, en las 
comarcas de Albelda, batalla de las más sangrientas y 
memorables que se dieron  en aquel tiempo. Peleaban 
por una y otra parte los soldados como rabiosos leones; 
nuestros capitanes acudían á todas partes, encendiendo 
y animando á nuestros soldados más poderosamente con 
el ejemplo que con las palabras; pero la victoria 
permanecía indecisa. Ya llegaba la noche sin desistir de 
la pelea y la matanza; pero como los soldados de los 
moros eran tantos en número, y se sucedían unos á otros, 
entraban de refresco en la pelea, y llegaron ya á 
debilitar nuestro ejército, de manera que solamente el 
cerrar la noche con grandes  tinieblas y oscuridad pudo 
quitar á los moros una completa victoria. Esta noche fue 
el remedio de los cristianos, así como acontece que de 
pequeñas casualidades suele muchas veces tomar 
ocasión la fortuna para  manifestar maravillosos 
acaecimientos en la guerra.  El rey Ramiro, viendo á sus 
gentes sumamente destrozadas y desfallecidas por el 
trabajo y el cansancio del día, se retiró á un monte 
cercano, en donde se atrincheró lo mejor que pudo para 
guardarse de cualquier insulto del enemigo. Esta acción, 
aunque no dejó de ser de soldado prudente y 
experimentado en aquellas circunstancias, era indicio de   6
que su corazón se reconocía algún tanto por vencido. En 
aquella noche hizo curar á  los heridos; y aunque los 
sucesos del día les había hecho perder toda esperanza 
de felicidad, dirigían á Dios  sus votos con gran copia de 
lágrimas, esperando en su divina misericordia que no 
permitiría que el pueblo cristiano fuese presa de sus 
enemigos. El Rey, lleno de amargura y de dolor, enviaba 
sus suspiros al Cielo demandando piedad y solicitando 
que aplacase sus enojos. Quebrantado de su misma 
tristeza se quedó dormido, y  entre sueños vio al apóstol 
Santiago, que con grande majestad y grandeza 
confortaba su corazón, asegurándole que diese la 
batalla, con la certidumbre de que conseguiría la 
victoria. Con un anuncio tan feliz despertó el Rey 
sumamente regocijado, y, mandando juntar 
inmediatamente á los prelados y á los grandes, les hizo  
un discurso lleno de confianza y de ánimo en estos 
términos: 
«Todos cuantos estáis presentes, ¡oh esforzados 
varones!, sabéis tan bien como yo la triste situación en 
que nos hallamos: la batalla  de ayer fue para nosotros 
más presto adversa que favorable, y hubiéramos sido 
vencidos, si á nuestra debilidad y corto número no 
hubiera favorecido la noche. Gran parte de nuestros 
bravos soldados yacen muertos en esa Campiña. Sabéis 
cuan considerable es la de los heridos, y que el temor de 
suerte más funesta tiene á los demás amedrentados. Los 
enemigos, que por su número nos eran superiores, han 
cobrado nuevas fuerzas con  nuestro destrozo y con los 
beneficios que lograron ayer de la fortuna. El honor y la 
religión nos han juntado en  este sitio: huir, es cosa 
vergonzosa; permanecer atrincherados sin esperanza de 
socorros, es cosa imprudente; y así no nos queda más 
medio que volver á la pelea, y verter, si fuese menester, 
nuestra sangre en defensa de la patria, del honor y de la 
religión. Ensanchad vuestros corazones, y confiad que   7
cuanto nos falta de fuerzas naturales y de socorro 
humano, otro tanto suplirá el Cielo con sus beneficios. 
Avivad la fe en vuestras  almas, y no creáis que es 
superstición lo que vais á oír. Sabed que esta noche se 
me ha aparecido en sueños el apóstol Santiago, y me ha 
certificado de la victoria contra nuestros enemigos. Fijad, 
pues, una santa confianza en vuestros corazones; que 
aunque la fácil credulidad es criminal apoyada en ligeros 
motivos, es mayor delito todavía la falta de fe cuando el 
Cielo la atestigua con sus  maravillas en tan críticas 
circunstancias. ¡Ea, pues, amigos, arrojad todo temor de 
vuestros pechos! Por no pagar un infame tributo 
juzgasteis debido derramar vuestra sangre; ahora ya no 
hay medio: ó quedar esclavos  y cautivos de los moros, ó 
vencerlos en batalla, abatiendo su orgullo, defendiendo 
nuestra libertad, rescatando el honor de nuestras hijas y 
poniendo en salvo los augustos misterios de la santa 
religión que profesamos». Pronunciando este discurso, 
que hizo en los soldados y  grandes todo el efecto que 
deseaba, y refrescadas sus  tropas, mandó ordenar los 
escuadrones y hacer la señal de pelea. Nuestros 
soldados, cual si fueran bravos leones, acometieron á los 
enemigos, apellidando á grandes voces á Santiago; de 
donde tiene su origen la costumbre de decir los 
españoles altiempo de acometer:  ¡Santiago, cierra á 
España! Sorprendiéronse los sarracenos al ver el ímpetu y 
valor con que les acometían unos enemigos á quienes 
contaban por vencidos, y creció más su confusión con los 
favores que nos vinieron del Cielo. Santiago, cumpliendo 
la palabra que había dado al Rey entre sueños de 
auxiliar sus tropas, se dejó ver en el aire cercado de una 
luz resplandeciente que deslumbraba y producía 
contrarios efectos: en los  cristianos valor, alegría y 
confianza; y en los moros tristeza, terror y espanto. Venía 
el santo apóstol montado en un caballo más blanco que 
la nieve; en la una mano traía un estandarte con la señal 
sacrosanta de la cruz, y en la otra una fulminante   8
espada, que parecía un rayo según la velocidad y 
destrozo con que la esgrimía. Púsose á la frente de 
nuestras tropas, y con su vista creció en éstas el denuedo 
y la confianza, y en las sarracenas entró tal terror, que se 
pusieron en precipitada fuga. Siguieron los nuestros el 
alcance, y en él mataron sesenta mil moros, 
apoderándose después de muchos lugares y tierras que 
estaban en su poder, entre ellos Albelda y Calahorra. 
Consiguióse esta milagrosa y  memorable victoria en el 
año del Señor 844 y segundo  del reinado de Ramiro. 
Dieron gracias á Dios por una acción tan gloriosa, que 
quitó de España un tributo tan infame, y abatió por 
entonces el orgullo del  más poderoso rey de los 
sarracenos. Dícese que en agradecimiento de este 
grande beneficio hizo el Rey, juntamente con los grandes 
y prelados, un solemne voto al apóstol Santiago, 
obligando á todas las provincias de España á pagar 
anualmente á su iglesia cierta cantidad de trigo, el cual 
voto aparece después confirmado con bulas pontificias y 
pagado por algunas provincias. Con los despojos de esta 
victoria, que fueron riquísimos, hizo Ramiro construir 
cerca de Oviedo una iglesia magnífica, dedicándola á la 
Madre de Dios; y otra, no lejos de allí, con la advocación 
de San Miguel. Agradecida la Iglesia de España á tan 
singular beneficio, celebra en este día esta portentosa 
aparición, reconociendo en ella á Santiago, no solamente 
por Padre de su fe, sino también por su Patrono. 
La Misa es propia de la Aparición de 
Santiago, y la oración la que sigue: 
¡Oh Dios, que encargaste  misericordiosamente la 
nación española á la protección de tu bienaventurado 
apóstol Santiago, y que la libraste por él de la ruina que 
la amenazaba! Concédenos que, con la protección del 
mismo santo apóstol, lleguemos á gozar de la paz eterna. 
Por Nuestro Señor, etc.   9
La Epístola es del libro segundo de los 
Macabeos, cap. 15. 
En aquellos días: Macabeo tenía siempre viva fe y 
esperanza de que Dios le había de dar socorro, y 
exhortaba á los suyos á que no temiesen ver venir contra 
ellos á las naciones, sino que se acordasen de cómo en 
otro tiempo habían sido ayudados del Cielo, y esperasen 
entonces que el Omnipotente les había de dar victoria; y 
hablándoles de la ley y los profetas, y acordándoles las 
empresas que antes habían  acometido, los hizo más 
animosos; y, habiendo fortalecido de esta manera sus 
corazones, les ponía delante de los ojos la perfidia de las 
gentes, y cómo habían violado los juramentos. Armó á 
cada uno de sus soldados, no con lanza y escudo, sino 
con excelentes razonamientos y exhortaciones, 
refiriéndoles un sueño fidedigno, con el cual á todos llenó 
de alegría. Exhortados,  pues, los soldados con las 
eficacísimas palabras de Judas, capaces de excitar el 
valor y confortar los corazones de los jóvenes, 
determinaron combatir con denuedo y juntar los 
escuadrones, para que el valor fuese el juez de los 
negocios, atendiendo á que la ciudad santa y el templo 
estaban en peligro. Era menor el cuidado que les 
costaban sus mujeres, sus hijos, sus hermanos y 
parientes, que el sumamente grande y principal temor 
que tenían por la santidad del templo; aun aquellos que 
estaban en la ciudad tenían  no poca inquietud por la 
suerte de los que habían de entrar en batalla. Y estando 
ya todos esperando la decisión de la contienda, 
presentes los enemigos, puesto en orden el ejército, y los 
elefantes y la gente de á  caballo colocada en lugar 
oportuno; considerando Macabeo aquella multitud que se 
avanzaba, y el aparato y variedad de armas y la 
ferocidad de los elefantes,  extendiendo las manos al 
cielo invocó á aquel Señor que obra prodigios, el cual, no 
según la fuerza de los ejércitos, sino según su voluntad,  10
da la victoria á los que son dignos de ella. Y le invocó con 
estas palabras: Tú, Señor, que en tiempo de Ezequías, rey 
de Judá, enviaste tu ángel  y mataste en el campo de 
Senaquerib ciento ochenta y cinco mil hombres, envía 
también ahora ¡ oh Señor de  los Cielos! á tu buen ángel 
delante de nosotros con la fuerza del terrible y tremendo 
brazo tuyo, para que teman  aquellos que blasfemando 
vienen contra tu santo pueblo. De este modo acabó su 
oración. Entre tanto, Nicanor y su gente se acercaban al 
son de las trompetas y de las canciones. Y Judas con los 
suyos, invocando á Dios con la oración, acometieron á la 
multitud; y combatiendo con los brazos, pero invocando á 
Dios con el corazón, mataron nada menos que treinta y 
cinco mil hombres, habiendo sido grandiosamente 
confortados con la presencia de Dios. 
REFLEXIONES 
En todos los tiempos ha sido Dios el mismo para con 
aquellos que le sirven con corazón puro y amor 
verdadero. En todos tiempos ha manifestado la grandeza 
de su poder á favor de aquellas gentes que ponen en El 
su confianza. El hecho de Judas Macabeo, que refiere la 
epístola de que usa la Iglesia en la festividad de este día, 
es tan semejante á la aparición que celebra la Iglesia de 
España, que más parece identidad que semejanza. Nada 
hay en este mundo que pueda  resistir á la fuerza del 
poder divino; pero éste no se manifiesta sino cuando una 
fe viva y una firme esperanza en la divina misericordia 
son el alma y espíritu de nuestras súplicas. He aquí el 
origen de la ineficacia de  nuestras oraciones, y de que 
nos apartemos de los sagrados altares con el 
desconsuelo de no haber conseguido lo que  solicitamos. 
En los grandes conflictos,  en las necesidades que nos 
oprimen, en las enfermedades, en el peligro de perder la 
hacienda, el honor ó la vida, nada hay más frecuente que 
acudir los fieles con votos  y promesas á implorar la  11
caridad del Cielo, poniendo  por intercesores aquellos 
santos de quienes son devotos. Pero también es verdad 
que nada hay más frecuente que ver frustradas 
semejantes diligencias, viéndonos obligados á sufrir los 
reveses de la fortuna y los males que nos acarrean 
nuestros enemigos. Lloramos  nuestras desgracias, vemos 
con dolor que el Cielo nos desampara; pero no 
reflexionamos que está con nosotros mismos la causa de 
hacer que el Cielo observe con nosotros diversa conducta 
de la que ha tenido con nuestros padres en distintas 
ocasiones. 
Refórmense primeramente las costumbres; lléguese 
á las aras del Altísimo con lágrimas de verdadera 
compunción; preceda á nuestras oraciones la 
observancia puntual de los divinos preceptos, y entonces 
se verá que nuestras novenas son fructuosas, nuestras 
oraciones eficaces, y nos  apartaremos del santuario 
llenos de consolación con los  favores del Cielo. Seamos, 
pues, lo que debemos ser, y  no dudemos que los santos 
serán nuestros protectores, y, si fuese menester, repetirá 
el Cielo sus milagros para librarnos de las enfermedades, 
de las calumnias, del deshonor; en una palabra, de todos 
nuestros trabajos y de todos nuestros enemigos. 
El Evangelio es del cap. 20 de San Mateo, y el mismo 
que el dia 6. 
MEDITACIÓN 
Sobre la  ingratitud. 
PUNTO PRIMERO.—-Considera que, entre los vicios 
humanos, apenas hay alguno que nos aparte tanto de 
Dios como la ingratitud que manifestamos á los 
beneficios que nos hace  su divina bondad, ya 
inmediatamente por sí mismo, ya por medio de sus  12
elegidos. 
El gran Padre de la Iglesia San Agustín (cap. 18, 
Sol.) asegura que este vicio es la raíz de todos los males 
espirituales, y un viento abrasador que deseca todo bien 
y cierra á los hombres la fuente de la divina misericordia. 
Dicho esto, apenas hay que  añadir una palabra á una 
sentencia tan terrible de un Padre de la Iglesia. De ella 
se infiere cuánto nos aparta la ingratitud de nuestro Dios 
y Señor cuando nos cierra la fuente de las divinas 
piedades. Pero esto es un justo castigo del corazón 
ingrato,  porque  no  merece  menos  el  desprecio  de  Dios  y 
de sus beneficios. El olvidar  éstos, el negarlos, ó no dar 
continuamente las gracias debidas por ellos, denota en 
nuestra alma desamor á nuestro Criador, y que hacemos 
poco caso de sus castigos  ó de sus misericordias. El 
corazón humano es de tal naturaleza, que 
dificultosamente puede simular sus verdaderos afectos. 
Trata con complacencia las cosas pertenecientes á 
aquellas personas que ama, se deleita con su memoria, y 
halla mucho gusto y regocijo en tratar de sus gracias en 
todas las conversaciones. Por  el contrario, odiamos el 
nombre y la memoria de aquellos que aborrecemos, y 
encontraríamos satisfacción en que se borrase del mundo 
cuanto les hace recomendables. Así como el amor 
produce amor, de la misma manera el desprecio y odio 
produce envilecimiento y horror; de consiguiente, siendo 
desconocidos para con nuestro Dios, hacemos á este 
Señor que lo sea con nosotros, y violentamos en cierta 
manera su bondad para que nos aborrezca. A esto se 
llega con nuestras ingratitudes: frustramos los intentos de 
Dios cuando nos favorece con beneficios; porque, no 
pudiendo ser éstos otros que provocarnos á tributarle 
alabanzas, puesto que ni necesita de nuestros bienes, ni 
puede tener temor de necesitarlos en lo futuro, resta 
únicamente el pretender nuestro bien y santificación, y 
que ensalcemos su gloria.  13
PUNTO SEGUNDO.—Considera los poderosos motivos 
que tienes para ser agradecido á Dios y á sus santos, 
para que, trayendo siempre tu alma empleada en 
consideración tan fructuosa, te libre de los males de la 
ingratitud. 
El  real Profeta Santo David,  reconocido á  los muchos 
beneficios que había recibido de la generosa mano del 
Dios de Israel, ya ensalzándole al trono desde el humilde 
cayado, y ya dándole victoria de sus enemigos y dolor de 
sus excesos, exclamaba lleno de gratitud: (Ps. 33.)  En 
todo tiempo, á toda hora bendeciré al Señor, y siempre 
sin intermisión estarán en mi boca sus divinas alabanzas. 
Sabía muy bien el santo Profeta que es corto el tiempo de 
esta vida mortal para dar á Dios las debidas señales de 
gratitud que exigen sus beneficios. ¿Qué tienes en lo 
natural que no lo hayas recibido de su piadosa mano? La 
salud, el ser y la existencia; la conservación maravillosa 
entre los infinitos peligros á que está expuesta la 
infancia; la honestidad de tu nacimiento, el carácter de 
tus padres, los bienes de fortuna con que te sustentas 
sobre la Tierra, los frutos copiosos que logran tus trabajos 
á los tiempos oportunos, la misma tierra que te sustenta, 
el aire que fomenta la vida, la luz del Sol que te alegra y 
regocija, son bienes tan palpables, que cada uno de por 
sí merece todo el reconocimiento de tu corazón. 
Si á todo esto se añade  la continua efusión de 
auxilios y de gracias con que el Espíritu Santo te aparta 
continuamente del mal y te inclina al bien, se hace 
preciso sacar por consecuencia, respecto de la gratitud, 
el mismo modo de sentir que tenía San Pablo respecto de 
la caridad; que es decir que, aunque todos tus miembros 
se conviertan en lenguas que estén continuamente 
cantando á Dios alabanzas; aunque  tu  cuerpo  y  tu  alma, 
tus sentidos, tus potencias y todos tus afectos entrasen en 
un horno encendido y ardiesen en fuego de gratitud, todo  14
ello no bastaría para llegar  á cubrir la obligación que 
tienes de ser á Dios agradecido. Pero, para tu 
inteligencia, note olvides de lo que dice Jesucristo en el 
Evangelio, conviene á saber:  Todo lo que hacéis con 
cualquiera el más mínimo de mis pobres y necesitados, 
tened entendido que lo ejecutáis conmigo.  Según esta 
sentencia, aunque no podamos manifestar nuestra 
gratitud á Dios haciéndole beneficios en su misma 
Persona, podemos pagarle  haciendo estos mismos 
beneficios á los que le representa, que son los pobres. 
JACULATORIAS 
¿Qué daré al Señor en agradecimiento de tantos 
beneficios como he recibido de su misericordiosa 
mano?—Ps. 115. 
Sed agradecidos; y el  modo es perseverar 
continuamente en la oración, velando en ella, y dando á 
Dios gracias por los beneficios que habéis recibido de su 
misericordia.—Ad Colossens., cap. 3. 
PROPÓSITOS 
1.       Entre  todos  los vicios y deslices de que se queja 
Dios en las Sagradas Escrituras de su pueblo, no hay 
ninguno que saque de su corazón quejas tan sentidas y 
amargas como la ingratitud. Los castigos que ha 
ejecutado Dios con los ingratos, y el modo con que ha 
manifestado su indignación, prueban igualmente lo 
horrendo y abominable de este  vicio. Bien sabido es el 
castigo de Amasias, rey de Israel. Habíale Dios hecho el 
beneficio de vencer á los idumeos y otros muchos y 
poderosos enemigos; y, en  lugar de dar á Dios las 
debidas gracias, adoró los ídolos y los llevó á Jerusalén. 
Por tanto, irritado Dios, le envió un profeta que le dijese 
de su parte estas palabras:  ¿Es éste el agradecimiento  15
con que pagas á Dios el haberte ayudado contra tus 
enemigos? Sabe que el Señor ha decretado tu muerte, 
que vengas cautivo á las manos de tus contrarios, y que 
éstos ejecuten en tu persona una justa venganza.
2. Todo esto, cuanto queda dicho en las 
meditaciones, y muchas otras sentencias que se pudieran 
traer de la Escritura y de los Padres, prueban claramente 
que la ingratitud es el más  feo de todos los vicios, y que 
no hay monstruo tan horroroso como un ingrato. La 
festividad que celebra en este día la Iglesia de España 
recuerda á todos los españoles en común, y á cada uno 
en particular, uno de los más grandes beneficios que ha 
recibido España, y en esto mismo la recuerda la 
obligación que tiene de mostrarse agradecida, 
primeramente á Dios, y después al apóstol Santiago, por 
cuya intercesión logramos tan grande beneficio: 
Singularmente las mujeres, y entre éstas las doncellas, 
deben considerarse como particularmente protegidas, 
trasladándose con la imaginación á los pasados siglos, y 
constituyéndose en lugar de aquellas infelices que teñían 
que servir de tributo á la brutalidad sarracena

AMDG et BVM

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