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La obra de María Valtorta es pródiga en visiones y revelaciones que nos emocionan hasta las lágrimas. Lo que ocurrió en aquel hermoso día de Pentecostés fue relatado por ella, de tal modo que podamos comprender el rol de María en la historia de la salvación, ya que Ella es la mas maravillosa corona de la Creación de Dios. La Santisima Trinidad canta de alegría al admirar la perfección en el amor de Su hija predilecta.
Los invitamos a disfrutar hoy estas hermosas visiones de María Valtorta:
La venida del Espíritu Santo. Fin del ciclo mesiánico
<<No hay voces ni ruidos en la casa del Cenáculo. No hay tampoco discípulos (al menos, no oigo nada que me autorice a decir que en otros cuartos de la casa estén reunidas personas). Sólo se constatan la presencia y la voz de los Doce y de María Santísima (recogidos en la sala de la Cena).
(…)La Virgen, sentada sola en su asiento, tiene a sus lados, en los triclinios, a Pedro y a Juan (a la derecha, a Pedro; a la izquierda, a Juan). Matías, el nuevo apóstol, está entre Santiago de Alfeo y Judas Tadeo. La Virgen tiene delante un arca ancha y baja de madera oscura, cerrada. María está vestida de azul oscuro. Cubre sus cabellos un velo blanco, cubierto a su vez por el extremo de su manto Todos los demás tienen la cabeza descubierta.
María lee atentamente en voz alta. Pero, por la poca luz que le llega, creo que más que leer repite de memoria las palabras escritas en el rollo que tiene abierto. Los demás la siguen en silencio, meditando. De vez en cuando responden, si es el caso de hacerlo.
El rostro de María aparece transfigurado por una sonrisa extática. ¡¿Qué estará viendo, que tiene la capacidad de encender sus ojos como dos estrellas claras, y de sonrojarle las mejillas de marfil, como si se reflejara en Ella una llama rosada?!: es, verdaderamente, la Rosa mística...
Los apóstoles se echan algo hacia adelante, y permanecen levemente al sesgo, para ver el rostro de María mientras tan dulcemente sonríe y lee (y parece su voz un canto de ángel). A Pedro le causa tanta emoción, que dos lagrimones le caen de los ojos y, por un sendero de arrugas excavadas a los lados de su nariz, descienden para perderse en la mata de su barba entrecana.
Pero Juan refleja la sonrisa virginal y se enciende como Ella de amor, mientras sigue con su mirada a lo que la Virgen lee, y, cuando le acerca un nuevo rollo, la mira y le sonríe.
La lectura ha terminado. Cesa la voz de María. Cesa el frufrú que produce el desenrollar o enrollar los pergaminos. María se recoge en una secreta oración, uniendo las manos sobre el pecho y apoyando la cabeza sobre el arca. Los apóstoles la imitan...
Un ruido fortísimo y armónico, con sonido de viento y arpa, con sonido de canto humano y de voz de un órgano perfecto, resuena de improviso en el silencio de la mañana. Se acerca, cada vez más armónico y fuerte, y llena con sus vibraciones la Tierra, las propaga a la casa y las imprime en ésta, en las paredes, en los muebles, en los objetos. La llama de la lámpara, hasta ahora inmóvil en la paz de la habitación cerrada, vibra como chocada por el viento, y las delgadas cadenas de la lámpara tintinean vibrando con la onda de sobrenatural sonido que las choca.
Los apóstoles alzan, asustados, la cabeza; y, como ese fragor hermosísimo, que contiene las más hermosas notas de los Cielos y la Tierra salidas de la mano de Dios, se acerca cada vez más, algunos se levantan, preparados para huir; otros se acurrucan en el suelo cubriéndose la cabeza con las manos y el manto, o dándose golpes de pecho pidiendo perdón al Señor; otros, demasiado asustados como para conservar ese comedimiento que siempre tienen respecto a la Purísima, se arriman a María.
El único que no se asusta es Juan, y es porque ve la paz luminosa de alegría que se acentúa en el rostro de María, la cual alza la cabeza y sonríe frente a algo que sólo Ella conoce y luego se arrodilla abriendo los brazos, y las dos alas azules de su manto así abierto se extienden sobre Pedro y Juan, que, como Ella, se han arrodillado. Pero, todo lo que he tardado minutos en describir se ha verificado en menos de un minuto.
Y luego entra la Luz, el Fuego, el Espíritu Santo, con un último fragor melódico, en forma de globo lucentísimo, ardentísimo; entra en esta habitación cerrada, sin que puerta o ventana alguna se mueva; y permanece suspendido un momento sobre la cabeza de María, a unos tres palmos de su cabeza (que ahora está descubierta, porque María, al ver al Fuego Paráclito, ha alzado los brazos como para invocarlo y ha echado hacia atrás la cabeza emitiendo un grito de alegría, con una sonrisa de amor sin límites). Y, pasado ese momento en que todo el Fuego del Espíritu Santo, todo el Amor, está recogido sobre su Esposa, el Globo Santísimo se escinde en trece llamas cantarinas y lucentísimas -su luz no puede ser descrita con parangón terrenal alguno-, y desciende y besa la frente de cada uno de los apóstoles.
Pero la llama que desciende sobre María no es lengua de llama vertical sobre besadas frentes: es corona que abraza y nimba la cabeza virginal, coronando Reina a la Hija, a la Madre, a la Esposa de Dios, a la incorruptible Virgen, a la Llena de Hermosura, a la eterna Amada y a la eterna Niña; pues que nada puede mancillar, y en nada, a Aquella a quien el dolor había envejecido, pero que ha resucitado en la alegría de la Resurrección y tiene en común con su Hijo una acentuación de hermosura y de frescura de su cuerpo, de sus miradas, de su vitalidad... gozando ya de una anticipación de la belleza de su glorioso Cuerpo elevado al Cielo para ser la flor del Paraíso.
El Espíritu Santo rutila sus llamas en torno a la cabeza de la Amada. ¿Qué palabras le dirá? ¡Misterio! El bendito rostro aparece transfigurado de sobrenatural alegría y sonríe con la sonrisa de los serafines, mientras ruedan por las mejillas de la Bendita lágrimas beatíficas que, incidiendo en ellas la Luz del Espíritu Santo, parecen diamantes.
El Fuego permanece así un tiempo... Luego se disipa... De su venida queda, como recuerdo, una fragancia que ninguna flor terrenal puede emanar... es el perfume del Paraíso...
Los apóstoles vuelven en sí... María permanece en su éxtasis. Recoge sus brazos sobre el pecho, cierra los ojos, baja la cabeza... nada más... continúa su diálogo con Dios... insensible a todo... Y ninguno osa interrumpirla.
Juan, señalándola, dice:
-Es el altar, y sobre su gloria se ha posado la Gloria del Señor... -Sí, no perturbemos su alegría. Vamos, más bien, a predicar al Señor para que se pongan de manifiesto sus obras y palabras en medio de los pueblos - dice Pedro con sobrenatural impulsividad. -¡Vamos! ¡Vamos! El Espíritu de Dios arde en mí - dice Santiago de Alfeo. -Y nos impulsa a actuar. A todos. Vamos a evangelizar a las gentes.
Salen como empujados por una onda de viento o como atraídos por una vigorosa fuerza.>>
“Vieni,
Spirito Santo, vieni
per
mezzo della potente intercessione
del
Cuore Immacolato di Maria ,
tua amatissima Sposa”
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"Dignare me laudare Te Virgo sacrata. Da mihi virtutem contra hostes tuos". "Corda Iésu et Marìae Sacratìssima: Nos benedìcant et custòdiant".
sabato 18 maggio 2013
Pentecostes en las visiones de Maria Valtorta
San Felice da Cantalice
S.Felice da Cantalice
San Felice da Cantalice (18 maggio)
Lavorò da contadino fino a 30 anni, poi entrò nell’Ordine dei Cappuccini. Gli venne quasi subito affidato l’incarico di questuante, che eseguì con esemplare semplicità per 40 anni.
In continua preghiera, in umile letizia, percorrendo le vie di Roma, assistendo ammalati e poveri, per i quali questuava, e invitando i fanciulli a cantare le lodi divine.
Era chiamato “frate Deo gratias” per il suo abituale saluto. San Filippo Neri gli fu intimo amico e san Carlo Borromeo ne ricercava la conversazione. Venne canonizzato da Clemente XI nel 1712.
Etimologia: Felice = contento, dal latino
Martirologio Romano: A Roma, San Felice da Cantalice, religioso dell’Ordine dei Frati Minori Cappuccini, di austerità e semplicità mirabili, che per quarant’anni si dedicò a raccogliere elemosine, disseminando intorno a sé pace e carità.
Felice Porro nacque a Cantalice quasi sicuramente nel 1515; fanciullo si trasferì a Cittaducale, dove se
rvì in casa Picchi in qualità di pastore e di contadino.
Alimentò l'innata inclinazione ad una vita austera, ascoltando leggere le Vite dei Padri.
Nei primi mesi del 1544, travolto da giovenchi non domi e rimasto miracolosamente incolume, si decise a mettere in atto senza altri rinvii il proposito, lungamente meditato, di rendersi religioso tra i Cappuccini.
Compì l'anno di noviziato a Fiuggi e nel maggio 1545 emetteva la professione dei voti nel convento di S. Giovanni Campano.
Quindi sostò per poco più di due anni nei conventi di Tivoli e di Viterbo-Palanzana e, verso la: fine del 1547 O l'inizio del 1548, si trasferì a Roma, nel convento di S. Bonaventura (attualmente S. Croce dei Lucchesi sotto il Quirinale), dove nei rimanenti
quarant'anni della sua vita questuò pane e vino per i suoi confratelli. Famoso il suo cordialissimo saluto: "DEO GRATIAS!" Sapeva leggere solo 6 lettere: 5 rosse (piaghe di Gesù) e una bianca (il Santo Nome di Maria).
Felice ebbe un temperamento mistico.
Dormiva appena due o tre ore e il resto della notte lo trascorreva in chiesa in preghiera, che per lo più era contemplazione dei misteri della vita di Gesù.
Negli ultimi tre lustri della sua vita si comunicò quotidianamente.
Nei giorni festivi soleva peregrinare alle "Sette Chiese" oppure visitava gli infermi nei vari ospedali romani. Nutrì una tenera devozione alla Vergine Madre, che gli apparve più volte.
Nei suoi contatti quotidiani con il popolo, fu efficace consigliere spirituale di gente umile e della stessa aristocrazia della Roma rinascimentale.
Per molti anni dopo la sua morte (18 maggio 1587) ragazzi e signore seguitarono a cantare ballate da lui composte e insegnate, come queste: 
"Gesù, somma speranza,
del cuor somma baldanza.
Deh! dammi tanto amore,
che mi basti ad amarti ";
oppure:
" Se tu non sai la via
d'andare in paradiso,
vattene a Maria
con pietoso viso,
ch'è clemente e pia:
t'insegnerà la via
d'andare in paradiso".
Fu amico di San Filippo Neri e di Sisto V, al quale predisse il papato ammonendolo a comportarsi rettamente, e
che ne fece celebrare il processo canonico l'anno stesso della morte (giugno-ottobre 1587) con l'intenzione di canonizzarlo immediatamente, poiché i miracoli operati dal santo ancor vivente e subito dopo la morte erano sulla bocca di tutti.
del cuor somma baldanza.
Deh! dammi tanto amore,
che mi basti ad amarti ";
oppure:
" Se tu non sai la via
d'andare in paradiso,
vattene a Maria
con pietoso viso,
ch'è clemente e pia:
t'insegnerà la via
d'andare in paradiso".
Fu amico di San Filippo Neri e di Sisto V, al quale predisse il papato ammonendolo a comportarsi rettamente, e
Ma di fatto Felice fu beatificato il 1 ottobre 1625 e canonizzato da Clemente XI il 22 maggio.
Il suo corpo riposa nella chiesa dell'Immacolata Concezione di via Veneto in Roma, dove fu trasportato il 27 aprile 1631.
La festa liturgica ricorre il 18 maggio.
(Autore: Mariano da Alatri – Fonte: Enciclopedia dei Santi)
Giaculatoria. - San Felice da Cantalice, pregate per noi.
Non dimenticate mai che solo i pesci morti nuotano con la corrente. (Malcolm Muggeridge)
Acciuga
Habitat e distribuzione
Questa specie è diffusa nell'Oceano Atlantico orientale tra la Norvegia ed il Sudafrica. È presente e comune nei mari Mediterraneo, Nero e d'Azov.
Alcuni esemplari son
o stati catturati nel canale di Suez, si tratta di una delle poche specie di pesci mediterranei che hanno intrapreso una migrazione verso il mar Rosso, in senso contrario a quello dei migranti lessepsiani.
L’acciuga fa vita pelagica ma all’arrivo della primavera si approssima in branco alla costa.
Descrizione
Corpo lungo, provvisto di squame, muso breve. Le pinne pettorali sono normali. La pinna caudale è a V.
L’acciuga si distingue dagli altri per avere la mascella di sotto più corta di quella di sopra.
Il colore è verde azzurro, i fianchi e la pancia sono di colore argento, lungo i fianchi c'è una linea a volte marrone ma che nelle le varianti gastronomicamente più pr
egiate deve essere color blu elettrico.
Può essere lunga da 12-18 centimetri fino ad un massimo di 20 centimetri.
Valore economico
Il valore economico è buono in quanto le carni sono gustose e vengono consumate sia fresche che salate (acciughe sotto sale).
Con le acciughe desalate e pestate in un mortaio o passate al frullatore si prepara un
a salsa, detta pasta d'acciughe il cui sapore probabilmente ricorda il rinomato garum o garon degli antichi romani. E fa bene specie agli anziani.
Le acciughe si pescano da marzo a settembre con rete a strascico, da posta, o con rete da circuizione, calatasuperficialmente a diversa prof
ondità fra la superficie e il fondo delle secche sabbiose.
Meglio con la luna piena che le attira in superficie o attirando le acciughe con sorgenti luminose artificiali, dette lampare e con una congrua pasta di granchi come esca buttata con le mani dal secchio sulle reti.
È oggetto, soprattutto nel mar Adriatico, di sovrapesca.
Si stima che la sola flotta di Chioggia in estate rigetti in mare tra le 6 e le 9 tonnellate al giorno di acciughe (e sardine) morte, per ogni coppia di navi, a causa del prezzo di mercato non remunerativo. Gli stock ittici si sono notevolmente ridotti nell'arco degli ultimi decenni.
DEO GRATIAS!
Valor y frutos de la Misa.
5. Los fines de la Misa.
Toda la Liturgia, según dejamos dicho, y principalmente la Misa, se propone cuatro grandes fines:
a) dar a Dios el culto superior de adoración, para reconocer su infinita excelencia y majestad, y a este título la Misa es un sacrificio latréutico;
b) agradecer a Dios todos sus inmensos beneficios, por lo que la Misa es también un sacrificio eucarístico;
c) pedir a Dios todos los bienes espirituales y temporales, y a este respecto es la Misa, además, un sacrificio impetratorio; y
d) satisfacer a Dios por todos los pecados y por las penas merecidas por los pecados, así propios como ajenos, de los vivos y de los difuntos, por cuya razón es la Misa, finalmente, un sacrificio propiciatorio y expiatorio.
Todos estos cuatro fines -advierte el Papa Pío XII- los cumplió Cristo Redentor durante toda su vida y de un modo especial en su muerte de Cruz, y los sigue cumpliendo ininterrumpidamente en el altar
con el Sacrificio Eucarístico.
Cuando se asiste, pues, a la Misa, débense tener siempre en cuenta estos cuatro fines, entre los cuales se puede repartir toda su liturgia, pues toda ella ha sido compuesta en vista de esas grandes y generales
intenciones. Por eso la Misa llena todas las necesidades y satisface todas las aspiraciones del alma y resume en sí toda la esencia de la Religión.
En ella es Jesucristo mismo el que actúa: Él es el que adora a su Padre
por nosotros. Él el que le agradece sus beneficios, Él el que le pide gracias, Él el que le aplaca. De ahí que sea la Misa la mejor adoración, la, mejor acción de gracias, la mejor oración impetratoria y el mejor acto de expiación. Ninguna práctica de piedad puede igualar a la Misa, y ningún acto de religión, público ni privado, puede ser más grato a Dios y útil al hombre; de ahí que deba ser ella la devoción por excelencia del cristiano.
El valor de la Misa, tomado en sí mismo, considerando la Víctima ofrecida y el Oferente principal, que es Jesucristo mismo, es infinito, tanto en la extensión como en la intensidad; si bien, en cuanto a la
aplicación de sus frutos, tiene siempre un valor limitado o finito.
La razón de esta limitación es, porque nosotros no somos capaces de recibir una gracia infinita, y, además porque la Misa no es de mayor eficacia práctica que el Sacrificio de la Cruz, el cual, aunque de un
valor infinito en sí mismo considerado, fue y sigue siendo, en su aplicación, limitado. Así lo dispuso Jesucristo, para que de ésta suerte se pudiese repetir frecuentemente este Sacrificio que es indispensable a la
Religión, y también para guardar el orden de la Providencia, que suele distribuir las gracias sucesiva y paulatinamente, no de una vez. De ahí el poder, y aun la conveniencia, de ofrecer repetidas veces por una misma persona el Santo Sacrificio.
Los frutos de la Misa son los bienes que procura el Sacrificio, y son, con respecto al valor, lo que los efectos con respecto a la causa. Tres son los frutos que emanan de la Misa:
a) el fruto general, de que participan todos los fieles no excomulgados, vivos y difuntos, y especialmente los que asisten a la Misa y toman en ella parte más activa;
b) el fruto especial, de que dispone el Sacerdote en favor de determinadas personas e intenciones, en pago de un cierto “estipendio”; y
c) el fruto especialísimo, que le corresponde al Sacerdote como cosa propia y lo enriquece infaliblemente, siempre que celebre dignamente.
Los frutos general y especialísimo se perciben sin especial aplicación, con sólo tener intención de celebrar la Misa o asistir a ella, según la mente de la Iglesia; pero, para más interesarse en la Misa e interesar más a Dios en nuestro favor, es muy conveniente proponerse cada vez algún fin determinado, en beneficio propio o del prójimo, o de la Iglesia en general.
Para poder alcanzar el fruto especial es necesaria la aplicación expresa del celebrante, ya que él, como ministro de Cristo, puede disponer libremente de ese fruto en favor de quien quisiere.
7. Aplicación de los frutos de la Misa.
Los méritos infinitos e inmensos del Sacrificio Eucarístico no tienen límite y se extienden a todos los hombres de cualquier lugar y tiempo, ya, que por él se nos aplica a todos la virtud salvadora de la Cruz.
Sin embargo, el rescate del mundo por Jesucristo no tuvo inmediatamente todo su efecto; éste se logrará cuando Cristo entre en la posesión real y efectiva de las almas por Él rescatadas, lo que no sucederá mientras no
tomen todas contacto vital con el Sacrificio de la Cruz y les sean así trasmitidos y aplicados los méritos que de él se derivan. Tal es, precisamente, la virtud del Sacrificio de la Misa: aplicar y trasmitir a todos y cada uno los méritos salvadores de Cristo, sumergirlos en las aguas purificadoras de la Redención, que manan desde el Calvario y llegan hasta el altar y hasta cada cristiano.
“Puede decirse -continúa Pío XII- que Cristo ha construido en el Calvario una piscina de purificación y de salvación, que llenó con la sangre por Él vertida; pero, si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellos las manchas de su iniquidad, no serán ciertamente purificados y salvados”
Por eso es necesaria la colaboración personal de todos los hombres en el tiempo y en el espacio, la que se efectúa por medio de la Misa y de los Sacramentos, por los cuales hace la Iglesia la distribución individual del tesoro de la Redención a ella confiado por su Divino Fundador. Por eso no puede faltar en el mundo la renovación del Sacrificio Eucarístico, que actualiza e individualiza el de la Cruz.
CORPUS CHRISTI SALVA ME!
SANGUIS CHRISTI INEBRIA ME!
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