martedì 26 ottobre 2021

¡Oh María, Madre mía!

 C A P Í T U L O V I

De las primeras devociones



36. Desde muy pequeño me sentí inclinado a la piedad y a la Religión. Todos los

días de fiesta y de precepto oía la santa Misa; los demás días siempre que podía; en los

días festivos comúnmente oía dos, una rezada y otra cantada, a la que iba siempre con mi

padre. No me acuerdo de haber jamás jugado, enredado ni hablado en la iglesia. Por el

contrario, estaba siempre tan recogido, tan modesto y tan devoto, que, comparando mis

primeros años con los presentes, me avergüenzo, pues con grande confusión digo que no

estoy, ni aún ahora, con aquella atención tan fija, con aquel corazón tan fervoroso que tenía

entonces...


37. ¡Con qué fe asistía a todas las funciones de nuestra santa Religión! Las

funciones que más me gustaban eran las del Santísimo Sacramento: en éstas, a que asistía

con una devoción extraordinaria, gozaba mucho. Además del buen ejemplo que en todo me

daba mi querido padre, que era devotísimo del Santísimo Sacramento, tuve yo la suerte de

parar a mis manos un libro que se titula Finezas de Jesús Sacramentado. ¡Cuánto me

gustaba! De memoria lo aprendía. Tanto era lo que me agradaba.


38. A los diez años me dejaron comulgar. Yo no puedo explicar lo que por mí pasó

en aquel día que tuve la imponderable dicha de recibir por primera vez en mi pecho a mi

buen Jesús... Desde entonces siempre frecuenté los santos sacramentos de Penitencia y

Comunión, pero ¡con qué fervor, con qué devoción y amor!... Más que ahora, sí, más que

ahora. y lo digo con la mayor confusión y vergüenza. Ahora que tengo más conocimiento

que entonces, ahora que se ha agregado la multitud de beneficios que he recibido desde

aquellos primeros días, que por gratitud debería ser un serafín de amor divino, soy lo que

Dios sabe. Cuando comparo mis primeros años con los días presentes, me entristezco y

lloro y confieso que soy un monstruo de ingratitud.


39. Además de la Santa Misa, Comunión frecuente y funciones de Exposición del

Santísimo Sacramento, a que asistía con tanto fervor por la bondad y misericordia de Dios,

asistía también en todos los domingos sin faltar jamás ni un día de fiesta al Catecismo y

explicación del santo Evangelio, que siempre hacía el cura párroco por sí mismo todos los

domingos, y, finalmente, se terminaba esta función por la tarde con el santísimo Rosario.


40. Digo, pues, que además de asistir siempre mañana y tarde, allá, al anochecer,

cuando apenas quedaba gente en la iglesia, entonces volvía yo y solito me las entendía con

el Señor. ¡Con qué fe, con qué confianza y con qué amor hablaba con el Señor, con mi

buen Padre! Me ofrecía mil veces a su santo servicio, deseaba ser sacerdote para

consagrarme día y noche a su ministerio, y me acuerdo que le decía: Humanamente no veo

esperanza ninguna, pero Vos sois tan poderoso, que si queréis lo arreglaréis todo. Y me 

acuerdo que con toda confianza me dejé en sus divinas manos, esperando que él

dispondría lo que se había de hacer, como en efecto así fue, según diré más adelante.


41. También vino a parar a mis manos un librito llamado El Buen Día y la Buena

Noche. ¡Oh, con qué gusto y con qué provecho de mi alma leía yo aquel libro! Después de

haberle leído un rato, lo cerraba, me lo apretaba contra el pecho, levantaba los ojos al cielo

arrasados en lágrimas y me exclamaba diciendo: ¡Oh, Señor, qué cosas tan buenas

ignoraba yo! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, amor mío! ¡Quién siempre os hubiese amado!

42. Al considerar el bien tan grande que trajo a mi alma la lectura de libros buenos y

piadosos es la razón por que procuro dar con tanta profusión libros por el estilo, esperando

que darán en mis prójimos, a quienes amo tanto, los mismos felices resultados que dieron

en mi alma. ¡Oh, quién mediera que todas las almas conocieran cuán bueno es Dios, cuán

amable y cuán amante! ¡Oh, Dios mío!, haced que todas las criaturas os conozcan os amen

y os sirvan con toda fidelidad y fervor ¡Oh, criaturas todas! Amad a Dios, porque es bueno,

porque es infinita su misericordia.



C A P Í T U L O V I I

De la primera devoción a María Santísima

43. Por esos mismos años de mi infancia y juventud profesaba una devoción

cordialísima a María Santísima. ¡Ojalá tuviera ahora la devoción que entonces! Valiéndome

de la comparación de Rodríguez, soy como aquellos criados viejos de las casas de los

grandes, que casi no sirven para nada, que son como unos trastos inútiles, que los tienen

en la casa más por compasión y caridad que por la utilidad de sus servicios. Así soy yo en

el servicio de la Reina de cielos y tierra: por pura caridad y misericordia me aguanta, y para

que se vea que es la verdad positiva, sin la más pequeña exageración, para confusión mía

referiré lo que hacía en obsequio de María Santísima.

44. Desde muy niño me dieron unas cuentas de rosario que agradecí muchísimo,

como si fuera la adquisición del mayor tesoro, y con él rezaba con los demás niños de la

escuela, pues al salir de las clases por la tarde todos formados en dos filas, íbamos a la

iglesia, que estaba cerca de allí, y todosjuntos rezábamos una parte de Rosario, que dirigía

el maestro.'

45. Siendo aún muy niño, encontré en mi casa un libro que se titulaba el Roser, o el

Rosal, en que estaban los misterios del Rosario, con estampas y explicaciones análogas.

Aprendí por aquel libro el modo de rezar el Rosario con sus misterios, letanías y demás. Al

advertirlo el maestro, quedó muy complacido y me hizo poner a su lado en la iglesia para

que yo dirigiera el Rosario. Los demás muchachos mayorcitos, al ver que con esto había

caído en gracia del buen maestro, los aprendieron también, y en adelante fuimos alternando

por semanas, de modo que todos aprendían y practicaban esta santísima devoción, que

después de la Misa es la más provechosa.

46. Desde entonces, no sólo lo rezaba en la iglesia, sino también en casa todas las

noches, como disponían mis padres. Cuando, concluidas las primeras letras, me pusieron

de fijo en el trabajo de la fábrica, como dije en el capítulo V, entonces cada día rezaba tres

partes, que también rezaban conmigo los demás trabajadores; yo dirigía y ellos respondían

continuando el trabajo. Rezábamos una parte antes de las ocho de la mañana, y después

se iban a almorzar; otra, antes de las doce, en que iban a comer, y otra, antes de las nueve

de la noche, en que iban a cenar.

47. Además del Rosario entero que rezaba todos los días de labor, en cada hora del

día le rezaba una Avemaría y las oraciones del Angelus Domini en su debido tiempo. Los

días de fiesta pasaba más tiempo en la iglesia que en casa, porque apenas jugaba con los

demás niños; sólo me entretenía en casa, y mientras estaba así, inocentemente entretenido 

en algo, me parecía que oía una voz, que me llamaba la Virgen para que fuera a la iglesia, y

yo decía: Voy, y luego me iba.

48. Nunca me cansaba de estar en la iglesia, delante de María del Rosario, y

hablaba y rezaba con tal confianza, que estaba bien creído que la Santísima Virgen me oía.

Se me figuraba que desde la imagen, delante de la cual oraba, había como una vía de

alambre hasta el original, que está en el cielo; sin haber visto en aquella edad telégrafo

eléctrico alguno, yo me imaginaba como que hubiera un telégrafo desde la imagen al cielo.

No puedo explicar con qué atención, fervor y devoción oraba, más que ahora.

49. Con muchísima frecuencia, desde muy niño, acompañado de mi hermana Rosa,

que era muy devota, iba a visitar un Santuario de María Santísima llamado Fussimaña,

distante una legua larga de mi casa. No puedo explicar la devoción que sentía en dicho

Santuario, y aun antes de llegar allí, al descubrir la capilla, yo me sentía conmovido, se me

arrasaban los ojos en lágrimas de ternura, empezábamos el Rosario y seguíamos rezando

hasta la capilla. Esta devota imagen de Fussimaña la he visitado siempre que he podido, no

sólo cuando niño, sino también cuando estudiante, sacerdote y arzobispo, antes de ir a mi

diócesis.

50. Todo mi gusto era trabajar, rezar, leer y pensar en Jesús y María Santísima; de

aquí es que me gustaba mucho guardar silencio, hablaba muy poco, me gustaba estar solo

para no ser estorbado en aquellos pensamientos que tenía; siempre estaba contento,

alegre, tenía paz con todos; ni jamás reí ni tuve pendencias con nadie, ni de pequeño ni de

mayor.

51. Mientras estaba yo en estos santos pensamientos ocupado con grande placer de

mi corazón, de repente me vino una tentación, la más terrible y blasfema, contra María

Santísima. Esta sí que fue pena, la mayor que he sufrido en mi vida. Habría preferido estar

en el infierno para librarme de ella. No comía, ni dormía, ni podía mirar su imagen. ¡Oh qué

pena!. Me confesaba, pero como era tan jovencito, yo no me sabría explicar bien, y el

confesor desechaba lo que yo le decía, no le daba importancia, y yo quedaba con la misma

pena que antes. ¡Oh qué amargura!. Duró esta tentación hasta que el Señor se dignó por sí

mismo remediarme.

52. Después tuve otra contra mi buena Madre, que me quería mucho, y yo también a

ella. Me vino un odio, una aversión contra ella muy grande, y yo, para vencer aquella

tentación, me esmeraba en tratarla con mucho cariño y humildad. Y me acuerdo que

cuando me fui a confesar, al dar cuenta a mi Director de la tentación que sufría y de lo que

hacía para vencerla y superarla, me preguntó: ¿Quién te ha dicho que practicases estas

cosas?. Yo le contesté: Nadie, Señor. Entonces me dijo: Dios es quien te enseña, hijo;

adelante, sé fiel a la gracia.

53. Delante de mí no se atrevían a hablar malas palabras ni tener malas

conversaciones. En cierta ocasión me hallaba en una reunión de jóvenes, por casualidad,

porque yo regularmente me apartaba de tales reuniones, pues que (no) se me ocultaba el

lenguaje que se usa en tales reuniones, y me dijo uno de los mayores de aquellos jóvenes:

Antonio, apártate de nosotros, que queremos hablar mal. Yo le di las gracias por el aviso

que me daba y me fui, sin que jamás me volviese a juntar con ellos.

54. ¡Oh Dios mío! ¡Qué bueno habéis sido para mí! ¡Oh cuán mal he correspondido

a vuestras finezas! Si Vos, Dios mío, hubieseis hecho estas gracias que a mí a cualquiera

de los hijos de Adán, habría correspondido mucho mejor que yo. ¡Oh que confusión, qué

vergüenza es la mía! ¿Y qué podré responder, Señor, en el día del juicio cuando me diréis:

Redde rationem villicationis tuae?

55. ¡Oh María, Madre mía! ¡Qué buena habéis sido para mí y qué ingrato he sido yo

para Vos! Yo mismo me confundo, me avergüenzo. Madre mía, quiero amaros de aquí en

adelante con todo fervor; y no sólo os amaré yo, sino que además procuraré que todos os

conozcan, os amen, os sirvan, os alaben, os recen el Santísimo Rosario, devoción que os 

es tan agradable. ¡Oh Madre mía!, ayudad mi debilidad y flaqueza a fin de poder cumplir mi

resolución. 

http://www.latinamericanstudies.org/religion/claret.pdf

AVE MARIA PURISSIMA!

FIGURA DI SAN PAOLO ---C. A Lapide

 

Quarta virtù

Invitta speranza e confidenza in Dio

16. I. Paolo credette e sperò nella speranza e contro la speranza, quando

intraprese molte cose superiori alle forze umane e naturali, e con

l’invocazione e l’aiuto di Dio le condusse a termine. Infatti, come egli

stesso dice (Romani 8, 24): «Sperare quel che si vede non è più speranza.

E come sperare quel che già si vede?». E (Romani 8, 26): «Lo stesso

Spirito chiede per noi con gemiti inenarrabili».


17. II. Paolo, con questa speranza, superò non soltanto tutte le difficoltà,

ma anche tutte le impossibilità della natura. Infatti come lui dice (Romani

8, 31): «Se Dio è con noi, chi sarà contro di noi?»

 Di tali uomini scrive con verità san Bernardo (46): «Essi osano grandi

cose, poiché sono uomini grandi; e ciò che osano, ottengono. Giacché una

grande fede merita cose grandi, e fin dove sarai progredito col piede della

fiducia nei beni del Signore, altrettanti ne possederai. A tali spiriti grandi

occorre uno sposo grande, e magnificherà l’operare con essi».

 Il medesimo (47): «La sola speranza, soggiunge, presso di te (o Signore)

tiene il posto della compassione; non poni l’olio della misericordia, se non

nel vaso della fiducia».


 18. III. Paolo, per questa speranza, si gloriava nelle persecuzioni: «Ci

gloriamo, scrive, nelle tribolazioni, sapendo come la tribolazione produce

la pazienza, la pazienza l’esperienza, l’esperienza la speranza. Or la

speranza non ci lascerà confusi» (Romani 5, 3-5).

Speranza onnipotente


19. IV. Paolo, non solo per sé, ma anche per i suoi fedeli, sperò, in ogni

afflizione, e con la speranza ottenne da Dio aiuto, forza e vittoria. Volendo

ispirare questa speranza ai Corinti, scrive (2 Corinti l, 6 s.): «(La speranza

che in voi) opera la tolleranza delle stesse sofferenze che anche noi

soffriamo, affinché la nostra speranza sia ferma per voi, sapendo noi che,

come siete compagni delle nostre sofferenze, sarete pure compagni nella

consolazione».

Splendidamente osserva San Cipriano (48): «Nelle persecuzioni nessuno

pensi al pericolo che ci procura il demonio, ma consideri l’aiuto che darà

Dio; né la mente resti stordita dall’infestazione umana, anzi resti la fede

corroborata dalla protezione divina; poiché ciascuno, secondo le promesse

divine, e secondo i meriti della sua fede, tanto riceve di aiuto da Dio,

quanto crede riceverne. Non vi è cosa che l’Onnipotente non possa

concedere se non l’impedisce la deficienza e caducità della fede di chi

deve ricevere».


20. V. Paolo, reso dalla continua esperienza edotto dell’aiuto divino,

rimaneva sicuro in ogni frangente, riguardo al prospero esito eventuale di

ogni cosa. «Ma noi, scrive, abbiamo avuto dentro noi stessi risposta di

morte, affinché non confidiamo in noi, ma in Dio che risuscita i morti.

Egli ci ha liberati e tolti da tanti pericoli e speriamo che ci libererà

ancora» (2 Corinti l, 9 s.).

S. Cipriano (49) segue Paolo, quando scrive a Demetriano, giudice e

nemico, dei cristiani: «Vige presso di noi la forza della speranza e la

fermezza della fede. Tra le stesse rovine del crollante secolo, la mente

resta eretta, immobile la virtù, mai cessa di essere lieta la pazienza;

l’anima è sempre fidente nel suo Dio, come lo Spirito Santo ci ammonisce

ed esorta per bocca del Profeta, il quale corrobora, con celeste voce, la

fermezza della nostra fede e della nostra speranza: Io godrò nel Signore,

ed esulterò in Dio mio Salvatore. I cristiani esultano sempre nel Signore, e

si allietano e godono nel loro Dio, e sopportano con fortezza i mali e le

avversità del mondo, mentre mirano al premio ed alla felicità futura».

Così fecero i Santi, come Giobbe (Giobbe 13, 15): «Anche se mi

ammazzasse, disse, spererò in Lui». E Geremia (Geremia 17, 7):

«Benedetto l’uomo che confida nel Signore, e di cui Dio sarà sua fiducia».

«La mia porzione è il Signore − ha detto l’anima mia − per questo lo

aspetterò. Il Signore è buono per chi spera in lui, per l’anima che lo cerca»

(Lamentazioni 3, 24 s.).

Si legga pure la dissertazione che fa Paolo su questa forza della speranza,

come di àncora, parlando agli Ebrei (Ebrei 6. 17; 10, 23. 35 s.).

Con verità il Salmista diceva (Salmo 31, 10): «Colui che spera nel Signore

è avvolto dalla misericordia». E sant’Agostino (50) scrisse: «Mortale è

veramente la vita, immortale è la speranza della vita». S. Bernardo (51)

soggiunge: «Se sorgeranno guerre contro di me, se inferocirà il mondo, se

fremerà il maligno, se la stessa carne si rivolterà contro lo spirito, io

spererò in te».


21. VI. Paolo con questa speranza assalì audacemente ogni pericolo della

vita. Così, nel tumulto sollevato contro di lui ad Efeso, volle salire al

teatro, pur sapendo che volevano soltanto lui e la sua testa (Cfr.: Atti 19,

30). Così andò a Gerusalemme, nonostante che ovunque i Profeti gli

avessero predetto le catene. Ad essi rispose: «Perché piangete e mi

spezzate il cuore? Quanto a me son pronto non solo ad essere legato, ma

anche a morire... per il nome del Signore Gesù» (Atti 21, 13).

Per questa speranza, superò tutti i pericoli suoi, e di quelli che erano con

lui. Nel naufragio gli apparve un angelo, che promise la liberazione e la

salvezza non solo a lui, ma, in vista di lui, a tutti i naviganti: «Non temere,

Paolo, disse l’angelo, tu devi comparire davanti a Cesare, ed ecco Dio ti

ha fatto dono di tutti quelli che navigano con te» (Atti 27, 24).


22. VII. Paolo, con certa speranza, si appropriava la gloria e la corona

celeste: «So bene in chi credetti, scrive, e son certo che Egli è sì potente

da conservare il mio deposito sino a quel giorno» (2 Timoteo l, 12). E:

“Ho combattuto la buona battaglia, ho finito la mia corsa, ho conservato la

fede, e non mi resta che ricevere la corona di giustizia, che mi darà in quel

giorno il Signore, giusto giudice» (2 Timoteo 4, 7 s.).

Quinta virtù

Esimio amore a Dio ed a Cristo

23. I. Paolo ardeva di amore verso Dio e verso Cristo, tanto che scriveva ai

Romani (5, 5): «La carità di Dio è stata diffusa nei nostri cuori per mezzo

dello Spirito Santo, che ci è stato donato». Ottimamente Origene (52),

interprete san Girolamo: «Io sono ferito dalla carità − scrive − Come è

bello, come è onorevole ricevere una ferita dalla carità! Chi riceve il dardo

dell’amore carnale, chi è ferito dalla cupidigia terrena; tu invece offri le tue

membra scoperte, offri te stessa al dardo eletto, al dardo grazioso: giacché

il saettatore è Dio. Pose me, dice, come saetta eletta. Quale felicità è essere

ferita da tale dardo!».

24. II. Paolo desiderava morire, per godere il suo Cristo: «Sono messo alle

strette da due lati, dice: desidero di morire e di essere con Cristo»

(Filippesi 1, 23). E: «Oh me infelice! Chi mi libererà da questo corpo di

morte?» (Romani 7, 24). Paolo era una colomba gemente e sospirante al

cielo, e, per testimonianza di sant’Agostino (53), diceva con la Sposa:

«Sostenetemi coi fiori, confortatemi coi frutti, perché io languisco

d’amore» (Cantico dei Cantici 2, 5).

25. III. Paolo, per amore dì Cristo, sfidava come a duello i suoi nemici, le

afflizioni, i pericoli, i diavoli, tutto l’inferno e il mondo: «Chi potrà

separarci dall’amore di Cristo? − dice − La tribolazione forse, o l’angoscia,

la fame, la nudità, il pericolo, la persecuzione, la spada? (Come sta scritto:

per te noi siamo ogni giorno messi a morte, siamo considerati come pecore

da macello). Ma tutte queste cose noi le superiamo, in virtù di Colui che ci

ha amati... Io poi sono sicuro che né la morte, né la vita, né gli angeli, né i

principati, né le virtù, né le cose presenti, né le future, né la potenza, né

l’altezza, né la profondità, né altra cosa creata potrà separarci dalla carità

di Dio, che è in Gesù Cristo Signor nostro» (Romani 8, 35-39).

26. IV. Da sì infiammato amore a Dio scaturiva quell’ardente amore verso

il prossimo, che si struggeva di convertire a Cristo il mondo intero. Di ciò

diremo più lungamente avanti.

Giustamente san Girolamo (54) scrive: «Gran forza possiede il vero

amore; chi è perfettamente amato vincola a sé tutta la volontà dell’amante.

Niente è più imperioso della carità. Se noi amiamo veramente Cristo, se

pensiamo che siamo stati redenti dal suo sangue, non dobbiamo più nulla

desiderare, più nulla fare, all’infuori di ciò che sappiamo essere di suo

volere».

27. V. Paolo amava talmente Cristo, da sembrare trasformato in lui. Effetto

dell’amore, anzi la sua sommità, è l’unione intima, l’estasi, il rapimento

nell’amato. L’anima è più presente dove ama che non dove vivifica. Così

suonano quei detti di Paolo: «La mia vita è Cristo, e la morte è per me un

guadagno» (Filippesi l, 21). «Io sono stato confitto in croce con Cristo; io

vivo, ma non son più io che vivo, ma è Cristo che vive in me, e questa vita

che vivo nella carne, la vivo nella fede del Figliuolo di Dio, il quale mi ha

amato e ha dato se stesso per me» (Galati 2, 19 s.). E: «Quanto a me, lungi

da me gloriarmi d’altro se non della croce del Signor nostro Gesù Cristo,

per cui il mondo è crocifisso a me ed io al mondo» (Galati 6, 14). E: «Del

resto, nessuno m’inquieti, perché io porto le stimmate del Signore Gesù

nel mio corpo» (Galati 6, 17).

Cristo pertanto sembrava divenuto la mente, l’anima, la vita e lo spirito di

san Paolo, il quale per lui parlava, operava, soffriva. «Cercate forse, dice,

di far prova di colui che parla in me, di Cristo?» (2 Corinti 13, 3).

Perciò san Girolamo (55) prescrive a Pammachio le norme di tal vita e di

tale amore: «Cristo sia tutto; chi ha abbandonato ogni cosa per Cristo, trovi

una cosa sola per tutte, onde possa con libera voce gridare: Il Signore è la

mia porzione».

Infine, Paolo era crocifisso alla croce di Cristo con chiodi non di ferro, ma

di amore; in lui viveva la sua vita di amore, come dice san Dionigi (56);

poiché Cristo viveva in lui come principio, regola e fine di ogni suo

pensiero, desiderio, parola, e opera. Ciò espresse in quel1a frase: «Per me

vivere è Cristo», ossia: Cristo è la mia vita, Cristo è il mio pensiero, Cristo

è il mio desiderio, Cristo è il mio amore; il mio volere, il mio parlare, il

mio operare è ancora Cristo; non voglio altro, non gusto altro, non faccio

altro, non penso ad altro, non parlo d’altro che non sia Cristo.


Paolo ebbro di amor di Dio e di amore a Gesù

28. VI. Paolo e gli Apostoli, ebbri di amore di Dio, lasciavano trasparire

dovunque questo amore, celebrando così le grandezze di Dio (Cfr. Atti 2,

13). 

Osserva quanto dice san Paolo: «Se infatti andiamo fuori dei sensi, lo

facciamo per Iddio; se stiamo nei limiti, è per voi; perché la carità di Cristo

ci stringe, ecc.; affinché quelli che vivono non vivano già per loro stessi,

ma per colui che è morto e risuscitato per essi» (2 Corinti 5, 13 s, 15). 

Qua e là: questo amore lo fa trapelare e lo trasfonde negli altri: «Siate ripieni di

Spirito Santo, dice. Conversate tra di voi in salmi, inni e canti spirituali,

cantando e salmeggiando di tutto cuore al Signore, ringraziando sempre

Dio e Padre nel nome del Signore nostro Gesù Cristo per ogni cosa»

(Efesini 5, 18-20).

29. VII. Il nome di Gesù era per Paolo una delizia: miele nella bocca,

armonia nell’orecchio, giubilo nel cuore. Da ciò quel ripetere che fa nelle

poche e brevi sue lettere per ben duecento e diciannove volte il nome di

Gesù, e quattrocento e una volta quello di Cristo. «Non vi è alcuno, scrive

il Crisostomo (57), che abbia amato più ardentemente Cristo di Paolo; non

vi è alcuno che presso Dio sia stato più bene accetto di Paolo».

All’incontro Gesù lo accarezzava con le sue consolazioni, da indurlo a

disprezzare le voluttà della carne e del mondo, a detestarle anzi come

rifiuti. 

Ripeteva pertanto con la Sposa «L’anima mia era venuta meno

appena il mio diletto parlò» (Cantico dei Cantici 5, 6). E: «Il mio diletto è

per me ed io per lui, che si pasce tra i gigli, fino a che non raffreschi il

giorno e non si allunghino le ombre» (Cantico dei Cantici 2, 16).

   Leggiamo pure di sant’Efrem, che abbondava tanto di dolcezza divina, da

essere costretto ad esclamare: «Frena, o Signore, le onde della tua

dolcezza, poiché non posso più sostenerle». E del santo Saverio, apostolo

dell’India, che esclamava: «Basta, o Signore; basta». E del beato Luigi

Gonzaga che ripeteva: «Ritirati da me, o Signore».

Sesta virtù

Profonda riverenza a Dio e religione

30. I. Paolo, avendo sempre davanti agli occhi Dio, lo venerava, e pensava

che era alla presenza di Dio e di tutti gli angeli; così agiva e parlava.

«Siamo fatti spettacolo al mondo, agli Angeli e agli uomini» scriveva (l

Corinti 4, 9). Anche san Bernardo si intratteneva ed abitava con Dio nella

nube. E san Gregorio (58) narra come san Benedetto parimenti morì

tenendo le mani alzate verso il cielo, ed esalò il suo spirito pronunziando

ancora parole di preghiera.

31. II. Paolo venerava ed adorava Dio con umile atteggiamento di cuore e

di corpo: «Abbiamo, dice, la grazia, per la quale possiamo servire a Dio in

un modo a lui gradito, con timore e riverenza; perché il nostro Dio è un

fuoco che divora» (Ebrei 12, 28). E: «Per questa causa piego le mie

ginocchia dinanzi al Padre del Signor nostro Gesù Cristo, da cui ogni

paternità e nei cieli e sulla terra prende nome, perché vi conceda, secondo

le ricchezze della sua gloria, di essere mediante lo Spirito potentemente

corroborati nell’uomo interiore» (Efesini 3, 14-16). Ed ancora: «Pregherò

con lo spirito e pregherò con la mente, salmeggerò con lo spirito e

salmeggerò con la mente» (l Corinti 14, 15).

32. III. Paolo invocava frequentemente Dio, e si raccomandava alle

preghiere dei cristiani, affinché Dio illuminasse le menti dei fedeli e degli

infedeli ai quali predicava: «Rendo grazie al mio Dio, dice, ogni volta che

mi ricordo di voi, e sempre, in ogni mia preghiera per tutti voi, con gioia

prego per voi» (Filippesi l, 3 s). E: «Del resto, o fratelli, pregate per noi

affinché la parola di Dio corra e sia glorificata come fra voi, e siamo

liberati dagli uomini importuni e cattivi» (2 Tessalonicesi 3, l s.). Ed

ancora: «Siate perseveranti nell’orazione, ecc.; pregando insieme anche

per noi, affinché Dio ci apra la porta della parola, per parlare il mistero

di Cristo» (Colossesi 4, 2 s.). Le stesse cose scrive agli Efesini (Efesini 6,

18-19).

Paolo triplice vittima

33. IV. «Paolo, dice san G. Crisostomo (59), immolava se stesso ciascun

giorno a Dio; e questa vittima l’offriva in due maniere, ora morendo ogni

giorno, ora circondando senza tregua il suo corpo con mortificazioni.

Infatti si preparava continuamente ai pericoli, consumando un martirio di

desiderio e mortificando in se la natura della carne: e ciò facendo

disimpegnava non solo le veci di un’ostia immolata a Dio, ma faceva

molto di più. Perciò diceva: Io sono immolato, riferendosi all’immolazione

del suo sangue. né si accontentò di questi soli sacrifici, ma essendosi

consacrato a Dio, si studiò di offrirgli anche tutto il mondo».

34. V. Paolo rimane stupito e muto di fronte a Dio, alla Trinità Santissima,

alle di lei opere ed ai di lei consigli. «O profondità delle ricchezze della

sapienza e della scienza di Dio! esclama. Quanto sono incomprensibili i

suoi giudizi, ed imperscrutabili le sue vie! Chi ha conosciuto il pensiero

del Signore? E chi gli è stato consigliere? Chi gli ha dato per il primo, per

averne da ricevere il contraccambio? Da lui e per lui e in lui son tutte le

cose. A lui gloria nei secoli. Così sia» (Romani 11, 33.36).

Soprattutto è ammirato per il mistero della redenzione, dell’incarnazione,

della passione e croce di Cristo, della vocazione dei gentili e della

riprovazione dei giudei. Tale mistero scruta profondamente, ed

elegantemente lo descrive, chiamandolo: «il mistero che fu taciuto per

secoli eterni, ma che ora è stato svelato e notificato per le Scritture dei

profeti, secondo l’ordine eterno di Dio, per trarre all’obbedienza della

fede» (Romani 16, 25 s.). «Mistero che l’occhio non vide, l’orecchio non

udì, che in cuore dell’uomo non entrò» (1 Corinti 2, 9). E nuovamente

chiama questo mistero: «le incomprensibili ricchezze di Cristo,...

attuazione del mistero ascoso da secoli in Dio,... la multiforme sapienza di

Dio;... affinché possiate, soggiunge, con tutti i santi, comprendere quale sia

la larghezza, la lunghezza, l’altezza e la profondità, anzi possiate

conoscere ciò che supera ogni scienza, la stessa carità di Cristo, in modo

che siate ripieni di tutta la pienezza ai Dio» (Efesini 3, 8. 9. 10. 18 s.).


"Caritas Christi urget nos"

(2Cor 5,14

MESSAGGIO DI PAPA GP II° : TOTUS TUUS, MARIA!



TOTUS TUUS, MARIA!

 

lunedì 25 ottobre 2021

 J. M. J.

BIOGRAFÍA DEL ARZOBISPO ANTONIO MARÍA CLARET

A D V E R T E N C I A

1. Habiéndome pedido el señor D. José Xifré, Superior de los Misioneros de los Hijos

del Corazón de María, diferentes veces de palabra y por escrito una biografía de mi

insignificante persona, siempre me he excusado, y aun ahora no me habría resuelto a no

habérmelo mandado. Así únicamente por obediencia lo hago, y por obediencia revelaré

cosas que más quisiera que se ignorasen; con todo, sea para la mayor gloria de Dios y de

María Santísima, mi dulce Madre, y confusión de este miserable pecador.

Dividiré esta biografía en tres partes

2. La primera parte comprenderá lo que principalmente ocurrió desde mi nacimiento

hasta que fui a Roma (1807-1839).

La segunda contendrá lo perteneciente al tiempo de las Misiones (1840-1850).La

tercera, lo más notorio que ha ocurrido desde la Consagración de arzobispo en adelante.

(1850-1862).

P A R T E P R I M E R A

C A P Í T U L O I

Del nacimiento y bautismo

3. Nací en la villa de Sallent, Deanato de Manresa, Obispado de Vich, provincia de

Barcelona. Mis padres se llamaban Juan Claret y Josefa Clará, casados, honrados y

temerosos de Dios, y muy devotos del Santísimo Sacramento del Altar y de María

Santísima.

4. Fui bautizado en la pila bautismal de la parroquia de Santa María de Sallent, el día

25 de diciembre, día mismo de la Natividad del Señor del año 1807, y en los libros

parroquiales dice 1808; por empezar y contar el año siguiente por este día, y por esta razón

mi partida es la primera del libro del año 1808.

5. Me pusieron por nombre Antonio, Adjutorio, Juan. Mi padrino fue un hermano de

mi madre que se llamaba Antonio Clará y quiso que me llamara por su nombre de Antonio.

Mi madrina fue una hermana de mi padre que se llamaba María Claret, casada con

Adjutorio Canudas, y me puso por nombre el de su marido. El tercer nombre es Juan, que

es el nombre de mi padre; y yo después por devoción a María Santísima, añadí el dulcísimo

nombre de María, porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra, mi

Directora y mi todo después de Jesús. Y así, mi nombre es:Antonio María Adjutorio Juan

Claret y Clará.

6. Fuimos once hermanos, que enumeraré por orden, marcando el año en que

nacieron:

1º Una hermana que nació en 1800, llamada Rosa, fue casada, ahora es viuda,

siempre ha sido muy laboriosa, honrada y piadosa; es la que más me ha querido.

2º Una hermana que nació en 1802, llamada Mariana, murió a los dos años. 

3º Un hermano (1804), llamado Juan, éste heredó todos los bienes.

4º Un hermano (1806), llamado Bartolomé, murió a los dos años.

5º Fui yo (1807-1808).

6º Una hermana (1809), que murió a lo poco de nacida.

7º Un hermano (1810), que se llamó José, fue casado, tuvo dos hijas, Hermanas de

Caridad o Terciarias.

8º Un hermano (1813), llamado Pedro; murió de cuatro años.

9º Una hermana (1815), llamada María, Hermana Terciaria.

10º Una hermana (1820), llamada Francisca, murió de tres años.

11º Un hermano (1823), llamado Manuel, murió de trece años, después de haber

estudiado Humanidades en Vich.

C A P Í T U L O I I

De la primera infancia

7. La Divina Providencia siempre ha velado sobre mí de un modo particular, como se

verá en éste y en otros casos que referiré. Mi madre siempre crió por sí misma a sus hijos,

pero a mí no fue posible por falta de salud; me dio a una ama de leche en la misma

población, en donde permanecía día y noche. El dueño de la casa hizo una excavación

demasiado profunda para formar una bodega más espaciosa; pero una noche en que yo no

estaba en la casa, resentidos los cimientos por motivo de la excavación se hincaron las

paredes y se hundió la casa, quedando muertos y sepultados en las ruinas el ama de leche,

que era la dueña de la casa, y cuatro hijos que tenía; y si yo me hubiese hallado en la casa

por aquella noche, habría seguido la suerte de los demás. ¡Bendita sea laProvidencia de

Dios! Y ¡cuántas gracias debo dar a María Santísima, que desde niño me preservó de la

muerte, como después me ha librado de otros apuros! ¡Oh cuán ingrato soy!...

8. Las primeras ideas de que tengo memoria son que cuando tenía unos cinco años,

estando en la cama, en lugar de dormir, yo siempre he sido muy poco dormilón, pensaba en

la eternidad, pensaba siempre, siempre, siempre; me figuraba unas distancias enormes, a

éstas añadía otras y otras, y al ver que no alcanzaba al fin, me estremecía, y pensaba: los

que tengan la desgracia de ir a la eternidad de penas, ¿jamás acabarán el penar, siempre

tendrán que sufrir? ¡Sí, siempre, siempre tendrán que penar...!

9. Esto me daba mucha lástima, porque yo, naturalmente, soy muy compasivo; y

esta idea de la eternidad de penas quedó en mí tan grabada, que, ya sea por lo tierno que

empezó en mí, o ya sea por las muchas veces que pensaba en ella, lo cierto es que es lo

que más tengo presente. Esta misma idea es la que más me ha hecho y me hace trabajar

aún, y me hará trabajar mientras viva en la conversión de los pecadores, en el púlpito, en el

confesionario, por medio de libros, estampas, hojas volantes, conversaciones familiares,

etc., etc.

10. La razón es que, como yo, según he dicho, soy de corazón tan tierno y

compasivo que no puedo ver una desgracia, una miseria que no la socorra, me quitaré el

pan de la boca para dar al pobrecito y aun me abstendré de ponérmelo en la boca para

tenerlo y darlo cuando me lo pidan, y me da escrúpulo el gastar para mí recordando que hay

necesidades para remediar; pues bien, si estas miserias corporales y momentáneas me

afectan tanto, se deja comprender lo que producirá en mi corazón el pensar en las penas

eternas del infierno, no para mí, sino para los demás que voluntariamente viven en pecado

mortal.

11. Yo me digo muchas veces: Es de fe que hay cielo para los buenos e infierno

para los malos; es de fe que las penas del infierno son eternas; es de fe que basta un solo 

pecado mortal para hacer condenar a una alma, por razón de la malicia infinita que tiene el

pecado mortal, por haber ofendido a un Dios infinito. Sentados esos principios certísimos, al

ver la facilidad con que se peca, con la misma con que se bebe un vaso de agua, como por

risa o por diversión; al ver la multitud que están continuamente en pecado mortal, y que van

así caminando a la muerte y al infierno, no puedo tener reposo, tengo que correr y gritar, y

me digo:

12. Si yo viera que uno se cae en un pozo, en una hoguera, seguro que correría y

gritaría para avisarle y preservarle de caer; ¿por qué no haré otro tanto para preservar de

caer en el pozo y en la hoguera del infierno?

13. Ni sé comprender cómo los otros sacerdotes que creen estas mismas verdades

que yo creo, y todos debemos creer, no predican ni exhortan para preservar a las gentes de

caer en los infiernos.

14. Y aun admiro cómo los seglares, hombres y mujeres que tienen fe, no gritan, y

me digo: Si ahora se pegara fuego en una casa y, por ser de noche, los habitantes de la

misma casa y los demás de la población están dormidos y no ven el peligro, el primero que

lo advirtiese, ¿no gritaría, no correría por las calles gritando: ¡fuego, fuego! en tal casa?

Pues ¿por qué no han de gritar fuego del infierno para despertar a tantos que están

aletargados en el sueño del pecado, que cuando se despertarán se hallarán ardiendo en las

llamas del fuego eterno?

15. Esa idea de la eternidad desgraciada que empezó en mí desde los cinco años

con muchísima viveza, y que siempre más la he tenido muy presente, y que, Dios mediante,

no se me olvidará jamás, es el resorte y aguijón de mi celo para la salvación de las almas.

16. A este estímulo con el tiempo se añadió otro, que después explicaré, y es el

pensar que el pecado no sólo hace condenar a mi prójimo, sino que principalmente es una

injuria a Dios, que es mi Padre. ¡Ah! esta idea me parte el corazón de pena y me hace

correr como... Y me digo: si un pecado es de una malicia infinita, el impedir un pecado es

impedir una injuria infinita a mi Dios, a mi buen Padre.

17. Si un hijo tuviese un padre muy bueno y viese que sin más ni más le

maltrataban, ¿no le defendería? Si viese que a este buen padre inocente le llevan al

suplicio, ¿no haría todos los esfuerzos posibles para librarle si pudiese? Pues ¿qué debo

hacer yo para el honor de mi Padre que es así tan fácilmente ofendido e inocente llevado al

Calvario para ser de nuevo crucificado por el pecado como dice San Pablo? El callar, ¿no

sería un crimen? El no hacer todos los esfuerzos posibles, ¿no sería...?¡Ay, Dios mío! ¡Ay,

Padre mío! Dadme el que pueda impedir todos los pecados, a lo menos uno, aunque de mí

hagan trizas.

C A P Í T U L O I I I

De las primeras inclinaciones

18. Para mayor confusión mía diré las palabras del autor de la Sabiduría (8, 19): Ya

de niño era yo de buen ingenio y me cupo por suerte una alma buena. Esto es, recibí de

Dios un buen natural o índole, por un puro efecto de su bondad.

19. Me acuerdo que en la guerra de la Independencia, que duró desde el año 1808

al 1814, el miedo que los habitantes de Sallent tenían a los franceses, y con razón, pues

que habían incendiado la ciudad de Manresa y el pueblo de Calders, cercanos a Sallent; se

huía todo el mundo cuando llegaba la noticia de que el ejército francés se acercaba; las

primeras veces de huir, me acuerdo, me llevaban en hombros, pero las últimas, que ya

tenía cuatro o cinco años, y andaba a pie y daba la mano a mi abuelo Juan Clará, padre de

mi madre; y como era de noche y a él ya le escaseaba la vista, le advertía de los tropiezos

con tanta paciencia y cariño, que el pobre viejo estaba muy consolado al ver que yo no le 

dejaba, ni me huía con los demás hermanos y primos, que nos dejaron a los dos solos, y

siempre más le profesé mucho amor hasta que murió, y no sólo a él, sino también a todos

los viejos y estropeados.

20. No podía sufrir que nadie hiciera burla de alguno de ellos, como tan propensos

son a eso los muchachos, no obstante el castigo tan ejemplar que Dios hizo con aquellos

chicos que se burlaban de Eliseo.

Además me acuerdo que en el templo, siempre que llegaba un viejo, si yo estaba

sentado en algún banco, me levantaba y con mucho gusto le cedía el lugar; por la calle los

saludaba siempre, y cuando yo podía tener la dicha de conversar con alguno era para mí la

mayor satisfacción. Quiera Dios que yo me haya sabido aprovechar de los consejos que los

ancianos me daban...

21. ¡Oh Dios mío, qué bueno sois! ¡Qué rico en misericordia habéis sido para

conmigo! ¡Oh, si a otro hubierais hecho las gracias que a mí, cómo habría correspondido

mejor que yo! Piedad, Señor, que ahora empezaré a ser bueno, ayudado por vuestra divina

gracia.

C A P Í T U L O I V

De la primera educación

22. Apenas tenía seis años que ya mis amados padres me mandaron a la escuela.

Mi maestro de primeras letras fue D. Antonio Pascual, hombre muy activo y religioso; nunca

me castigó, ni reprendió, pero yo procuré no darle motivo: era siempre puntual, asistía

siempre a las clases, trayendo siempre bien estudiadas las lecciones.

23. El Catecismo lo aprendí con tanta perfección que lo recitaba siempre que quería

de un principio al último sin ningún error. Otros tres niños también lo aprendieron como yo lo

había aprendido, y el señor maestro nos presentó al señor cura párroco, que lo era

entonces el Dr. D. José Amigó, y este señor nos hizo decorar todo el Catecismo entre los

cuatro en dos domingos seguidos, y lo hicimos sin ningún error a la presencia del pueblo en

la iglesia por la tarde, y en premio nos dio una hermosa estampa a cada uno, que siempre

guardamos.

24. Cuando supe el Catecismo me hizo leer el Pintón, Compendio de Historia

Sagrada, y entre lo que leía y lo que él nos explicaba, me quedaba tan impreso en la

memoria, que después yo lo contaba y refería con mucha gracia sin confundirme ni

perturbarme.

25. Además del maestro de primeras letras, que era muy bueno, como he dicho, que

por cierto no es pequeño beneficio del cielo, tuve también muy buenos padres, que de

consuno con el maestro trabajaban en formar mi entendimiento con la enseñanza de la

verdad, y cultivaban mi corazón con la práctica de la Religión y de todas las virtudes. Mi

padre todos los días, después de haber comido, que comíamos a las doce y cuarto, me

hacía leer en un libro espiritual, y por las noches nos quedábamos un rato de sobremesa y

siempre nos contaba alguna cosa de edificación e instrucción al mismo tiempo, hasta que

era la hora de ir a descansar.

26. Todo lo que me referían y explicaban mis padres y mi maestro lo entendía

perfectamente, no obstante de ser muy niño; lo que no entendía era el diálogo del

Catecismo, que lo recitaba muy bien, como he dicho, pero como el papagayo. Sin embargo,

conozco ahora lo bueno que es saberlo bien de memoria, pues que después con el tiempo

sin saber cómo ni de qué manera, sin hablar de aquellas materias, me venía a la

imaginación y caía en la cuenta de aquellas grandes verdades que yo decía y recitaba sin

entenderlas, y me decía: ¡Hola! ¡Esto quiere decir esto y esto! Vaya qué tonto eras que no

lo entendías. A la manera que los botones de las rosas que con el tiempo se abren, y si no

hay botones, no puede haber rosas; así son las verdades de la Religión: si no hay 

instrucción de Catecismo, hay una ignorancia completa en materias de Religión, aun en

aquellos hombres que pasan por sabios. ¡Oh, cuánto me han servido a mí la instrucción del

Catecismo y los consejos y avisos de mis padres y maestros...!

27. Cuando después me hallaba solo en la ciudad de Barcelona, como en su lugar

diré, al ver y oír cosas malas, me recordaba y me decía: Eso es malo, debes huirlo; más

bien debes dar crédito aDios, a tus padres y a tu maestro, que a esos infelices que no

saben lo que se hacen ni lo que dicen.

28. Mis padres y maestro no sólo me instruyeron en las verdades que había de

creer, sino también en las virtudes que había de practicar. Respecto a mis prójimos, me

decían que nunca jamás había de coger ni desear lo ajeno, y si alguna vez hallaba algo lo

había de volver a su dueño. Cabalmente un día al salir de la escuela, al pasar por la calle

que iba a mi casa, vi un cuarto en el suelo, lo cogí y pensé de quién podría ser para

devolvérselo, y no viendo nadie en la calle, pensé si habría caído de algún balcón de la

casa de enfrente y subí a la casa, pedí por el dueño de la casa y se lo entregué.

29. En la obediencia y resignación me impusieron de tal manera que siempre estaba

contento con lo que ellos hacían, disponían y me daban tanto de vestido como de comida.

No me acuerdo haber dicho jamás: No quiero esto, quiero aquello. Estaba tan

acostumbrado a esto, que después, cuando ya sacerdote, mi madre, que siempre me quiso

mucho, me decía: Antonio, ¿te gusta esto?, y yo le decía: Lo que usted me da siempre me

gusta. Pero siempre hay cosas que gustan más unas que otras. -Las que usted me da me

gustan más que todas. De modo que murió sin saber lo que materialmente me gustaba

más.

C A P Í T U L O V

De la ocupación en el trabajo de la fábrica

30. Siendo muy niño, cuando estaba en el Silabario, fui preguntado por un gran

señor que vino a visitar la escuela, qué quería ser. Yo le contesté que quería ser sacerdote.

Al efecto, concluidas con perfección las primeras letras, me pusieron en la clase de

latinidad, cuyo profesor era un sacerdote muy bueno y muy sabio llamado Dr. D. Juan Riera.

Con él aprendí o decoré nombres, verbos, géneros y poco más, y como se cerró esta clase,

no pude estudiar más y me quedé así.

31. Como mi padre era fabricante de hilados y tejido, me puso en la fábrica a

trabajar. Yo obedecí sin decir una palabra, ni poner mala cara, ni manifestar disgusto. Me

puse a trabajar y trabajaba cuanto podía, sin tener jamás un día de pereza, ni mala gana; y

lo hacía todo tan bien como sabía para no disgustar en nada a mis queridos padres, a

quienes amaba mucho y ellos también a mí.

32. La pena mayor que tenía era cuando oía que mis padres habían de reprender a

algún trabajador porque no había hecho bien su labor. Estoy seguro que sufría yo

muchísimo más que el que era reprendido, porque tengo un corazón tan sensible que al ver

una pena tengo yo mayor dolor que elmismo que la sufre.

33. Mi padre me ocupó en todas las clases de labores que hay en una fábrica

completa de hiladosy tejidos, y por una larga temporada me puso juntamente con otro joven

a dar la última mano a las labores que hacían los demás. Cuando teníamos que corregir a

alguno, a mí me daba mucha pena y, sin embargo, lo hacía, pero antes observaba si había

en aquella labor alguna cosa que estuviese bien, y por allí empezaba haciendo el elogio de

aquello, diciendo que aquello estaba muy bien sólo que tenía este y este defecto, que,

corregidos aquellos defectillos, sería una labor perfecta.

34. Yo lo hacía así sin saber por qué, pero con el tiempo he sabido que era por una

especial gracia y bendición de dulzura con que el Señor me había prevenido. Así era como 

de mí los trabajadores recibían siempre la corrección con humildad y se enmendaban; y el

otro compañero, que era mejor que yo, pero que no había recibido del cielo el espíritu de

dulzura, cuando había de corregir se incomodaba, les reprendía con aspereza y ellos se

enfadaban y a veces ni sabían en qué habían de enmendarse. Allí aprendí cuánto conviene

el tratar a todos con afabilidad y agrado, aun a los más rudos, y cómo es verdad que más

buen partido se saca del andar con dulzura que con aspereza y enfado.

35. ¡Oh Dios mío! ¡Qué bueno habéis sido para mí!... Yo no he conocido hasta muy

tarde las muchas y grandes gracias que en mí habíais depositado. Yo he sido un siervo

inútil que no he negociado como debía con el talento que me habíais entregado. Pero,

Señor, os doy palabra que trabajaré; habed conmigo un poquito de paciencia; no me retiréis

el talento; ya negociaré con él; dadme vuestra santísima gracia y vuestro divino amor y os

doy palabra que trabajaré. 

 


Fede e ragione nel linguaggio dei cromosomi / La Genesi Svelata /

MOLTO INTERESSANTE

Fede e ragione nel linguaggio dei cromosomi

“Fede e ragione” è frutto di accurate ricerche e di sorprendenti illuminazioni. Nella prima parte si documenta in modo scientifico la sconfitta della teoria evoluzionista e l’impossibilità pratica della teoria della Riduzione Cromosomica sulla quale quella si basa. Nella seconda parte viene affrontato il mistero del male e della sofferenza. La rivelazione ricevuta da don Guido Bortoluzzi porta nuova comprensione dei passi oscuri della Genesi. Le Sindromi e le Patologie genetiche sono la prova e la conseguenza diretta dell’ibridazione della specie umana. Nella terza parte si mette in luce lo stretto rapporto fra Peccato Originale e Redenzione e si scopre la scientificità della Scrittura, in particolare dei Vangeli.

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La Genesi Svelata

Dalle rivelazioni avute da Don Guido Bortoluzzi, una nuova visione della Genesi Biblica, ma anche una nuova luce sulle origini della specie umana. Molti interrogativi, da sempre senza risposta, possono qui trovare una nuova soluzione. La “creazione mediata”, è una delle sorprendenti rivelazioni avute da don Guido riguardo l’origine dell’uomo. Inoltre, quale è stato davvero il peccato originale, la vera identità di “Eva” e di Caino, la morte di Abele, da chi discendono tutti gli uomini, e altro ancora. Don Guido Bortoluzzi, nato a Puos d’Alpago, in provincia di Belluno, nel 1907, frequentò il seminario con Albino Luciani (Giovanni Paolo I). In quegli anni don Giovanni Calabria (ora santo), profetizzò a Don Guido che da anziano avrebbe scritto un libro molto importante sulla Genesi e sui punti più oscuri. Stessa profezia gli fece padre Matteo Crawley, anticipando anche ad Albino Luciani che sarebbe arrivato ai massimi livelli di responsabilità nella Chiesa. Questo libro è un compendio della “Genesi Biblica“, volume di 400 pagine con le otto rivelazioni integrali ricevute da don Guido e alcuni commenti di Renza Giacobbi. Lo scopo di questa pubblicazione è di rendere semplice l’argomento a tutti, anche ai ragazzi.

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