martedì 26 febbraio 2013

III DOMINGO DE CUARESMA / 3 marzo 2013 / C



EN EL TEMPLO PARA LOS 
TABERNÁCULOS






Jesús va en dirección del Templo. Le preceden en grupo los discípulos, también lo siguen en grupo las discípulas, esto es, la Madre suya, María Cleofás, María Salomé, Susana, Juana de Cusa, Elisa de Betsur, Analía de Jerusalén, Marta y Marcela. No está Magdalena. Alrededor de Jesús los doce apóstoles y Marziam.
Jerusalén está en la pompa de sus tiempos de mayor solemnidad. Gente de todas partes y en todos los caminos. Cánticos, discursos, murmullos de plegarias, imprecaciones de los borriqueros, alguno que otro llanto de niño. Y sobre esto un cielo hermoso que se cierne sobre las casas, y un sol que alegre baja a dar vida a los colores de los vestidos, a dar luz a los colores muertos de las emparradas y de los árboles que se divisan aquí y allá en los jardines cerrados o terrazas.
Algunas veces Jesús se cruza con personas que conoce, y el saludo es más o menos deferente según el humor del que le pasa por delante. Así, es profundo y grave él de Gamaliel, que mira fijamente a Esteban, el cual a su vez le envía una sonrisa desde el grupo de los discípulos. Gamaliel, después de haberse inclinado ante Jesús, llama aparte a Esteban y le dice algunas palabras, después el discípulo regresa con los suyos. Lleno de veneración es el saludo del viejo sinagogo Cleofás de Emmaús, que llega con sus conciudadanos al Templo. Viperino como una maldición es el que responden los fariseos de Cafarnaum. 

PREGUNTAN QUE QUIEN ES, SE OYE UN SUSURRO: 
"ES EL RABBÍ DE NAZARET, 
ÉL QUE SE DICE QUE PUEDA SER EL MESÍAS."

Arrojarse a tierra, besar los pies de Jesús en el polvo del camino, es lo que hacen los campesinos de Yocana, capitaneados por su mayordomo. La gente se detiene a mirar sorprendida este grupo de hombres que en un cruce se precipita con un grito a los pies de un joven, que ni es fariseo, ni escriba famoso, que no es un sátrapa ni un poderoso de la corte. Cuando alguien pregunta que quien es, se oye un susurro: "Es el Rabbí de Nazaret, él que se dice que pueda ser el Mesías."
Prosélitos y gentiles se agolpan curiosos, estrechando el grupo contra el muro, sirviendo de estorbo en la pequeña plaza, hasta que un grupo de borriqueros los dispersan profiriendo imprecaciones contra ellos. Pero la gente áspera, brutal en sus manifestaciones aun de fe nuevamente se reúne, separando a las mujeres de los hombres. Todos quieren tocar el vestido de Jesús, decirle una palabra, preguntarle. Su esfuerzo es inútil porque su misma prisa, su ansia, su agitación por abrirse paso, atropellándose mutuamente, hace que ninguno lo logre y que preguntas y respuestas se confundan en un único e incomprensible ruido.
El único que parece estar lejos de lo que sucede es el abuelo de Marziam, que respondió con un grito al grito del nieto, y después de haber venerado al Maestro, inmediatamente se estrechó al corazón  el nieto y en esta forma, todavía apoyado sobre sus calcañales, con las rodillas en tierra, se lo ha sentado sobre ellas, y lo mira por todas partes, lo acaricia con lágrimas y besos, le pregunta, le escucha. El viejo está ya en el paraíso por la felicidad de que goza.
Acuden los soldados romanos creyendo que haya alguna riña, y se abren paso, pero cuando ven a Jesús, se sonríen y se retiran tranquilos, limitándose a aconsejar a los presente a dejar libre el importante cruce. Jesús obedece al punto, aprovechándose del espacio que dejan los romanos que van delante de Él unos cuantos pasos, como para abrirle camino, pero en realidad para regresar a su lugar, pues la guardia romana ha sido muy reforzada, como si Pilatos supiese que la gente no lo quiere y tuviese miedo de motines en estos días en que Jerusalén está llena de hebreos de todas partes.
Y hermoso es verlo precedido por la bandera romana como rey al que se abre camino, cuando se dirige a sus posesiones. Al empezar a caminar dijo al niño y al anciano: "Estad juntos y seguidme" y al mayordomo: "Te ruego que me dejes tus hombres. Serán mis huéspedes hasta la noche." El mayordomo responde con toda atención: "Todo lo que ordenares se hará" y se va después de un saludo profundo.
El Templo está ya cerca, y el hormiguero de la gente es mucho mayor, cuando un campesino de Yocana grita: "Ved ahí al patrón" y se echa a tierra para saludarlo, lo que hacen los demás.
Jesús queda en medio de un grupo de postrados, porque los campesinos se habían agolpado junto a Él. Torna la mirada hacia el lugar indicado, y se encuentra con la de un tieso fariseo, que no me es nuevo, pero que no recuerdo donde lo vi. El fariseo Yocana viene con otros de su casta: un montón de telas preciosas, franjas, fíbula, filaterías, todas mayores que las comunes. Yocana mira atento a Jesús: una mirada de mera curiosidad, pero no irreverente. Hace un saludo tieso, apenas una inclinación de cabeza, pero es un saludo. Jesús le responde cortésmente. También dos o tres fariseos le saludan, mientras otros despreciativos fingen mirar a otra parte; uno solo, un joven que lleva en la cara rasgos marcados de dureza, lanza un insulto porque veo que los que van con Jesús se sobresaltan, y el mismo Yocana se voltea de un solo golpe a contenerlo con su mirada iracunda.
Cuando han pasado y los campesinos se atreven a hablar, uno de ellos dice: "Maestro, el que te maldijo es Doras."
"Déjalo en paz. Tengo a vosotros que me bendecís" dice tranquilo Jesús.
Apoyado sobre una corniz, junto con otros está Mannaén, y al ver a Jesús levanta sus brazos con un grito de alegría: "Hermoso día es este, porque te veo" y se dirige a Jesús, seguido de los suyos. Le hace la reverencia bajo la corniz sombría que hace retumbar las palabras como si estuviesen bajo una cúpula.

LOS PRIMOS, SIMÓN Y JOSÉ CON OTROS NAZARENOS... Y NO 
SALUDAN... JESÚS LOS MIRA AFLIGIDO PERO NO DICE NADA.

Cuando Mannaén le hace el saludo reverente, pasan rozando el grupo apostólico los primos, Simón y José con otros nazarenos... y no saludan... Jesús los mira afligido pero no dice nada. Judas y Santiago hablan excitados. Judas enrojece de ira, y luego corre sin que su hermano pueda detenerlo, pero Jesús lo llama con un grito imperioso: "¡Judas, ven aquí!" El iracundo hijo de Alfeo, regresa...
"Déjalos en paz. Son semillas que todavía no han sentido la primavera. Déjalos en la oscuridad de la reacia tierra. Penetraré lo mismo aunque si el terrón de tierra se convirtiese en un jaspe duro en derredor de la semilla. A su tiempo lo haré."
Pero más fuerte que la respuesta a Judas de Alfeo resuena el llanto desolado de María de Alfeo. Un llanto de una persona que se siente abatida...
Jesús no se vuelve a consolarla, aunque el eco devuelve el llanto. Continúa hablando con Mannaén, que le dice: "Estos están conmigo, son discípulos de Juan. Quieren ser tuyos como yo."
"La paz sea para los buenos discípulos. Allí adelante van Marías, Juan y Simeón. Están conmigo y para siempre. Os recojo a vosotros como acogí a ellos, porque todo lo que a Mí viene del santo Precursor me es caro."

 LUEGO LLAMA AL SACERDOTE JUAN Y LE DICE: "TÚ QUE ERES 
DE ESTE LUGAR, PROCURARÁS INVITAR A ALGÚN LEVITA QUE 
SEPAS QUE ES DIGNO DE CONOCER LA VERDAD, PARA QUE 
PUEDA ESTE AÑO CELEBRAR REALMENTE UNA FIESTA ALEGRE. 
JAMÁS HABRÁ UN DÍA TAN DULCE ASÍ..."

Han llegado al muro del Templo. Jesús da órdenes a Iscariote y a Simón Zelote para las compras de rito y las ofertas. Luego llama al sacerdote Juan y le dice: "Tú que eres de este lugar, procurarás invitar a algún levita que sepas que es digno de conocer la verdad, para que pueda este año celebrar realmente una fiesta alegre. Jamás habrá un día tan dulce así..."
"¿Por qué, Señor?" pregunta el escriba Juan.
"Porque os tengo a todos vosotros a mi alrededor, y a los que no están ahora, con el espíritu."
"Siempre estaremos y también otros muchos" afirma con énfasis el apóstol Juan. Y todos le hacen coro.
Jesús sonríe y guarda silencio mientras el sacerdote Juan, junto con Esteban se dirigen al Templo, para cumplir las órdenes. Jesús le grita: "Alcánzanos en el Pórtico de los Paganos."
Entran y casi al punto encuentran a Nicodemo que hace un profundo saludo, pero no se acerca a Jesús. Le envía en cambio una sonrisa que Jesús contesta con otra.
Mientras las mujeres se detienen donde pueden, Jesús con los hombres va a orar en el lugar de los hebreos, y luego regresa, terminadas todas las ceremonias de rigor, para reunirse con los que le esperaban en el Pórtico de los Paganos.

LA CURIOSIDAD ES TAL QUE HASTA ALGUNOS ESTUDIANTES DE 
LOS RABBÍES, NO SÉ SI ESPONTÁNEAMENTE O PORQUE SUS 
MAESTROS LOS ENVIARON, SE ACERCAN AL CÍRCULO DONDE 
ESTÁ JESÚS.

Los anchos y altos pórticos están llenos de gente que escuchan las lecciones de los rabbíes. Jesús se dirige al lugar donde descubre que están sus dos discípulos. Al punto se forma un círculo a su alrededor y a los apóstoles y discípulos se unen también otras muchas numerosas personas que estaban esparcidas en el patio de mármol. La curiosidad es tal que hasta algunos estudiantes de los rabbíes, no sé si espontáneamente o porque sus maestros los enviaron, se acercan al círculo donde está Jesús.
Jesús pregunta a quemarropa: "¿Por qué os agolpáis en torno mío? Decidlo. Tenéis rabbíes sabios y famosos, bienquistos de todos. Yo soy el ignorado, el malvisto. ¿Por qué venís a Mí?"
"Porque te amamos" dicen algunos. Otros: "Porque tus palabras son diversas de las de los demás."Y otros: "Para ver tus milagros" y "Porque te hemos oído hablar" o: "Porque Tú sólo tienes palabras de vida eterna y obras que corresponden a ellas" o en fin: "Porque queremos unirnos a tus discípulos."
Jesús mira la gente según habla, como si quisiera traspasarla con la mirada para leer sus más recónditos sentimientos. No falta quien al sentir aquella mirada, se aleje o se esconda detrás de una columna o se pierda entre la gente.

JESÚS VUELVE A PREGUNTAR: "¿PERO SABÉIS QUE QUIERE 
DECIR VENIR DETRÁS DE MÍ?

VENIR A MÍ COMO DISCÍPULO QUIERE DECIR QUE SE 
RENUNCIA A TODOS LOS AMORES POR UN SOLO AMOR: 
EL MÍO.

EL ESPÍRITU ES COMO UNA DELICADA MARIPOSA ENCERRADA 
DENTRO DEL CAPULLO PESADO DE LA CARNE, SU VUELO 
PUEDE PERDER LIGEREZA, O POR DETENERSE 
COMPLETAMENTE AUN AL CONTACTO IMPALPABLE DE UNA 
TELA DE ARAÑA: LA ARAÑA DE LA SENSIBILIDAD, DE LA FALTA 
DE GENEROSIDAD EN EL SACRIFICIO.

Jesús vuelve a preguntar: "¿Pero sabéis que quiere decir venir detrás de Mí? Respondo a estas palabras, porque la curiosidad no merece respuesta y porque quien tiene hambre de mis palabras por consiguiente me ama y tiene deseos de unirse a Mí. Por esto, hay dos grupos de entre los que hablaron: los curiosos, a los que no podré atención, y los deseosos, a quienes enseño sin engaño, acerca de la dureza de esta vocación.
Venir a Mí como discípulo quiere decir que se renuncia a todos los amores por un solo amor: el mío.El amor egoísta para consigo mismo, el amor culpable por las riquezas o sentidos o poseer, el amor honesto por la esposa, el amor santo por la madre, el padre, el amor por los hijos o amor fraterno, todos deben ceder al paso ante mi amor si se quiere ser de los míos. En verdad os digo que más libres que las aves en el firmamento, deben ser mis discípulos, más libres que los vientos que corretean por los cielos, sin que nadie ni nada los detenga. Libres, sin cadenas pesadas, sin lazos de amor material y sin que nada, ni siquiera los más finos hilos los puedan detener. El espíritu es como una delicada mariposa encerrada dentro del capullo pesado de la carne, su vuelo puede perder ligereza, o por detenerse completamente aun al contacto impalpable de una tela de araña: la araña de la sensibilidad, de la falta de generosidad en el sacrificio. Quiero todo, sin reservas. El espíritu tiene necesidad de esta libertad de dar, para que no pueda enredarse en la telaraña de cariños, costumbres, reflexiones, miedos que extiende como hilos la monstruosa araña que es Satanás, ladrón de almas.

SI ALGUIEN QUIERE VENIR A MÍ Y NO ODIA SANTAMENTE A SU 
PADRE, MADRE, MUJER, HIJOS, HERMANOS Y HERMANAS Y 
HASTA SU VIDA, NO PUEDE SER MI DISCÍPULO.

Si alguien quiere venir a Mí y no odia santamente a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas y hasta su vida, no puede ser mi discípulo. Dije: "odia santamente". Os decís en el corazón. "El odio no puede ser santo, según Él enseña, por lo tanto se contradice". No. No me contradigo. Afirmo que se debe odiar el amor lento, el amor que no rebasa los límites de la carne, bien se trate del amor por el padre, madre, esposa, hijos, hermanos y hermanas o por el de la propia vida. Yo ordeno que se me ame con la libertad ágil que es propia de los espíritus, a los familiares y a la vida. Amadlos en Dios y por Dios. No los antepongáis a Dios. Ocupaos y preocupaos de llevarlos donde el discípulo ha llegado, esto es, a Dios-Verdad. De este modo amaréis santamente a los familiares y a Dios, conciliando los dos amores y haciendo de los lazos de sangre no lastre, sino alas, no culpa, sino un deber santo. También debéis estar prontos a odiar vuestra vida por seguirme. Odia su vida quien sin temor de perderla o de hacerla humanamente triste, la pone a mi servicio. No se trata más que de una apariencia de odio. Un sentimiento que el pensamiento humano que no sabe elevarse, del hombre terrenal, poco superior al bruto, llama erróneamente "odio". En realidad este odio aparente, que consiste en negar las satisfacciones sensuales a la existencia para dar una vida más extensa al espíritu, es amor. Es amor de lo más sublime que pueda imaginarse, de lo más bendito.

QUIEN NO CARGA CON SU CRUZ Y NO ME SIGUE, QUIEN NO 
SABE HACER ESTO, NO PUEDE SER MI DISCÍPULO.

El negarse a las bajas satisfacciones, el prohibirse la sensualidad de los afectos, el procurarse reproches o comentarios injustos, el arriesgar castigos, rechazos, maldiciones, y tal vez hasta que lo persigan a uno, es una cadena de penas. Pero es menester abrazarlas e imponérselas como una cruz, como un patíbulo en el que se expía cualquier culpa pasada para llegar ante Dios justificados, y del que obtendremos para los seres amados todas las gracias. Quien no carga con su cruz y no me sigue, quien no sabe hacer esto, no puede ser mi discípulo.
Pensadlo maduramente, vosotros que decís: "Vinimos por unirnos a tus discípulos". No es vergüenza sino signo de sagacidad el sopesarse uno mismo, juzgarse y confesar a sí y a los demás: "No tengo madera para ser discípulo". ¿Y qué? Los paganos tienen como un principio de enseñanza la necesidad de "conocerse a sí mismo" ¿y vosotros, israelitas, para conquistar el cielo, no lo sabréis hacer?

CONSEJOS DE JESÚS

RECORDAD SIEMPRE QUE SON BIENAVENTURADOS 
LOS QUE VIENEN A MÍ.

POR ESTO IMITAD AL QUE QUIERE CONSTRUIR UNA TORRE.

IMITAD A LOS REYES DE LA TIERRA, Y APROVECHAOS DE LO 
QUE SUCEDE EN EL MUNDO PARA SACAR UNA ENSEÑANZA 
SOBRENATURAL.

EL SER DISCÍPULOS MÍOS QUIERE DECIR: IR CONTRA LA 
TURBIA Y VIOLENTA CORRIENTE DEL MUNDO, DE LA CARNE, 
DE SATANÁS.

Recordad siempre que son bienaventurados los que vienen a Mí. Pero mejor que venir para después traicionarme y traicionar al que me envió, es mejor no venir, y quedarse como los hijos de la Ley, como hasta ahora lo habéis sido.
¡Ay de aquellos que habiendo dicho: "Vengo" causan daño a Cristo, siendo traidores de la idea cristiana, escandalizadores de los pequeños, de los buenos! ¡Ay de ellos! Y con todo los habrá y siempre los habrá.
Por esto imitad al que quiere construir una torre. Primeramente calcula los gastos necesarios y cuenta su dinero para ver si tiene lo suficiente para terminarla, a fin de que, terminados los fundamentos, no deba suspender los trabajos, pues que el dinero se le acabó. En este caso perdería también cuanto antes tenía, quedándose sin torre y sin dinero, y en cambio se atraería las burlas de la gente que diría: "Este comenzó a construir, y no pudo terminar. Ahora puede llenarse el estómago con las ruinas de su construcción incompleta".
Imitad a los reyes de la tierra, y aprovechaos de lo que sucede en el mundo para sacar una enseñanza sobrenatural. Cuando quieren hacer la guerra a otro rey, examinan fría y atentamente todos los pormenores, el pro y el contra, meditan si la utilidad de la conquista vale sacrificar las vidas de sus súbditos, estudian si es posible conquistar ese lugar, si sus ejércitos, inferiores en número, pero de espíritu combativo, puedan vencer; y pensando cuerdamente que no es posible que diez mil venzan a veinte mil antes de que ocurra el encuentro, mandan al rival una embajada con ricos dones, y sosegando al contrario, que tenía ya sospechas por los movimientos militares del otro, lo desarman con pruebas de amistad, quitan las sospechas, y conciertan un tratado de paz, en realidad más ventajoso, tanto humana como espiritualmente, que una guerra.
Así debéis hacer antes de empezar la nueva vida y colocaros en las filas contra el mundo. El ser discípulos míos quiere decir: ir contra la turbia y violenta corriente del mundo, de la carne, de Satanás. Y si no sentís en vosotros el valor de renunciar a todo por amor mío, no vengáis a Mí, porque no podéis ser mis discípulos."
"Esta bien. Lo que dices es verdad" dice un escriba que se había mezclado en el grupo. "¿Pero si nos despojamos de todo con qué te podemos servir? La ley tiene mandamientos que son como monedas que Dios da al hombre para que usándolas se compre la vida eterna. Tú dices: "Renunciad a todo" y señalas al padre, la madre, las riquezas, los honores. Dios es quien dio todos estos bienes y quien nos dijo por boca de Moisés, que las usásemos santamente para aparecer justos a los ojos de Dios. Si nos quitas esto, ¿qué nos das?"
"Yo lo dije: os doy el amor verdadero, oh rabbí. Os doy mi doctrina que no quita ni un ápice de la antigua ley, sino que la perfecciona."
"Entonces todos somos discípulos iguales, porque todos tenemos las mismas realidades."
"Todos las tenemos según la ley mosaica. No todos siguen la ley perfeccionada por Mí según el amor.No todos llegan, a la misma suma de méritos. Aun entre mis discípulos no todos llegarán a tener la suma de méritos en igual medida y uno de entre ellos no sólo no tendrá la suma, sino perderá también su única moneda: su alma."
"¡Cómo! A quien más se dio, más le quedará. Tus discípulos mejor dicho, tus apóstoles te siguen en tu misión y están al corriente de tus modos, han recibido muchísimo, también los discípulos efectivos, menos los discípulos de solo nombre, nada los que, como yo, no te escuchan sino por mera casualidad. Es claro que los apóstoles tendrán muchísimo en el cielo, mucho los discípulos efectivos, menos los discípulos de nombre, nada los que son como yo."

PARÁBOLA DE LOS TALENTOS

"Humanamente es obvio y mal también humanamente, porque no todos son capaces de hacer fructificar los bienes recibidos. Escucha esta parábola y perdona si me alargo mucho aquí en enseñar. Pero Yo soy la golondrina de paso, no me detengo sino poco en la Casa del Padre, pues vine para todos al mundo, y no quiero que este pequeño mundo que es el Templo de Jerusalén me impida el vuelo y que vaya a donde la gloria del Señor me llama."
"¿Por qué hablas así?"
"Porque es verdad."
El escriba mira a su alrededor, y luego baja la cabeza. Que sea verdad lo ve escrito en muchas caras de sinedritas, rabbíes y fariseos que han ido agolpándose más y más en cantidad, en torno a Jesús. Caras verdes de bilis, o rojas de ira, miradas que equivalen a palabras de maldición y a escupitajos de veneno, de rencor que fermenta en todas partes, de deseo de maltratar al Mesías, deseo que se queda infructuoso por miedo a los muchos que rodean al Maestro decididamente y que están prontos a defenderlo, miedo tal vez también al castigo de parte de Toma, que mira con bueno ojos al dulce Maestro de Galilea.
Jesús continua hablando con calma y expone su pensamiento con la siguiente parábola: "Un hombre que esta a punto de emprender un largo viaje y ausentarse por mucho tiempo, llamó a todos sus siervos y les entregó cuanto tenía. A uno le dio cinco talentos de plata, a otro dos, y a otro uno de oto... A cada uno según su grado y habilidad, y luego se fue.
El siervo que tenía cinco talentos de plata fue a negociar astutamente sus talentos, y después de algún tiempo, le rindieron otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y duplicó la suma. Pero al que dio más: un talento de oro exacto, lleno de miedo de no saber qué hacer, miedo de los ladrones, de miles de sueños quiméricos, y sobre todo arrastrado por la pereza, hizo un gran hoyo en la tierra, y allí escondió el dinero de su patrón.
Pasaron muchos meses y al fin regresó el patrón. Llamó al punto a sus siervos para que le devolviesen el dinero que les había dejado en depósito. Llegó el que había recibido cinco talentos de plata y dijo: "He aquí, señor mío. Tú me diste cinco. Me pareció mal no hacerlos fructificar. Me di industria y gané otros cinco talentos. No pude más...". "Bien, muy bien, siervo bueno y fiel. Fuiste fiel en lo poco, lleno de buena voluntad y honrado. Te daré autoridad sobre muchas propiedades. Entra en la alegría de tu señor".
Luego vino el de los dos talentos y dijo: "Creí que podía usar tus bienes para un fin útil. Aquí están las cuentas que te muestran como usé tu dinero. ¿Ves? Eran dos talentos de plata, ahora, son cuatro. ¿Estás contento, señor mío?" Y el patrón dio a su siervo bueno la misma respuesta que había dado al primero.
Vino al fin el que gozaba de la más grande confianza del patrón, y que había recibido un talento de oro. Lo desenvolvió de donde lo tenía guardado y dijo: "Me confiaste el mayor valor porque sabes que soy prudente y fiel así como sé que eres intransigente y que no toleras pérdidas en tu dinero, y si te pasa alguna desgracia te la pagas con el que esté cerca de ti, porque en realidad cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, y no perdonas por ningún motivo un solo centavo a tu banquero o a tu mayordomo. El dinero debe ser cuanto tú dices. Temiendo yo que fuese a disminuir este tesoro, lo fui a esconder. No me fié de nadie, ni de mí mismo. Ahora lo desenterré y te lo devuelvo. He aquí tu talento". 
"¡Oh siervo inicuo y perezoso! Realmente no me amaste, porque no me has conocido y no quisiste mi bienestar porque dejaste el talento sin circular. Traicionaste la estima que tenía colocada en ti, y por ti mismo te desmientes, te acusas y te condenas. Sabías que recojo donde no sembré y que cosecho donde no esparcí. Y entonces ¿por qué no hiciste que pudiese cosechar y recoger? ¿Así correspondes a mi confianza? ¿Así me conoces? ¿Por qué no llevaste el dinero a los banqueros para que lo retirase con intereses? Te di instrucciones especiales para esto, y tú, sinvergüenza flojo, no las tuviste en cuenta. Que se te quite el talento  y cualquier otro bien y que se dé al que tiene los diez talentos". 
"Él ya tiene diez y este se queda sin nada..." le replicaron.
"Así está bien. A quien tiene y además de lo que trabaja, se le dará todavía más, hasta la sobreabundancia, pero a quien no tiene porque no quiso tener, se le quitará también lo que se le dio. En cuanto al siervo que no quiso ser útil, que traicionó mi confianza puesta en él, y que dejó inactivos los dones que se le dieron, arrojadlo afuera de mi propiedad y que se vaya llorando y muriéndose de envidia en su corazón".
Esta es la parábola. Como ves, rabbí, a quien tenía más le quedó menos porque no supo merecer conservar el don de Dios. Y no está dicho que uno de esos a quienes llamas discípulos sólo de nombre, que tienen muy poco para negociar, y por lo tanto entre los que me escuchan solo por mera casualidad, como dices, y que tienen como única moneda su alma, no lleguen a poseer el talento de oro y también sus intereses, que se quitarán a uno de los más beneficiados. Infinitas son las sorpresas del Señor porque infinitas son las reacciones del hombre. Veréis a gentiles en la vida eterna y samaritanos que poseerán el cielo, y veréis a israelitas puros y seguidores mío perder el cielo y la vida eterna."

"MAESTRO ¿QUÉ DEBO HACER PARA OBTENER LA VIDA 
ETERNA? RESPONDISTE A LOS OTROS, RESPÓNDEME A MÍ 
TAMBIÉN."

Jesús calla, y como si quisiese evitar toda discusión se dirige en dirección del muro del Templo, pero un doctor de la ley que se había sentado a escucharlo seriamente bajo el pórtico, se levanta y parándose ante Él, le dice: "Maestro ¿qué debo hacer para obtener la vida eterna? Respondiste a los otros, respóndeme a mí también."
"¿Por qué me quieres probar? ¿Por qué quieres mentir? ¿Esperas que Yo digo una cosa contra la ley porque la agrego concepto luminosos y perfectos? ¿Qué está escrito en la ley? ¡Responde! ¿Cuál es el mandamiento principal de ella?"
" "Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu inteligencia. Amarás a tu prójimo como a ti mismo". "
"Bien respondiste. Haz así y tendrás la vida eterna."

"¿Y QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

"¿Y quién es mi prójimo? El mundo está lleno de gente buena y mala, conocida y desconocida, amiga y enemiga de Israel. ¿Cuál es mi prójimo?"

PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO

"Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó por las quebradas de las montañas cayó en manos de ladrones, los cuales lo hirieron cruelmente, lo despojaron de todo lo que llevaba y hasta de los vestidos. Lo dejaron más muerto que vivo en el borde del camino.
Por este mismo lugar pasó un sacerdote que había terminado su turno en el Templo. ¡Oh! ¡Todavía llevaba los perfumes del incienso del Santo! Debería haber llevado el alma perfumada de bondad sobrenatural y de amor, pues que había estado en la casa de Dios, casi en contacto con el Altísimo. El sacerdote tenía prisa en regresar a su casa. Miró al herido, pero no se detuvo. Siguió adelante, y dejó al desgraciado en el borde.
Pasó un levita. ¿Contaminarse él que debía servir en el Templo? ¡Oh, no! Se recogió los vestidos para que no se fuese a ensuciar de sangre, echó una mirada fugitiva al que gemía bañado en su sangre y apresuró su paso hacia Jerusalén, hacia el Templo.
Venía de Samaría, en dirección al vado, un samaritano. Vi sangre, se detuvo, descubrió al herido en medio del crepúsculo que caía, bajó de su asno, se acercó al herido, le robusteció con un sorbo de buen vino, dividió su manto para hacer vendas, lavó y ungió las heridas, primero con vinagre y luego con aceite, las vendó amorosamente, puso al herido sobre su jumento, guió hábilmente a la bestia, al mismo tiempo que consolaba al herido con buenas palabras, no se preocupó ni de la fatiga, ni pensó en despreciar al herido porque era de nacionalidad judía. Llegado a la ciudad lo condijo a un albergue, lo cuidó toda la noche y al amanecer, al verlo mejorado, lo  confió al hospedero, le pagó de antemano con dos denarios y le dijo: "Ten cuidado de él como si fuese yo mismo. A mi  regreso te pagaré cuanto hubieses gastado de más, y con más, si lo hubieses hecho bien". Y se fue.
Doctor de la ley, respóndeme: ¿Cuál de estos tres fue "prójimo" para con el que cayó en manos de ladrones? ¿Acaso el sacerdote? ¿Acaso el levita? ¿O mejor el samaritano que no se preguntó quien fuese el herido, ni por qué estaba herido, ni si hacía mal en socorrerlo perdiendo tiempo, dinero o poniéndose en peligro de que lo acusasen de que él hubiera sido quien lo había herido?"
El doctor de la ley responde: "Fue "prójimo" este, porque tuvo misericordia."
"Haz también tú igual y amarás al prójimo y a Dios en el prójimo y de este modo merecerás la vida eterna."
Ninguno se atrevía a hablar más. Jesús se aprovecha de ello para reunirse con las mujeres que estaban a su espera cerca del muro e irse con ellas de nuevo a la ciudad. A los discípulos se han agregado dos personas: mejor dicho un sacerdote y un levita; este muy joven, aquel de aspecto patriarcal.

JESÚS ESTÁ AHORA HABLANDO CON SU MADRE Y 
TIENE EN MEDIO A MARZIAM.

Jesús está ahora hablando con su Madre y tiene en medio a Marziam. Le pregunta: "¿Me escuchaste, Madre?"
"Si, Hijo mío, y a la tristeza de María Cleofás se ha añadido la mía. Ella estuvo llorando poco antes de entrar en el Templo..."
"Lo sé, Madre, y sé el motivo, pero no debe llorar, tan sólo orar."
"¡Oh, ella ruega mucho! En estas tardes, bajo su choza, entre sus hijos que duermen, ora y llora. La vi llorar a través de las paredes sutiles de las ramas vecinas. ¡Ver a pocos pasos a José y a Simón tan cerca y tan divididos así!... No es la única que llora. Conmigo lloró también Juana que te parece muy serena..."
"¿Por qué, Mamá?"
"Por Cusa... Se está portando... de una manera inexplicable. A veces la ayuda en todo, otras la rechaza completamente. Si están solos donde nadie los ve, es el marido ejemplar de siempre, pero si hay personas y que sean de la corte, entonces se hace autoritario y desprecia a su buena esposa. Ella no entiende el por qué..."
"Te lo diré. Cusa es siervo de Herodes. Compréndeme, Mamá  "Siervo". No se lo digo a Juana para no afligirla, pero así son las cosas. Cuando no tiene miedo de reproche o de burla del soberano, es el buen Cusa, Cuando los teme, no lo es ya."
"Es que Herodes está muy enojado por causa de Mannaén y ..."
"Es porque Herodes lo está por el remordimiento tardío de haber cedido al deseo de Herodíades.Pero Juana tiene ya muchas cosas buenas en la vida. Debe, bajo la diadema, llevar su cilicio."
"También Analía llora..."
"¿Por qué?"
"Porque su prometido se separa de Ti."
"Que no llore. Díselo. Es una resolución. Una bondad de Dios. Su sacrificio llevará nuevamente a Samuel al bien. Por ahora esto la dejará libre de presiones para el matrimonio. Le prometí llevármela conmigo. Me precederá en la muerte..."

ME PRECEDERÁ EN LA MUERTE...

"¡HIJO!..." MARÍA ESTRECHA LA MANO DE JESÚS

"¡QUERIDA MAMÁ! ES POR LOS HOMBRES. LO SABES. ES POR 
AMOR A LOS HOMBRES. BEBAMOS NUESTRO CÁLIZ CON 
BUENA VOLUNTAD. ¿NO ES VERDAD?"


"¡Hijo!..." María estrecha la mano de Jesús, con un rostro que palidece.
"¡Querida Mamá! Es por los hombres. Lo sabes. Es por amor a los hombres. Bebamos nuestro cáliz con buena voluntad. ¿No es verdad?"
María se bebe las lágrimas. Responde. "Sí" Un "sí" desgarrador.
Marziam levanta su carita y pregunta a Jesús: "¿Por qué dices estas cosas desagradables que afligen a Mamá? Yo no te dejaré morir. Como defendía a los corderos así te defenderé."
Jesús lo acaricia y para suavizar lo que ha dicho, pregunta al niño: "¿Qué estarán haciendo ahora tus ovejitas? ¿No las extrañas?"

¿SABES, MAESTRO? YO ENTIENDO LO QUE SIGNIFICA SER 
SACERDOTE EN TU NOMBRE. LO ENTIENDO MEJOR QUE LOS 
DEMÁS. ELLOS (Y SEÑALA CON LA MANO A LOS APÓSTOLES 
QUE VIENEN DETRÁS) DICEN TANTAS PALABRAS 
CAMPANUDAS, HACEN TANTOS PLANES... PERO DESPUÉS. YO 
ME DIGO: "LA HARÉ DE PASTOR COMO ME COMPORTO CON 
LAS OVEJAS ASÍ CON LOS HOMBRES. Y SERÁ SUFICIENTE".

"Por ahora soy un corderito, pero después seré pastor. Y al contrario, Jesús por ahora es Pastor y luego también Cordero. Pero tú siempre eres la Corderita sólo nuestra Corderita blanca, hermosa, querida, que da palabras más dulces que la leche. Jesús es así Cordero porque nació de ti, Corderita del Señor". "

"Oh, estoy contigo. Pero me pongo a pensar y me pregunto: "¿Las habrá llevado Porfiria a pastar? ¿y se habrá fijado porque Espuma no vaya al lago?" Espuma es muy listo, ¿sabes? Su madre lo llama, lo llama... ¡pero qué caso va a hacer! Hace lo que quiere. y Nieves tan glotona que como hasta enfermarse. ¿Sabes, Maestro? Yo entiendo lo que significa ser sacerdote en tu Nombre. Lo entiendo mejor que los demás. Ellos (y señala con la mano a los apóstoles que vienen detrás) dicen tantas palabras campanudas, hacen tantos planes... pero después. Yo me digo: "La haré de pastor como me comporto con las ovejas así con los hombres. Y será suficiente". La mamá mía y tuya me dijo ayer una cosa muy bonita de los profetas... y me dije: "Exactamente así es nuestro Jesús". Y en el corazón me dije: "Yo también así seré". Luego dije a nuestra Mamá: "Por ahora soy un corderito, pero después seré pastor. Y al contrario, Jesús por ahora es Pastor y luego también Cordero. Pero tú siempre eres la Corderita sólo nuestra Corderita blanca, hermosa, querida, que da palabras más dulces que la leche. Jesús es así Cordero porque nació de ti, Corderita del Señor". "
Jesús se inclina y le besa con gusto. Luego pregunta: "¿De veras quieres ser sacerdote?"
"¡Claro, Señor mío! Por esto trato de hacerme bueno y de saber muchas cosas. Siempre voy con Juan de Endor. Me trata siempre como hombre y muy bondadosamente. Quiero ser pastor de las ovejas extraviadas y no extraviadas; médico-pastor de las heridas y que se han quebrado algún hueso, como dice el Profeta. ¡Oh, qué hermosos!" y el niño da un brinco batiendo las manos.
"¿Qué tiene este curruca que está tan contento?" pregunta Pedro.
"Ve su camino con claridad, hasta el fin. Y consagro esta visión suya con mi "sí"."
Se detienen ante una alta casa que ni no me equivoco, está en dirección del barrio de Ofel, pero en la zona de los ricos.
"¿Nos detenemos aquí?"
"Esta es la casa que Lázaro me ofreció para el banquete de alegría. Aquí está ya María."
"¿Por qué, Señor?"
"Porque el Templo es más quisquilloso que una mujer en cinta. No quiero herirlo, y no por cobardía, mientras pueda."
"De nada te servirá. Maestro. Si yo fuese Tú, no sólo lo heriría, sino que lo echaría allá abajo del Moria, con todos los que están dentro."
"Eres un pecador, Simón. Es necesario orar por los propios semejantes, y no hay que matarlos."
"Soy pecador, pero Tú no... y deberías hacerlo."
"Habrá alguien que lo hará. Después que el pecado haya llegado a su colmo."
"¿Cuál?"
"Uno que llenará todo el Templo, desbordándose por Jerusalén. No puedes entender... Oh, Marta, ¡abre al Peregrino tu casa!"
Marta se hace reconocer y abre. Entran todos en un espacioso atrio que termina en un patio empedrado con cuatro árboles en cada ángulo. Hay una amplia sala sobre el terreno, y por sus ventanas abiertas se ve toda la ciudad con sus subidas y bajadas. Por esto puedo colegir que la casa se encuentra sobre las pendientes del sur, o sudorientales de la ciudad.

LLEGA MARÍA MAGDALENA QUE ESTABA OCUPADA EN LOS 
PREPARATIVOS Y SE POSTRA ANTE JESÚS. LLEGA LÁZARO CON 
UNA SONRISA DE DICHOSO, EN SU CARA DE ENFERMO.

La sala está dispuesta para muchos, muchos huéspedes. Mesas y mesas paralelas entre sí. Un centenar de personas pueden fácilmente acomodarse. Llega María Magdalena que estaba ocupada en los preparativos y se postra ante Jesús. Llega Lázaro con una sonrisa de dichoso, en su cara de enfermo. Entran poco a poco los huéspedes, algunos un poco cohibidos, otros con más garbo. La cortesía de las mujeres hace que todos se sientan a sus anchas.
El sacerdote Juan conduce ante Jesús a los dos que tomó del Templo. "Maestro, este es mi buen amigo Jonatás, y mi joven amigo Zacarías. Son verdaderos israelitas sin malicia y sin rencor."

ES HERMOSO QUE LA FE ANTIGUA EXTIENDA LA MANO AMIGA 
A LA NUEVA FE QUE NACE DEL MISMO TRONCO.

"La paz sea con vosotros. Estoy contento de que estéis conmigo. El rito debe de observarse aun en estas dulces costumbres. Es hermoso que la fe antigua extienda la mano amiga a la nueva fe que nace del mismo tronco. Sentaos a mi lado mientras llega la hora de la comida."
Habla el patriarcal Jonatás, mientras el joven levita mira aquí y allá curiosamente, con aire de admiración de sorpresa. Por mi parte me imagino que quiere pasar por despabilado, pero en realidad, es como un pez fuera del agua. Afortunadamente Esteban viene a su ayuda y le presenta, uno después del otro, a los apóstoles y discípulos principales.

ESTOY VIEJO... ABRIGABA ESPERANZAS DE VERTE ANTES DE 
MORIR, Y YEOVÉ ME ESCUCHÓ. ¡SEA ALABADO ÉL! HOY TE OÍ 
EN EL TEMPLO. SUPERAS A HILEL, EL VIEJO, EL SABIO.

El viejo sacerdote, alisándose la barba de nieve, dice: "Cuando Juan fue a verme a mí, su maestro, y a mostrarme su cuerpo curado, tuve deseos de conocerte. Pero, Maestro, yo casi nunca salgo de mi lugar.Estoy viejo... Abrigaba esperanzas de verte antes de morir, y Yeové me escuchó. ¡Sea alabado Él! Hoy te oí en el Templo. Superas a Hilel, el viejo, el sabio. Yo no quiero, más aun, no puedo dudar de que seas lo que mi corazón espera. Pero ¿sabes lo que significa haber bebido casi por ochenta años la fe de Israel, como ha venido transmitiéndose durante generaciones, fe de... una fabricación humana? Es nuestra sangre propia. ¡Y yo estoy tan viejo! Escucharte es como sentir el agua que brota de un fresco manantial. ¡Oh, sí! ¡Un agua pura! Pero yo... pero yo estoy lleno de agua sucia que viene de muy lejos... que se ha mezclado con tantas cosas. ¿Qué haré para no estar lleno de esa agua y para que pueda gustarte a Ti?"
"Creer en Mí y amarme. El justo Jonatás no tiene necesidad de otra cosa."
"Pero pronto moriré. ¿Tendré tiempo para creer todo lo que dices? No lograré ni siquiera escuchar todas tus palabras ni conocerlas por la boca de otros. ¿Y entonces?"

"LAS APRENDERÁS EN EL CIELO. TAN SÓLO EL CONDENADO 
MUERE PARA LA SABIDURÍA. QUIEN MUERE EN GRACIA DE 
DIOS ALCANZA LA VERDAD Y VIVE EN LA SABIDURÍA. ¿QUÉ 
PIENSAS QUE YO SEA?"

"Las aprenderás en el cielo. Tan sólo el condenado muere para la sabiduría. Quien muere en gracia de Dios alcanza la verdad y vive en la sabiduría. ¿Qué piensas que Yo sea?"
"No puedes ser sino el Esperado que antecedió el hijo de mi amigo Zacarías. ¿Lo conociste?"
"Era mi pariente."
"Oh, ¿Entonces eres Tú pariente del Bautista?"
"Sí, sacerdote."
"Ya murió... y no puedo decir: "¡infeliz!" Porque murió fiel a la justicia, después de que llevó a cabo su misión y porque... ¡Oh tiempo crueles en los que vivimos! ¿No es mejor acaso regresar a Abraham?"
"Sí. Pero vendrán tiempos más crueles, sacerdote."
"¿Lo dices Tú? Roma ¿no es así?"... 
"No sólo Roma. El culpable Israel será la primera causa."
"Es verdad. Dios nos castiga. Lo merecemos. Pero también Roma. ¿Supiste de los galileos que fueron muertos por Pilatos mientras realizaban un sacrificio? La sangre de ellos se mezcló con la de la víctima. ¡Hasta cerca del altar! ¡Hasta cerca del altar!"
"Lo supe."
Todos los galileos se alborotan por esta ofensa. Gritan: "Es verdad que él era un falso Mesías, pero ¿por qué matar a sus secuaces después de que lo mataron? y ¿por qué en esa hora? ¿Eran acaso más pecadores?"

DIOS ESTÁ IRRITADO CONTRA SU PUEBLO. YO OS LO DIGO. NO 
HAY QUE CREER QUE LOS CASTIGADOS SEAN SIEMPRE LOS 
PEORES. QUE CADA UNO SE EXAMINE A SÍ MISMO, QUE SE 
JUZGUE Y QUE NO JUZGUE A LOS DEMÁS. 

Jesús pone calma y dice: "Os preguntáis si eran más pecadores que otros tantos galileos y si esta es la razón por la que fueron muertos. No. Que no lo eran. En verdad os digo que ellos pagaron, y que otros pagarán si no os convertís al Señor. Si todos no hiciereis penitencia, pereceréis de igual modo todos en Galilea y en otras partes. Dios está irritado contra su pueblo. Yo os lo digo. No hay que creer que los castigados sean siempre los peores. Que cada uno se examine a sí mismo, que se juzgue y que no juzgue a los demás. Aquellos diez y ocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató no eran los más culpables en Jerusalén. Yo so digo. Haced, haced penitencia si no queréis ser desmenuzados como ellos, y también en el espíritu. Ven, sacerdote de Israel. La mesa está preparada. Toca a ti, porque el sacerdote es siempre aquel que se le honra por la idea que representa y recuerda, te toca a ti, patriarca entre nosotros que somos todos más jóvenes, ofrecer y bendecir."
"¡No, Maestro! No ¡No puedo hacerlo ante Ti! ¡Tú eres el Hijo de Dios!"
"Y sin embargo ofreces el incienso ante el altar ¿No crees que allí también esté Dios?"
"¡Sí que lo creo! ¡Con todas mis fuerzas!"

"¿ Y ENTONCES? SI NO TIEMBLAS DE OFRECER ANTE LA 
GLORIA SANTÍSIMA DEL ALTÍSIMO, ¿POR QUÉ VAS A TEMBLAR 
DE MIEDO ANTE LA MISERICORDIA QUE SE REVISTIÓ DE 
CARNE PARA TRAERTE TAMBIÉN A TI LA BENDICIÓN DE DIOS, 
ANTES DE QUE TE SOBREVENGA LA NOCHE?

"¿ Y entonces? Si no tiemblas de ofrecer ante la gloria santísima del Altísimo, ¿por qué vas a temblar de miedo ante la misericordia que se revistió de carne para traerte también a ti la bendición de Dios, antes de que te sobrevenga la noche? ¡Oh! no sabéis vosotros de Israel, que para que el hombre pudiese acercarse a Dios y no morir, puse sobre mi Divinidad el velo de la carne. Ven, cree y sé feliz. En ti venero a todos los sacerdotes santos desde Aarón hasta el último que con justicia lo sean en Israel; a ti, porque tal vez realmente la santidad sacerdotal languidece entre nosotros como planta sin sostén."
V. 918-934
A. M. D. G.

<<Cor Mariæ Immaculatum, intercede pro nobis>>


Domenica 3 Marzo 2013, III Domenica di Quaresima - Anno C


Sentire Te è come sentire l’acqua che esce da una fresca sorgente. Oh! sì! Un’acqua vergine! 




"Evangelo come mi è stato rivelato"
di Maria Valtorta

Domenica 3 Marzo 2013, III Domenica di Quaresima - Anno C

Dal Vangelo di Gesù Cristo secondo Luca 13,1-9.
In quello stesso tempo si presentarono alcuni a riferirgli circa quei Galilei, il cui sangue Pilato aveva mescolato con quello dei loro sacrifici.
Prendendo la parola, Gesù rispose: «Credete che quei Galilei fossero più peccatori di tutti i Galilei, per aver subito tale sorte?
No, vi dico, ma se non vi convertite, perirete tutti allo stesso modo.
O quei diciotto, sopra i quali rovinò la torre di Sìloe e li uccise, credete che fossero più colpevoli di tutti gli abitanti di Gerusalemme?
No, vi dico, ma se non vi convertite, perirete tutti allo stesso modo».
Disse anche questa parabola: «Un tale aveva un fico piantato nella vigna e venne a cercarvi frutti, ma non ne trovò.
Allora disse al vignaiolo: Ecco, son tre anni che vengo a cercare frutti su questo fico, ma non ne trovo. Taglialo. Perché deve sfruttare il terreno?
Ma quegli rispose: Padrone, lascialo ancora quest'anno finché io gli zappi attorno e vi metta il concime
e vedremo se porterà frutto per l'avvenire; se no, lo taglierai».
Traduzione liturgica della Bibbia

Corrispondenza nel "Evangelo come mi è stato rivelato" di Maria Valtorta : Volume 4 Capitolo 281 pagina 384.

1Gesù è diretto al Tempio. Lo precedono a gruppi i discepoli, lo seguono in gruppo le discepole, ossia la Madre, Maria Cleofe, Maria Salome, Susanna, Giovanna di Cusa, Elisa di Betsur, Annalia di Gerusalemme, Marta e Marcella. Non c’è la Maddalena. Intorno a Gesù, i dodici apostoli e Marziam.

Gerusalemme è nella pompa dei suoi tempi di solennità. Gente in ogni via e di ogni terra. Canti, discorsi, mormorio di preghiere, imprecazioni di asinai, qualche pianto di bambino. E su tutto un cielo nitido che si mostra fra casa e casa, e un sole che scende allegro a ravvivare i colori delle vesti, ad accendere i morenti colori delle pergole e degli alberi che si intravvedono qua e là oltre i muri dei chiusi giardini o delle terrazze.

Talora Gesù incrocia persone di conoscenza, e il saluto è più o meno deferente a seconda degli umori dell’incrociante. Così è profondo ma sussiegato quello di Gamaliele, il quale guarda fisso Stefano, che gli sorride dal gruppo dei discepoli e che Gamaliele, dopo essersi inchinato a Gesù, chiama in disparte e gli dice poche parole, dopo di che Stefano torna nel gruppo. Venerante è il saluto del vecchio sinagogo Cleofa di Emmaus, diretto insieme ai suoi concittadini al Tempio. Aspro come una maledizione è quello di risposta dei farisei di Cafarnao.

2Un gettarsi a terra baciando i piedi di Gesù nella polvere della via è quello dei contadini di Giocana, capitanati dall’intendente. La folla si ferma ad osservare stupita questo gruppo di uomini che ad un quadrivio si precipita con un grido ai piedi di un giovane uomo, che non è un fariseo né uno scriba famoso, che non è un satrapo né un potente cortigiano, e qualcuno domanda chi è, e un bisbiglio corre: «È il rabbi di Nazaret, quello che si dice sia il Messia».
Proseliti e gentili si affollano allora curiosi, stringendo il gruppo contro al muro, facendo ingombro nella minuscola piazzetta, finché un gruppo di asinai li disperde vociando imprecazioni all’ostacolo. Ma la folla subito si riunisce di nuovo, separando le donne dagli uomini, esigente, brutale nella sua manifestazione che è anche di fede. Tutti vogliono toccare le vesti di Gesù, dirgli una parola, interrogarlo. Ed è sforzo inutile, perché la loro stessa fretta, la loro ansia, la loro irrequietezza per farsi avanti, respingendosi a vicenda, fa sì che nessuno ci riesce, e anche le domande e le risposte si confondono in un unico rumore incomprensibile.

L’unico che si astrae dalla scena è il nonno di Marziam, il quale ha risposto con un grido al grido del nipotino e, subito dopo aver venerato il Maestro, si è stretto al cuore il nipote e stando così, ancora rilassato sui calcagni, i ginocchi a terra, se lo è seduto nel grembo e se lo ammira e carezza con lacrime e baci, beati, e lo interroga e lo ascolta. Il vecchio è già in Paradiso tanto è beato.
Accorrono le milizie romane credendo che vi sia qualche rissa, e si fanno largo. Ma quando vedono Gesù hanno un sorriso e si ritirano tranquille, limitando a consigliare i presenti a lasciare libero l’importane quadrivio. E Gesù subito ubbidisce, approfittando dello spazio fatto dai romani che lo precedono di qualche passo come per fargli strada, in realtà per tornare al loro posto di picchetto perché la guardia romana è molto rinforzata, come se Pilato sapesse esservi malcontento nella folla e temesse sommosse in questi giorni in cui Gerusalemme è colma di ebrei di ogni parte. Ed è bello vederlo andare preceduto dal drappello romano, come un re al quale si fa largo mentre va ai suoi possessi.
Ha detto, nel muoversi, al bambino e al vecchio: «State insieme e seguitemi»; e all’intendente: «Ti prego lasciarmi i tuoi uomini. Mi saranno ospiti fino a sera».
L’intendente risponde ossequioso: «Tutto ciò che Tu vuoi sia fatto», e se ne va da solo da un profondo saluto.

3È ormai prossimo il Tempio - e il formicaio della folla, proprio come di formiche presso la buca del formicaio, è ancor più forte - quando un contadino di Giocana grida: «Ecco il padrone!» e cade a ginocchi per salutare, imitato da altri.
Gesù resta in piedi in mezzo ad un gruppo di prostrati, perché i contadini si erano stretti a Lui, e gira lo sguardo verso il luogo indicato, incontrando lo sguardo di un impaludato fariseo, che non mi è nuovo, ma che non so dove l’ho visto.
Il fariseo Giocana è con altri della sua casta: un mucchio di stoffe preziose, di frange, di fibbie, di cinture, di filatterie, tutte più ampie delle comuni. Giocana guarda attento Gesù, uno sguardo di pura curiosità, ma però non irriverente. Anzi ha un saluto impettito, appena un inchino del capo. Ma è sempre un saluto, al quale Gesù risponde deferente. Anche due o tre altri farisei salutano, mentre altri guardano sprezzanti o fingono di guardare altrove, e uno solo lancia una offesa di certo, perché vedo che chi circonda Gesù sussulta e lo stesso Giocana si volta tutto d’un pezzo a fulminare con lo sguardo l’offensore, che è un uomo più giovane di lui, dai tratti marcati e duri.

Quando sono sorpassati e i contadini osano parlare, uno di essi dice: «È Doras, Maestro, quello che ti ha maledetto».
«Lascialo fare. Ho voi che mi benedite» dice calmo Gesù.
Appoggiato ad un archivolto, insieme ad altri, è Mannaen, e come vede Gesù alza le braccia con una esclamazione di gioia: «Giornata gioconda è questa poiché io ti trovo!» e viene verso Gesù, seguito da chi è con lui. Lo venera sotto l’ombroso archivolto che fa rimbombare le voci come sotto una cupola.
Proprio mentre lo venera, passano rasente al gruppo apostolico i cugini Simone e Giuseppe con altri nazareni… e non salutano… Gesù li guarda accorato ma non dice nulla. 

Giuda e Giacomo si parlano tra loro concitati, e Giuda avvampa di sdegno e poi parte di corsa, inutilmente trattenuto dal fratello. Ma Gesù lo richiama con un talmente imperioso: «Giuda, vieni qui!» che l’inquieto figlio di Alfeo torna indietro… «Lasciali fare. Sono semi che ancora non hanno sentito la primavera. Lasciali nel buio della zolla restia. Io penetrerò lo stesso anche se la zolla divenisse un diaspro chiuso intorno al seme. A suo tempo Io lo farò».
Ma più forte della risposta di Giuda d’Alfeo suona il pianto di Maria d’Alfeo, desolata. Un pianto di persona avvilita… Ma Gesù non si volge a consolarla, benché sia ben netto quel lamento sotto l’archivolto pieno d’echi. 

Continua a parlare con Mannaen che gli dice: «Questi che con me sono, sono discepoli di Giovanni. Vogliono come me essere tuoi».
«La pace sia ai buoni discepoli. Là avanti sono Mattia, Giovanni e Simeone, con Me per sempre. Accolgo voi come accolsi loro, perché caro mi è tutto ciò che a Me viene dal santo Precursore».
4E raggiunta la cinta del Tempio.
Gesù dà gli ordini all’Iscariota e a Simone Zelote per gli acquisti di rito e le offerte di rito. Poi chiama il sacerdote Giovanni e dice: «Tu che sei di questo luogo provvederai ad invitare qualche levita che sai degno di conoscere la Verità. Perché veramente quest’anno Io posso celebrare una festa di letizia. Mai più sarà così dolce il giorno…».
«Perché, Signore?» chiede lo scriba Giovanni.
«Perché ho voi intorno, tutti, o con la presenza visibile o col loro spirito».
«Ma sempre vi saremo! E con noi molti altri» assicura veemente l’apostolo Giovanni. E tutti fanno coro.
Gesù sorride e tace mentre il sacerdote Giovanni, insieme a Stefano, va avanti, nel Tempio, ad eseguire l’ordine. Gesù gli grida dietro: «Raggiungeteci al portico dei Pagani».
Entrano e quasi subito incontrano Nicodemo, che fa un profondo saluto, ma non si avvicina a Gesù. Però ha con Gesù un sorriso di intensa intesa pieno di pace.

Mentre le donne si fermano dove possono, Gesù con gli uomini va alla preghiera, nel luogo degli ebrei, e poi torna indietro, compito ogni rito, per riunirsi a chi lo attende nel portico dei Pagani.
I porticati vastissimi e altissimi, sono pieni di popolo che ascolta le lezioni dei rabbi. Gesù si dirige al punto dove vede fermi i due apostoli e i due discepoli mandati avanti. Subito si fa cerchio intorno a Lui, e agli apostoli e discepoli si uniscono anche altre numerose persone che erano sparse nell’affollato cortile marmoreo. La curiosità è tale che anche alcuni allievi di rabbi, non so se spontaneamente o se perché mandati dai maestri, si accostano al cerchio stretto attorno a Gesù.

5Gesù chiede a bruciapelo: «Perché intorno a Me vi pigiate? Ditelo. Avete rabbi noti e sapienti, benvisti da tutti. Io sono l’Ignoto e il Malvisto. Perché allora venite a Me?».
«Perché ti amiamo» dicono alcuni, ed altri: «Perché hai parole diverse dagli altri», ed altri ancora: «Per vedere i tuoi miracoli», e: «Perché di Te abbiamo sentito parlare», e: «Perché Tu solo hai parole di vita eterna e opere corrispondenti alle parole», e infine: «Perché vogliamo unirci ai tuoi discepoli».
Gesù guarda la gente man mano che parla, quasi volesse trafiggerla con lo sguardo per leggere le più occulte sensazioni; e qualcuno, non resistendo a quello sguardo, si allontana o, quanto meno, si nasconde dietro a una colonna o a gente più alta di lui.
Gesù riprende:
«Ma sapete voi cosa vuol dire e vuole essere venire dietro a Me? Io rispondo a queste sole parole, perché non merita risposta la curiosità e perché chi ha fame delle mie parole è, di conseguenza, di Me amante e desideroso di unirsi a Me. Perciò, fra chi ha parlato, vi sono due gruppi: i curiosi che trascuro, i volenterosi che ammaestro senza inganno sulla severità di questa vocazione.

6Venire a me come discepolo vuol dire rinuncia di tutti gli amori a un solo amore: il mio. Amore egoista verso se stessi, amore colpevole verso le ricchezze o il senso o la potenza, amore onesto verso la sposa, santo verso la madre, il padre, amore amabile dei e ai figli e fratelli, tutto deve cedere al mio amore se si vuole essere miei. In verità vi dico che più liberi di uccelli spazianti nei cieli devono essere i miei discepoli, più liberi dei venti che scorrono i firmamenti senza che nessuno li trattenga, nessuno e nessuna cosa. Liberi, senza catene pesanti, senza lacci d’amore materiale, senza neppure le ragnatele sottili delle più lievi barriere. Lo spirito è come una delicata farfalla serrata dentro al bozzolo pesante della carne, e può appesantirne il volo, o arrestarlo del tutto, anche l’iridescente e impalpabile tela di un ragno: il ragno della sensibilità, della ingenerosità nel sacrificio. Io voglio tutto, senza riserve. Lo spirito abbisogna di questa libertà di dare, di questa generosità di dare, per poter essere certo di non essere impigliato nella ragnatela delle affezioni, consuetudini, riflessioni, paure, tese come tanti fili da quel ragno mostruoso che è Satana, rapinatore di anime.
Se uno vuol venire a Me e non odia santamente suo padre, sua madre, sua moglie, i suoi figli, i suoi fratelli e le sue sorelle, e persino la sua vita, non può essere mio discepolo. Ho detto: “odia santamente”. Voi in cuor vostro dite: “L’odio, Egli lo insegna, non è mai santo. Perciò Egli si contraddice”. No. Non mi contraddico. Io dico di odiare la pesantezza dell’amore, la passionalità carnale dell’amore al padre e madre, e sposa e figli, e fratelli e sorelle, e alla stessa vita, ma anzi ordino di amare, con la libertà leggera che è propria degli spiriti, i parenti e la vita. Amateli in Dio e per Dio, non posponendo mai Dio a loro, occupandovi e preoccupandovi di portarli dove il discepolo è giunto, ossia a Dio Verità. Così amerete santamente i parenti e Dio, conciliando i due amori e facendo dei legami di sangue, non peso ma ala, non colpa ma giustizia.
Anche la vostra vita dovete esser pronti a odiare per seguire Me. Odia la sua vita colui che, senza paura di perderla o di renderla umanamente triste, la fa servire a Me. Ma non è che una apparenza di odio. Un sentimento erroneamente detto “odio” dal pensiero dell’uomo che non sa elevarsi, dell’uomo tutto terrestre, di poco superiore al bruto. In realtà questo apparente odio, che è il negare le soddisfazioni sensuali alla esistenza per dare una sempre più vasta vita allo spirito, è amore. Amore è, e del più alto che esista, del più benedetto. Questo negarsi le basse soddisfazioni, questo interdirsi la sensualità degli affetti, questo procurarsi rimproveri e commenti ingiusti, questo rischiare punizioni, ripudi, maledizioni e forse anche persecuzioni, è una sequela di pene. Ma occorre abbracciarle e imporsele come una croce, un patibolo sul quale si espia ogni passata colpa per andare giustificati a Dio, e dal quale si ottiene ogni grazia, vera, potente, santa grazia di Dio per coloro che noi amiamo. Chi non porta la sua croce e non viene dietro a Me, chi non sa fare questo, non può essere mio discepolo.

7Pensateci dunque molto, molto, voi che dite: “Siamo venuti perché vogliamo unirci ai tuoi discepoli”. Non è vergogna ma sapienza pesarsi, giudicarsi e confessare, a se stessi e agli altri: “Io non ho stoffa di discepolo”. E che? I pagani hanno a base di un loro insegnamento la necessità di “conoscere se stessi”; e voi israeliti, per conquistare il Cielo, non lo sapreste fare? Perché, ricordatevelo sempre, beati quelli che verranno a Me. Ma piuttosto che venire per poi tradire Me e Colui che mi ha mandato, meglio è non venire affatto e rimanere i figli della Legge come fin qui foste. Guai a coloro che avendo detto: “Vengo”, portano poi danno al Cristo essendo i traditori dell’idea cristiana, gli scandalizzatori dei piccoli, dei buoni! Guai a loro! Eppure vi saranno, e sempre vi saranno!
Imitate perciò colui che vuole edificare una torre. Prima calcola attentamente la spesa necessaria e fa i conti del suo denaro per vedere se ha di che portarla a termine, perché, terminate le fondamenta, non debba sospendere i lavori non avendo più denaro. In questo caso perderebbe anche quanto aveva prima, rimanendo senza torre e senza talenti, e in cambio si attirerebbe le beffe del popolo che direbbe: “Costui ha cominciato a fabbricare senza poter finire. Ora può empirsi lo stomaco delle rovine della sua incompiuta fabbrica”.

Imitate ancora i re della terra, facendo servire i poveri avvenimenti del mondo a insegnamento soprannaturale. Costoro, quando vogliono muovere guerra ad un altro re, esaminano con calma e attenzione ogni cosa, il pro ed il contro, meditano se l’utile della conquista valga il sacrificio delle vite dei sudditi, studiano se è possibile conquistare quel luogo, se le loro milizie, inferiori della metà a quelle del rivale, anche se più combattive, possono vincere; e giustamente pensando che è improbabile che diecimila vincano ventimila, prima che avvenga lo scontro mandano incontro al rivale una ambasceria con ricchi doni e, ammansendo il rivale, già insospettito dalle mosse militari dell’altro, lo disarmano con prove di amicizia, ne annullano i sospetti e fanno con esso trattato di pace, in verità sempre più vantaggioso, tanto umanamente che spiritualmente, di una guerra.

Così dovete fare voi prima di iniziare la nuova vita e di schierarvi contro il mondo. Perché questo è essere miei discepoli: andare contro la turbinosa e violenta corrente del mondo, della carne, di Satana. E, se non sentite in voi il coraggio di rinunciare a tutto per amor mio, non venite a Me perché non potete essere miei discepoli».

8«Va bene. Ciò che Tu dici è vero» ammette uno scriba che si è mescolato al gruppo. «Ma se ci spogliamo di tutto, con che ti serviamo poi? La Legge ha dei comandi che sono come monete che Dio dà all’uomo perché usandole si compri la vita eterna. Tu dici: “Rinunciate a tutto” e accenni il padre, la madre, le ricchezze, gli onori. Dio ha pur dato queste cose e ci ha detto, per bocca di Mosè, di usarle con santità per apparire giusti agli occhi di Dio. Se Tu ci levi tutto, che ci dai?».
«Il vero amore, l’ho detto, o rabbi. Vi do la mia dottrina che non leva un iota alla antica Legge, ma anzi la perfeziona».
«Allora tutti siamo discepoli uguali, perché tutti abbiamo le stesse cose».
«Tutti le abbiamo secondo la Legge mosaica. Non tutti secondo la Legge perfezionata da Me secondo l’Amore. Ma non tutti raggiungono, nella stessa, la stessa somma di meriti. Anche fra i miei stessi discepoli non tutti giungeranno ad avere somma di meriti in uguale misura, e alcuno fra essi non solo non avrà somma ma perderà anche l’unica sua moneta: la sua anima».
«Come? A chi più è dato più resterà. I tuoi discepoli, meglio i tuoi apostoli, ti seguono nella tua missione e sono al corrente dei tuoi modi, hanno avuto moltissimo; molto hanno avuto i discepoli effettivi, meno i discepoli solo di nome, nulla quelli che, come me, non ti ascoltano che per accidente. È ovvio che moltissimo avranno in Cielo gli apostoli, molto i discepoli effettivi, meno i discepoli di nome, nulla quelli che, come me, non ti ascoltano che per accidente. È ovvio che moltissimo avranno in Cielo gli apostoli, molto i discepoli effettivi, meno i discepoli di nome, nulla quelli che sono come me».
«Umanamente è ovvio, e male anche umanamente. Perché non tutti sono capaci di far fruttare i beni avuti. Odi questa parabola e perdona se troppo a lungo qui insegno. Ma Io sono la rondine di passaggio, e non sosto che per poco nella Casa del Padre, essendo venuto per tutto il mondo e non volendo, questo piccolo mondo che è il Tempio di Gerusalemme, permettermi di raccogliere il volo e rimanere là dove la gloria del Signore mi chiama»,
«Perché dici così?».
«Perché è verità».

Lo scriba si guarda attorno e poi china la testa. Che sia verità lo vede scritto su troppi volti di sinedristi, rabbi e farisei che sono andati sempre più ingrossando l’assembramento che è intorno a Gesù. Volti verdi di bile o purpurei d’ira, sguardi che equivalgono a parole di maledizione e a sputi di veleno, rancore che lievita da ogni parte, desiderio di malmenare il Cristo, che resta desiderio solo per paura dei molti che circondano il Maestro con devozione e che sono pronti a tutto per difenderlo, paura forse anche di punizioni da parte di Roma che ha benignità verso il mite Maestro galileo.

9Gesù riprende calmo ad esporre con la parabola il suo pensiero:
«Un uomo, essendo in procinto di fare un lungo viaggio e una lunga assenza, chiamò tutti i suoi servi e consegnò a loro tutti i suoi beni. A chi diede cinque talenti d’argento, a chi due d’argento, a chi uno solo d’oro. A ciascuno a seconda del suo grado e della sua abilità. E poi partì.
Ora, il servo che aveva avuto cinque talenti d’argento andò a negoziare con accortezza i suoi talenti, e dopo qualche tempo essi gliene procurarono altri cinque. Quello che aveva avuto due talenti d’argento fece lo stesso e raddoppiò la somma avuta. Ma quello al quale il padrone aveva più dato - un talento d’oro schietto - preso dalla paura di non saper fare, dei ladri, di mille cose chimeriche, e soprattutto dall’infingardia, fece una grande buca in terra e vi nascose il denaro del suo padrone.
Passarono molti e molti mesi e tornò il padrone. Chiamò subito i suoi servi perché rendessero il denaro avuto in deposito.
Venne quello che aveva avuto cinque talenti d’argento e disse: “Ecco, mio signore. Tu me ne desti cinque. Io, parendomi male di non far fruttare quanto mi avevi dato, mi sono industriato e ti ho guadagnato altri cinque talenti. Di più non ho potuto…”. “Bene, molto bene, servo buono e fedele. Sei stato fedele nel poco, volenteroso e onesto. Ti darò autorità su molto. Entra nella gioia del tuo signore”.
Poi venne l’altro dei due talenti e disse: “Mi sono permesso di usare i tuoi beni per tuo utile. Ecco qui i conti che ti mostrano come ho usato il tuo denaro. Vedi? Erano due talenti d’argento. Ora sono quattro. Sei contento, mio signore?”. E il padrone dette al servo buono la stessa risposta data al primo servo.
Venne per ultimo quello che, godendo della massima fiducia del padrone, aveva avuto dallo stesso il talento d’oro. Lo svolse dalla sua custodia e disse: “Tu mi hai affidato il maggior valore, perché mi sai prudente e fedele, così come io so che tu sei intransigente ed esigente e che non tolleri perdite nel tuo denaro, ma se disgrazia ti incoglie ti rifai su chi ti è prossimo, perché in verità mieti dove non hai seminato e raccogli dove non hai sparso, non condonando uno spicciolo al tuo banchiere o al tuo fattore, per nessuna ragione. Tanto deve essere il denaro quanto tu dici. Ora io, temendo di sminuire questo tesoro, l’ho preso e l’ho nascosto. Non mi sono fidato di nessuno, neppure di me stesso. Ora l’ho dissotterrato e te lo rendo. Eccoti il tuo talento”.
“O servo iniquo ed infingardo! In verità tu non mi hai amato, poiché non mi hai conosciuto e non hai amato il mio benessere perché l’hai lasciato inerte. Hai tradito la stima che avevo posta in te, e da te stesso ti smentisci, ti accusi e condanni. Tu sapevi che io mieto dove non ho seminato e raccolgo dove non ho sparso. E perché allora non hai fatto che io potessi mietere e raccogliere Così rispondi alla mia fiducia? Così mi conosci? Perché non hai portato il denaro ai banchieri, che lo avrei al ritorno ritirato con gli interessi? A questo con particolare cura ti avevo istruito, e tu, stolto infingardo, non ne hai fatto conto. Ti sia dunque levato il talento e ogni altro bene e sia dato a quello che ha i dieci talenti”.
“Ma colui ne ha già dieci, mentre questo ne resta privo…” gli obbiettarono.
“Bene sta. A chi ha, e su quanto ha lavora, sarà dato più ancora e fino alla sovrabbondanza. Ma a chi non ha, perché non volle avere, sarà tolto anche quello che gli fu dato. Riguardo al servo disutile, che ha tradito la fiducia mia e lasciato inerti i doni datigli, gettatelo fuori dalla mia proprietà, e vada piangendo e rodendosi in cuor suo”.

Questa è la parabola. Come tu vedi, o rabbi, a chi più aveva meno restò, perché non seppe meritare di conservare il dono di Dio. E non è detto che uno di quelli che tu chiami discepoli solo di nome, aventi ben poco da negoziare perciò, e anche fra chi, ascoltandomi solo per accidente, come tu dici, e avendo per unica moneta l’anima, non giungano ad avere il talento d’oro, e i frutti dello stesso anche, che verrà levato ad uno dei più beneficati. Infinite sono le sorprese del Signore, perché infinite sono le reazioni dell’uomo. Vedrete gentili giungere alla Vita eterna e samaritani possedere il Cielo, e vedrete israeliti puri e seguaci miei perdere il Cielo e l’eterna Vita».

10Gesù tace e, come volesse troncare ogni discussione, si volge verso la cinta del Tempio.
Ma un dottore della Legge, che si era seduto in serio ascolto sotto il porticato, si alza e gli si para davanti chiedendogli: «Maestro, che debbo fare per ottenere la Vita eterna? Hai risposto ad altri, rispondi a me pure».
«Perché mi vuoi tentare? Perché vuoi mentire? Speri che Io dica cosa disforme alla Legge perché aggiungo concetti più luminosi e perfetti ad essa? Cosa c’è scritto nella Legge? Rispondi! Quale è il comandamento principale di essa?»
«”Amerai il Signore Iddio tuo con tutto il tuo cuore, con tutta la tua anima, con tutte le tue forze, con tutta la tua intelligenza. Amerai il tuo prossimo come te stesso”».
«Ecco. Bene hai risposto. Fa’ questo e avrai la Vita eterna».
«E chi è il mio prossimo ? Il mondo è pieno di gente buona e malvagia, nota ed ignota, amica e nemica di Israele. Quale è il mio prossimo?».

«Un uomo scendendo da Gerusalemme a Gerico per le gole delle montagne, incappò nei ladroni, i quali, dopo averlo ferito crudelmente, lo spogliarono di ogni suo avere e fin delle vesti, lasciandolo più morto che vivo sul bordo della strada.

Per la stessa via passò un sacerdote che aveva cessato il suo turno al Tempio. Oh! era ancor profumato degli incensi del Santo! E avrebbe dovuto avere l’anima profumata di bontà soprannaturale e di amore, essendo stato nella Casa di Dio, quasi a contatto coll’Altissimo. Il sacerdote aveva fretta di tornare alla sua casa. Guardò dunque il ferito ma non si arrestò. Passò oltre sollecito, lasciando il disgraziato sulla proda.

Passò un levita. Contaminarsi lui che deve servire nel Tempio? Ohibò! Raccolse la veste perché non si sporcasse di sangue, gettò uno sguardo sfuggente su colui che gemeva nel suo sangue e affrettò il passo verso Gerusalemme, verso il Tempio.

Terzo, venendo dalla Samaria, diretto al guado, venne 
un samaritano. Vide il sangue, si fermò, scoperse il ferito nel crepuscolo che si infittiva, scese dal giumento, si accostò al ferito, lo ristorò con un sorso di vino gagliardo, strappò il suo mantello farne fasce e, lavate e unte le ferite prima con aceto e poi con olio, gliele fasciò con amore, e caricato il ferito sul suo giumento, guidò con accortezza la bestia, sorreggendo nel contempo il ferito, confortandolo con buone parole, non preoccupandosi della fatica, né sdegnandosi per essere questo ferito di nazionalità giudea. Giunto in città, lo condusse all’albergo, lo vegliò per tutta la notte e all’alba, vedendolo migliorato, lo affidò all’oste, pagandolo in anticipo con dei denari e dicendo: “Abbine cura come fossi io stesso. Al mio ritorno, quanto avrai speso in più io te lo renderò e con buona misura, se bene avrai fatto”. E se ne andò.

Dottore della Legge, rispondimi. Quale fra questi tre fu “prossimo” per colui che incappò nei ladroni? Forse il sacerdote? Forse il levita? O non piuttosto il samaritano che non si chiese chi era il ferito, perché era ferito, se faceva male a soccorrerlo perdendo tempo, denaro e rischiando d’essere accusato d’essere il feritore?».
Il dottore della Legge risponde: «Fu “prossimo” costui, perché ebbe misericordia».
«Fa’ tu pure il simigliante e amerai il prossimo e Dio nel prossimo, meritando vita eterna».

11Nessuno osa più parlare e Gesù ne approfitta per raggiungere le donne, che erano in attesa presso la cinta, e con esse andare di nuovo in città. Ora ai discepoli si è aggiunta una coppia di sacerdoti, o meglio, un sacerdote e un levita, giovanissimo quest’ultimo, patriarcale l’altro.
Ma Gesù ora parla con la Madre avendo in mezzo, fra Sé e Lei, Marziam. E le chiede: «Mi hai udito, Madre?».
«Sì, Figlio mio, e alla tristezza di Maria di Cleofe si è aggiunta la mia. Ella ha pianto poco prima di entrare nel Tempio…».
«Lo so, Madre. E ne so il motivo. Ma non deve piangere. Solo pregare».
«Oh! prega tanto! In queste sere, sotto la sua capanna, fra i figli dormenti, ella pregava e piangeva. Io la sentivo piangere attraverso la parete sottile delle frasche vicine. Vedere a pochi passi Giuseppe e Simone, vicini ma divisi così!… E non è la sola a piangere. Con me ha pianto Giovanna che ti pare tanto serena…».
«Perché, Madre?».
«Perché Cusa… Ha una condotta… inesplicabile. Un poco la seconda in tutto. Un poco la respinge in tutto. Se sono soli, dove nessuno li vede, è il marito esemplare di sempre. Ma se con lui sono altre persone, della Corte, è naturale, ecco allora che egli diviene autoritario e sprezzante per la mite sua sposa. Ella non capisce perché…».
«Io te lo dico. Cusa è servo di Erode. Comprendimi, Madre. “Servo”. Io non lo dico a Giovanna per non darle dolore. Ma così è. Quando non teme biasimo e derisione sovrana, è il buon Cusa. Quando li può temere, non è più tale».
«È perché Erode è molto irritato per Mannaen e…».
«È perché Erode è folle del rimorso tardivo di aver ceduto ad Erodiade. Ma Giovanna ha già tanto bene nella vita. Deve, sotto il diadema, portare il suo cilizio». 

«Anche Annalia piange…».
«Perché?».
«Perché lo sposo devia contro di Te».
«Non pianga. Diglielo. Ciò è una risoluzione. Una bontà di Dio. Il suo sacrificio porterà di nuovo Samuele al Bene. Per ora questo la lascerà libera da pressioni per il matrimonio. Le ho promesso di prenderla con Me. Mi precederà nella morte…».
«Figlio!…». Maria stringe la mano di Gesù, col viso che si fa esangue.
«Mamma cara! È per gli uomini. Lo sai. È per amore degli uomini. Beviamo il nostro calice con buona volontà. Non è vero?».
«Maria inghiotte le lacrime e risponde: «Sì» Un «sì» straziato e straziante tanto.

Marziam alza il visetto e dice a Gesù: «Perché dici queste brutte cose che fanno dolore alla Mamma? Io non ti lascerò morire. Come ho difeso gli agnelli così difenderò Te.»
Gesù lo carezza e, per sollevare il morale dei due afflitti, chiede al bambino: «Che faranno, ora, le tue pecorelle? Non le rimpiangi?».
«Oh! sono con Te! Però ci penso sempre e mi chiedo: “Porfirea le avrà portate al pascolo? e avrà fatto attenzione che Spuma non vada nel lago?”. È tanto vivace Spuma, sai? Sua madre lo chiama, lo chiama… Macché! Fa ciò che vuole. E Neve, così ghiotta che mangia fino a stare male? Sai, Maestro? Io capisco cosa è essere sacerdote in tuo Nome. Meglio degli altri lo capisco. Loro (e accenna con la mano gli apostoli che vengono dietro) dicono tanti paroloni, fanno tanti progetti... per dopo. Io dico: “Farò il pastore. Come per le pecorine, per gli uomini. E sarà sufficiente”. La Mamma mia e tua mi ha detto ieri un così bel punto dei profeti… e mi ha detto: “Proprio così è il nostro Gesù”. E io nel cuore ho detto: “E io pure sarò proprio così”. Poi ho detto alla Mamma nostra: “Per ora sono agnello, poi sarò pastore. Invece ora Gesù è Pastore e poi è anche Agnello. Ma tu sei sempre l’Agnella, solo l’Agnella nostra, bianca, bella, cara, dalle parole più dolci del latte. È per questo che Gesù è tanto Agnello: perché è nato da te, Agnellina del Signore”».
Gesù si china e lo bacia, con slancio. Poi chiede: «Tu dunque vuoi proprio essere sacerdote?».
«Certo, mio Signore! Per questo cerco di farmi buono e di sapere tanto. Vado sempre da Giovanni di Endor. Mi tratta sempre da uomo e con tanta bontà. Voglio essere un pastore delle pecore sviate e non sviate, e medico-pastore delle ferite e fratturate, come dice il Profeta, Oh! che bello!» e il bambino fa un salto, battendo le mani.
«Cosa ha questo capinero da essere tanto felice?» chiede Pietro venendo avanti.
«Vede la sua via. Nettamente. Sino alla fine. Ed Io consacro questa sua visione col mio “sì”».

13Si fermano davanti ad un’alta casa che, se non erro, è verso il sobborgo di Ofel, ma in luogo più signorile.
«Qui ci fermiamo?».
«Questa è la casa che Lazzaro mi ha offerta per il banchetto di letizia. Qui già vi è Maria».
«Perché non è venuta con noi? Per paura degli scherni?».
«Oh! no! Io solo gliel’ho ordinato».
«Perché, Signore?».
«Perché il Tempio è più suscettibile di una sposa gravida. Finché posso, e non per viltà, non voglio urtarlo».
«Non ti servirà a niente, Maestro. Io, se fossi Tu, non solo lo urterei. Ma lo butterei giù dal Moria con tutti quelli che ci sono dentro».
«Sei un peccatore, Simone. Occorre pregare per i propri simili, non ucciderli».
«Io sono peccatore. Ma Tu no... e… dovresti farlo».
«Ci sarà chi lo fa. E dopo che la misura del peccato sarà raggiunta».
«Quale misura?».
«Una misura che empierà tutto il Tempio, traboccando per Gerusalemme. Non puoi capire… Oh! Marta! Apri dunque al Pellegrino la tua casa!».
Marta si fa riconoscere e aprire. Entrano tutti in un lungo atrio che finisce in un cortile selciato, avente quattro alberi ai quattro angoli. Una vasta scala si apre sopra al terreno, e dalle finestre aperte si vede tutta la città nei suoi sali-scendi. Arguisco perciò che la casa sia sulle pendici meridionali, o sud orientali, della città. La sala è apparecchiata per molti, molti ospiti. Tavole e tavole sono messe le une parallele alle altre. Un centinaio di persone può comodamente prendervi ristoro.
Accorre Maria Maddalena, che era altrove, intenta alle dispense, e si prostra davanti a Gesù. E viene Lazzaro con un sorriso beato sul volto malaticcio. Entrano man mano gli ospiti, un poco impacciati taluni, più sicuri gli altri. Ma la gentilezza delle donne li fa tutti presto a loro agio.

14Il sacerdote Giovanni conduce a Gesù i due presi nel Tempio. «Maestro, il mio buon amico Gionata e il mio giovane amico Zaccaria. Sono veri israeliti senza malizia e senz’astio».
«La pace a voi. Sono lieto di avervi. Il rito deve essere osservato anche in queste dolci consuetudini. È bello che la Fede antica dia la mano di amica alla nuova Fede venuta dal suo stesso ceppo. Sedete al mio fianco mentre viene l’ora del pasto».
Parla il patriarcale Gionata, mentre il giovine levita guarda qua e là curioso, stupito, e forse anche intimidito. Penso che si voglia dare un contegno spigliato, ma in realtà sia come un pesce fuor d’acqua. Per fortuna Stefano viene in suo soccorso e gli porta, uno dopo l’altro, gli apostoli e i discepoli principali.

Il vecchio sacerdote, lisciandosi la barba di neve, dice: «Quando Giovanni venne a me, proprio a me, suo maestro, a mostrarmi la sua guarigione, io ebbi voglia di conoscerti. Ma, Maestro, io quasi più non esco dal mio recinto. Vecchio sono… Speravo vederti però prima di morire. E Jeovè mi ha esaudito. Lode sia a Lui! Oggi ti ho sentito al Tempio. Tu superi Hillele, il vecchio, il saggio. Io non voglio, anzi io non posso dubitare che Tu sia ciò che il mio cuore attende. Ma sai cosa è avere bevuto per quasi ottanta anni la fede d’Israele quale è divenuta in secoli di… lavorazione umana? Si è fatta sangue nostro. E io sono così vecchio! Sentire Te è come sentire l’acqua che esce da una fresca sorgente. Oh! sì! Un’acqua vergine! Ma io... ma io sono saturo dell’acqua stanca che viene da tanto lontano!… che si è appesantita di tante cose. Come farò per levarmi questa saturazione è gustare di Te?».
«Credermi e amarmi. Non necessita altro per il giusto Gionata».
«Ma presto io morirò! Farò in tempo a credere tutto quello che dici? Non riuscirò più neppure a seguire tutte le tue parole, o a conoscerle dalla bocca altrui. E allora?».
«Le imparerai in Cielo. Non muore alla Sapienza che il dannato. Mentre chi muore in grazia di Dio attinge la Vita e vive nella Sapienza. Cosa credi tu che Io sia?».
«Non puoi essere che l’Atteso che ha precorso il figlio del mio amico Zaccaria. Lo hai conosciuto?».
«Mi era parente».
«Allora Tu sei parente del Battista?».
«Sì, sacerdote».
«Egli è morto… e non posso dire: “Infelice!”. Perché è morto fedele alla giustizia, dopo aver compiuto la sua missione, e perché… Oh! tempi atroci che viviamo! Non è meglio tornare ad Abramo?».
«Sì. Ma più atroci verranno, sacerdote».
«Tu dici? Roma, eh?».
«Non Roma sola. Israele colpevole ne sarà la causa prima».

«È vero. Dio ci colpisce. Lo meritiamo. Ma però anche Roma… 15Hai sentito parlare dei galilei uccisi da Pilato mentre consumavano un sacrificio? Il loro sangue si fuse con quello della vittima. Fin presso l’altare! Fin presso l’altare!».
«Ho sentito».
Tutti i galieli tumultuano per questo sopruso. Gridano: «È vero che egli era un falso Messia. Ma perché uccidere i suoi seguaci dopo aver già percosso lui? E perché in quell’ora? Erano più peccatori forse?».

Gesù impone pace e poi dice: «Vi chiedete se erano più peccatori quelli di tanti altri galilei e se è per questo che furono uccisi? No, che no lo erano. In verità vi dico che essi hanno pagato e che molti altri pagheranno se non vi convertite al Signore. Se non farete tutti penitenza, perirete tutti in ugual misura, in Galilea e altrove. Dio è sdegnato del suo popolo. Io ve lo dico. Non bisogna credere che i colpiti siano sempre i peggiori. Ognuno esamini se stesso, sé giudichi e non altro. Anche quei diciotto su cui cadde la torre di Siloe e li uccise non erano i più colpevoli in Gerusalemme. Io ve lo dico. 
Fate, fate penitenza se non volete essere stritolati come essi, e anche nello spirito. 

16Vieni, sacerdote d’Israele. La mensa è pronta. Tocca a te, perché il sacerdote è sempre colui che va onorato per l’Idea che rappresenta e richiama, tocca a te, patriarca fra noi, tutti più giovani, offrire e benedire».
«No, Maestro! No! Non posso davanti a Te! Tu sei il Figlio di Dio!».
«Offri pure l’incenso davanti all’altare! E non credi forse che là è Dio?».
«Sì che lo credo! Con tutte le mie forze!».
«E allora? Se non tremi di offrire davanti alla Gloria Ss. dell’Altissimo, perché vuoi tremare davanti alla Misericordia che si è vestita di carne per portare anche a te la benedizione di Dio prima che venga a te la notte? Oh! che non sapete voi di Israele che, proprio perché l’uomo possa avvicinare Dio e non morirne, ho messo sulla mia Divinità insostenibile il velo della carne. Vieni e credi e sii felice. In te Io venero tutti i sacerdoti santi, da Aronne all’ultimo che sarà sacerdote d’Israele con giustizia, a te forse, perché in verità la santità sacerdotale langue fra noi come pianta senza soccorso».

Estratto di "l'Evangelo come mi è stato rivelato" di Maria Valtorta ©Centro Editoriale Valtortiano http://www.mariavaltorta.com/

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411 Alla santa povertà riservava una cura tutta particolare e voleva che dominasse
sempre da signora, tanto da non tollerare neppure il più piccolo utensile, appena
s'accorgeva che si poteva farne a meno, temendo che vi si introducesse l'abitudine di
confondere il necessario col superfluo. Era solito dire che è impossibile sovvenire alla
necessità senza servire alla comodità. Raramente si cibava di vivande cotte, oppure le
rendeva insipide con acqua fredda, o le cospargeva di cenere! Quante volte, mentre era pellegrino nel mondo a predicare il Vangelo, invitato a pranzo da grandi signori che lo veneravano con grande affetto, mangiava appena un po' di carne in ossequio alla parola evangelica di Cristo, poi, fingendo di mangiare faceva scivolare il resto nel grembo, mettendosi una mano alla bocca perché nessuno s'accorgesse di quello che faceva! Ci s'immagini poi se prendeva del vino, dato che rifiutava persino l'acqua, quand'era assetato!

412 52. 
Ovunque fosse ospitato di notte, non voleva materassi o coperte sul suo
giaciglio, ma la nuda terra raccoglieva il suo nudo corpo avvolto solo nella tonaca.
Quando poi concedeva un po' di riposo al suo corpo fragile spesso stava seduto e non disteso, servendosi per guanciale di un legno o di una pietra. E quando lo prendeva desiderio di mangiare qualche cosa, come suole accadere a tutti, a stento si concedeva poi di mangiarla.

413 
Avendo un giorno mangiato un po' di pollo, perché infermo, riacquistate le energie
per camminare, si recò ad Assisi. Giunto alla porta della città, pregò un confratello che era con lui di legargli una fune attorno al collo e di trascinarlo per tutte le vie della città come un ladro, gridando: «Guardate questo ghiottone, che a vostra insaputa si è rimpinzato da gaudente di carne di gallina!». A tale spettacolo, molti, tra lacrime e sospiri, esclamavano:
«Guai a noi miserabili che abbiamo vissuto tutta la vita solo per la carne, nutrendo il cuore e il corpo di lussuria e di crapule!». E tutti compunti, erano guidati a miglior condotta da quell'esempio straordinario.

414 53. 
E tante altre cose simili a queste egli compiva per praticare l'umiltà nel modo più
perfetto possibile, che insieme gli attiravano però amore imperituro presso gli altri. Era
libero da ogni sollecitudine per il corpo, trattandolo come un vaso derelitto ed
esponendolo alle ingiurie sempre preoccupato di non lasciarsi vincere dal desiderio di
alcuna cosa materiale per amore di lui. Vero spregiatore di se stesso, egli con parole e con fatti ammaestrava utilmente gli altri al disprezzo di sé. Ma tutti lo magnificavano e ne cantavano giustamente le lodi; solo lui si riteneva vilissimo e si disprezzava cordialmente.


Domine Iesu,
Mortificem me et vivam in te.



La Scrittura parla spesso per immagini


28. La Scrittura parla spesso per immagini, per metafore, affinché ciò che non si può vedere in una cosa, si possa scoprire in un'altra simile. Il ventre, ad esempio, viene paragonato a un dio quando dice: "Il loro dio è il ventre e la loro gloria è una vergogna" (Fil 3,19), cioè si gloriano di ciò di cui dovrebbero vergognarsi.



Il dio-ventre viene soddisfatto con le vittime di varie portate, tende l'orecchio ai rumori, è solleticato dalle varie specie di sapori, si commuove alle chiacchiere e non alle preghiere, è gratificato dall'ozio e si abbandona alle delizie della sonnolenza. 


E questo dio-ventre ha purtroppo monaci, canonici e conversi che lo servono devotamente e sono quelli che nella chiesa di Dio vivono placidamente nell'ozio, che non si danno alla preghiera segreta, ma sono curiosi di ascoltare i fantasiosi racconti degli oziosi, in cui si odono risate, sghignazzi e i rutti di un ventre rimpinzato. (Sant'Antonio da P.)

L'immagine precedente e la seguente antica preghiera si trovano nella prima cappella entrando nel Santuario di S. Maria in Aula Regia nella città di Comacchio (FE) che vanta -per antica tradizione- una visita del Santo nelle sue peregrinazioni apostoliche.

Preghiera

     "Gloriosissimo  Sant’Antonio, a Voi,  che siete così confidente di Gesù Redentore e dispensiere della sue divine grazie,  mi rivolgo fiducioso per avere aiuto e conforto.
  Ho bisogno di una grazia… e ansiosamente l’aspetto per la Vostra intercessione.
    Confesso che non ne sono degno ma sento una grande fiducia perché tutti quelli che vogliono grazie da Voi le ottengono, e il mondo è pieno dei Vostri miracoli.
     Animato da questa fiducia Vi supplico ad esaudirmi. Amabilissimo Santo, per quelle carezze di Paradiso con cui il Bambino Gesù Vi ricolmava, esauditemi: per quella grazia con cui riempiva l’anima Vostra di lumi di Sapienza e di Virtù, esauditemi: per quel dono che Egli Vi comunicò di operare ogni sorta di prodigi, esauditemi: e finalmente per quella ineffabile gloria che ora godete in Cielo, esauditemi. Amen."

PADRE NOSTRO… AVE MARIA… GLORIA AL PADRE…


Andiamo a visitare il caro Gesù, che forse è solo e ci aspetta.
AVE MARIA!



lunedì 25 febbraio 2013

Era domenica.




Come un ciabattino, di domenica, provvedeva a un “millepiedi”...

Era domenica. Le campane suonavano invitando alla Santa Messa. Don Dolindo si recava dalla casa sua di via Salvator Rosa, alla via Salvatore Tommasi, nella chiesa-santuario dell’Immacolata di Lourdes in San Giuseppe dei Vecchi.

Era domenica. Un ciabattino, col deschetto fuori la bottega, martellava, incollava, si dava da fare intorno ad un paio di scarpe. Don Dolindo lo avvicina e, con la sua dolcezza abituale gli dice:  «Angioletto mio, lavorare di domenica! È il giorno del Signore, non si lavora anche di domenica!». «Padre – farfuglia confuso il ciabattino – è per il figlio mio! Negli altri giorni non posso lavorare per lui e lo faccio la domenica...». «Povero angioletto mio... beh, una volta tanto non dispiace al Signore!...», disse Don Dolindo. E proseguì la sua strada.

La domenica successiva. Stessa scena: toc-toc e il martello del ciabattino giù sulla forma, modellava un paio di scarpe. «Ma, angioletto, anche oggi lavorate!». «Padre è per il figlio mio!», disse il ciabattino... «E va bene... Dio vi benedica! Ma non mancate alla Messa».
Terza domenica. Il ciabattino all’opera, Don Dolindo di passaggio... «Ma ora non va bene, figlio mio! Vedete: un febbrone, se dura poco, passa e torna la buona salute ma se non finisce più indica che la malattia è grave!...». «Padre – risponde con faccia tosta il ciabattino – è per mio figlio!...». «Dio vi benedica!». E Don Dolindo prosegue con l’anima un po’ triste...

Quarta domenica. Il ciabattino, cocciuto, cuce sul deschetto un altro paio di scarpe... «Angioletto, angioletto... ma sapete che così violate la legge del Signore? Il buon Dio è dispiaciuto con voi!». E il ciabattino: «Padre, è per il figlio mio!». Allora Don Dolindo sbotta: «Ma io ignoravo, caro angioletto, che a casa avete un millepiedi!». E se ne andò senza dirgli altro.

<<Cor Mariæ Immaculatum,
intercede pro nobis>>