DESCIENDE EL ESPÍRITU SANTO
en la sala donde se celebró la
Cena.
Parece hasta más amplia, porque el ajuar ha sido colocado de manera diversa. El centro está libre como lo están dos paredes. Contra la tercera está recargado el tablón que se empleó para la cena, y entre la pared, lo mismo que entre los lados más angostos de la mesa, se han colocado los lechos-asientos, usados en la Cena y el banquito que usó Jesús para lavar los pies. Pero los lechos-asientos que estaban verticalmente a la mesa no están más, sino paralelamente, de modo que los apóstoles pueden sentarse sin ocuparlos todos, aun dejando un asiento, el único vertical a la mesa, que ocupa la Virgen bendita, que está en el centro de la mesa, lugar que Jesús ocupó en la Cena.
Sobre la mesa no hay nada, como tampoco sobre los armarios. En las paredes no se ve ningún adorno. Tan sólo está la gran lámpara en que arde sólo la mecha central, las demás están apagadas.
Las ventanas están cerradas con la barra. Un rayo de luz se filtra y baja cual larga y sutil aguja sobre el pavimento donde juguetea.
a Pedro a la derecha, y a su izquierda a
Juan
María trae un vestido de color azul oscuro. Cubre su cabeza un velo blanco y sobre él la extremidad de su manto. Todos los demás están con la cabeza descubierta.
María lee lentamente en voz alta. Pero como la luz que le llega es tan poca, creo que más que leer, recita de memoria lo que está escrito en el rollo. Los demás la siguen en silencio, meditando. De cuando en cuando, según el caso, responden.
María tiene su rostro transformado por una sonrisa extática. Quien sabe qué cosa esté viendo, que da tal brillo a sus ojos que parecen dos claras estrellas, y que le tiñe de arrebol sus mejillas de marfil, como si sobre él se reflejase una llama de color rosa. En verdad que es la Rosa mística.
Los apóstoles extienden sus cuello para ver su rostro, mientras Ella dulcemente sonríe, lee, parece su voz el cántico de un ángel. Pedro se conmueve tanto que dos lágrimas se asoman por sus ojos, y por una arruga que tiene al lado de la nariz, van a perderse en la maraña de su barba. Juan parece reflejar la sonrisa virginal, y se enciende su cara de amor, mientras sigue con la mirada lo que la Virgen lee en el rollo, y cuando le presenta otro, la mira y sonríe.
La lectura ha terminado. No se oye la voz de María, como tampoco el ruido de los pergaminos que se desenvuelven o vuelven a enrollarse. María se recoge en oración secreta. Une sus manos junto al pecho y apoya la cabeza contra el cofre. Los apóstoles la imitan...
silencio matinal Cada vez más
armonioso
y fuerte se acerca
Los apóstoles, sin caer en la cuenta de lo que sucede, levantan la cabeza, y como ese fragor bellísimo, en el que están todas las notas más bellas que Dios haya dado al cielo y a la tierra, se acerca cada vez más, algunos se levantan como para escapar, otros se encogen en sus asientos, cubriéndose la cabeza con las manos y el manto, o se golpean el pecho en señal de pedir perdón, otros se estrechan a la Virgen, sin perder la reverencia que hacia ella siempre tienen. Juan es el único que no se espanta pues ve la paz luminosa de alegría que se dibuja en el rostro de la Virgen, que sonriente levanta su cabeza a algo conocido, y luego cae de rodillas abriendo los brazos. Las dos extremidades azules de su manto llegan a Pedro y a Juan, que la han imitado en arrodillarse. Lo que he descrito en segundos, ha sucedido en un instante.
entra con último fragor
melodioso,
en forma de globo
brillantísimo,
y se queda como suspenso por un
instante
sobre la cabeza de la
Virgen
el Globo santísimo se divide en trece
llamas
de color rosa, brillantísimas, de una
luz
indescriptible y luego desciende a
lamer
la frente de cada
apóstol.
lengüeta de fuego que le bese la frente, sino
una
corona que la ciñe, que le rodea su cuerpo
virginal
Las llamas del Espíritu Santo rodean la cabeza de la Virgen. ¿Qué le habrá dicho? ¡Misterio! El rostro bendito está transfigurado con una alegría sobrenatural, y ríe con la sonrisa de los serafines mientras lágrimas, hinchadas de felicidad, cual diamantes bajan por sus mejillas.
El Fuego permanece por algunos instantes... Luego desaparece... Sólo queda de Él una fragancia que ninguna flor terrena posee... El perfume del Paraíso...
Los apóstoles vuelven en sí...
María permanece en su éxtasis. Junta sus brazos sobre su pecho, cierra los ojos, baja la cabeza... continúa su coloquio con Dios... insensible a todo...
Nadie se atreve a turbarla.
Sobre su gloria se ha posado la Gloria del
Señor."
Juan, señalándola, dice: "Es el altar. Sobre su gloria se ha posado la Gloria del Señor."
"No turbemos su alegría. Vamos a predicar al Señor, para que sean manifiestas sus obras y palabras entre los pueblos" ordena Pedro con un impulso sobrenatural.
"¡Vamos! ¡Vamos! El Espíritu de Dios arde en mí" dice Santiago de Alfeo.
"Nos empuja a obrar. ¡Todos! ¡Vayamos a evangelizar a las gentes"."
Salen como si un viento o una fuerza los empujase.
XI.
819-822
A. M. D.
G.
Nessun commento:
Posta un commento