lunedì 10 dicembre 2012

Jardín


5 de julio

Dice Jesús:

«Mi Iglesia es similar a un gran jardín que circunda el palacio de un gran rey.

El rey, por motivos suyos, no sale del palacio y por ello, tras haber sembrado las flores y las plantas más hermosas, ha delegado a un jardinero para tutelar su Iglesia. El jardinero, a su vez, tiene muchos ayudantes que le auxilian.

En el jardín hay flores y plantas de todas las especies. 
El rey desparramó sobre los plantíos, para hacerlos fértiles, todas las sustancias fertilizantes, y antaño florecían sólo flores y plantas útiles y bellas. 
En el centro del jardín hay una fuente con siete caños que lanza sus canales por doquier y alimenta y restaura plantas y flores.

Pero el Maligno, en la ausencia del rey, ha entrado y a su vez ha esparcido semillas nocivas. 
De modo que ahora el jardín presenta un aspecto desordenado, para no decir desolador. Malas hierbas, es­pinosas, venenosas, se han extendido donde antes había márgenes, parterres, matorrales bellísimos, y los han sofocado o convertido en gramilla porque han absorbido la linfa de la tierra e impedido al sol descender sobre las plantitas.

El jardinero y sus ayudantes se afanan en limpiar, extirpar, y en­derezar las plantitas plegadas bajo el peso de las otras malas. Pero si trabajan acá, el Maligno trabaja allá, y así el jardín continúa pre­sentando su aspecto desolado. Serpientes, sapos, babosas aprove­chan el desorden para anidarse, para roer, para babear. Acá y allá alguna planta robusta lo resiste todo y florece alta hacia el cielo; algún parterre también, especialmente si es de lirios y rosas. Pero los hermosos rebordes de margaritas pequeñitas y de violetas están casi completamente cancelados.

Cuando el rey venga, no reconocerá ya su hermoso jardín que se ha hecho salvaje y con ira arrancará las yerbas, aplastará los ani­males escurridizos, cogerá las flores que queden y se las llevará a su palacio, eliminando el jardín para siempre.

     Ahora, atenta a la explicación.

El rey es Jesucristo. El jardín es su Iglesia militante. El jardine­ro es mi Pedro, y sus ayudantes son los sacerdotes. Los flores y las plantas, los consagrados fieles, los bautizados. Las sustancias fertilizantes, las virtudes y sobre todo mi Sangre, esparcida totalmente para fecundar el mundo y hacer fértil la tierra para la simiente de vida eterna. La fuente son los siete sacramentos. Las semillas noci­vas son los vicios, las pasiones, los pecados sembrados por Satanás en su odio hacia Mí.

El desorden está producido por el hecho de que las plantas bue­nas no han reaccionado y se han dejado sofocar por las malas que anulan el beneficio de mi Sangre, de mis Sacramentos, del Sol de la gracia.

El Sumo Jardinero y sus pocos, verdaderos ayudantes, no logran poner orden por la mala voluntad de las plantas buenas, por su pe­reza espiritual, y por la mala voluntad y pereza de muchos falsos jardineros que no se afanan en el santo trabajo de cultivar, ayudar, enderezar las almas.

Las serpientes, los sapos y las babosas son las tentaciones. 
Si todos los jardineros fueran diligentes y si todas las plantas estuvie­ran vigilantes, estos serían aplastados. 
En cambio las almas no piden ayuda a la iglesia cuando comprenden que la tentación es más fuerte que ellas, y los eclesiásticos no acuden, no todos, cuando una de las pobres almas, que Yo he pagado con mi Dolor y rescatado por anticipado con mi Sangre, pide auxilio.


Las plantas buenas que resisten son los verdaderos sacerdotes: desde mi Vicario, Jardinero Sumo y sumo árbol que alza hasta el cielo su copa intrépida y recta, hasta los sacerdotes sencillos que han permanecido sal de la tierra.

Los plantíos, especialmente de rosas y lirios, son las almas vir­ginales y las almas amantes. Pero los rebordes de pequeñas marga­ritas: la inocencia, y de violetas: la penitencia, muestran un aspecto desolador. La inocencia nace y florece, pero enseguida desaparece, porque la malicia, la lujuria, el vicio, la imprudencia, la destruyen. 
La penitencia es secada literalmente por la gramilla de la tibieza. Sólo resiste algún ejemplar. Y es ese ejemplar el que perfuma, con olor de purificación, un amplio radio del jardín de las miasmas del Mal.


Cuando Yo venga, en mi hora terrible, arrancaré, pisaré, destrui­ré las hierbas malditas y los parásitos malditos, eliminaré el jardín del universo, llevando conmigo, al interior de mi palacio, las plantas benditas, las benditas flores que han sabido resistir y florecer para mi alegría.

¡Ay de aquellos que sean desarraigados de Mí y lanzados al reino de Mamona, que han preferido el malvado sembrador al Sembrador divino; y ay de aquellos que han preferido escuchar la voz de las serpientes y de los sapos y el beso de las babosas a la voz de mis án­geles y el beso de mi gracia. Mejor hubiera sido para ellos no haber nacido nunca!

Pero alegría, alegría eterna para quienes me han permanecido siervos buenos, fieles, castos, enamorados. Y alegría, aún mayor, para quienes han querido ser doblemente mis seguidores tomando como propio camino las vías del Calvario, para cumplir en su cuerpo lo que falta aún a la eterna pasión de Cristo. Sus cuerpos glorifica­dos resplandecerán como soles en la vida eterna porque se habrán nutrido con mi doble pan: Eucaristía y Dolor, y habrán aumentado con su sangre el gran lavado iniciado por Jesucristo, la cabeza, y se­guido por ellos, los miembros, para limpiar a los hermanos y dar gloria a Dios».


***

Digo más tarde a Jesús: "No comprendo este pasaje del Evange­lio (cap. 2, v. 23-25, S. Juan), y Él me explica así:
«El hombre es el eterno salvaje y el eterno niño. Para ser atraído y seducido, especialmente en lo bueno -porque su naturaleza vicia­da le lleva fácilmente a aceptar el mal y difícilmente a aceptar el bien- necesita una farándula de prodigios. El prodigio le sacude y le exalta. Es un empujón que le impulsa al borde del Bien.
Al borde, he dicho. Yo sabía que los que creían por mis milagros estaban en los bordes. Estar allí no quiere decir estar en mi Camino. Quiere decir ser espectadores curiosos o interesados, preparados para alejarse cuando cesa la utilidad y se perfila un peligro, y a con­vertirse en acusadores y enemigos como antes se habían mostrado admiradores y amigos. El hombre es ambiguo, hasta que no es com­pletamente de Dios.
Yo veo en el fondo de los corazones. Por eso no me he fiado de los admiradores de una hora, de los creyentes del instante. Éstos no habrían sido los verdaderos confesores, mis testigos. Ni Yo necesita­ba testigos. Mis obras daban testimonio por Mí y testimoniaba el Padre, Aquel que eternamente es Perfección y Verdad.
He aquí el por qué Juan dice: que no necesitaba que otros dieran testimonio de Mí. Otros que no fueran el Padre y Yo mismo.
En el hombre no arraiga la verdad, por eso su testimonio no es veraz y duradero. Muchos fueron los que creyeron, pocos los que perseveraron, poquísimos los que testimoniaron durante toda su vida, y con la muerte, que Yo soy el Mesías, Hijo verdadero de Dios verdadero.
¡Beatísimos para siempre éstos!».

***

Dice Jesús:
"Mi Iglesia es semejante a un extenso jardín que rodea el palacio de un gran rey.
El rey, por motivos personales, no sale del palacio y,
por eso, después de haber sembrado las flores y plantas
más bellas, delegó en un jardinero la tutela de su Iglesia.
El rey, por motivos personales, no sale del palacio y, por eso, después de haber sembrado las flores y plantas más bellas, delegó en un jardinero la tutela de su Iglesia. El jardinero, a su vez, tiene muchos ayudantes que cooperan con él.
En el centro del jardín hay una fuente de siete caños
que manda sus canales en todas las direcciones con los
que alimenta y refresca plantas y flores.
Hay en el jardín flores y plantas de todas las especies. Para fertilizarlas, esparció el rey toda clase de sustancias fertilizantes y así, de consuno, florecían únicamente flores y plantas útiles y bellas. En el centro del jardín hay una fuente de siete caños que manda sus canales en todas las direcciones con los que alimenta y refresca plantas y flores.
Mas el Maligno, en ausencia del rey entró y esparció,
a su vez, semillas nocivas; de modo que el jardín presenta
ahora un aspecto desordenado, por no decir desolado
Mas el Maligno, en ausencia del rey entró y esparció, a su vez, semillas nocivas; de modo que el jardín presenta ahora un aspecto desordenado, por no decir desolado. Malezas malsanas, espinosas, venenosas se han extendido por donde antes había orlas, arriates, plantas bellísimas, sofocándolas o empobreciéndolas al absorber la humedad de la tierra e impidiendo al sol llegar hasta las plantas diminutas.
El jardinero y sus ayudantes se afanan en escamondar, extirpar y enderezar las pequeñas plantas dobladas al peso de otras malsanas. Mas si ellos trabajan por un lado, el Maligno lo hace por otro y así el jardín presenta siempre un aspecto de desolación. Serpientes, sapos, limazas se aprovechan del desorden para anidar, roer y babosear. Aquí y allá alguna planta robusta resiste a todo y florece irguiéndose hacia el cielo; incluso algún que otro bancal, en especial si es de lirios y rosas. Mas las orlas preciosas de las margaritas y de las violetas se encuentran casi del todo destruidas.
Cuando venga el rey, ya no conocerá su hermoso jardín
convertido en una selva y arrancará con ira
las malezas, ...
Cuando venga el rey, ya no conocerá su hermoso jardín convertido en una selva y arrancará con ira las malezas, destruirá los animales inmundos, recogerá las flores que hayan quedado y las llevará a su palacio, terminando para siempre con su jardín.

Atiende ahora a la explicación
El rey es Jesucristo. El jardín su Iglesia militante. El
jardinero es mi Padre y los sacerdotes sus ayudantes
El rey es Jesucristo. El jardín su Iglesia militante. El jardinero es mi Padre y los sacerdotes sus ayudantes. Las flores y las plantas son los fieles consagrados y los bautizados. Las sustancias fertilizantes las virtudes y, sobre todo, mi Sangre, derramada toda ella para fecundar el mundo y fertilizar la tierra con la semilla de vida eterna. La fuente la constituyen los siete sacramentos. Las semillas nocivas son los vicios, las pasiones y los pecados sembrados por Satanás en odio a Mí.
El desorden se ha producido por no haber reaccionado
las plantas buenas
El desorden se ha producido por no haber reaccionado las plantas buenas y haberse dejado sofocar por aquellas otras perniciosas que hacen inútil el beneficio de mi Sangre, de mis Sacramentos y del Sol de la gracia.
El Supremo Jardinero y sus pocos verdaderos ayudantes
no se atreven a poner orden
El Supremo Jardinero y sus pocos verdaderos ayudantes no se atreven a poner orden por la mala voluntad de las plantas buenas, por El desorden se ha producido por no haber reaccionado las plantas buenas su pereza espiritual y por la mala voluntad y pereza de muchos falsos jardineros que no se afanan en la labor santa de cultivar, asistir y enderezar las almas.
Las serpientes, los sapos y las limazas son las tentaciones.
Si todos los jardineros fuesen diligentes y todas las
plantas vigilantes, desparecerían todos
Las serpientes, los sapos y las limazas son las tentaciones. Si todos los jardineros fuesen diligentes y todas las plantas vigilantes, desparecerían todos. Por el contrario, las almas no llaman en su auxilio a la Iglesia cuando comprenden que la tentación es más fuerte que ellas y los eclesiásticos no acuden, no todos, cuando una de esas pobres almas que Yo pagué con mi Dolor y redimí anticipadamente con mi Sangre, pide socorro.
Las plantas buenas que resisten son los verdaderos
sacerdotes
Las plantas buenas que resisten son los verdaderos sacerdotes: desde mi Vicario, Supremo Jardinero y árbol el más alto que eleva al cielo su copa intrépida y erguida, hasta los simples sacerdotes que vienen a ser la sal de la tierra.
Los bancales, en especial los de las rosas y lirios, son
las almas virginales y las almas amantes...
Los bancales, en especial los de las rosas y lirios, son las almas virginales y las almas amantes. Ahora bien, las orlas de las margaritas: la inocencia, y las de las violetas: la penitencia, presentan un aspecto desolador. La inocencia nace y florece, pero en seguida desaparece porque la malicia, la lujuria, el vicio, la imprudencia la destruyen. La penitencia se encuentra literalmente agostada por la grama de la tibieza. Sólo resiste algún que otro ejemplar que perfuma con aroma purificador un extenso radio del jardín contrarrestando los miasmas del Mal.
Cuando Yo venga en mi hora terrible, arrancaré,
estrujaré, destruiré las hierbas y parásitos malditos
Cuando Yo venga en mi hora terrible, arrancaré, estrujaré, destruiré las hierbas y parásitos malditos; haré desaparecer el jardín del universo llevando conmigo al interior de mi palacio las plantas y las flores benditas que supieron resistir y florecer para mi gozo.
Y ¡ay de aquellos que han de ser apartados de Mí y lanzados
al reino de Mammón, el sembrador malvado, que lo
prefirieron al Sembrador divino!
Y ¡ay de aquellos que han de ser apartados de Mí y lanzados al reino de Mammón, el sembrador malvado, que lo prefirieron al Sembrador divino! ¡Ay de aquellos que prefirieron escuchar la voz de las serpientes y de los sapos y el beso de las limazas a la voz de mis ángeles y al beso de mi gracia! ¡Fuera mejor para ellos que nunca hubiesen nacido!
Por el contrario, gozo, gozo eterno para aquellos que
me hayan permanecido siervos buenos, fieles, castos
y enamorados.
Por el contrario, gozo, gozo eterno para aquellos que me hayan permanecido siervos buenos, fieles, castos y enamorados. Y gozo todavía mayor para los que quisieron ser doblemente seguidores míos marchando por las sendas del Calvario durante su vida a fin de completar en su cuerpo cuanto aún falta a la pasión eterna de Cristo. Y sus cuerpos glorificados resplandecerán como soles en la vida eterna porque se habrán nutrido de mi doble pan: la Eucaristía y el Dolor y habrán acrecido con su sangre la gran ablución iniciada por Jesús, la cabeza, y continuada por ellos, los miembros, a fin de purificar a los hermanos y dar gloria a Dios."

Cor Mariæ Immaculatum, intercede pro nobis

AKITA!




Messaggio del 13 ottobre 1973 
(terza e ultima apparizione)

"Mia cara figlia, ascolta bene ciò che ho da dirti. Ne informerai il tuo superiore".

Dopo un attimo di silenzio la Madonna continua dicendo:

"Come ti ho detto, se gli uomini non si pentiranno e non miglioreranno se stessi, il Padre infliggerà un terribile castigo su tutta l’umanità. Sarà un castigo più grande del Diluvio, tale come non se ne è mai visto prima. Il fuoco cadrà dal cielo e spazzerà via una grande parte dell’umanità, i buoni come i cattivi, senza risparmiare né preti né fedeli. I sopravvissuti si troveranno così afflitti che invidieranno i morti. Le sole armi che vi resteranno sono il Rosario e il Segno lasciato da Mio Figlio. Recitate ogni giorno le preghiere del Rosario. Con il Rosario pregate per il Papa, i vescovi e i preti.

L’opera del diavolo si insinuerà anche nella Chiesa in una maniera tale che si vedranno cardinali opporsi ad altri cardinali, vescovi contro vescovi. I sacerdoti che mi venerano saranno disprezzati e ostacolati dai loro confratelli…chiese ed altari saccheggiati; la Chiesa sarà piena di coloro che accettano compromessi e il Demonio spingerà molti sacerdoti e anime consacrate a lasciare il servizio del Signore. Il demonio sarà implacabile specialmente contro le anime consacrate a Dio. Il pensiero della perdita di tante anime è la causa della mia tristezza. Se i peccati aumenteranno in numero e gravità, non ci sarà perdono per loro.

Con coraggio, parla al tuo superiore. Egli saprà come incoraggiare ognuna di voi a pregare e a realizzare il vostro compito di riparazione. E’ il vescovo Ito, che dirige la vostra comunità".

E dopo aver sorriso aggiunge:
"Hai ancora qualcosa da chiedere? Oggi sarà l’ultima volta che io ti parlerò in viva voce. Da questo momento in poi obbedirai a colui che ti è stato inviato e al tuo superiore.
Prega molto le preghiere del Rosario. Solo io posso ancora salvarvi dalle calamità che si approssimano. Coloro che avranno fiducia in me saranno salvati".
*

Le informazioni sulle apparizioni di Akita sono tratte dalle seguenti fonti:
"The Thunder Of Justice" di Ted and Maureen Flynn, MaxKol Communications, Inc.;"The Woman and the Dragon - Apparitions of Mary" di David M. Lindsey, Pelican Publishing Company;
"La Dame de tous les Peuples" di Raoul Auclair in Le Royaume, n° 55;
"Apparitions of Our Lady", "The Community of the Lady of All Peoples", "Apparitions of Jesus and Mary", " Miracle of the Rosary Mission" e "Medjugorje Miracles and Wonders".



Cor Mariæ Immaculatum, intercede pro nobis

Francesco: Padre dei poveri e povero lui stesso




CAPITOLO XXVIII
SPIRITO Dl CARITÀ
E AFFETTUOSA COMPASSIONE VERSO I POVERI.
EPISODIO DELLA PECORA E DEGLI AGNELLINI


453 76. Padre dei poveri e povero lui stesso, Francesco, facendosi povero con i poveri
non poteva sopportare senza dolore di vedere qualcuno più povero di lui, non per
orgoglio, ma per intima compassione, e sebbene non vestisse che una sola tonaca misera e
rozza, spesso bramava spartirla con qualche bisognoso. Ma poiché era un povero
ricchissimo, spinto dalla sua struggente compassione, per poter aiutare i poveri, quando il
tempo era gelido, ricorreva ai ricchi chiedendo a prestito un mantello o altri indumenti. Se
questi glieli davano con maggior entusiasmo di quello con cui egli li domandava,
dichiarava: «Accetto di riceverli, ma a condizione che non vi aspettiate mai più di riaverli
». E col cuore esultante ne rivestiva il primo indigente che gli capitasse di incontrare.



454 Qualunque parola offensiva pronunciata contro i poveri lo feriva al cuore, e non

poteva soffrire che qualcuno insultasse o maledicesse qualunque creatura di Dio. Un
giorno udì un frate fare una insinuazione ad un poveretto che supplicava l'elemosina:
«Non vorrei che tu fossi ricco e ti fingessi bisognoso!». Come l'udì il padre dei poveri, san
Francesco, rimproverò molto duramente il frate che aveva pronunciato quelle parole, e gli
ordinò di spogliarsi davanti al mendicante e di chiedergli perdono, baciandogli i piedi. Era
solito dire: «Chi tratta male un povero fa ingiuria a Cristo, di cui quello porta la nobile
divisa, e che per noi si fece povero in questo mondo»(2Cor 8,9). Spesso perciò, incontrando
qualche povero con carichi di legna o altri pesi, prendeva sulle sue spalle quei pesi,
sebbene fosse assai debole.


455 77. La sua carità si estendeva con cuore di fratello non solo agli uomini provati dal
bisogno, ma anche agli animali senza favella, ai rettili, agli uccelli, a tutte le creature
sensibili e insensibili. Aveva però una tenerezza particolare per gli agnelli, perché nella
Scrittura Gesù Cristo è paragonato, spesso e a ragione, per la sua umiltà al mansueto
agnello. Per lo stesso motivo il suo amore e la sua simpatia si volgevano in modo
particolare a tutte quelle cose che potevano meglio raffigurare o riflettere l'immagine del
Figlio di Dio.


456 Attraversando una volta la Marca d'Ancona, dopo aver predicato nella stessa città, e
dirigendosi verso Osimo, in compagnia di frate Paolo, che aveva eletto ministro di tutti i
frati di quella provincia, incontrò nella campagna un pastore, che pascolava il suo gregge
di montoni e di capre. In mezzo al branco c'era una sola pecorella, che tutta quieta e umile
brucava l'erba. Appena la vide, Francesco si fermò, e quasi avesse avuto una stretta al
cuore, pieno di compassione disse al fratello: «Vedi quella pecorella sola e mite tra i
caproni? Il Signore nostro Gesù Cristo, circondato e braccato dai farisei e dai sinedriti,
doveva proprio apparire come quell'umile creatura. Per questo ti prego, figlio mio, per
amore di Lui, sii anche tu pieno di compassione, compriamola e portiamola via da queste
capre e da questi caproni ».


78. Frate Paolo si sentì trascinato dalla commovente pietà del beato padre; ma non

possedendo altro che le due ruvide tonache di cui erano vestiti, non sapevano come
effettuare l'acquisto; ed ecco sopraggiungere un mercante e offrir loro il prezzo necessario.
Ed essi, ringraziandone Dio, proseguirono il viaggio verso Osimo prendendo con sé la
pecorina. Arrivati a Osimo si recarono dal vescovo della città, che li accolse con grande
riverenza. Non seppe però celare la sua sorpresa nel vedersi davanti quella pecorina che
Francesco si tirava dietro con tanto affetto. Appena tuttavia il servo del Signore gli ebbe
raccontato una lunga parabola circa la pecora, tutto compunto il vescovo davanti alla
purezza e semplicità di cuore del servo di Dio, ne ringraziò il Signore. Il giorno dopo,
ripreso il cammino, Francesco pensava alla maniera migliore di sistemare la pecorella, e
per suggerimento del fratello che l'accompagnava, l'affidò alle claustrali di San Severino,
che accettarono il dono della pecorina con grande gioia come un dono del cielo, ne ebbero
amorosa cura per lungo tempo, e poi con la sua lana tesserono una tonaca che mandarono
a Francesco mentre teneva un capitolo alla Porziuncola. Il Santo l'accolse con devozione e
festosamente si stringeva la tonaca al cuore e la baciava, invitando tutti ad allietarsi con
lui.

457 79. Un altro giorno, pellegrinando per la stessa Marca, con il medesimo frate Paolo,
che era ben felice d'accompagnarlo, si imbatterono in un uomo che portava al mercato due
agnelli da vendere, legati, belanti e penzolanti dalle spalle. All'udire quei belati, il servo di
Dio, vivamente commosso, si accostò, accarezzandoli, come suol fare una madre con i
figlioletti che piangono, con tanta compassione e disse al padrone: «Perché tormenti i miei
fratelli agnelli, tenendoli così legati e penzolanti?». Rispose: «Li porto al mercato e li
vendo: ho bisogno di denaro». E Francesco: «Che ne avverrà?». E quello: «I compratori li
uccideranno e li mangeranno». Nell'udire questo il Santo esclamò: «Non sia mai! Prendi
come compenso il mio mantello e dammi gli agnelli ».
Quell'uomo fu ben felice di un simile baratto, perché il mantello, che Francesco aveva
ricevuto a prestito da un uomo proprio quel giorno per ripararsi dal freddo, valeva molto
di più delle due bestiole. Ma ricevuti gli agnellini, il Santo di nuovo si rese conto del
problema imbarazzante: «Come provvedervi? » e, per consiglio di frate Paolo, li restituì al
padrone, raccomandandogli di non venderli, di non recar loro danno alcuno, ma di
mantenerli e custodirli con cura.


LAUDETUR  JESUS  CHRISTUS!
LAUDETUR  CUM  MARIA!
SEMPER  LAUDENTUR!


L'abito fa il prete, ma... il prete deve avere un'anima


talare


  
CHIESA: L'abito fa il prete

Chiesa
Una circolare interna a firma del cardinale Bertone invita tutti gli ecclesiastici che lavorano nella Santa Sede a usare la talare nera o il clergyman

L’abito deve fare il monaco, almeno in Vaticano. Lo scorso 15 ottobre il cardinale Tarcisio Bertone, Segretario di Stato, ha firmato una circolare inviata a tutti gli uffici della curia romana per ribadire che sacerdoti e religiosi devono presentarsi al lavoro con l’abito proprio, e cioè il clergyman o la talare nera. E nelle occasioni ufficiali, specie se in presenza del Papa, i monsignori non potranno più lasciare ad ammuffire nell’armadio la veste con i bottoni rossi e la fascia paonazza.

Un richiamo alle norme canoniche che rappresenta un segnale preciso, di portata probabilmente maggiore rispetto ai confini d’Oltretevere: nei sacri palazzi, infatti, i preti che non vestono da preti sono piuttosto rari. Ed è probabile che il richiamo ad essere più ligi e impeccabili, anche formalmente, debba servire da esempio per chi viene da fuori, per i vescovi e i preti di passaggio a Roma. Insomma, un modo di parlare a nuora perché suocera intenda e magari faccia altrettanto.

Il Codice di Diritto Canonico stabilisce che «i chierici portino un abito ecclesiastico decoroso» secondo le norme emanate dalle varie conferenze episcopali. La Cei ha stabilito che «il clero in pubblico deve indossare l’abito talare o il clergyman», cioè il vestito nero o grigio con il colletto bianco. Il nome inglese rivela la sua origine nell’aerea protestante anglosassone: è entrato in uso anche per gli ecclesiastici cattolici, all’inizio come concessione per chi doveva viaggiare.

La Congregazione vaticana del clero, nel 1994, spiegava le motivazioni anche sociologiche dell’abito dei sacerdoti: «In una società secolarizzata e tendenzialmente materialista» è «particolarmente sentita la necessità che il presbitero – uomo di Dio, dispensatore dei suoi misteri – sia riconoscibile agli occhi della comunità».

La circolare di Bertone chiede ai monsignori di indossare «l’abito piano», cioè la veste con i bottoni rossi, negli «atti dove sia presente il Santo Padre» come pure nelle altre occasioni ufficiali. Un invito rivolto anche ai vescovi ricevuti in udienza dal Papa, che d’ora in poi dovranno essere decisamente più attenti all’etichetta.

L’uso degli abiti civili per il clero è stato legato, in passato, a particolari situazioni, come nel caso della Turchia negli anni Quaranta o del Messico fino a tempi molto più recenti, con i vescovi abituati a uscire di casa vestiti come manager. L’usanza ha poi preso piede in Europa: non si devono dimenticare le ben note immagini del giovane teologo Joseph Ratzinger in giacca e cravatta scura negli anni del Concilio. Ma è soprattutto dopo il Vaticano II che la veste talare finisce in soffitta e il prete cerca di distinguersi sempre meno. Da anni ormai, soprattutto nei giovani sacerdoti, si registra però una decisa controtendenza. Una svolta «clerical» messa ora nero su bianco anche nella circolare del Segretario di Stato.

ANDREA TORNIELLI
CITTÀ DEL VATICANO

LAUDETUR  JESUS  CHRISTUS!
LAUDETUR  CUM  MARIA!
SEMPER  LAUDENTUR!

Rivelazioni - La pazienza con cui Dio sopporta i nostri difetti - La custodia del cuore. L’utilità della compassione. Riconoscenza per la grazia.



12 – La pazienza con cui Dio sopporta i nostri difetti


Ti rendo anche grazie, mio Dio, per un’altra visione non meno gradita che utile con la quale mi facesti conoscere con quanta pazienza Tu sopporti i nostri difetti, pur di vederci emendati e farci un giorno partecipi della tua beatitudine.
Una sera mi ero adirata, e la mattina seguente prima che facesse giorno, avendo avuto agio di darmi all’orazione, Tu mi apparisti sotto un aspetto insolito, come una persona estenuata di forze e priva di ogni soccorso.
Poiché mi rimordeva la coscienza per la caduta del giorno prima, cominciai a riflettere con dolore che indegna cosa fosse l’offendere Colui che è la santità e la pace seguendo l’impulso di una passione viziosa. E pensai che sarebbe stato meglio, anzi giunsi persino a desiderare, che Tu non fossi venuto in quell’ora (in quell’ora soltanto però!) in cui avevo il rimorso di non aver resistito al nemico che mi spingeva a sentimenti così contrari alla tua santità.
Ma ecco la risposta che Tu mi desti: «Come un malato che è riuscito a farsi portare ai raggi del sole si consola al sopraggiungere improvviso di un temporale, con la speranza del pronto ritorno del bel tempo, così Io, vinto dal tuo amore, voglio rimanere con te anche durante le tempeste delle tue passioni, in attesa che il pentimento riporti il sereno e ti diriga verso il porto dell’umiltà».
La mia lingua non vale ad esprimere quale abbondanza di grazia la prolungata tua presenza mi abbia elargito in quest’occasione! Possa supplirla, te ne prego, l’affetto del cuore, e da quell’abisso di umiltà in cui mi ha attirato la degnazione dell’amor tuo, m’insegni a far risalire verso la tua immensa misericordia la mia azione di grazie.

13 – La custodia del cuore


Confesso ancora al tuo amore, o Signore benignissimo, che anche in altro modo ti adoperasti per scuotere il mio torpore. Ti servisti bensì dapprima dell’intermediario di un’ altra persona, ma poi compisti da solo l’opera tua con non minor degnazione che misericordia.
Questa persona mi fece osservare che i primi a trovarti appena nato, secondo la narrazione del Vangelo, furono i pastori; e poi, da parte tua, mi disse che se desideravo veramente trovarti anch’io dovevo vegliare sui miei sensi come i pastori vegliavano sui loro greggi.
Non fui molto soddisfatta del consiglio. Lo trovavo inopportuno per me, perché sapevo che Tu mi inclinavi a servirti per amore e non già come un pastore mercenario serve il suo padrone.
Continuai a ripensarci tutto il giorno fino a Vespro con un senso di abbattimento spirituale, ed ecco che dopo Compieta, essendomi raccolta in preghiera al mio solito posto, Tu addolcisti con questo pensiero la mia tristezza: Una sposa può ben occuparsi di dar da mangiare ai falconi del suo sposo senza per questo venir privata delle tue carezze. Allo stesso modo anch’io se mi applicassi a custodir i miei sensi e i miei affetti, certo non per questo verrei privata della dolcezza della tua grazia.
Tu mi desti allora, sotto forma di una verga di fresco recisa, lo spirito del timore, affinché non allontanandomi mai neppure per un momento dalle tue braccia potessi, senza danno, attraversare le impervie contrade in cui sogliono smarrirsi gli affetti umani. Ed aggiungesti che se qualche cosa cercasse di far deviare i miei affetti, sia destra per mezzo della gioia e della speranza, sia a sinistra col dolore, il timore e la collera, subito mi servissi della verga del tuo timore e, richiamato al mio cuore per mezzo del raccoglimento dei sensi quell’affetto, lo penetrassi col calore della carità e te l’offrissi in saporoso sacrificio così come ti si offrirebbe il sacrificio di un agnellino appena nato.
Ahimè,ogni qualvolta da allora, spinta dalla mia malizia, dalla mia leggerezza e dalla mia vivacità nel parlare e nella’gire, ridavo la libertà a ciò che prima ti avevo offerto, sempre ho avuto l’impressione di strappartelo per così dire di bocca per darlo al tuo nemico. Eppure Tu, nel frattempo, continuavi a guardarmi con tanta serena bontà come se, non sospettando neppure il mio tradimento, Tu pensassi che io lo facessi per gioco.
Per tal via richiamasti sovente il mio cuore a tanta dolcezza di commozione e di pietà, da farmi persuasa che con nessuna minaccia avresti mai potuto indurmi a un desiderio di correzione e a un proposito di emendazione altrettanto grande e fermo.

14 – L’utilità della compassione


Una volta, nella Domenica precedente la Quaresima (1) mentre si intonava la Messa «Esto mihi…Sii per me un luogo di rifugio», credetti di intendere che, perseguitato e tormentato da molti tuoi nemici Tu mi chiedessi con le parole di questo Introito di accoglierTi e di lasciarTi riposare nel mio cuore. E per i tre giorni successivi, ogni qualvolta mi raccoglievo internamente, mi pareva di vederti riposare sul mio petto come un povero infermo. Non trovai in questi tre giorni nulla che potesse offriti un più alto sollievo che il darmi per amor tuo alla preghiera, al silenzio e alla mortificazione per la conversione di coloro che vivono secondo lo spirito del mondo.
(1) E cioè la Domenica di Quinquagesima.

15 – Riconoscenza per la grazia


Nella tua bontà ti degnasti rivelarmi con la luce della tua grazia che l’anima, finché rimane nel fragile involucro del corpo, si trova avvolta come in una nube, così come una persona racchiusa in un’angusta stanza sarebbe da ogni parte circondata dal vapore che in essa si producesse. Quando però il corpo viene colpito da qualche male, attraverso al membro paziente si infiltra nell’anima come un raggio di sole che mirabilmente la rischiara. Quanto più il male è esteso e grave, tanto più chiaro è il raggio di luce che inonda l’anima. Le ferite che il cuore incontra nell’esercizio dell’umiltà, della pazienza e simili, sono quelle che, toccando l’anima più profondamente e più da vicino, le apportano maggior copia di luce. Sovra ogni altra cosa però la rasserena e la rischiara la pratica delle opere di carità.
Grazie ti siano rese, o Amico degli uomini, di avermi in tal modo spesso attirata alla pratica della pazienza. Ma, ahimè, mille volte ahimè, ben raramente e ben poco ho corrisposto alla tua grazia e certo mai nel modo in cui avrei dovuto corrispondervi! Tu conosci, o Signore, il mio dolore, la mia confusione e il mio abbattimento al riguardo, e sai quanto il mio cuore desideri che altri supplisca alle mie deficienze.
Un’altra volta durante la Messa, mentre stavo per comunicarmi, avendomi Tu concesso di godere del solito della tua presenza, io mi sforzavo di capire che cosa potessi fare per ricambiare almeno in parte tanta tua degnazione. O Maestro sapientissimo: «Desideravo essere io stessa anatema per i miei fratelli» (Rm 9,3).
Io avevo ritenuto fino allora che, secondo quanto mi avevi lasciato credere, l’anima risiedesse soltanto nel cuore. Tu mi insegnasti in quel momento che essa risiede anche nel cervello cosa che poi ho trovata anche scritta, ma che prima non sapevo. Mi dicesti dunque esser cosa di grande merito se l’anima, abbandonata per amor tuo la dolcezza della fruizione affettiva, vigilasse alla custodia dei sensi esterni e si affaticasse nelle opere di carità a salvezza del prossimo.




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Cor Mariæ Immaculatum, intercede pro nobis

sabato 8 dicembre 2012

Gesù, Maria vi amo!


Gesù, Maria vi amo!
Salvate le anime dei sacerdoti,
salvate tutte le anime.


Vi preghiamo supplichevoli,
moltiplicate quest'atto d'amore
mille volte, ad ogni respiro,
ad ogni palpito.





Gesù ha promesso la salvezza di migliaia di anime,
ad ogni atto d'amore...



Immacolata Concezione


Immacolata, Vergine bella,
di nostra vita Tu sei la stella.
Fra le tempeste, Tu guida il cuore
di chi ti chiama stella d'amore.


Siam peccatori, ma figli tuoi:
Immacolata prega per noi. (bis)



Tu, che nel cielo siedi Regina,
a noi lo sguardo pietoso inchina;
ascolta, o Madre, il nostro canto,
a noi sorridi dal cielo santo.



La tua preghiera è onnipotente
Siccome il Cuore tuo clemente,
Sotto il tuo scettro Iddio s'inchina,
Deh! non sdegarci, nostra Regina,



Nel fier conflitto d'aspra tenzone,
Tu sola, e Dio, fughi aquilone,
Tu sola basti contro ogni armata,
Vergine bella Immacolata.



LAUDETUR  JESUS  CHRISTUS!
LAUDETUR  CUM  MARIA!
SEMPER  LAUDENTUR!

La proclamazione del dogma dell'Immacolata Concezione


La proclamazione del dogma
Alessandro Laudani

Estratto da: Roberto De Mattei, "Pio IX".

La proclamazione del dogma

Venerdì 8 dicembre 1854, fin dalle 6 di mattina fu aperta la Basilica di San
Pietro, che già alle 8 era gremita di popolo. Dalla Cappella Sistina, dove
erano radunati cinquantatré cardinali. quarantatré arcivescovi, novantanove
vescovi convenuti da tutto il mondo, la solenne processione liturgica giunse
fino all'altare papale, dove Pio IX celebrò solennemente la Santa Messa.

Al termine del canto del Vangelo in greco e in latino, il cardinale Macchi,
decano del Sacro Collegio, assistito dal più anziano degli arcivescovi e
vescovi latini, da un arcivescovo greco e uno armeno, si prostrò ai piedi
del Pontefice domandando, in lingua latina e con voce sorprendentemente
energica per i suoi 85 anni, il decreto <<che avrebbe cagionato gioia in
Cielo e il massimo entusiasmo sulla terra>>.


Dopo avere intonato il Veni Creator, il Papa si sedette sul trono e, tenendo
sul capo la tiara, lesse con tono grave e voce alta la solenne definizione
dogmatica: <<A onore della santa e individua Trinità, a gloria e ornamento
della Vergine Madre di Dio, per l'esaltazione della fede cattolica, e per
l'incremento della religione cristiana, con l'autorità del Signore Nostro
Gesù Cristo, dei beati Apostoli Pietro e Paolo, e Nostra, dichiariamo
pronunciamo e definiamo che la dottrina, la quale ritiene che la beatissima
Vergine Maria, nel primo istante della sua concezione per singolare grazia e
privilegio di Dio onnipotente, ed in vista dei meriti di Gesù Cristo
Salvatore del genere umano, sia stata preservata immune da ogni macchia di
colpa originale, è dottrina rivelata da Dio e perciò da credersi fermamente
e costantemente da tutti i fedeli
>>.
Dal momento in cui il cardinal decano fece la domanda per la promulgazione
del dogma fino al Te Deum che fu cantato dopo la solenne Messa, al segno
dato dal cannone in Castel Sant'Angelo, per lo spazio di un'ora, dalle
undici al mezzodì, tutte le campane di Roma suonarono a festa per celebrare
un giorno che, come scrive mons. Campana, <<sarà fino alla fine dei secoli
ricordato come uno dei giorni più gloriosi che figuri nella storia>> (...).

<<L'importanza di questo atto non può sfuggire a nessuno. Esso fu la più
solenne affermazione della vitalità della Chiesa, quando l'empietà
imperversante si lusingava di averla quasi distrutta>>.
Tutti i presenti affermano che, al momento solenne, Pio IX fu investito
dall'alto da un fascio di luce che ne illuminò il volto solcato di lacrime.

Mons. Piolanti, che ha studiato le testimonianze, afferma, alla luce della
sua lunga esperienza della Basilica Vaticana, che in nessun periodo
dell'anno, tanto meno di dicembre, da nessuna finestra della Basilica un
raggio di sole può scendere ad illuminare qualunque punto dell'abside nella quale si trovava Pio IX e concorda con la spiegazione suggerita dalla Madre Giulia Filippani, delle religiose del Sacro Cuore, presente in San Pietro con la famiglia al momento della definizione, secondo cui non era possibile spiegare naturalmente lo straordinario chiarore che illuminò il volto di Pio IX e tutta l'abside: <<Quella luce - essa testimonia - fu attribuita universalmente a causa soprannaturale>>.

A una religiosa che un giorno chiese al Pontefice che cosa avesse provato
nell'atto della definizione, lo stesso Pio IX così confidò i suoi
sentimenti: <<Quando incominciai a pubblicare il decreto dogmatico, sentivo la mia voce impotente a farsi udire alla immensa moltitudine [cinquantamila persone] che si pigiava nella Basilica Vaticana; ma quando giunsi alla formula della definizione, Iddio dette al suo Vicario tal forza e tanta soprannaturale vigoria, che ne risuonò tutta la Basilica; ed io fui tanto impressionato da tal soccorso divino che fui costretto sospendere un istante la parola per dare libero sfogo alle mie lagrime. 
Inoltre - soggiunse il
Papa - mentre Dio proclamava il dogma per la bocca del suo Vicario, Dio
stesso dette al mio spirito un conoscimento sì chiaro e sì largo della
incomparabile purezza della Santissima Vergine, che inabissato nella
profondità di questa conoscenza, cui nessun linguaggio potrebbe descrivere,
l'anima mia restò inondata di delizie inenarrabili, di delizie che non sono
terrene, né potrebbero provarsi che in Cielo. Nessuna prosperità, nessuna
gioia di questo mondo potrebbe dare di quelle delizie la minima idea; 
ed io
non temo affermare che il Vicario di Cristo ebbe bisogno di una grazia
speciale, per non morire di dolcezza sotto la impressione di cotesta
cognizione e di cotesto sentimento della bellezza incomparabile di Maria
Immacolata>>.

La definizione del dogma dell'Immacolata suscitò uno straordinario
entusiasmo nel mondo cattolico, dimostrando quanto ancora fosse vivo il
sentimento della fede in un secolo aggredito dal razionalismo e dal
naturalismo. <<Dopo la definizione del Concilio di Efeso intorno alla divina maternità di Maria - scrive ancora il teologo Campana - 
la storia non può
registrare altro fatto che abbia suscitato tanto vivo entusiasmo per la
Regina celeste, quanto la definizione della sua totale esenzione dalla
colpa>>. Tra i numerosissimi ricordi della solenne definizione resta la
colonna dell'Immacolata in Piazza di Spagna a Roma, innalzata il 18 dicembre 1856 e benedetta da Pio IX l'8 settembre 1857.
La definizione fu accolta ovunque con entusiasmo e persino i pochi vescovi
che all'inizio si erano dimostrati contrari la festeggiarono con solennità.
Uno di essi, l'arcivescovo di Parigi mons. Sibour - che, come osserva
Martina, <<con finezza non priva di un certo umorismo>> era stato incaricato da Pio IX di assisterlo da vicino durante la solenne cerimonia dell'8 dicembre in San Pietro - ne celebrava la portata in toni inattesi, indicando la definizione come <<una nuova fase della Chiesa in cui i legami dell'unità romana si stringono, diventano più forti e l'autorità pontificia ingrandisce, a gloria della divina gerarchia e per il successo della sua azione morale sul mondo>>.

Quattro anni dopo, il 25 marzo 1858, Bernadette Soubirous, la pastorella di Lourdes, così si rivolgeva, nella grotta di Massabielle, alla misteriosa
Signora che ormai da tempo le appariva: <<Signora, volete avere la bontà di dirmi chi siete?>>. La Signora inclinò il capo, sorridendo senza rispondere;
per tre volte Bernadette rinnovò la domanda finché - descrive ella
stessa -allargò le braccia verso terra, come si vede nella medaglia
miracolosa. Si compose a un'aria grave, alzò gli occhi verso il cielo e nel
medesimo tempo, elevando le mani e giungendole all'altezza del seno, disse:
<<Io sono l'Immacolata Concezione>>. <<Sembra - commenterà un secolo dopo Pio XII - che la stessa Beata Vergine Maria abbia voluto, in maniera prodigiosa, quasi confermare, tra il plauso di tutta la Chiesa, la sentenza pronunziata dal Vicario del suo divin Figlio in terra>>.

Alessandro Laudani