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domenica 19 maggio 2013

DESCIENDE EL ESPÍRITU SANTO

DESCIENDE EL ESPÍRITU SANTO





ESTÁN TAN SOLO LOS DOCE Y LA VIRGEN MARÍA 
EN LA SALA DONDE SE CELEBRÓ LA CENA.

En el Cenáculo no se oye ningún ruido, ninguna voz. Tampoco se ve ninguno de los discípulos, por lo menos así lo creo y puedo hasta afirmar que en las otras habitaciones no hay nadie. Están tan solo los doce y la Virgen María en la sala donde se celebró la Cena.
Parece hasta más amplia, porque el ajuar ha sido colocado de manera diversa. El centro está libre como lo están dos paredes. Contra la tercera está recargado el tablón que se empleó para la cena, y entre la pared, lo mismo que entre los lados más angostos de la mesa, se han colocado los lechos-asientos, usados en la Cena y el banquito que usó Jesús para lavar los pies. Pero los lechos-asientos que estaban verticalmente a la mesa no están más, sino paralelamente, de modo que los apóstoles pueden sentarse sin ocuparlos todos, aun dejando un asiento, el único vertical a la mesa, que ocupa la Virgen bendita, que está en el centro de la mesa, lugar que Jesús ocupó en la Cena.
Sobre la mesa no hay nada, como tampoco sobre los armarios. En las paredes no se ve ningún adorno. Tan sólo está la gran lámpara en que arde sólo la mecha central, las demás están apagadas.
Las ventanas están cerradas con la barra. Un rayo de luz se filtra y baja cual larga y sutil aguja sobre el pavimento donde juguetea.

LA VIRGEN, SENTADA EN SU LECHO-ASIENTO, TIENE 
A PEDRO A LA DERECHA, Y A SU IZQUIERDA A JUAN

La Virgen, sentada en su lecho-asiento, tiene a Pedro a la derecha, y a su izquierda a Juan. Matías, el nuevo apóstol, está entre Santiago de Alfeo y Tadeo. Delante de la Virgen hay una especie de cofre largo y bajo de madera oscura, que está cerrado.
María trae un vestido de color azul oscuro. Cubre su cabeza un velo blanco y sobre él la extremidad de su manto. Todos los demás están con la cabeza descubierta.
María lee lentamente en voz alta. Pero como la luz que le llega es tan poca, creo que más que leer, recita de memoria lo que está escrito en el rollo. Los demás la siguen en silencio, meditando. De cuando en cuando, según el caso, responden.
María tiene su rostro transformado por una sonrisa extática. Quien sabe qué cosa esté viendo, que da tal brillo a sus ojos que parecen dos claras estrellas, y que le tiñe de arrebol sus mejillas de marfil, como si sobre él se reflejase una llama de color rosa. En verdad que es la Rosa mística.
Los apóstoles extienden sus cuello para ver su rostro, mientras Ella dulcemente sonríe, lee, parece su voz el cántico de un ángel. Pedro se conmueve tanto que dos lágrimas se asoman por sus ojos, y por una arruga que tiene al lado de la nariz, van a perderse en la maraña de su barba. Juan parece reflejar la sonrisa virginal, y se enciende su cara de amor, mientras sigue con la mirada lo que la Virgen lee en el rollo, y cuando le presenta otro, la mira y sonríe.
La lectura ha terminado. No se oye la voz de María, como tampoco el ruido de los pergaminos que se desenvuelven o vuelven a enrollarse. María se recoge en oración secreta. Une sus manos junto al pecho y apoya la cabeza contra el cofre. Los apóstoles la imitan...

UN SONIDO FORTÍSIMO RESUENA DE IMPROVISO EN EL 
SILENCIO MATINAL CADA VEZ MÁS ARMONIOSO 
Y FUERTE SE ACERCA

Un sonido fortísimo, armónico, como si procediera al mismo tiempo del viento y de un arpa, algo como sonido humano y bello, resuena de improviso en el silencio matinal. Cada vez más armonioso y fuerte se acerca. Llena con sus vibraciones la tierra, las propaga, llena con ellas la casa, las paredes, los utensilios. La llama de la lámpara suena al contacto del sonido sobrenatural que las mueve.
Los apóstoles, sin caer en la cuenta de lo que sucede, levantan la cabeza, y como ese fragor bellísimo, en el que están todas las notas más bellas que Dios haya dado al cielo y a la tierra, se acerca cada vez más, algunos se levantan como para escapar, otros se encogen en sus asientos, cubriéndose la cabeza con las manos y el manto, o se golpean el pecho en señal de pedir perdón, otros se estrechan a la Virgen, sin perder la reverencia que hacia ella siempre tienen. Juan es el único que no se espanta pues ve la paz luminosa de alegría que se dibuja en el rostro de la Virgen, que sonriente levanta su cabeza a algo conocido, y luego cae de rodillas abriendo los brazos. Las dos extremidades azules de su manto llegan a Pedro y a Juan, que la han imitado en arrodillarse. Lo que he descrito en segundos, ha sucedido en un instante.

Y AHORA LA LUZ, EL FUEGO, EL ESPÍRITU SANTO 
ENTRA CON ÚLTIMO FRAGOR MELODIOSO, 
EN FORMA DE GLOBO BRILLANTÍSIMO, 

Y SE QUEDA COMO SUSPENSO POR UN INSTANTE 
SOBRE LA CABEZA DE LA VIRGEN 

EL GLOBO SANTÍSIMO SE DIVIDE EN TRECE LLAMAS 
DE COLOR ROSA, BRILLANTÍSIMAS, DE UNA LUZ 
INDESCRIPTIBLE Y LUEGO DESCIENDE A LAMER 
LA FRENTE DE CADA APÓSTOL.

Y ahora la Luz, el Fuego, el Espíritu Santo entra con último fragor melodioso, en forma de globo brillantísimo, ardentísimo en la sala cerrada, sin que puerta o ventana se hayan abierto, y se queda como suspenso por un instante sobre la cabeza de la Virgen, a unos tres palmos de su cabeza, descubierta, porque al ver al Fuego Paráclito, levantó los brazos como para invocarlo, y echó su cabeza hacia atrás con un grito de alegría, con una sonrisa de un amor indescriptible. Después de aquel instante en que el Fuego del Espíritu Santo se cernió sobre la Virgen, el Globo santísimo se divide en trece llamas de color rosa,brillantísimas, de una luz indescriptible y luego desciende a lamer la frente de cada apóstol.

PERO LA LLAMA QUE BAJA SOBRE MARÍA NO ES UNA 
LENGÜETA DE FUEGO QUE LE BESE LA FRENTE, SINO UNA 
CORONA QUE LA CIÑE, QUE LE RODEA SU CUERPO VIRGINAL

Pero la llama que baja sobre María no es una lengüeta de fuego que le bese la frente, sino una corona que la ciñe, que le rodea su cuerpo virginal, que la corona a Ella, la Reina, la Hija, la Madre de Dios, la Virgen incorruptible, la toda Bella, la eterna Mujer a quien Dios amó, la agraciada Doncella, que ninguna cosa puede ajar. Ella que cuando llegó la pasión, pareció que su cuerpo envejecía, después de haber resucitado su Hijo, ha vestido nuevamente de esa eterna primavera que la hace siempre cada vez más joven, más bella en sus miradas, en su andar... que empieza como a gozar de anticipo de la belleza que su cuerpo glorioso tendrá después de su Asunción bendita.
Las llamas del Espíritu Santo rodean la cabeza de la Virgen. ¿Qué le habrá dicho? ¡Misterio! El rostro bendito está transfigurado con una alegría sobrenatural, y ríe con la sonrisa de los serafines mientras lágrimas, hinchadas de felicidad, cual diamantes bajan por sus mejillas.
El Fuego permanece por algunos instantes... Luego desaparece... Sólo queda de Él una fragancia que ninguna flor terrena posee... El perfume del Paraíso...
Los apóstoles vuelven en sí...
María permanece en su éxtasis. Junta sus brazos sobre su pecho, cierra los ojos, baja la cabeza... continúa su coloquio con Dios... insensible a todo...
Nadie se atreve a turbarla.

JUAN, SEÑALÁNDOLA, DICE: "ES EL ALTAR. 
SOBRE SU GLORIA SE HA POSADO LA GLORIA DEL SEÑOR."

Juan, señalándola, dice: "Es el altar. Sobre su gloria se ha posado la Gloria del Señor."
"No turbemos su alegría. Vamos a predicar al Señor, para que sean manifiestas sus obras y palabras entre los pueblos" ordena Pedro con un impulso sobrenatural.
"¡Vamos! ¡Vamos! El Espíritu de Dios arde en mí" dice Santiago de Alfeo.
"Nos empuja a obrar. ¡Todos! ¡Vayamos a evangelizar a las gentes"."
Salen como si un viento o una fuerza los empujase.
XI. 819-822
A. M. D. G. et B.V.M.

sabato 18 maggio 2013

Pentecostes en las visiones de Maria Valtorta


Pentecostes en las visiones de Maria Valtorta
Introducción
La obra de María Valtorta es pródiga en visiones y revelaciones que nos emocionan hasta las lágrimas. Lo que ocurrió en aquel hermoso día de Pentecostés fue relatado por ella, de tal modo que podamos comprender el rol de María en la historia de la salvación, ya que Ella es la mas maravillosa corona de la Creación de Dios. La Santisima Trinidad canta de alegría al admirar la perfección en el amor de Su hija predilecta.
Los invitamos a disfrutar hoy estas hermosas visiones de María Valtorta:
La venida del Espíritu Santo. Fin del ciclo mesiánico

<<No hay voces ni ruidos en la casa del Cenáculo. No hay tampoco discípulos (al menos, no oigo nada que me autorice a decir que en otros cuartos de la casa estén reunidas personas). Sólo se constatan la presencia y la voz de los Doce y de María Santísima (recogidos en la sala de la Cena).
(…)La Virgen, sentada sola en su asiento, tiene a sus lados, en los triclinios, a Pedro y a Juan (a la derecha, a Pedro; a la izquierda, a Juan). Matías, el nuevo apóstol, está entre Santiago de Alfeo y Judas Tadeo. La Virgen tiene delante un arca ancha y baja de madera oscura, cerrada. María está vestida de azul oscuro. Cubre sus cabellos un velo blanco, cubierto a su vez por el extremo de su manto Todos los demás tienen la cabeza descubierta.

María lee atentamente en voz alta. Pero, por la poca luz que le llega, creo que más que leer repite de memoria las palabras escritas en el rollo que tiene abierto. Los demás la siguen en silencio, meditando. De vez en cuando responden, si es el caso de hacerlo.

El rostro de María aparece transfigurado por una sonrisa extática. ¡¿Qué estará viendo, que tiene la capacidad de encender sus ojos como dos estrellas claras, y de sonrojarle las mejillas de marfil, como si se reflejara en Ella una llama rosada?!: es, verdaderamente, la Rosa mística...

Los apóstoles se echan algo hacia adelante, y permanecen levemente al sesgo, para ver el rostro de María mientras tan dulcemente sonríe y lee (y parece su voz un canto de ángel). A Pedro le causa tanta emoción, que dos lagrimones le caen de los ojos y, por un sendero de arrugas excavadas a los lados de su nariz, descienden para perderse en la mata de su barba entrecana.
Pero Juan refleja la sonrisa virginal y se enciende como Ella de amor, mientras sigue con su mirada a lo que la Virgen lee, y, cuando le acerca un nuevo rollo, la mira y le sonríe.

La lectura ha terminado. Cesa la voz de María. Cesa el frufrú que produce el desenrollar o enrollar los pergaminos. María se recoge en una secreta oración, uniendo las manos sobre el pecho y apoyando la cabeza sobre el arca. Los apóstoles la imitan...

Un ruido fortísimo y armónico, con sonido de viento y arpa, con sonido de canto humano y de voz de un órgano perfecto, resuena de improviso en el silencio de la mañana. Se acerca, cada vez más armónico y fuerte, y llena con sus vibraciones la Tierra, las propaga a la casa y las imprime en ésta, en las paredes, en los muebles, en los objetos. La llama de la lámpara, hasta ahora inmóvil en la paz de la habitación cerrada, vibra como chocada por el viento, y las delgadas cadenas de la lámpara tintinean vibrando con la onda de sobrenatural sonido que las choca.

Los apóstoles alzan, asustados, la cabeza; y, como ese fragor hermosísimo, que contiene las más hermosas notas de los Cielos y la Tierra salidas de la mano de Dios, se acerca cada vez más, algunos se levantan, preparados para huir; otros se acurrucan en el suelo cubriéndose la cabeza con las manos y el manto, o dándose golpes de pecho pidiendo perdón al Señor; otros, demasiado asustados como para conservar ese comedimiento que siempre tienen respecto a la Purísima, se arriman a María.

El único que no se asusta es Juan, y es porque ve la paz luminosa de alegría que se acentúa en el rostro de María, la cual alza la cabeza y sonríe frente a algo que sólo Ella conoce y luego se arrodilla abriendo los brazos, y las dos alas azules de su manto así abierto se extienden sobre Pedro y Juan, que, como Ella, se han arrodillado. Pero, todo lo que he tardado minutos en describir se ha verificado en menos de un minuto.


Y luego entra la Luz, el Fuego, el Espíritu Santo, con un último fragor melódico, en forma de globo lucentísimo, ardentísimo; entra en esta habitación cerrada, sin que puerta o ventana alguna se mueva; y permanece suspendido un momento sobre la cabeza de María, a unos tres palmos de su cabeza (que ahora está descubierta, porque María, al ver al Fuego Paráclito, ha alzado los brazos como para invocarlo y ha echado hacia atrás la cabeza emitiendo un grito de alegría, con una sonrisa de amor sin límites). Y, pasado ese momento en que todo el Fuego del Espíritu Santo, todo el Amor, está recogido sobre su Esposa, el Globo Santísimo se escinde en trece llamas cantarinas y lucentísimas -su luz no puede ser descrita con parangón terrenal alguno-, y desciende y besa la frente de cada uno de los apóstoles.
Pero la llama que desciende sobre María no es lengua de llama vertical sobre besadas frentes: es corona que abraza y nimba la cabeza virginal, coronando Reina a la Hija, a la Madre, a la Esposa de Dios, a la incorruptible Virgen, a la Llena de Hermosura, a la eterna Amada y a la eterna Niña; pues que nada puede mancillar, y en nada, a Aquella a quien el dolor había envejecido, pero que ha resucitado en la alegría de la Resurrección y tiene en común con su Hijo una acentuación de hermosura y de frescura de su cuerpo, de sus miradas, de su vitalidad... gozando ya de una anticipación de la belleza de su glorioso Cuerpo elevado al Cielo para ser la flor del Paraíso.

El Espíritu Santo rutila sus llamas en torno a la cabeza de la Amada. ¿Qué palabras le dirá? ¡Misterio! El bendito rostro aparece transfigurado de sobrenatural alegría y sonríe con la sonrisa de los serafines, mientras ruedan por las mejillas de la Bendita lágrimas beatíficas que, incidiendo en ellas la Luz del Espíritu Santo, parecen diamantes.

El Fuego permanece así un tiempo... Luego se disipa... De su venida queda, como recuerdo, una fragancia que ninguna flor terrenal puede emanar... es el perfume del Paraíso...

Los apóstoles vuelven en sí... María permanece en su éxtasis. Recoge sus brazos sobre el pecho, cierra los ojos, baja la cabeza... nada más... continúa su diálogo con Dios... insensible a todo... Y ninguno osa interrumpirla.
Juan, señalándola, dice:
-Es el altar, y sobre su gloria se ha posado la Gloria del Señor...
-Sí, no perturbemos su alegría. Vamos, más bien, a predicar al Señor para que se pongan de manifiesto sus obras y palabras en medio de los pueblos - dice Pedro con sobrenatural impulsividad.
-¡Vamos! ¡Vamos! El Espíritu de Dios arde en mí - dice Santiago de Alfeo.
-Y nos impulsa a actuar. A todos. Vamos a evangelizar a las gentes.
Salen como empujados por una onda de viento o como atraídos por una vigorosa fuerza.>>


“Vieni, Spirito Santo, vieni
per mezzo della potente intercessione
del Cuore Immacolato di Maria ,
tua amatissima Sposa”