giovedì 29 marzo 2018

Il giorno del Sacerdozio, dell'Eucarestia e del Comandamento dell'Amore scambievole

El hombre, en su mujer, encontraba la vida de Dios; pero el hombre, en una hembra, que no es de su especie, encuentra la muerte. (7)

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Entró la muerte
01
Dios dio a Adán un precepto positivo:
«Dios impuso (sivah) al hombre este mandamiento: del cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás» (Gn 2, 16).
Si no se cumple ese precepto, viene la muerte:
«Porque el día que comieres de él, morirás (tamut) sin remedio» (Gn 2, 17).
El hebreo dice literalmente, “muriendo, tú morirás”. Esto significa que la sentencia de muerte se cumple el mismo día de la transgresión. Por lo tanto, esa muerte no se refiere ni a una muerte física, ni espiritual ni eterna.
Dios da un mandamiento que, si no se cumple, conduce a la muerte. Este precepto es dado antes de crear a la mujer. Es un precepto sólo para el varón, no es para la mujer. La mujer no estaba bajo la ley, bajo este mandamiento, porque no había sido creada.
«Donde no hay ley, no hay transgresión» (Rom 4, 15). La mujer no podía pecar porque no conocía este precepto.
¿Quién es la mujer que seducida peca, que va en contra de este mandamiento divino?
«… el engañado no fue Adán sino la mujer, que seducida incurrió en la transgresión» (1 Tim 2, 14).
El engañado no fue Adán, sino la mujer.
Es una mujer que existe antes de que Dios creara a la mujer (a la varona), y que conocía el mandamiento que Dios le había impuesto al hombre. Cuando Dios le comunica ese precepto, al lado del hombre está esa mujer.
Dios no impone su precepto a los primeros padres, sino sólo a Adán. Si Dios hubiera querido poner un precepto al varón y a la mujer conjuntamente, para que se sometieran con sus obras a Dios, para que le tributaran obsequios como reconocimiento de su dominio, entonces una vez creada la mujer, a los dos les hubiera impuesto ese precepto.
Pero, Dios se dirige solamente al varón. Y junto al varón, está esa mujer, esa hembra, que no es la mujer creada para el hombre.
Adán fue creado en el vientre de una hembra. Esa hembra debe actuar como madre de Adán. Por lo tanto, al lado de Adán está esa hembra, de la cual él fue tomado. Y Dios les da el precepto a los dos: a Adán y a la hembra.
La serpiente, en el Paraíso está hablando con esta mujer, con esta hembra, no con la mujer del hombre.
«¿Conque os ha mandado Dios que no comáis de los árboles todos del paraíso?» (Gn 3, 1).
Os ha mandado Dios: a los dos, al hombre y a la hembra se les da un mandato. El demonio está hablando a esta hembra, porque la mujer, cuando fue promulgado el precepto, no existía, no había sido creada, no podía conocer el mandato. El demonio se dirige a la mujer que estaba junto al varón cuando Dios le impuso su mandamiento. Para ella también era el precepto. Dios mostró Su Voluntad a los dos: al varón y a la hembra.
Esa mujer le responde a la serpiente con conocimiento de causa:
«Del fruto de los árboles del Paraíso comemos, pero del fruto del que está en medio del Paraíso nos ha dicho Dios: “No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir”» (Gn 3, 3).
Nos ha dicho Dios: a los dos. No dice la mujer: Dios le ha dicho al varón que no puede comer de ese árbol. Y después, él me ha transmitido ese conocimiento. Y, por eso, sé que no se puede tocar ese árbol.
Esa hembra sabía directamente lo que había dicho Dios. Está hablando de su propio conocimiento, no del conocimiento que viene del varón, adquirido indirectamente.
Dios, cuando crea a la mujer, no le da un precepto de someterse a la mente del varón. Y, por lo tanto, el precepto que tiene el varón sobre el fruto del árbol no es para la mujer. Es para la hembra, que ya existía antes que la mujer.
Y la serpiente le contesta:
«No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (Gn 3, 4).
Literalmente, “no muriendo, tú no morirás” (de muerte, no morirás).
Hay tres diferentes clases de “muerte” (tamut):
una muerte física en la que hay separación del alma y del cuerpo: «murió (tamut)Débora… y fue enterrada…bajo una encina…» (Gn 35, 8); «murió (tamut) Raquel y fue sepultada en el camino…» (Gn 35, 19);
una muerte espiritual en la que el alma se separa de Dios por el pecado: «Yavé te ha perdonado los pecados, no morirás (tamut) (2 Sam 12, 13); «vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados» (Ef 2, 1);
y una muerte eterna en la que el alma nunca más puede ver el rostro de Dios, ha quedado separada de Su Espíritu: «Si yo digo al impío: ¡Impío, vas a morir (tamut)!… el impío morirá (tamut) por su iniquidad…» (Ez 33, 8); «los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque, que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte» (Ap 21, 8).
«El día que comas… muriendo»: el día que comas… estarás entrando en la muerte, saliendo de la vida, construyendo un mundo sin vidaEl día que comas… aparecerá la acción de la muerte, pero no va a estar definida ni por el tiempo, ni por el modo, ni por el número ni por la persona. Se emplea un verbo en gerundio, el cual no define nada, no especifica nada.
Es la muerte en desarrollo:
■ sin tiempo: hasta el final de los tiempos;
■ sin modo: habrá muchas maneras de morir a causa de esa muerte;
■ sin número: serán muchos los hombres que conocerán la muerte;
■ sin referirse una persona en concreto: a todas alcanzará esa muerte.
Muriendo, morirás: de esta obra en desarrollo, de esta muerte, vienen las otras muertes física, espiritual y eterna.
El demonio dice: no muriendo. Es decir, seguirás en la vida. Y, por eso, le dice:
«…seréis como Dios…» (Gn 3, 4).
¿A qué muerte se refiere Dios? ¿A qué vida se refiere el demonio?
Dios ha creado al hombre y a la mujer para que sean «una sola carne»; es decir, para que engendren hijos de Dios por generación y por gracia.
«Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sab 2, 24).
Por el deseo de tener una humanidad para él, por el deseo intenso de imitar y superar la misión que Dios ha dado al hombre y a la mujer, el demonio abre la puerta a la muerte, abre en el mundo el camino de la muerte.
La vida está en la unión del varón con su mujer: unión de dos naturalezas humanas. Unión de un gameto masculino con un gameto femenino, que pertenecen, ambos, a la esencia del hombre.
Para que el hombre muera: de muerte, morirásmuriendo, morirás; es necesario que él se una a una hembra que no sea su mujer y que no pertenezca a la naturaleza humana.
El hombre, en su mujer, encontraba la vida de Dios; pero el hombre, en una hembra, que no es de su especie, encuentra la muerte.
Esa hembra no pertenecía a la naturaleza humana, pero tampoco pertenecía al reino animal.
El demonio no podía cruzar al hombre con un animal porque lo que sale es siempre estéril. El demonio sólo puede cruzar al hombre con una hembra de 47 cromosomas, uno menos que los del animal. Esa hembra es un puente entre el animal y el hombre. Es un medio, está en el medio. Esa hembra, por estar en medio, entre el hombre y el animal, puede unirse a ambos.
«… en medio del jardín el árbol de la ciencia del bien y del mal…» (Gn 2, 9).
En medio.
Adán fue creado usando como medio a una hembra ya existente, que pertenece a la especie próxima inferior. No es una hembra animal, sino pre-humana.
La mujer fue creada de la misma manera: el medio fue esa hembra.
En medio del jardín estaba esa hembra, que es el árbol de la ciencia del bien y del mal.
Si esa hembra se usa en la Voluntad de Dios, en la ciencia del bien, entonces se da la vida. Pero si se usa fuera de la Voluntad de Dios, en la ciencia del mal, se tiene la muerte. El cruce de especies es la muerte.
El demonio, en su envidia, quiere introducir esta muerte, que no es sólo un pecado de soberbia, sino una obra de lujuria carnal. Se trata de engendrar una humanidad hibridada, con la cual se imposibilite salvarse al hijo que se engendra.
Esta muerte, este cruce de especies es el enemigo de la obra de Dios: es una humanidad que va a luchar en contra de los hijos de Dios.
Esta humanidad viene por Adán:
«… por un hombre vino la muerte…» (1 Cor 15, 21): el cruce de especies. Y esa humanidad hibridada será lo último en desaparecer:
«El último enemigo reducido a la nada será la muerte» (1 cor 15, 26): será esta humanidad hibridada. Reducida a la nada. Esa humanidad hibridada será siempre enemiga de la humanidad de Dios, de los hijos de Dios.
El demonio quiere destruir el plan de Dios en el hombre y en la mujer. Y no hay otra forma de hacerlo sino que el hombre entre en esa hembra y engendre; es decir, coma del fruto de ese árbol.
El árbol es la hembra, su sexo. Un sexo que es conocimiento del bien y del mal. El hombre ya ha conocido a esa hembra en el camino del bien: se ha unido a ella sexualmente, en la Voluntad de Dios, para así crear a la mujer.
¿Qué es el fruto del árbol?
La hembra animal pre-humana también lo come:
«… cogió de su fruto, y comió, y dio también de él al hombre, y él comió con ella» (Gn 3, 6d).
Esa hembra cogió de su fruto.
Pero, antes ha entendido «que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría…» (Gn 3, 6a-6c);
La hembra ha comprendido:
1. que su sexo era bueno para que el hombre comiera de él; es decir, es bueno que el hombre engendre un hijo de ella.
2. que ella era hermosa para el hombre: su óvulo es hermoso para engendrar un hijo del hombre.
3. que ella tenía que mostrarse deseable para que el hombre entrara en ella, y así alcanzar la sabiduría que su especie no tenía porque no había descendencia.
El demonio engaña a la hembra dirigiendo su vida hacia una descendencia que ella no posee. Ella sólo ha sido creada como medio para formar al hombre y construir a la mujer. Pero no ha sido creada para tener descendencia, ni del hombre ni del animal. El demonio le hace desear esa sabiduría: con su sexo podía alcanzar lo que no tenía.
Entonces, coge de su fruto: se pone ante el varón como mujer, como la que excita su virilidad; come de su fruto: le propone al hombre engendrar un hijo en ella; le da también al hombre: se une a al hombre; él comió con ella: él engendró en ella un hijo.
Dios le prohibió a Adán engendrar un hijo de esa hembra. Y, por lo tanto, también le prohibió a esa hembra unirse al varón.
Los dos faltaron gravemente a este precepto divino. La mujer no pecó. La hembra sí.
Luego, el pecado original consiste en engendrar una humanidad para el demonio: hijos de los hombres. Los hombres se unen a esta hembra pre-humana, produciendo el caos en toda la Creación.
Una humanidad para la muerte: un cuerpo hibridado, que no pertenece a la naturaleza humana, que no es puro, sino que está mezclado con los genes de otra especie. En ese cuerpo hibridado no puede darse el Espíritu Divino. Luego, está habitado por el demonio. Es un cuerpo natural, de carne, no espiritual. Sin embargo, está unido a un alma humana. Tiene todavía la imagen de Dios, pero no puede tener su semejanza. Es un alma inteligente, racional, pero sin la gracia.
Es un alma humana en un cuerpo de bestia, que no puede aceptar el dominio del alma sobre él. Se rebela constantemente contra el alma, contra la razón, contra la verdad, contra toda ley. No puede vivir en la verdad. Sólo vive en el instinto que la carne busca.
Es un alma humana que vive la muerte de su cuerpo: no tiene vida espiritual ese cuerpo. Ese cuerpo está dominado por un demonio, poseído por éste.
No hay que entender el pecado original como un acto puntual de lujuria que Adán hizo una sola vez en esa hembra. Sino que hay que entenderlo como una decisión de Adán de engendrar de esa hembra y de vivir para siempre con ella.
No fue sólo un rato de cama, de placer, un gusto que los dos se dan, sino una elección de vida.
Por eso, el pecado original es gravísimo porque Adán se dedica a construir una humanidad fuera del plan de Dios. Una humanidad que tiene la muerte en sus genes y que lleva la vida hacia esa muerte. Por eso, Caín tiene que matar a Abel: vive para la muerte, para destruir toda vida.

AMDG et DVM

L'ARALDO DEL GRAN RE

Giovedì Santo 2018 - 

Anno Domini 18 del Terzo Millennio dopo Conchiglia



 Omelia di Joseph Ratzinger 

in occasione della prima messa 

di un amico sacerdote (1955)

Il 12° volume dell'Opera Omnia di Joseph Ratzinger "Annunciatori della Parola e Servitori della vostra gioia"

L'araldo del gran re


Joseph Ratzinger

Era l'aprile del 1207, nell'Italia piena di sole. Era il mese in cui san Francesco d'Assisi era stato diseredato e ripudiato da suo padre. Non aveva più niente, non era suo nemmeno l'abito che portava addosso; e tuttavia possedeva qualcosa che nessuno poteva sottrargli, vale a dire l'amore di Dio al quale ora poteva dire «Padre» in un modo del tutto nuovo. 

E sapeva che questo era molto di più che possedere il mondo intero. Così il suo cuore era ricolmo di una grande gioia e cantando camminava attraversando i boschi dell'Umbria. Ma d'improvviso, vicino a Gubbio, dalla boscaglia balzano due briganti pronti ad assalirlo; e stupiti dal suo aspetto così curioso gli chiedono: «E tu chi sei?». E lui risponde: «Sono l'araldo del gran re».

Francesco d'Assisi non era un sacerdote, bensì rimase tutta la vita diacono; ma quello che disse in quel momento è parimenti una descrizione profonda di cosa sia e debba essere un sacerdote: è l'araldo del gran re, di Dio, è annunciatore e predicatore della signoria di Dio che si deve estendere nel cuore dei singoli uomini e in tutto il mondo. 

Non sempre l'araldo percorrerà la sua strada cantando; a volte sì, certamente, perché il buon Dio a ogni sacerdote dona sempre di nuovo momenti nei quali, con stupore e letizia, riconosce quale grande compito Dio gli ha dato. Ma contro questo araldo si levano sempre anche i briganti, per così dire, ai quali quell'annuncio non piace: sono in primo luogo gli indifferenti, che per Dio non hanno mai tempo, quelli ai quali -- proprio nel momento in cui Dio li chiamasse -- verrebbe in mente che in realtà hanno qualcos'altro da fare, che hanno tanto di quel lavoro da sbrigare; poi ci sono quelli che dicono che non bisognerebbe costruire le chiese, ma anzitutto le case, e ai quali poi però sta bene che spuntino cinema e luoghi di divertimento di ogni tipo.

A loro il sacerdote deve sempre di nuovo annunciare il fatto, spesso scomodo, che l'uomo non vive di solo pane ma che nella stessa misura, anzi di più, egli vive della Parola di Dio. E che l'uomo non viva di solo pane ma di qualcosa di più, penso che oggi possiamo addirittura vederlo. Sempre di più ci sono persone che hanno tutto quello che desiderano, che hanno abbastanza soldi per vestirsi e per mangiare come vogliono e che tuttavia un certo giorno la fanno finita: «non riesco più a vivere», dicono, «non ce la faccio più, non ha più senso». È qui che si vede che l'uomo ha bisogno di qualcosa di più del pane, che c'è in lui una fame più profonda, la fame di Dio che può essere saziata dalla Parola di Dio.

Ritengo che, coll'occasione di questa predica e della celebrazione di questa prima messa, potremmo tutti un po' riflettere oggi se non siamo anche noi, in una forma o in un'altra, tra quegli indifferenti che con il loro criticare, con il loro arrivare in ritardo o non venire affatto, rendono più difficile o fanno perdere al sacerdote il gusto per il suo lavoro. 

Poi c'è anche chi è ostile, quelli che dietro a ogni sacerdote scorgono il rappresentante del clericalismo, di un potere contro il quale dovrebbero difendersi; e non c'è bisogno che vi dica gli slogan e i pensieri che oggi circolano al riguardo, perché li conoscete tanto quanto me; e tutti noi -- credo -- vediamo non solo il sudore che costa il lavoro di mietitura ma anche quanto sudore esige il raccolto del Regno di Dio da parte di chi il Signore ha inviato come operaio nel suo campo, sul quale certo crescono anche i cardi e le spine, non diversamente dal campo di questo mondo.

E nonostante tutte le opposizioni, il sacerdote dovrà sempre di nuovo portare l'annuncio della signoria di Dio che si vuole estendere in questo mondo, poiché lui è l'araldo del gran re, di Dio, uno che grida nel deserto del tempo; ovvero per dirla con i teologi, in modo più semplice e asciutto: egli non ha solo parte alla funzione pastorale di Gesù Cristo ma anche alla sua funzione magisteriale; egli non è solo mandato per amministrare i Sacramenti ma anche per annunciare la Parola di Dio.

Cari cristiani! Quello che ho potuto dire in questa predica sono solo pochi, insignificanti e piccoli dettagli dell'immagine complessiva dell'esistenza sacerdotale. Ma di fronte alla grande realtà di Dio in fondo ogni uomo è come un bambino che balbetta, e anche l'uomo più grande non riesce a dire più di qualche insignificante dettaglio. In conclusione, vorrei ripetere ancora una volta la preghiera che vi ho rivolto in precedenza; prima di mettersi a servizio, nella preghiera eucaristica, del miracolo della santa consacrazione, il sacerdote novello si volterà ancora una volta verso di voi dicendovi: «Orate fratres: pregate fratelli, perché il mio e vostro sacrifico sia gradito a Dio, il Signore!». 

Allora vi prego di non considerare queste parole come una frase fatta che il Messale riporta, come una formula che il sacerdote deve pronunciare perché quello è il momento in cui va fatto; consideratela invece come una preghiera vera e propria che egli rivolge a voi tutti. Perché forse oggi quello di cui ha più bisogno il sacerdote è che si preghi tanto per lui; per lui è infinitamente consolante sapere che le persone si prendono cura di lui di fronte a Dio, che pregano per lui. È come se una mano buona lo tenesse in una ripida salita tanto da avere questa certezza: «Posso andare avanti tranquillo, perché sono sostenuto dalla bontà di coloro che sono con me».

E ogni volta che in futuro andrete a messa e sentirete questa formula, Orate fratres (pregate fratelli!), consideratela come un'esortazione, come una vera preghiera rivolta a voi dal vivo: pregate fratelli, perché l'offerta della vita di questo sacerdote e di tutti i sacerdoti sia gradita a Dio, il Signore.

(©L'Osservatore Romano 15 maggio 2013)

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AMDG et DVM

mercoledì 28 marzo 2018

Otto nove dieci undici


Le Mie Prigioni di Silvio Pellico


Appendice alle “MIE PRIGIONI
Capitoli inediti
CAPITOLO 8
Delle due settimane che succederono alla pubblicazione delle “Mie prigioni”, non pochi mi considerarono come colpevole o di un delitto o di una grande scempiaggine.
Alcuni dissero ch’io aveva composto un libro da far vergogna in questo secolo di lumi, e che la mia riputazione era perduta; altri mi scrissero che ormai qualunque tragedia io facessi rappresentare in Italia sarebbe fischiata senza pietà dai veri seguaci della filosofia.
Più d’uno dei miei sedicenti amici volse il capo incontrandomi per evitare di salutarmi. Diceano, a voce alta, che quel capo d’opera di bacchettoneria avrebbe dovunque fatto porre in ridicolo il suo autore. E mentre questi falsi filosofi davano nelle furie contro di me per la testimonianza ch’io rendeva alla religione, molti altri, di opposto colore, vociferavano che la mia divozione non era che una commedia.
Questi clamori diversi presto cessarono, e molti de’ miei avversari vedendo che il mio libro era bene accolto dall’universale, si ridussero a farmi una guerra segreta, e cercarono di perdermi nell’opinione di stimabili persone, che mi onoravano della loro indulgenza. Il buon successo del libro crebbe rapidamente nella penisola. A Parigi, uno scrittore francese, il signor De Latour, lo tradusse nella sua lingua; le edizioni e le traduzioni si moltiplicarono ben oltre al merito del mio libro. Mi fu perdonata l’estrema semplicità dello stile, e l’assoluta mancanza di ornamenti, in grazia dell’incontestabile carattere di verità che n’emergeva a ogni pagina.
Un successo tanto maggiore della mia aspettativa mi fu di gran soddisfazione. Esso era una prova per me, che il secolo non era avverso ala religione quant’io lo aveva fino allora creduto; il cinismo dunque e lo scherno non erano più alla moda; quei disgraziati increduli che mi scrivevano lettere ingiuriose erano l’ultimo avanzo d’una scuola agonizzante.
A compensarmi di tali lettere, n’ebbi molte altre onorevolissime da compatrioti e da estranei. Fra le persone che ebbero la premura di scrivermi parole di approvazione, devo nominare la marchesa Giulietta Colbert di Barolo, che non mi conosceva, e fu questo dalla parte di lei e del marchese, suo marito, il primo segno di una stima che in breve tempo si convertì nella più generosa amicizia. Io già li venerava per l’immenso bene che fanno al nostro paese; allorchè li conobbi da vicino, mi affezionai loro con tutte le potenze dell’animo.
Il mio vecchi curato diceami: – L’amicizia che vi professa la casa di Barolo è una prova che Dio vi benedice a confusione di quelli che vi maledicono.
Mia madre ancora me lo diceva, e soggiungeva: – Dio voglia però, che tu sappia rendertene degno.



Le Mie Prigioni di Silvio Pellico


Appendice alle “MIE PRIGIONI
Capitoli inediti
CAPITOLO 9
I vantaggi che mi derivarono dal libro delle Mie Prigioni non poterono essermi perdonati dalla malevolenza: ma io giunsi a non più affliggermi di queste ignobili inimcizie.
Diverse cose concorsero ancora a recarmi dispiacere, e furono, tra queste, le Addizioni che fece alle Mie Prigioni l’infelice Piero Maroncelli, amico mio, che era allora a Parigi. Egli certamente non può avere avuto l’intenzione di nuocermi, o d’offendermi pur lievemente, che n‘era incapace; pure nelle sue Addizioni gli fuggirono alcune sentenze che provocarono contro il mio libro la censura ecclesiastica, e questo libro fu posto all’indice. I miei nemici ne trassero un grande argomento per infierire contro di me. Molti avrebbero allora voluto ch’io prendessi la penna a mia difesa. Credei che nel silenzio fosse per me maggiore merito, e confido di non essermi ingannato.
Fra coloro che severamente mi biasimarono per avere scritto le Mie Prigioni, rinvenni un uomo leale, che mi spiacque assai meno degli altri. Era uno straniero sinceramente devoto al governo austriaco. Ei si presentò con franchezza alla mia porta per ragionare con me, come un padre farebbe col proprio figlio.
 Riconoscete per vostra quest’opera? – mi domandò presentandomi la traduzione pubblicata dal signor De Latour.
– Sono l’autore del testo – risposi.
 Il testo non lo conosco, – ei soggiunse; – ma so che i traduttori in Francia hanno l’abitudine di prendersi qualunque licenza, e sperava che voi foste per dirmi: <>
Rimasi attonito, e gli chiesi perché mi facesse una tale interpellazione.
– Perché – mi rispose – io debba pur dichiararvi che, a parer mio e a giudizio di molte oneste persone, il vostro libro è detestabile. Voi l’avete scritto – esclamò – per vendicarvi di chi vi ha fatto soffrire!
– Perdonatemi, – gli dissi, – ma siffatta supposizione è indegna di un uomo rispettabile quale voi mi sembrate.
– Io sono un sincero protestante, – ei replicò, – ma un protestante dell’antica stampa, nemico delle temerarie opinioni del nostro secolo. Amo l’ordine e la verità, e, con mio gran dolore, la verità e l’ordine appunto sono attaccati nel vostro libro. Ma voi altri cattolici avete la coscienza larga, e trovate sempre preti indulgenti che di tutto vi assolvono. Ritenete per altro che Dio non conferma un perdono il quale vi è si facilmente accordato da questi ministri di Baal.
Ascoltai la predica che non fu breve, e replicai con tutta moderazione. La mia calma destò meraviglia nel mio avversario, e quando mi lasciò, credei d’accorgermi ch’egli più non avesse di me un’idea sì sfavorevole.
Né questi è il solo protestante che mi abbia parlato del mio libro così duramente, e che abbia tentato di indurmi a un cristianesimo meno cattolico. Debbo dire però che altri mi aprirono la loro casa, e mi offrirono cordialmente la loro amicizia, rispettando le mie credenze.
Io prego per loro con tutta l’anima mia, e colla speranza che non tutti morranno nemici alla Chiesa.
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Le Mie Prigioni di Silvio Pellico


Appendice alle “MIE PRIGIONI
Capitoli inediti
CAPITOLO 10
Sì, parecchi protestanti mi confessarono che le cose scritte da me gli aveano disposti a studiare più seriamente la religione cattolica. Due di essi vennero a confidarmi che si sentivano attirati verso la nostra fede, e ch’erano cattolici in cuore. Aggiunsero che forse in breve si risolverebbero di abiurare, ma finora non mi hanno dato questa consolazione.
Mi era invece serbata una viva gioia per la conversione del signor Woigt, uno dei più abili artisti della Baviera; ed ebbi la sorte che il mio libro non fosse senza influenza in quella conversione.
Pochi anni innanzi, il signor Woigt, ancor giovanissimo, era stato a Roma, portatovi dall’amore delle belle arti; egli è incisore. Avendo contratta relazione in quella città con alcuni cattolici, ebbe opportunità di riflettere un poco sulla nostra religione, e gli parve che i dissidenti male la conoscessero. Non per questo ei volle abbracciarla, e nudrì lungamente l’inclinazione che sentiva pere essa, ma combattuto da mille dubbi.
Poi sposò una cattolica, senza potere ancora determinarsi all’abiura. Tal matrimonio, affidato da tenerezza scambievole, era felice; ma una pungentissima spina affliggeva pur sempre il cuore della pia consorte. Il signor Woigt amava pressoché tutto nella nostra dottrina, ma il sacramento della penitenza spaventava sì forte la sua immaginazione, ch’egli scorgeva in questo un ostacolo quasi invincibile.
Vengono in luce le Mie Prigioni; curiosità lo muove ad aprire questo libro, e alcune delle mie parole hanno virtù di colpirlo; queste principalmente:
<<Ah! infelice chi ignora la sublimità della confessione! Infelice chi, per non parer volgare, si crede obbligato di guardarla con ischerno! Non è vero che, ognuno sapendo già che bisogna esser buono, sia inutile di sentirselo dire; che bastino le proprie riflessioni ed opportune letture; no! la favella viva d’un uomo ha una possanza, che né le letture, né le proprie riflessioni non hanno! ecc.>>
Il desiderio d’una più seria istruzione ridestossi allora nel signor Woigt. Il suo convincimento fu in breve completo; e nelle feste di Pasqua dell’anno 1834, per la grazia del Signore, la Chiesa acquistò in lui un nuovo figlio.
Seppi tutto ciò solamente dopo qualche tempo, quando giunse a Torino il cavaliere Manfredo di Sambuy. Scrissi al signor Woigt per congratularmi, ed egli mi rispose subito con una lettera commoventissima, nella quale narravami tutte le circostanze della sua conversione.
* * * * * * * * * * * * * * * *
CAPITOLO 11
Il mio buon curato godeva, al pari di me, del prospero successo del libro, di cui egli stesso aveami suggerita l’idea. Ei dicevami allora: – Or dovreste giovarvi del favore che il pubblico vi dimostra per dargli un trattatello di morale, di cui la sostanza esser dovrebbe tutta evangelica.
 Oh! – gli risposi, – trattare direttamente la morale, non è piccolo assunto, e ormai tanti grandi maestri ci hanno preceduto!
– Che importa? – risposemi: – vi sono molti ottimi libri che pur non si leggono, perché manca loro il pungolo della novità. Ove si possa scriverne dei nuovi è debito il farlo, per glorificare il Signore e rendersi utili al prossimo. Scrivete un Discorso alla gioventù, risvegliando in essa tutti i nobili sentimenti, e vi predico che non vi mancheranno lettori.
Riferii a mia madre queste parole del degno curato; vidi che il pensiero di lui non le dispiaceva, e di buon animo mi accinsi all’opera. Soltanto mia madre mi disse:
– Questo libretto non dee spirare se non benevolenza; bada che non vi si mescoli dramma di quella tinta satirica che si genera così facilmente nei moralisti.
Tale fu l’origine del mio Discorso sui Doveri degli uomini, che ebbe tosto un successo simile a quello delle Mie Prigioni. Alcuni giornali lo lacerarono; e, fedele alla mia abitudine, io tacqui.
Era pazienza o virtù? No: ma qualunque apologia parevami opera perduta con avversari sì tenacemente impegnati a farmi apparire un uomo cattivo.

"Magno gaudio Ecclesia Dei te (vos) excipit"

Diario Vaticano 


 L'"ultimo colpo" 


di papa Benedetto


Riguarda il rito del battesimo. Ha voluto che si dica "Chiesa di Dio" invece che "comunità cristiana". L'ordine di cambiare è stato emesso pochi giorni prima delle sue dimissioni... Ed è entrato in vigore dopo l'elezione di FP
di ***


CITTÀ DEL VATICANO, 22 agosto 2013 – La domenica dopo l'Epifania è la domenica del battesimo di Gesù. E in ognuna di queste domeniche, anno dopo anno, Benedetto XVI ha amministrato il primo sacramento dell’iniziazione cristiana a un certo numero di bambini, nella Cappella Sistina.

Ogni volta ha dunque avuto modo di pronunciare le formule previste dal rito del battesimo in vigore dal 1969. Ma due parole di questo rito non l’hanno mai convinto del tutto.

E così, prima di rinunciare all'esercizio del Vescovo di Roma, ha ordinato che venissero cambiate nell’originale latino e di conseguenza, a cascata, anche nelle cosiddette lingue volgari.

Il provvedimento, messo in opera dalla congregazione per il culto divino e la disciplina dei sacramenti, è stato pubblicato dal bollettino ufficiale del dicastero, "Notitiae". A segnalarne l'esistenza, nel silenzio dei media vaticani, è stato il quotidiano della conferenza episcopale italiana "Avvenire".

Il decreto che introduce l’innovazione, pubblicato in latino, inizia così:

"Porta della vita e del regno, il battesimo è sacramento della fede, con il quale gli uomini vengono incorporati nell’unica Chiesa di Cristo, che sussiste nella Chiesa cattolica, governata dal successore di Pietro e dai vescovi in comunione con lui".

È proprio partendo da questa considerazione che la congregazione per il culto divino e la disciplina dei sacramenti ha motivato la variazione nella seconda "editio typica" latina del rito del battesimo dei bambini del 1973 (che nella formula in questione è identico alla prima "editio typica" del 1969):

"Affinché nel medesimo rito sia meglio messo in luce l’insegnamento della dottrina sul compito e dovere della Madre Chiesa nei sacramenti da celebrare". 

La variazione introdotta è la seguente.

D’ora in poi al termine del rito dell’accoglienza, prima di segnare con la croce la fronte del bambino o dei bambini, il sacerdote non dirà più: "Magno gaudio communitas christiana te (vos) excipit", ma invece: "Magno gaudio Ecclesia Dei te (vos) excipit". 

In pratica papa Joseph Ratzinger, da fine teologo, ha voluto che nel rito battesimale si dicesse in modo chiaro che è la Chiesa di Dio – la quale sussiste compiutamente nella Chiesa cattolica – ad accogliere i battezzandi, e non genericamente la "comunità cristiana", termine che sta a significare anche le singole comunità locali o le confessioni non cattoliche come le protestanti.
  
Nel decreto pubblicato su "Notitiae" si precisa che Benedetto XVI "ha benevolmente stabilito" la suddetta variazione del rito nel corso di un'udienza concessa al prefetto della congregazione, il cardinale Antonio Cañizares Llovera, il 28 gennaio 2013, appena due settimane prima dell’annuncio delle dimissioni dall'esercizio del Vescovo di Roma.
  
Il decreto porta la data del 22 febbraio 2013, festa della Cattedra di san Pietro, ed è firmato dal cardinale prefetto e dall’arcivescovo segretario Arthur Roche. E vi si dice che è entrato in vigore dal giorno 31 marzo 2013, regnante già papa Francesco, che evidentemente non ha avuto nulla da obiettare riguardo alla decisione del suo predecessore.
  
L'introduzione della variante nelle lingue volgari sarà curata dalle rispettive conferenze episcopali.

Attualmente in inglese la frase nella quale le due parole “comunità cristiana” dovranno cambiare in “Chiesa di Dio” è:  "The Christian community welcomes you with great joy".

In francese: "La communauté chrétienne t’accueille avec une grande joie".

In spagnolo: "La comunidad cristiana te recibe con gran allegria".

In portoghese: "È com muita allegria que la comunidade cristã te recebe".

Leggermente discostate dall’originale latino sono la versione tedesca: "Mit großer Freude empfängt dich die Gemeinschaft der Glaubenden [La comunità dei credenti ti accoglie con grande gioia]" e quella in vigore in Italia: "Con grande gioia la nostra comunità cristiana ti accoglie", dove c'è l’aggiunta di un "nostra" non presente nell'originale latino.

La versione italiana è quella che Benedetto XVI ha utilizzato ogni volta che ha amministrato il sacramento nella domenica del Battesimo di Gesù. E forse è proprio quel troppo autoreferenziale "nostra" che ha indotto il papa teologo a decidere il cambiamento. 

Fino al 2012, infatti, Benedetto XVI ometteva il "nostra" e pur celebrando in italiano diceva ai piccoli battezzandi: "Con grande gioia la comunità cristiana vi accoglie".

Ma alla fine deve aver considerato ambiguo anche l’originale latino. Così lo scorso 13 gennaio, nel celebrare per l’ultima volta da sommo pontefice il battesimo, ha detto: "Cari bambini, con grande gioia la Chiesa di Dio vi accoglie".

E poco dopo, tra le ultime disposizioni del suo pontificato, ha prescritto tale formula per tutta la Chiesa.
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IL TESTO DEL DECRETO


Nel decreto pubblicato su "Notitiae", 557-558, Ian.-Feb. 2013, 1-2, pagg. 54-56, si cambia "communitas christiana" in "Ecclesia Dei" nei paragrafi 41, 79, 111, 136 e 170 della seconda "editio typica", cioè normativa, in latino, del 1973 del rito del battesimo dei bambinil.

Il paragrafo 41 riguarda propriamente l’"Ordo Baptismi pro pluribus parvulis" (il rito del battesimo per più bambini).

Il paragrafo 79 l’"Ordo Baptismi pro uno parvulo" (il rito per un solo bambino).

Il paragrafo 111 l’"Ordo Baptismi pro magno numero parvulorum" (il rito per un gran numero di bambini).

Il paragrafo 136 l’"Ordo Baptismi parvulorum absente sacerdote et diacono a catechistis adhibendus" (il rito celebrato da catechisti in assenza del sacerdote e del diacono).

Il paragrafo 170 l'"Ordo deferendi ad Ecclesiam parvulum iam baptizatum" (il rito per portare nella Chiesa un bambino già battezzato).

Ecco dunque il testo del decreto:


CONGREGATIO DE CULTU DIVINO ET DISCIPLINA SACRAMENTORUM

Prot. N. 44/13/L

DECRETUM

Vitae et regni ianua, Baptismus est sacramentum fidei, quo homines incorporantur unicae Christi Ecclesiae, quae in Ecclesia catholica subsistit, a Successore Petri et Episcopis in eius communione gubernata.

Unde Congregationi de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum visum est variationem quandam in editionem typicam alteram Ordinis Baptismi Parvulorum inducere, eo ut in eodem ritu melius in lucem ponatur tradita doctrina de munere et officio Matris Ecclesiae in sacramentis celebrandis. Dicasterium proinde ea, quae sequuntur, disponit:

Ordo Baptismi Parvulorum in posterum sic recitet:

1. "41. Deinde celebrans prosequitur dicens:
N. …, N. (vel Filioli), magno gaudio Ecclesia Dei vos excipit. In cuius nomine ego signo vos signo crucis; et parentes vestri (patrinique) post me eodem signo Christi Salvatoris vos signabunt.
Et signat ununquemque parvulum in fronte, nihil dicens. Postea invitat parentes et, si opportunum videtur, patrinos, ut idem faciant".

2. "79. Deinde celebrans prosequitur dicens:
N. …, magno gaudio Ecclesia Dei te excipit. In cuius nomine ego signo te signo crucis; et parentes tui (patrinique vel et matrina) post me eodem signo Christi Salvatoris te signabunt.
Et signat parvulum in fronte, nihil dicens. Postea invitat parentes et, si opportunum videtur, patrinum (matrinam), ut idem faciant".

3. "111. Celebrans prosequitur dicens:
Filioli, magno gaudio Ecclesia Dei vos excipit. In cuius nomine ego signo vos signo crucis.
Producit signum crucis super omnes infantes simul, et ait:
Et vos, parentes (vel patrini), infantes in fronte signate signo Christi Salvatoris.
Tunc parentes (vel patrini) signant parvulos in fronte".

4. "136. Catechista prosequitur dicens:
Filioli, magno gaudio Ecclesia Dei vos excipit. In cuius nomine ego signo vos signo crucis.
Producit signum crucis super omnes infantes simul, et ait:
Et vos, parentes (vel patrini), infantes in fronte signate signo Christi Salvatoris.
Tunc parentes (vel patrini) signant parvulos in fronte".

5. "170. Deinde celebrans prosequitur dicens:
N. …, magno gaudio Ecclesia Dei, cum parentibus tuis gratias agens, te excipit testificaturque te iam ad Ecclesia fuisse receptum. In cuius nomine ego signo te signo Christi, qui tibi in Baptismate vitam largitus est et Ecclesiae suae te iam aggregavit. Et parentes tui (patrinusque vel et matrina) post me eodem signo crucis te signabunt.
Et signat infantem in fronte, nihil dicens; postea invitat parentes et, si opportune videtur, patrinum, ut idem faciant".

Ego infrascriptus Congregationis Praefectus, haec Summo Pontifici Benedicto XVI exposuit, qui, in audientia die 28 mensis ianuarii 2013 eidem concessa, textum praesentem editionis typicae alterae Ordinis Baptismi Parvulorum modo sopradicto posthac variari benigne statuit.
Quae statuta de Ordine Baptismi Parvulorum statim ab omnibus, ad quos spectant, serventur et inde a die 31 mensis martii 2013 plenum habeant vigorem.
Curae autem Conferentiarum Episcopalium committitur ut variationes, in Ordine Baptismi Parvulorum factae, in editiones eiusdem Ordinis lingua vernacula apparandas inducant.
Contrariis quibuslibet minime obstantibus.

Ex aedibus Congregationis de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum, die 22 mense februarii 2013, in festo Cathedrae sancti Petri Apostoli, datum.

Antonius Card. Cañizares Llovera, Praefectus

Arturus Roche, Archiepiscopus a Secretis


22.8.2013 

AMDG et DVM