giovedì 17 ottobre 2013

Satana si presenta sempre con veste benevola, con aspetto comune.



  • Satana si presenta sempre con veste benevola, con aspetto comune. Se le anime sono attente e soprattutto in spirituale contatto con Dio, avvertono quell’avviso che le rende guardinghe e pronte a combattere le insidie demoniache. 

    Se le anime sono disattente al divino, separate da una carnalità che soverchia e assorda, non aiutate dalla preghiera che congiunge a Dio e riversa la sua forza come da un canale nel cuore dell’uomo, allora difficilmente esse si avvedono del tranello nascosto, sotto l’apparenza innocua e vi cadono. 

    Liberarsene poi, è molto difficile.


    Le due vie più comuni prese da Satana per giungere alle anime sono il senso e la gola. Comincia sempre dalla materia. Smantellata e asservita questa, dà l’attacco alla parte superiore.



    Prima il morale: il pensiero con le sue superbie e cupidigie; poi lo spirito, levandogli non solo l’amore – quello non esiste già più quando l’uomo ha sostituito l’amore divino con altri amori umani – ma anche il timore di Dio. E’ allora che l’uomo si abbandona in anima e corpo a Satana, pur di arrivare a godere ciò che vuole, godere sempre più.



    Come Io mi sia comportato, lo hai visto. Silenzio e orazione. Silenzio. Perché se Satana fa la sua opera di seduttore e ci viene intorno, lo si deve subire senza stolte impazienze e vili paure, ma reagire con la sostenutezza alla sua presenza e con la preghiera alla sua seduzione.

     
    E’ inutile discutere con Satana. Vincerebbe lui, perché è forte nella dialettica. Non c’è che Dio che lo vinca; e allora ricorrere a Dio che parli per noi, attraverso noi. Mostrare a Satana quel Nome e quel Segno, non tanto scritti su una carta o incisi su un legno, quanto scritti e incisi nel cuore. Il mio Nome, il mio Segno. Ribattere a Satana unicamente quando insinua che egli è come Dio, usando la parola di Dio. Egli non la sopporta. (…)



    Occorre avere volontà di vincere Satana e fede in Dio e nel suo aiuto. Fede nella potenza della preghiera e nella bontà del Signore. Allora Satana non può fare del male. 46.12





  • (Lucifero) era il più bello degli arcangeli, godeva di Dio. Avrebbe dovuto essere contento di questo. Invidiò Dio e volle essere lui dio e divenne il demonio, il primo demonio. 131.2




  • Lucifero, nelle sue manifestazioni, ha sempre cercato di imitare Iddio. 


    Così come Dio ha dato a ogni Nazione il suo angelo tutelare, Lucifero ha dato il suo demone, ma come i diversi angeli delle Nazioni ubbidiscono a un unico Dio, così i diversi demoni delle Nazioni ubbidiscono a un unico Lucifero. 

    L’ordine dato da Lucifero nella presente vicenda ai diversi demoni non è diverso a seconda degli Stati. E’ un ordine unico per tutti. Donde si comprende che il regno di Satana non è diviso e perciò dura.
     
    Quest’ordine può essere enunciato così: “Seminate orrore, disperazione, errori, perché i popoli si stacchino, maledicendo Dio”. I demoni ubbidiscono e seminano orrore e disperazione, spengono la fede, strozzano la speranza, distruggono la carità. Sulle rovine seminano odio, lussuria, ateismo. Seminano l’inferno. E riescono perché trovano già il terreno propizio.



    Anche i miei angeli lottano a difesa del Paese che ho loro assegnato, ma i miei angeli non trovano terreno propizio. Onde rimangono soccombenti rispetto ai nemici infernali. Per vincere i miei angeli dovrebbero essere aiutati da animi viventi nel e per il Bene. Viventi in Me. Ne trovano, ma sono troppo pochi rispetto a quelli che non credono, non amano, non perdonano, non sanno soffrire.19-6-43

    Salus nostra in manu tua est, o Maria!

Domingo 20 - 10 - 2013: XXIX del Tiempo Ord., C: Evangelio de san Lucas 18, 1-8: "La oración perseverante abre el cielo, y la fe salva el alma por la plegaria. ¿Pero cuando el Hijo del hombre torne, encontrará acaso todavía fe en la tierra?"



LA PARÁBOLA DEL JUEZ MALO






Jesús está de regreso en Jerusalén. Una Jerusalén invernal, gris, azotada por el viento. Marziam está todavía con Jesús y con Isaac. Hablando se dirigen al Templo.
José y Nicodemo están con los doce y hablan con todos mejor dicho con Zelote y Tomás. Luego se separan y pasan por delante, saludando a Jesús sin detenerse.
"No quieren hacer ver su amistad con el Maestro. ¡Es peligroso!" murmura Iscariote a Andrés.
"Creo que lo hacen por algún justo motivo, no por cobardía" los defiende Andrés.
"Por otra parte, no son discípulos. Y pueden hacerlo. Nunca lo han sido" dice Zelote.
"¿No?" Me parecía que..."
"Ni siquiera Lázaro es discípulo y con todo..."
"Si sigues excluyendo, ¿quién queda?"
"¿Quién? Los que tienen la misión de discípulos."
"Y los otros, ¿qué cosa son?"
"Amigos. No más que amigos. ¿Acaso dejan sus casas, sus intereses por seguir a Jesús?"
"No. Pero escuchan con gusto y le ayudan con..."
"¡Si es por eso! También los gentiles lo hacen. Viste que en la casa de Nique encontramos a quien se había preocupado por Él. Y esas mujeres no son del número de los discípulos".
"¡No te acalores! Lo dije por decir. ¿Te molesta mucho que tus amigos no sean discípulos? Creo que deberías de pensar al revés."
"No me acaloro y no quiero nada, como tampoco que les hagas mal llamándolos sus discípulos."
"¿Pero a quién quieres que lo diga? Siempre estoy con vosotros..."
Simón Zelote lo mira tan duramente que la risita que tenía Judas en los labios se le congela y piensa que es mejor cambiar de tema: "¿qué querían hablar con vosotros ésos dos?"

PARA ESTAR CERCA DEL MAESTRO NIQUE QUIERE 
COMPRAR UNA CASA EN JERUSALÉN

"Encontraron una casa para Nique, por los jardines, cerca de la Puerta. José conocía al propietario y sabía que con un poco más de dinero se la habría vendido. Se lo haremos saber a Nique."
"¡Qué ganas de tirar dinero!"
"Es suyo. Puede hacer lo que le venga en gana. Ella quiere estar cerca del Maestro. Con eso obedece a la voluntad de su marido y a su corazón."
"Sólo mi madre está lejos..." suspira Santiago de Alfeo.
"Y la mía" dice el otro Santiago.
"Pero por poco tiempo. ¿Oíste lo que dijo Jesús a Isaac, a Juan y a Matías?  'Cuando volváis para la luna nueva de Scebat venid con las discípulas además de mi Madre'. "
"No sé por qué no quiere que Marziam vuelva con ellas. Le ha dicho: "Te quedarás hasta que te llame"."
"Tal vez será que Porfiria no se quede sin ayuda... Si nadie pesca allá, no se come. Nosotros no vamos, debe ir, pues, Marziam. La higuera, la colmena, los pocos olivos y las dos ovejas no son suficientes para quitar el hambre a una mujer, para vestirla..." observa Andrés.

JESÚS ENTRA EN EL TEMPLO

Jesús, apoyado contra el muro del recinto del Templo, los ve venir. Con Él están Pedro, Marziam y Judas de Alfeo. Los menesterosos se levantan de sus camastros de piedra en el camino que lleva al Templo -el que va de Sión al Moria, no el que va de Ofel al Templo- y levantan sus lamentos para que los oiga Jesús y les dé una limosna. Nadie pide ser curado. Jesús ordena a Judas que les socorra. Entra en el Templo.
No hay mucha gente. Después de la gran afluencia de las  fiestas los peregrinos disminuyen. Tan sólo los que por intereses de importancia se ven obligados a venir a Jerusalén, o quien habita en esta ciudad, sube al Templo. Por esto los patios y los portales, aunque no están desiertos, están menos ocupados y parecen más extensos, más sagrados, porque hay más silencio. También los cambistas, los vendedores de palomas y de otros animales son menos numerosos, pegados a los muros de la parte que da el sol, un sol pálido que se abre paso por entre las grises nubes.
Después de que Jesús oró en el patio de los israelitas, se vuelve y se apoya junto a una columna observando... y siendo observado.
Ve que vienen de detrás del patio de los hebreos, un hombre y una mujer que sin mostrar que lloran, su rostro está lleno de dolor. El hombre trata de consolar a la mujer, pero se ve que también él está afligidísimo.
Jesús deja la columna y va a su encuentro. ¿Qué os pasa?" les pregunta compasivamente.
El hombre lo mira, sorprendido de que se interese por ellos, tal vez le parezca que la pregunta no sea delicada; pero la mirada de Jesús es tan dulce que lo desarma. Antes de decir lo que sufre, pregunta: "¿Cómo es posible que un rabí se interese de las penas de un sencillo israelita?"
"Porque el rabí es tu hermano. Tu hermano en el Señor y te ama como está escrito en el mandamiento."
"¡Mi hermano! Soy un pobre campesino de la llanura de Sarón, hacia Dora. Tú eres un rabí."
"El dolor es tanto para los rabíes como para los demás. Sé lo que significa el dolor, y quisiera consolarte."
La mujer se levanta un momento el velo para mirar a Jesús y en voz baja dice a su marido: "Díselo. Tal vez nos pueda ayudar..."

LOS SENCILLOS ESPOSOS CUENTAN A JESÚS SU AFLICCIÓN

"Rabí, tuvimos una hija. La tenemos. Por ahora todavía la tenemos... La casamos decorosamente con un joven que uno de nuestros amigos nos garantizó que sería un buen marido. Eso fue hace seis años. Les han nacido dos niños. Dos... porque después el amor se desvaneció... tanto que ahora... el esposo quiere el divorcioNuestra hija llora y se muere. Por esto dijimos que todavía la tenemos, porque dentro de poco morirá de dolor. Hemos hecho todo lo posible por persuadir a su marido. Hemos rogado mucho al Altísimo...Pero ninguno de los dos ha escuchado... Vinimos acá en peregrinación por este motivoy nos hemos quedado aquí por todo el tiempo de una luna. Todos los días en el TemploYo en mi lugar, mi mujer en el suyo... Esta mañana un criado de mi hija nos trajo la noticia que su esposo había ido a Cesarea para mandarle desde allá el libelo de divorcio. Esta es la respuesta que nuestras plegarias han obtenido..."
"No hables así, Santiago" suplica su mujer en voz baja. Y luego: "El Rabí nos puede maldecir como a blasfemos... Dios nos puede castigar. Es nuestro dolor. Viene de Dios... Y si nos ha castigado, señales de que lo merecíamos" termina con un sollozo.

NO, MUJER. NO OS VOY A MALDECIR Y DIOS NO OS VA A CASTIGAR. 
ASÍ COMO OS DIGO QUE NO ES DIOS QUIEN OS ENVÍA ESTE DOLOR, 
SINO QUE ES EL HOMBRE QUIEN OS LO CAUSA

"No, mujer. No os voy a maldecir y Dios no os va a castigar. Así como os digo que no es Dios quien os envía este dolor, sino que es el hombre quien os lo causa. Dios lo permite para prueba vuestra y para probar al marido de vuestra hija. No perdáis la fe y el Señor os escuchará."
"Es tarde. Nuestra hija ya fue repudiada y ha perdido su fama..." dice el marido.

JAMÁS ES TARDE PARA EL ALTÍSIMO. EN UN INSTANTE Y POR LA
 ORACIÓN PERSISTENTE, PUEDE CAMBIAR EL CURSO DE LOS SUCESOS

"Jamás es tarde para el Altísimo. En un instante y por la oración persistente, puede cambiar el curso de los sucesos. De la copa a los labios hay tiempo para que la muerte pueda encajar su puñal e impedir que quien ya tenía la copa en sus labios, no la beba. Y esto porque Dios ha intervenido. Os lo aseguro.Volved a vuestros lugares de plegaria y continuad hoy, mañana y pasado mañana, y si conserváis vuestra fe, veréis el milagro.
"Rabí, tratas de consolarnos... pero en estos momentos... No se puede. Tú lo sabes, no se puede anular el libelo una vez que se entrega a la repudiada" insiste el marido.
"Te digo que tengas fe. Es verdad que no se le puede anular, pero ¿sabes que tu hija ya lo recibió?"
"De Dora a Cesarea el camino no es largo. Mientras vino hasta aquí el siervo, no hay duda de que Jacob haya regresado ya a casa y expulsado a María."
"El camino no es largo, pero ¿estás seguro que ya lo hizo? ¿No puede una voluntad superior a la humana haber detenido a un hombre, si Josué, con la ayuda de Dios, detuvo el sol? Vuestra plegaria persistente y llena de confianza que tiene un buen fin, ¿no es acaso una voluntad santa que se opone a una mala? ¿Y puesto que pedís una cosa buena a Dios, a vuestro Padre, ¿no os ayudará a detener los pasos de ese insensato? ¿No os habrá ya escuchado? Y si el hombre se obstinase aun en ir, ¿lo podrá hacer si vosotros continuáis pidiendo al Padre una cosa justa? Os digo: id a orar hoy, mañana y pasado mañana y veréis el milagro."
"¡Vamos, Santiago! El Rabí sabe lo que dice. Si nos manda ir a orar señal es que sabe que es justo. Ten fe, esposo míoSiento una gran paz, siento que una esperanza me nace donde antes había sólo dolor. Dios te lo pague, Rabí bueno, y que te escuche. Ruega también por nosotros. Ven, Santiago, ven" y logra persuadir a su marido que la sigue después de haberse despedido de Jesús con el acostumbrado saludo judío: "La paz sea contigo", al que Jesús responde de igual modo.
"¿Por qué no les dijiste quién eras? Hubieran orado con más tranquilidad" dicen los apóstoles. Felipe añade: "Se lo voy a decir."

"NO QUIERO. HABRÍAN ORADO CON MÁS SERENIDAD PERO 
CON MENOS MÉRITO. DE ESTE MODO SU FE ES PERFECTA 
Y SERÁ PREMIADA."

Jesús lo detiene diciéndole: "No quiero. Habrían orado con más serenidad pero con menos mérito. De este modo su fe es perfecta y será premiada."
"¿De veras?"
"¿Queréis que hubiera mentido a esos dos infelices?"

PARÁBOLA 

ESCUCHAD ESTA PARÁBOLA QUE OS MOSTRARÁ EL VALOR DE LA
 ORACIÓN PERSEVERANTE

CÓMO DEBEN SER LOS JUECES Y MAGISTRADOS

Mira a la gente que le rodea. Será alrededor de un centenar de persona. Dice: "Escuchad esta parábola que os mostrará el valor de la oración perseverante.
Sabéis lo que dice el Deuteronomio al hablar de los jueces y magistrados: que deben ser justos y misericordiosos escuchando con imparcialidad a quien recurre a ellos, pensando siempre que deben juzgar el caso que se les presenta, como si fuera un caso propio, personal, sin tener en cuenta regalos o amenazas,sin consideraciones por los amigos culpables y sin dureza para los que no están en buenas relaciones con ellos. Si las palabras de la Ley son justas, no lo son los hombres y no saben obedecer la Ley. De este modo se ve que con frecuencia la justicia humana es imperfecta, porque son raros los jueces que sepanconservarse puros de cohecho, que sean misericordiosos, pacientes para con ricos y pobres, para con las viudas y huérfanos, como lo son para los que no se encuentran en tales circunstancias.
En una ciudad había un juez muy indigno del oficio que había alcanzado a través de familiares de mucha influencia. Por su parte era parcial en juzgar y propenso a dar razón al rico y al poderoso, a quien recomendaban éstos, o bien a quien le hacían grandes regalos. No tenía temor de Dios y se burlaba de las quejas de los pobres y de los débiles porque estaban solos y sin quien los defendiese. Cuando no quería escuchar a quien claramente tenía razón contra un rico, y al que no quería condenar, lo mandaba arrojar de su presencia amenazándolo con echarlo en la cárcel. Los más soportaban su modo violento de ser,resignándose a la derrota aun antes de que su caso se discutiese.
En aquella ciudad vivía una viuda cargada de hijos, la cual debía recibir una fuerte suma de dinero por trabajos que su difunto esposo había hecho para un rico. Obligada por la necesidad y amor maternal, había tratado de hacerse pagar del rico, y con ese dinero dar de comer a sus hijos y vestirlos para el invierno que se acercaba. Pero como el rico no le hizo caso pese a todas sus súplicas e insistencia, se dirigió al juez.
Este era amigo del rico que le había dicho: "Si me das la razón un tercio de la suma es tuyo". Por esto se hizo sordo a las palabras de la viuda que le decía: "Hazme justicia de mi adversario. Ves que tengo necesidad. Todos pueden decir si no tengo derecho a la suma". Se hizo sordo e hizo que sus ayudantes la arrojasenPero la mujer volvió una, dos, diez veces; por la mañana, al mediodía, por la tarde, incansable. Lo seguía por las calles gritándole: "Hazme justicia. Mis hijos tiene hambre y frío. Y no tengo con qué comprar harina y ropa". Se presentaba en el umbral de la casa del juez cuando éste volvía a ir a sentarse a la mesa con sus hijos. Y el grito de la viuda: "Hazme justicia de mi adversario, pues mis hijos y yo tenemos hambre y frío" penetraba hasta el interior de la casa del comedor, de la alcoba durante la noche, persistente como el chillido de una lechuza: "Hazme justicia, si no quieres que Dios te castigue. Hazme justicia. recuerda que la viuda y los huérfanos valen mucho ante los ojos de Dios y ¡ay de quien los pisotea! Hazme justicia si no quieres sufrir un día lo que sufrimos nosotros. El hambre que tenemos, el frío que soportamos lo encontrarás en la otra vida, si no me haces justicia. ¡Pobre de ti!"
El juez no tenía temor de Dios, ni del prójimo. Pero al verse siempre perseguido, objeto de burla de parte de toda la ciudad, y hasta de escarnio, terminó por cansarse. Un día se dijo a sí mismo: "Aunque yo no tema a Dios ni las amenazas de la mujer, ni el que dirán mis conciudadanos, sin embargo, para quitarme de encima tanta molestia, haré caso a la viuda y le haré justicia, obligando al rico a que le pague. Basta con que no me siga por todas partes y se me quite de encima".Llamó a su amigo rico y le dijo: "Amigo mío, no es posible que pueda darte gusto. Cumple con tu deber y paga, porque no puedo soportar que se me moleste por tu causa. Lo he dicho". El rico tuvo que desembolsar la suma de dinero según justicia.

APLICACIÓN DE LA PARÁBOLA

Esta es la parábola. Ahora voy a aplicarla.

Oíste las palabras de un inicuo: "Para quitarme de encima tanta molestia, haré caso a la vida". Y era un inicuoPero Dios, el Padre óptimo, ¿será acaso inferior al juez malo? ¿No hará justicia a sus hijos que lo invocan de día y de noche? ¿Les hará esperar el favor pedido hasta que su alma está ya agotada de tanto rogar? Yo os digo que prontamente les hará justicia para que su alma no pierda la fe. Pero es necesario también saber orar, sin cansarse después de las primeras oraciones, y saber pedir cosas buenas. También hay que confiarse a Dios diciendo: "Que se haga lo que según tu sabiduría ves que nos es útil".
Tened fe. Sabed orar con fe en la plegaria y en Dios vuestro Padre. El os hará justicia contra los que os oprimen: bien sean hombres o demonios, enfermedades y otras desgracias. La oración perseverante abre el cielo, y la fe salva el alma por la plegaria. ¡Vámonos!"

"¿PERO CUANDO EL HIJO DEL HOMBRE TORNE, 
ENCONTRARÁ ACASO TODAVÍA FE EN LA TIERRA?"

Se dirige a la salida. Está ya casi fuera del recinto cuando levantando su cabeza para mirar a los pocos que siguen y a los muchos indiferentes u hostiles que lo miran desde lejos, exclama: "¿Pero cuando el Hijo del hombre torne, encontrará acaso todavía fe en la tierra?" y suspirando se envuelve en su manto, caminando a pasos largos hacia el suburbio de Ofel.
IX. 464-470
A. M. D. G. et B.V.M.

Domenica 20 ottobre 2013, XXIX Domenica del Tempo Ordinario - Anno C Dal Vangelo di Gesù Cristo secondo Luca 18,1-8: E' necessario pregare! «Ma quando il Figlio dell’uomo tornerà, troverà forse ancora della fede sulla Terra?»


"Prendete, prendete quest’opera e ‘non sigillatela’, ma leggetela e fatela leggere"
Gesù (cap 652, volume 10), a proposito del
"Evangelo come mi è stato rivelato"
di Maria Valtorta



Domenica 20 ottobre 2013, XXIX Domenica delle ferie del Tempo Ordinario - Anno C

Dal Vangelo di Gesù Cristo secondo Luca 18,1-8.

Disse loro una parabola sulla necessità di pregare sempre, senza stancarsi:
«C'era in una città un giudice, che non temeva Dio e non aveva riguardo per nessuno. 
In quella città c'era anche una vedova, che andava da lui e gli diceva: Fammi giustizia contro il mio avversario. 
Per un certo tempo egli non volle; ma poi disse tra sé: Anche se non temo Dio e non ho rispetto di nessuno, 
poiché questa vedova è così molesta le farò giustizia, perché non venga continuamente a importunarmi». 
E il Signore soggiunse: «Avete udito ciò che dice il giudice disonesto. 
E Dio non farà giustizia ai suoi eletti che gridano giorno e notte verso di lui, e li farà a lungo aspettare? 
Vi dico che farà loro giustizia prontamente. Ma il Figlio dell'uomo, quando verrà, troverà la fede sulla terra?».
Traduzione liturgica della Bibbia




Corrispondenza nel "Evangelo come mi è stato rivelato" di 
Maria Valtorta : Volume 8 Capitolo 505 pagina 39. 


1Gesù è di nuovo a Gerusalemme. Una ventosa e bigia Gerusalemme invernale. Marziam è ancora con Gesù e così Isacco. Parlando si dirigono al Tempio.
Con i dodici, parlando con lo Zelote più che cogli altri, e con Tommaso, sono Giuseppe e Nicodemo. Ma poi si separano e passano avanti salutando Gesù senza fermarsi. 
«Non vogliono far risaltare la loro amicizia col Maestro. È pericoloso!», sibila l’Iscariota ad Andrea. 
«Io credo che lo facciano per un giusto pensiero, non per viltà», li difende Andrea. 
«Del resto non sono discepoli. E lo possono fare. Non lo sono mai stati», dice lo Zelote. 
«No?! Mi pareva...». 
«Neppure Lazzaro è discepolo, e neppure...». 
«Ma se escludi ed escludi, chi resta?». 
«Chi? Quelli che hanno la missione di discepoli». 
«E quegli altri, allora, che cosa sono?». 
«Amici. Non più di amici. Lasciano forse le loro case, i loro interessi, per seguire Gesù?». 
«No. Ma lo ascoltano con piacere e gli danno aiuti e...». 
«Se è per questo! Anche i gentili lo fanno, allora. Tu vedi che presso Niche trovammo chi aveva pensato a Lui. E non sono certo dei discepoli quelle donne». 
«Non ti accalorare! Dicevo così, tanto per dire. Ti preme tanto che non risultino discepoli i tuoi amici? Dovresti volere il contrario, mi pare». 
«Non mi accaloro e non voglio nulla. Neppure che tu faccia loro del male dicendoli discepoli suoi». 
«Ma a chi vuoi che lo dica? Sto sempre con voi... ». 
Simone Zelote lo guarda così severamente che il risolino si raggela sulle labbra di Giuda, il quale pensa opportuno di cambiare argomento chiedendo: «Che volevano, oggi, per parlare con voi due così?». 
«Hanno trovato la casa per Niche. Verso gli orti. Vicino alla Porta. Giuseppe conosceva il proprietario e sapeva che con un buon utile avrebbe vendulo. Lo faremo sapere a Niche». 
«Che volontà di gettare denaro!». 
«È suo. Ne può fare ciò che vuole. Ella vuole stare vicino al Maestro. Ubbidisce con ciò alla volontà dello sposo* e al suo cuore». 
«Solo mia madre è lontana...», sospira Giacomo di Alfeo. 
«E la mia», dice l’altro Giacomo. 
«Ma per poco. Hai sentito cosa ha detto Gesù a Isacco e Giovanni e Mattia? “Quando tornerete nella neomenia della luna di scebat, venite con le discepole oltre che con la Madre mia”». 
«Non so perché non vuole che Marziam torni con esse. Gli ha detto: “Verrai quando ti chiamo”». 
«Forse perché Porfirea non resti senza aiuto... Se nessuno pesca, lassù non si mangia. Noi non si va, deve andare Marziam. Non certo è sufficiente il fico, l’alveare, i pochi ulivi e le due pecore a mantenere una donna, vestirla, sfamarla...», osserva Andrea. 



2Gesù, fermo contro il muro di cinta del Tempio, li osserva venire. Con Lui sono Pietro, Marziam e Giuda d’Alfeo. Dei poverelli si alzano dai loro giacigli di pietra messi sulla via che viene verso il Tempio ‑ quella che viene da Sion verso il Moria, non quella che da Ofel viene al Tempio ‑ e vanno lamentosi verso Gesù a chiedere l’obolo. Nessuno chiede guarigione. Gesù ordina a Giuda di dare loro delle monete. Poi entra nel Tempio. 
Non c’è molta folla. Dopo la grande affluenza delle feste, cessano i pellegrini. Soltanto chi per seri interessi è obbligato a venire a Gerusalemme, o chi abita nella stessa città, sale al Tempio. Perciò i cortili e i portici, pur non essendo deserti, sono molto meno affollati, e sembrano più vasti, e più sacri, essendo meno rumorosi. Anche i cambiavalute e i venditori di colombe e altri animali sono meno numerosi, addossati alle mura dalla parte del sole, uno scialbo sole che si fa strada fra le nuvole bigie. 
Dopo aver pregato nel cortile degli Israeliti, Gesù torna indietro a si addossa ad una colonna osservando... ed essendo osservato. 



3Vede venire indietro, certamente dal cortile degli Ebrei, un uomo e una donna che, pur senza piangere apertamente, mostrano un volto doloroso più di un pianto. L’uomo cerca di confortare la donna. Ma si vede che lui pure è molto addolorato. 
Gesù si stacca dalla colonna e va loro incontro. «Di che soffrite?», li interroga con pietà. 
L’uomo lo guarda, stupito di quell’interessamento. Forse gli sembra anche indelicato. Ma l’occhio di Gesù è tanto dolce che lo disarma. Però, prima di dire il suo dolore, domanda: «Come mai un rabbi si interessa dei dolori di un semplice fedele?». 
«Perché il rabbi è tuo fratello, o uomo. Tuo fratello nel Signore, e ti ama come il comandamento dice». 
«Tuo fratello! Sono un povero coltivatore della pianura di Saron, verso Dora. Tu sei un rabbi». 
«Il dolore è per i rabbi come per tutti. So cosa è il dolore e ti vorrei consolare». 
La donna scosta un momento il suo velo per guardare Gesù e sussurra al marito: «Diglielo. Forse ci potrà aiutare...». 



4«Rabbi, noi avevamo una figlia, l’abbiamo. Per ora 1’abbiamo ancora... E 1’abbiamo sposata decorosamente ad un giovane che ci fu... garantito buon marito da un comune amico. Sono sposi da sei anni ed hanno avuto due figli dalle loro nozze. Due... perché dopo cessò l’amore... tanto che ora... lo sposo vuole il divorzio. La figlia nostra piange e si consuma, per questo abbiamo detto che 1’abbiamo ancora, perché fra poco morirà di dolore. Abbiamo tutto tentato per persuadere l’uomo. E abbiamo tanto pregato l’Altissimo… Ma nessuno dei due ci ha ascoltato... Siamo venuti qui in pellegrinaggio per questo, e ci siamo trattenuti per tutto il corso di una luna. Tutti i giorni al Tempio, io al mio luogo, la donna al suo... Questa mattina un servo di mia figlia ci ha portato la notizia che lo sposo è andato a Cesarea per mandarle di là il libello di divorzio. E questa è la risposta che hanno avuto le nostre preghiere...». 
«Non dire così, Giacomo», supplica la moglie sottovoce. E termina: «Il rabbi ci maledirà come bestemmiatori... E Dio ci punirà. È il nostro dolore. Viene da Dio... E, se ci ha colpiti, segno è che l’abbiamo meritato», termina con un singhiozzo. 
«No, donna. Io non vi maledico. E Dio non vi punirà. Io ve lo dico. Così come vi dico che non è Dio che vi dà questo dolore, ma l’uomo. Dio lo permette per vostra prova e per prova del marito di vostra figlia. Non perdete la fede e il Signore vi esaudirà». 
«È tardi. Nostra figlia è ormai ripudiata e disonorata, e morirà...», dice l’uomo. 
«Non è mai tardi per l’Altissimo. In un attimo e per il persistere di una preghiera può mutare il corso degli avvenimenti. Dalla coppa alle labbra c’è ancor tempo per la morte di inserire il suo pugnale e impedire che chi si appressava alle labbra il calice non ne beva. E ciò per intervento di Dio. Io ve lo dico. Tornate ai vostri posti di preghiera e persistete oggi, domani e dopodomani ancora, e se saprete aver fede vedrete il miracolo». 
«Rabbi, Tu ci vuoi confortare... ma in questo momento... Non si può, e Tu lo sai, annullare il libello una volta consegnato alla ripudiata», insiste l’uomo. 
«Abbi fede, ti dico. È vero che non si può annullarlo. Ma sai tu se tua figlia lo ha ricevuto?». 
«Da Dora a Cesarea non è lungo il cammino. Mentre il servo veniva fin qui, certo Giacobbe è tornato a casa ed ha scacciato Maria». 
«Non è lungo il percorso. Ma sei certo che egli lo abbia compito? Un volere superiore all’umano non può avere arrestato un uomo, se Giosuè, con l’aiuto di Dio, arrestò il sole? La vostra preghiera insistente e fiduciosa, fatta a buon fine, non è forse un volere santo, opposto al mal volere dell’uomo? E Dio, poiché chiedete cosa buona, a Lui, vostro Padre, non vi aiuterà nell’arrestare il cammino del folle? Non vi avrà forse già aiutalo? E se anche l’uomo si ostinasse ancora ad andare, potrebbe se voi vi ostinate a chiedere al Padre una cosa giusta? Vi dico: andate e pregate oggi, domani e dopodomani, e vedrete il miracolo». 
«Oh! andiamo, Giacomo! Il Rabbi sa. Se dice di andare a pregare è segno che la sa cosa giusta. Abbi fede, sposo mio. Io sento una grande pace, una speranza forte sorgermi dove avevo tanto dolore. Dio ti compensi, o Rabbi che sei buono, e ti ascolti. Prega per noi Tu pure. Vieni, Giacomo, vieni», e riesce a persuadere il marito, che la segue dopo aver salutato Gesù col solito saluto ebraico di: «La pace sia con Te», al quale, con la stessa formula, risponde Gesù. 
«Perché non gli hai detto chi sei? Avrebbero pregato con più pace», dicono gli apostoli, e aggiunge Filippo: «Glielo vado a dire». 
Ma Gesù lo trattiene dicendo: «Non voglio. Avrebbero infatti pregato con pace. Ma con meno valore. Ma con meno merito. Così la loro fede è perfetta e sarà premiata». 
«Davvero?». 
«E volete che Io menta ingannando due infelici?». 



5Guarda la gente che si è radunata, un centinaio circa di persone, a dice: 
«Ascoltate questa parabola, che vi dirà il valore della preghiera costante. 
Voi lo sapete ciò che dice il Deuteronomio parlando dei giudici e dei magistrati. Essi dovrebbero essere giusti e misericordiosi, ascoltando con equanimità chi ricorre a loro, pensando sempre di giudicare come se il caso che devono giudicare fosse un loro caso personale, senza tener conto di donativi o minacce, senza riguardi verso gli amici colpevoli e senza durezze verso coloro che sono in urto con gli amici del giudice. Ma, se sono giuste le parole della Legge, non sono altrettanto giusti gli uomini e non sanno ubbidire alla Legge. Così si vede che la giustizia umana è sovente imperfetta, perché rari sono i giudici che sanno conservarsi puri da corruzione, misericordiosi, pazienti verso i ricchi come verso i poveri, verso le vedove e gli orfani come lo sono verso quelli che non sono tali. 


In una città c’era un giudice molto indegno del suo ufficio, ottenuto per mezzo di potenti parentele. Egli era oltremodo ineguale nel giudicare, essendo sempre propenso a dar ragione al ricco e al potente, o a chi da ricchi e potenti era raccomandato, oppure verso chi lo comperava con grandi donativi. Egli non temeva Dio e derideva i lagni del povero e di chi era debole perché solo e senza potenti difese. Quando non voleva ascoltare chi aveva così palesi ragioni di vittoria 

contro un ricco da non poter dare ad esso torto in nessuna maniera, egli lo faceva cacciare dal suo cospetto minacciandolo di gettarlo in carcere. E i più subivano le sue violenze ritirandosi sconfitti e rassegnati alla sconfitta prima ancora che la causa fosse discussa. 
Ma in quella città c’era pure una vedova carica di figli, la quale doveva avere una forte somma da un potente per dei lavori eseguiti dal suo defunto sposo al ricco potente. Essa, spinta dal bisogno e dall’amore materno, aveva cercato di farsi dare dal ricco la somma che le avrebbe concesso di saziare i suoi figli e vestirli nel prossimo inverno. Ma, tornate vane tutte le pressioni e suppliche fatte al ricco, si rivolse al giudice. 
I1 giudice era amico del ricco, il quale gli aveva detto: “Se lo mi dài ragione, un terzo della somma è tuo”. Perciò fu sordo alle parole della vedova che lo pregava: “Rendimi giustizia del mio avversario. Tu vedi se io ne ho bisogno. Tutti possono dire se ho diritto a quella somma”. Fu sordo e la fece cacciare dai suoi aiutanti. 
Ma la donna tornò una, due, dieci volte, alla mattina, a sesta, a nona, a sera, instancabile. E lo seguiva per via gridando: “Fammi giustizia. I miei figli hanno fame e freddo. Né io ho denaro per acquistare farina e vesti”. Si faceva trovare sulla soglia della casa del giudice quando questi vi tornava per sedersi a tavola coi suoi figli. E il grido della vedova: “Fammi giustizia del mio avversario, ché ho fame e freddo insieme alle mie creature” penetrava sino nell’interno della casa, nella stanza dei pasti, nella camera da letto durante la notte, insistente come il grido di un’upupa: “Fammi giustizia, se non vuoi che Dio ti colpisca! Fammi giustizia. Ricorda che la vedova e gli orfani sono sacri a Dio e guai a chi li conculca! Fammi giustizia se non vuoi soffrire un giorno ciò che noi soffriamo. La nostra fame! Il nostro freddo lo troverai nell’altra vita, se non fai giustizia. Misero te!”. 
Il giudice non temeva Dio e non temeva il prossimo. Ma di esser sempre molestato, di vedersi divenuto oggetto di risa da parte di tutta la città per la persecuzione della vedova, e anche oggetto di biasimo, era stanco. Per questo un giorno disse fra sé: “Per quanto io non tema Dio, né le minacce della donna, né il pensiero dei cittadini, pure, per porre fine a tanta molestia, darò ascolto alla vedova e le farò giustizia obbligando il ricco a pagare. Basta che essa non mi perseguiti più e mi si levi d’intorno”. E chiamalo l’amico ricco gli disse: “Amico mio, non è più possibile che io ti contenti. Fa’ il tuo dovere e paga, perché io non sopporto più di essere molestato per causa tua. Ho detto”. E il ricco dovette sborsare la somma secondo giustizia. 


6Questa è la parabola. Ora a voi applicarla. 

Avete sentito le parole di un iniquo: “Per porre fine a tanta molestia darò ascolto alla donna”. Ed era un iniquo. Ma Dio, il Padre buonissimo, sarà forse inferiore al cattivo giudice? Non farà giustizia a quei suoi figli che lo sanno invocare giorno e notte? E farà loro tanto attendere la grazia sino a che la loro anima accasciata cessa di pregare? Io ve lo dico: prontamente farà loro giustizia, perché la loro anima non perda la fede. Ma bisogna però anche saper pregare, senza stancarsi dopo le prime orazioni, e saper chiedere cose buone. E anche affidarsi a Dio dicendo: “Però sia fatto ciò che la tua Sapienza vede per noi più utile”. 


Abbiate fede. Sappiate pregare con fede nella preghiera e con fede in Dio vostro Padre. Ed Egli vi farà giustizia contro coloro che vi opprimono. Siano essi uomini o demoni, malattie o altre sventure. La preghiera perseverante apre il Cielo, e la fede salva l’anima in qual che sia il modo che la preghiera sia ascoltata ed esaudita. Andiamo!». 
E si avvia all’uscita. È quasi fuori della cinta quando, alzando il capo ad osservare i pochi che lo seguono e i molti indifferenti od ostili che lo guardano da lontano, esclama tristamente: «Ma quando il Figlio dell’uomo tornerà, troverà forse ancora della fede sulla Terra?», e sospirando si avvolge più strettamente nel suo mantello, camminando a grandi passi verso il borgo di Ofel.

Estratto di "l'Evangelo come mi è stato rivelato" di Maria Valtorta ©Centro Editoriale Valtortiano http://www.mariavaltorta.com/ 


mercoledì 16 ottobre 2013

MIO MARITO VOLEVA UCCIDERMI. .... Dio vuole salvare il consorte e le figlie per mezzo mio


5 – MIO MARITO VOLEVA UCCIDERMI



Nel mese di luglio del 1807, dopo i santi esercizi spirituali, il Signore mi visitò con una grave tribolazione, che alla meglio che posso mi accingo a raccontare, per obbedire a vostra paternità.

Il padre e la madre e sorelle del mio consorte credettero bene d’impedire al suddetto la cattiva amicizia che aveva con una donna di poco buon nome, come nei passati fogli si accennò. Pensarono dunque a questo oggetto di farne un ricorso ai superiori, vollero da me il consenso, senza del quale il loro ricorso sarebbe stato di nessun valore. Mi consigliai con il mio direttore, e dopo essermi raccomandata al Signore, detti a voce al padre e alla madre il mio consenso.


5.1. Mio marito in castigo



Fatto il ricorso, i superiori conobbero la ragione, procedettero contro il suddetto mio consorte e la sua amica. Per ordine dell’eminentissimo cardinal vicario fu il suddetto condotto ai Santi Giovanni e Paolo, consegnato ai Padri Passionisti con ordine di ritenerlo in castigo fino a nuovo ordine.

Questi buoni padri gli dettero gli esercizi spirituali, e procurarono di fargli conoscere le sue mancanze; ma invece di approfittarsi delle ammonizioni, ogni giorno più si ostinava nel sostenere la sua cattiva amicizia. Si infierì crudelmente contro di me, credendomi autore del suddetto ricorso. Mi scriveva lettere fulminative piene di minacce. Intanto gli si andava formando il processo, e così risoluto dai superiori che il suddetto fosse tornato alla sua casa quante volte avesse dopo i santi esercizi avesse dato riprova del suo ravvedimento; ma che se fosse tornato a trattare la suddetta donna, la sua pena sarebbe stata di essere ritenuta in castello tutto il tempo che sarebbe piaciuto al signor cardinale vicario. La donna poi, come più rea per altre mancanze, se fosse tornata a trattare il suddetto, condannata a san Michele per cinque anni.

Passati quindici giorni il suddetto scrisse una lettera di sottomissione al padre e alla madre. Il padre non credendo alle sue parole, ma ritenendo a memoria le ingiurie e le minacce che nei giorni passati aveva a me fatto per mezzo di una sua lettera, come già dissi, voleva assolutamente dai Santi Giovanni e Paolo farlo passare in Castello, ma la madre si interpose presso il padre, e pregandolo a non recare a lei questo disgusto, avesse perdonato il figlio. Mi chiamavano e mi comunicavano i loro diversi sentimenti, io con la grazia di Dio, che molto più del solito invocavo, mi raccomandavo per non sbagliare, mi mostravo indifferente e obbediente ai loro voleri. Il suddetto ogni giorno più manifestava il suo malanimo contro di me. Le sorelle del suddetto, dubitando di vedere qualche fatto micidiale, mi consigliavano di andare in casa terza e non espormi agli insulti del loro fratello, consigliavano ancora il padre a non farlo tornare a casa. Finalmente l’afflitta madre vinse tutti, sicché si risolvette di comun consenso di farlo tornare a casa il giorno 18 del medesimo mese di luglio, dopo averlo per 18 giorni tenuto in Santi Giovanni e Paolo, come si disse di sopra.


5.2. Diverse volte in pericolo di morire



Tornò in casa qual leone infierito, per vedersi privo della sua amica, la privazione di questa amicizia non ad altro servì che inferocirlo contro di me, sicché molto dovetti soffrire da quest’uomo forsennato. Finalmente con maltratti e con minacce, prese il partito di obbligarmi a dargli in scritto il consenso, per tornare liberamente a trattare la sua amica, ma questo non potevo farlo senza offendere Dio. Mi consigliai con il mio direttore, il quale mi disse che mi fossi piuttosto contentata di morire per le sue mani che dare questo consenso. Questo mi bastò, perché il mio spirito con la grazia di Dio, divenisse forte qual scoglio immobile alle furiose onde dell’agitato mare, con la grazia di Dio facevo io sola margine a questo uomo imbestialito, negando a costo della mia propria vita al suddetto il consenso. Sicché diverse volte corsi il pericolo di morire per le sue mani; ma particolarmente una sera che tornò a casa più del solito sdegnato e pieno di furore, risoluto di darmi la morte se non davo il consenso, con sottoscrivere una carta per giustificare presso i superiori la sua amicizia. Buono per me che erano buone due ore che mi trattenevo in orazioni, per mezzo delle quali Dio mi comunicò una forza di dare la vita piuttosto che offendere il mio Signore.

Il suddetto, dopo essersi servito delle ragioni per convincermi; mostrandomi che non ad altro fine voleva fare la mia sottoscrizione che per rendere la riputazione che con il ricorso si era tolto a questa donna; giurando di non più accostarsi alla casa di questa; ma io, nonostante le sue promesse, con la grazia di Dio, non mi feci vincere, ma valorosamente offrii la mia vita piuttosto che offendere Dio.


5.3. Offrii a Dio tutto il mio sangue



Nel vedermi così risoluta, divenne più fiero di un cane arrabbiato; mi si avventò addosso per uccidermi. La madre, allo strepito delle sue minacce, accorse per darmi aiuto, ma il mio spirito intrepido senza titolare invece di fuggire, mi inginocchiai avanti di lui, e pregando la madre, che lo riteneva, che avesse lasciato sfogare il suo sdegno contro di me. In questo tempo offrii al mio Dio tutto il mio sangue, per dimostrargli il mio amore, provando nel mio cuore gli affetti più vivi della sua carità, stavo tutta ansiosa aspettando il colpo, per dare al mio buon Dio un attestato dell’amor mio; ma quando speravo di trovarmi immersa nel proprio sangue, mi avvidi che era al suddetto mancata la forza di colpire il mio cuore, che con santo ardire stava aspettando il dolce momento di offrire il mio sangue. Ma il suddetto fu da forza superiore impossibilitato di mettere in esecuzione il suo disegno, confessando che forza superiore arrestò il suo braccio, ma pieno di timore, pallido nel volto, si adagiò sopra una sedia, perché gli era ad un tratto mancata la forza. Nel vedersi privo di forza, prese il partito di chiedermi perdono, confessando il grave torto che mi aveva fatto, ma questo proposito non fu durevole neppure un quarto d’ora, perché appena Dio gli restituì la primiera forza, che tornò di bel nuovo ad insultarmi, e preso dalla disperazione se ne partì, dicendo che per mia cagione si sarebbe da sé data la morte.

La madre, sentendo la espressione del figlio, vedendolo partire molto infuriato, si rivolse contro di me, facendomi dei rimproveri, per non aver condisceso alle sue voglie, ma il mio spirito era incapace di ogni apprensione, perché si trovava tutto immerso in Dio, godendo una mirabile unione con lui, che, sebbene in quei momenti mi avessero fatto in mille pezzi, non ero capace di risentimento.

Passai tutto il mese di agosto in questa fiera persecuzione; diversi erano i progetti che in questa occasione mi facevano i miei parenti: parte di loro mi consigliavano di ritirarmi in un monastero, mia madre voleva che fossi tornata in casa sua, il mio direttore mi consigliava di sciogliere il matrimonio, mostrandomi le forti ragioni che mi assistevano, in mezzo a tutti queste disparità di pareri, il mio spirito riposava dolcemente nelle braccia del mio Signore, tenendo per certo che l’affare sarebbe andato secondo la sua santissima volontà, di niente avevo paura, ai miei parenti recava molto meraviglia come io avessi tanto spirito di star sola di notte in camera con un uomo tanto imbestialito, senza paura di restar morta per le sue mani, ma questo spirito non a me, ma a Dio si doveva attribuire, che si degnava di trionfare della mia miseria, mentre parte della notte la passavo in ginocchio, occupata in alta contemplazione, e quando la necessità del corpo mi obbligava a prendere un poco di riposo, ero in quel tempo favorita da un raggio di luce, che mi circondava da ogni intorno e mi rendeva sicura il riposo.

Nella santa Comunione poi il Signore si degnava favorirmi in modo speciale, in questo tempo più volte fui visitata dal Signore, che sotto la forma di vago fanciullo, mi appariva consolandomi con farmi provare i dolci effetti della sua carità; sicché in mezzo alla tribolazione godevo nel mio cuore un paradiso di delizie e di dolcezza.


5.4. Dio vuole salvare il consorte e le figlie per mezzo mio



In questo tempo il suddetto si adoperò perché fosse bastato il consenso del suo padre e madre, perché i superiori gli avessero accordato di liberamente tornare alla sua amica. Il mio direttore mi consigliò di non mostrarmi per intesa di questo, che bastava per mia quiete di coscienza il non avergli dato il consenso; ma il mio direttore mi consigliava di separarmi dal consorte, con esporre le mie forti ragioni ai superiori. A questo oggetto mi comandò di raccomandarmi al Signore acciò degnato si fosse mostrarmi la sua volontà. Il Signore, mi fece conoscere che non dovevo abbandonare queste tre anime, cioè le due figlie e il consorte, mentre per mezzo mio le voleva salvare.

Dopo questa notizia, dissi al mio direttore: «Le basti così. Deponga ogni pensiero riguardo a questa separazione di matrimonio, perché io antepongo la salvezza di queste tre anime al mio profitto spirituale, perché di maggior gloria di Dio, il cooperare alla salvezza di queste tre anime non mi impedisce la perfezione. So bene che lei mi consiglia in mio vantaggio, mentre crede che nella quiete possa il mio spirito molto avanzarsi nella perfezione, ma io le dico che se Dio vuole, non mi saranno questi di inciampo, anzi mi aiuteranno ad esercitarmi nella virtù; ma per schivare ogni attacco che a questi potessi avere, fin da questo momento rinunzio ad ogni affetto sensibile che possa mai avere il mio cuore verso di loro, solo intendo di amarli per pura carità e cercare per questi tutti i vantaggi per la loro eterna salvezza, a costo di ogni mio incomodo».



AUXILIUM CHRISTIANORUM

Santa Gertrude: PRIVILEGI SPECIALI ACCORDATI DA DIO A GELTRUDE



(Geltrude stessa, come dicemmo, spinta da un impulso soprannaturale scrisse queste pagine di sua propria mano.// dalla Prefazione di Lanspergio //)


 

Libro II, CAPITOLO XX. - PRIVILEGI SPECIALI ACCORDATI DA DIO A GELTRUDE



Il mio cuore, l'anima mia, con tutta la sostanza della mia carne, con tutti i sensi e le forze del corpo e dello spirito, insieme alle creature del mondo intero, offrano lodi e ringraziamenti a Te, dolcissimo Dio, fedele amante degli uomini, per la misericordia infinita che mi hai usato. La tua bontà non solo ha chiuso gli occhi, per così dire, sulla insufficiente preparazione da me portata all'eccellentissimo convito del tuo Corpo e Sangue, ma nella tua generosa liberalità, verso la più vile e inutile delle creature, hai voluto aggiungere altra grazia di grande pregio.

Ebbi dunque l'assoluta certezza che se qualsiasi anima, desiderosa di riceverti nella S: Comunione, ma trattenuta da esitazioni di coscienza, a me, ultima fra le tue serve, si rivolgesse, per avere luce e consiglio, quest'anima, dico, sarebbe giudicata degna, in ricompensa della sua umiltà, di ricevere tanto Sacramento e di gustarne il frutto per la sua eterna salvezza; che se poi non fosse degna di accogliere nel suo cuore, non avresti neppure permesso che a me si rivolgesse per consiglio. O eccelso Dominatore che « abiti in alto, ma riguardi le cose basse » (Salmo II) quali erano i disegni della tua misericordia, quando vedevi me, così indegna, nutrirsi frequentemente del tuo Sacratissimo Corpo e meritarmi dalla divina giustizia, un severo giudizio?

Certo Tu volevi che gli altri fossero adorni della virtù dell'umiltà per accostarsi alla mensa angelica, e quantunque Tu non avessi certo bisogno del mio ausilio per questo, tuttavia piacque alla tua infinita bontà di servirsi della mia indigenza, perchè potessi partecipare ai meriti di coloro che, seguendo i miei consigli, verrebbero a gustare il frutto di vita eterna.

Ma siccome purtroppo la mia miseria profondissima aveva bisogno di un rimedio anche più efficace, Tu non ti sei accontentato, o Dio di bontà, d'accordarmi il privilegio suesposto. Mi hai anche assicurato che, se un'anima contrita e umiliata venisse gemendo ad espormi una colpa, sarebbe da Te tale colpa giudicata grave, o leggera, a seconda del mio giudizio. Di più l'abbondanza de' tuoi soccorsi rinforzerebbe quell'anima in modo tale che, da quel punto, più non cadrebbe nel medesimo difetto. Mi hai così offerto un aiuto efficace, facendo ricco delle vittorie altrui il mio povero cuore, sempre così negligente, che non seppe mai vincere un difetto, come avrei dovuto farlo; ti sei perciò servito, o Dio di bontà, del più vile strumento in modo che con le mie parole, i tuoi diletti amici ricevessero grazie di vittorie decisive.

La tua magnifica generosità si degnò arricchire la mia miseria in un terzo modo: Tu decretasti che se io, appoggiandomi alla tua misericordia, promettessi a qualche anima una grazia, od il perdono d'una colpa, Tu confermeresti in cielo la mia parola con pieno esaudimento, proprio come se Tu stesso l'avessi giurato con la tua bocca divina. Tu aggiungesti, che se la grazia tardasse ad avverarsi, dovrei rammentarti tale promessa. Anche questo beneficio collaborava alla salvezza dell'anima mia, secondo il detto evangelico: « Eadem mensura qua mensi fueritis remetietur vobis. Vi si misurerà con la misura da voi usata nel misurare » (Luc. VI, 38), perchè, se purtroppo mi accade di mancare spesso, anche gravemente, Tu troverai in questo privilegio che mi venne accordato, un motivo di giudicarmi con maggiore indulgenza.

Per beneficarmi mi hai concesso un quarto dono, e cioè che chiunque si raccomandasse, con umiltà e divozione alle mie preghiere, sarebbe senz'altro esaudito. Hai voluto così supplire alla trascuratezza con cui adempio a' miei doveri di pietà, sia nelle preghiere prescritte dalla Chiesa, sia In quelle di libera scelta, e hai trovato modo d'applicarmene il frutto, secondo la parola di Davide: « Oratio tua in sinum tuum convertetur - La tua preghiera ritornerà nel tuo seno » (Salmo XXXIV, 13): mi hai così permesso di partecipare ai meriti di coloro che si saranno serviti di me, indegnissima, per chiederti benefici.

Ed ecco un quinto favore affatto speciale; e cioè che tutti coloro che mi confidassero lo stato della loro anirna, non partirebbero da me senza ricevere particolari consolazioni, purchè abbiano buona volontà, intenzione retta ed umile confidenza. Con ciò Tu provvedesti al mio bisogno, perchè spesso, ohimè 1 invece di servirmi per la tua gloria della grazia di un facile eloquio, mi diffondo in parole inutili; in avvenire trarrò almeno qualche profitto dai consigli dati al prossimo.

La tua instancabile liberalità, o Dio infinitamente buono, mi accordò ancora un sesto beneficio, che io reputo maggiore e più necessario degli antecedenti: Tu mi hai dato l'assoluta certezza che l'anima caritatevole che pregherà con fede e divozione per me, che sono la più vile delle creature, ovvero che supplicherà Dio con preci, o con opere buone per Yemen_ da de' miei difetti, per il perdono delle ignoranze della mia gioventù e la correzione della mia malizia, quest'anima, dico; sarà ricompensata in modo che non uscirà da questo secolo senza aver prima gustato le dolcezze della tua familiarità. Con questa elargizione la tua paterna tenerezza volle soccorrere la mia estrema indigenza, perchè Tu ben sai quanto io abbia bisogno di espiare le mie colpe ed infedeltà. Il tuo amore misericordioso non poteva lasciarmi perire, e d'altronde la perfezione della tua giustizia non poteva salvarmi con tante mancanze; così hai provveduto che, per la partecipazione di molti, crescesse il guadagno dei singoli.

Infine, per un vero eccesso di generosità, Tu, o mio Dio, mi hai dato ancora. questa certezza: che cioè chi, dopo la mia morte, si raccomanderà alle mie indegne preghiere, ricordandomi la divina familiarità di cui mi hai onorata, sarà da Te esaudito purchè, in riparazione delle sue negligenze quest'anima ti ringrazi dei cinque benefici particolari di cui mi hai arricchita.

Il primo è quell'amore con cui la tua gratuita bontà mi prescelse ab eterno: il che, a dire il vero, è il più gratuito fra tutti i tuoi doni, poichè Tu avevi previsto la mia condotta perversa, la mia malizia nefanda, e l'eccesso della mia ingratitudine nell'usare de' tuoi favori, tanto che avresti potuto trattarmi come i pagani e privarmi, a buon diritto, dell'onere di essere, se così posso esprimermi, una creatura ragionevole. Ma la tua infinita tenerezza, che supera. di gran lunga la mia miseria, mi ha scelto, fra mille, per insignirmi, del carattere di Religiosa.

Il secondo beneficio è quello di avermi attirata tutta a Te; riconosco che la dolcezza e la bontà del tuo amore hanno saputo con tenere carezze, vincere questo mio cuore ribelle a cui si addicevano catene di ferro. Pareva quasi che Tu, o Gesù, avessi trovato in me una Sposa degna di Te, come se l'unirti a me fosse il tuo più grande diletto.

Il terzo beneficio consiste in quest'unione familiare che Tu hai meco contratta, e che giustamente devo attribuire alla sovrabbondanza della tua liberalità. Come se il numero dei giusti non fosse sufficiente a ricevere le tue divine tenerezze, ti degnasti di chiamare me, ultima nei meriti, perchè la tua meravigliosa accondiscendenza risplendesse maggiormente, investendo l'anima meno preparata.

Il quarto beneficio è che ti sei degnato abitare con gioia, e fare tua delizia nell'anima mia. Non devo forse attribuire tale degnazione alla follia del tuo amore, se così posso esprimermi? Ed in seguito hai confermato di trovare la felicità, unendo la tua onnipotente Sapienza a un essere così meschino, dissimile e affatto indegno di tale unione.

Il quinto beneficio consiste nel volermi consumare tutta in Te; quantunque ne sia indegnissima, spero, con umiltà e confidenza, che il tuo fedelissimo amore mi accorderà questa grazia. Ne godo fin da questo momento, con tenerezza e gratitudine, protestando che non la devo ai miei meriti, ma solo alla tua gratuita clemenza, o mio Bene Supremo, o mio uni. co, eterno Amore!

Questi singoli benefici sono frutti di stupenda degnazione, così sproporzionati alla mia bassezza, che in nessun modo posso ringraziartene come meriteresti. Perciò soccorresti anche in questo la mia indigenza, allettando altre anime, con dolci promesse, a ringraziartene per me, affinchè i loro meriti suppliscano a quello che mi manca.

Ne siano rese lodi e ringraziamenti a Te, o mio Dio, in cielo, sulla terra e nei luoghi inferiori!

Il tuo onnipotente amore si degnò infine di confermare tutte le suddette promesse, nel modo che ora esporrò. Un giorno, ripensando a' tuoi benefici, paragonavo la mia empietà alla. divina tenerezza con cui la tua infinita sovrabbondanza mi colma di gioia; giunsi a tal eccesso di presunzione di lagnarmi che Tu non avessi ratificato quei privilegi col darmi la mano, come fanno gli stipulatori. La tua bontà, sempre accondiscedente, volle esaudirmi. « Per tagliar corto a' tuoi lamenti, avvicinati » mi dicesti « e ricevi la conferma del nostro patto ». E tosto, dal fondo della mia bassezza vidi che Tu mi aprivi, per così dire, con ambo le mani il tuo sacratissimo Cuore, arca di divina fedeltà e d'infallibile verità, ordinandomi di porvi la mano, io, perversa creatura, che, come i Giudei, chiedevo segni e miracoli. Chiudendo allora la mia mano nel tuo Cuore, aggiungesti « Io ti prometto di serbarti sempre intatti i doni che ti ho conferito. Se la sapienza disposizione della mia Provvidenza ti privasse, per qualche tempo, dei loro effetti, mi obbligo in seguito, a renderti il triplo in nome della Onnipotenza, della Sapienza, della Bontà della SS. Trinità, nel seno della quale vivo ell regno; vero Dio, nei secoli dei secoli ».

Dopo queste tenere parole, ritraendo io la mano, apparvero in essa sette anelli d'oro, uno per dito e nell'anulare tre, per fedele testimonianza, che i predetti privilegi mi sarebbero confermati secondo le mie brame.

La tua inesauribile tenerezza aggiunse queste parole « Tutte le volte che ripensando alla tua indegnità, ti riconoscerai immeritevole de' miei favori, eppure confiderai nella mia misericordia, mi offrirai un adeguato tributo per i miei doni ».

Oh, quanto la tua paterna tenerezza è industriosa nel provvedere alle tue creature vili e degeneri! Non sono nata nell'innocenza, quindi non potevo offrirti divozione a Te gradita, pure ti sei degnato accettare, come omaggio a Te caro, la conoscenza convinta della mia bassezza, immeritevole de' tuoi doni, Ti prego di concedermi o generoso Dispensatore di ricchezze, Tu da cui ogni bene procede e senza cui nulla può essere reputato buono, la grazia di capire la mia miseria di fronte alle tue grazie, e di confidare incondizionatamente nella tua divina bontà.