martedì 28 marzo 2017

Son muchos, en la Iglesia, los que hacen su negocio


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27 marzo 2017


«Quitad de aquí todo eso y no hagáis de la casa de mi padre casa de contratación» (Jn 2, 16).
La Iglesia es la obra del Espíritu del Padre y del Hijo. La Iglesia no es la obra de los hombres, puesto que en la Iglesia todo se fundamenta en la verdad, en la verdad que viene de Dios, no en la verdad que el hombre encuentra en su mente humana.
El hombre que no construye la Iglesia de Cristo en la verdad divina, entonces hace de la Iglesia un negocio según la verdad de su inteligencia humana. Y, por tanto, ese hombre, ya sea fiel, ya sea Jerarquía, está haciendo de la Iglesia una obra humana, que puede ser en lo humano buena, e incluso perfecta, pero para Dios no está construyendo la iglesia, no está haciendo una obra divina, no mete a las almas en la perfección de Dios; sino que hace que las almas transcurran, vivan, se muevan en un camino humano y para una vida humana, para una verdad que nace del hombre, no de Dios.
La Iglesia es la obra de la verdad divina, obra que todo hombre que sea fiel a la Palabra de Dios tiene que realizar en Ella. Si el hombre no conoce esa verdad divina, si el hombre no cumple con los mandamientos de Dios -que son una verdad divina-, si el hombre no cree en los dogmas que la Iglesia ha puesto, si no sigue el magisterio auténtico e infalible de la Iglesia, si el hombre no es fiel a los sacramentos en la Iglesia, si el hombre no es fiel a la oración, ni a la penitencia, ni a una vida espiritual, entonces el hombre, por más que esté en la Iglesia con un apostolado, por más que el hombre celebre una misa, o rece un rosario, o realice cualquier otra cosa, el hombre -al fin- construye su Iglesia a su manera, como lo entiende en su mente humana, según su vida y sus obras humanas. Y aparece ante el mundo, entonces, una iglesia fabricada por los hombres, que no es la Iglesia de Cristo, que no es la Iglesia de la Verdad, la que se levanta en la Roca de la Verdad, que es Cristo Jesús.
Esto es muy común en la Iglesia en toda su historia: la lucha entre el hombre y Dios, la lucha entre la voluntad del hombre y la voluntad de Dios. El hombre en la Iglesia quiere seguir la Voluntad de Dios, pero le cuesta quitar, le cuesta renunciar a su voluntad humana, a sus miras humanas.
Por eso, el hombre, para hacer la voluntad de Dios, tiene que obedecer con su mente humana la verdad divina. Y ese obedecer con la mente humana la verdad divina significa obrar esa verdad. No es solamente un asentimiento intelectual, no es solamente un saber la teología, un saberse el catecismo, un saberse los dogmas, un saberse las leyes del derecho canónico.
Obedecer a Dios significa obrar su voluntad, obrar lo que Él quiere. Y para eso es necesario poner la mente humana en el suelo. Y este poner la mente humana en el suelo no significa no entender las cosas, no significa no tener conocimientos teológicos o conocimientos de otros tipos en la Iglesia. Poner la mente humana en el suelo significa: creer en la verdad que Dios dice o que Dios manda en Su Palabra; creer sin razonarla, creer sin interpretar esa verdad, sin interpretar el dogma o el magisterio de la Iglesia.
Es muy común, hoy día, en la Iglesia que los hombres conozcan la teología, conozcan lo que dice el dogma y, sin embargo, nadie lo pone en práctica, nadie lo obra en la vida eclesial. Y, por eso, todos siguen a un falso papa en su lenguaje humano.
Y eso es hacer un negocio en la Iglesia con la mente humana, con el lenguaje humano, con la teología de turno, con toda clase de pensamientos erróneos, que señalan la herejía y el engaño en la Iglesia.
Los fieles y la jerarquía en la Iglesia, con mucha frecuencia, hacen su negocio particular en ella. Utilizan lo sagrado, utilizan las cosas espirituales, como la oración, las penitencias, las limosnas, las obras de misericordia, etcétera, porque es bueno para su negocio en la Iglesia.
Asisten a grupos de oración, o van a la misa, siguiendo una estructura mental, siguiendo su punto de vista, haciendo muchas cosas porque lo dice el hombre, porque lo dice el sacerdote o lo manda el obispo.
Es decir, en la Iglesia se suele estar por una cosa oficial, por un mandato oficial, por una verdad que viene de un entendimiento humano, o por un lenguaje humano que sale de un diálogo entre los fieles o entre la jerarquía. Pero las almas, en la Iglesia, les cuesta estar, les cuesta ser Iglesia o levantar o construir la iglesia siguiendo una verdad divina, siguiendo el dogma, siguiendo la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura o en la voz de los profetas.
La Iglesia se construye siguiendo al Espíritu de la Iglesia, no siguiendo los dictados de los hombres, o los dictados oficiales de la jerarquía, o el lenguaje humano que sale de una encíclica o de un pensamiento teológico.
La Iglesia es la obra de la verdad divina. Y esto es lo que cuesta entender. Esta obra de la verdad divina.
Porque esta obra es una obra divina en la vida humana, en lo humano de la persona, en su existencia humana. Si el hombre en su vida, en su existencia, hace su obra humana, aunque ésta sea buena y perfecta, esa obra humana no construye, no levanta la iglesia. La Iglesia es para hacer una obra divina, puesto que es divina. Y se pertenece a la Iglesia para realizar esa obra divina. No se pertenece a la Iglesia porque tengo un bautismo, o porque voy a misa los domingos, o porque hago algún apostolado en la Iglesia. Se es Iglesia, se pertenece a la Iglesia, en la práctica, haciendo la obra que Dios quiere en Ella. ¡Cuántos hay en la Iglesia que están bautizados, o que van a misa los domingos, o que hacen multitud de apostolados, y sin embargo no son Iglesia, no pertenecen a la Iglesia, no están construyendo la Iglesia, porque, sencillamente, no hacen la voluntad de Dios, no obedecen a Dios, sino que se obedecen a sí mismos o a los hombres.
Esto es lo que cuesta entender: ¿cómo si voy a misa los domingos, o si hago mi oración y penitencia, o porque conozco la teología o el derecho canónico y lo pongo en práctica en la vida eclesial, cómo si hago todo esto, sin embargo, no estoy haciendo la voluntad de Dios en la Iglesia, y no estoy construyendo la iglesia que Dios quiere?
Porque la Iglesia es la obra del Espíritu, no es nuestra obra humana, aunque parezca muy buena y perfecta.
En la Iglesia se hace aquello que el Espíritu quiere que se haga. Y esto es lo que cuesta reconocer por los hombres, porque los hombres están metidos en su entendimiento humano, y no creen en el Espíritu, no creen en el pensamiento del Espíritu ni en la obra del Espíritu en la Iglesia.
Son muchos los hombres, son muchos los católicos, que no creen en la realidad del Espíritu, que no hacen diferencia entre alma y espíritu. Son muchos los católicos que niegan la realidad del espíritu en la naturaleza del hombre, y sólo se quedan con su alma. Y en su alma, su entendimiento humano. Por eso, muchos ven al hombre como una mente, y sólo como una mente que piensa. Pero no ven al hombre como un ser espiritual, que está por encima de su mente humana, que puede pensar cosas, ideas, que no nacen de su mente humana, y que provienen del Espíritu de Dios. Muchos, al no creer en el Espíritu divino, están negando la Voluntad de Dios de manera radical, la están cortando de raíz en sus vidas, haciendo de su vida eclesial, haciendo de su vida de fe, de su fe, un producto intelectual, algo que nace solamente de su raciocinio, de su idea que han adquirido con su mente humana.
Y, por eso, son muchos, en la Iglesia, los que hacen su negocio siguiendo su mente humana, siguiendo su lenguaje humano, siguiendo sus obras humanas, sus apostolados variados. Y se apoyan, con su mente humana, en las verdades de fe, en las verdades divinas, en los dogmas, porque los conocen intelectualmente, se apoyan en el magisterio de la Iglesia, pero para interpretarlo todo según su mente humana, y así construyen una vida eclesial que es válida sólo según su mente humana, que es válida para ellos, pero no que no es válida para Dios, ni tampoco para las demás almas.
Por eso, hay en la Iglesia tantos grupos, tantas asociaciones, tantas comunidades, que a pesar de estar aprobadas oficialmente por la Iglesia, por la jerarquía de la Iglesia, y por papas legítimos y verdaderos, sin embargo, no son Iglesia, porque no dan la vida verdadera en el Espíritu, no hacen caminar a las almas por el camino del Espíritu, sino que llevan a los hombres por el camino de su negocio humano en la Iglesia.
La Iglesia, hoy día, se ha convertido en un lugar de encuentro entre los hombres, en una estructura en donde los hombres hablan de muchas cosas, dialogan entre sí y llegan a sus acuerdos humanos, pero que, sin embargo, muestran la realidad de una iglesia sin verdad, de una Iglesia sin fe, de una Iglesia sin un objetivo divino en sus obras humanas. No hay un fin divino, espiritual, en la Iglesia que contemplamos oficialmente, la que es visible en las parroquias. Y, por eso, es una iglesia que sólo sirve para condenar a los hombres, aunque se hagan obras maravillosas, buenas y perfectas, puesto que esta Iglesia no ofrece a los hombres la vida espiritual, la vida en el Espíritu, no muestra el camino de salvación ni de santificación a las almas. Sólo muestra el camino propio de la mente humana, de las obras humanas y de la vida humana. Camino que no puede salvar ni santificar a las almas.

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