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mercoledì 24 ottobre 2012

Para hacer fruto: La primera virtud que procuré: La humildad



C A P Í T U L O X X I I I
De las virtudes que conocí había de tener para hacer fruto.
La primera virtud que procuré: La humildad
(Autobiografia san Ant. Maria Claret)

340. Hasta aquí he hablado de los medios más comunes de que me valía para hacer fruto. Ahora trataré de las virtudes que he conocido que ha de tener un Misionero para hacer fruto.
Cicerón, cuando habla del orador, dice que debe estar instruido en todo arte y ciencia: in omnibus artibus et disciplinis instructus debet esse orator. Yo digo que el misionero apostólico debe ser un dechado de todas las virtudes. Ha de ser la misma virtud personificada. A imitación de Jesucristo, ha de empezar por hacer y practicar, y después enseñar. Coepit facere et docere. Con las obras ha de poder decir lo del Apóstol: Imitadme a mí, así como yo imito a Cristo. Imitatores mei estote, sicut et ego Christi.

341. Para adquirir las virtudes necesarias que había de tener para ser un verdadero Misionero apostólico conocí que había de empezar por la humildad, que consideraba como el fundamento de todas las virtudes. Desde que pasé al Seminario de Vich para estudiar filosofía, empecé el examen particular de esta virtud de la humildad, que bien lo necesitaba, pues que en Barcelona, con los dibujos, máquinas y demás tonterías, se me había llenado la cabeza de vanidad, y cuando oía que me alababan, mi corazón contaminado se complacía en aquellos elogios que me tributaban. ¡Ay Dios mío, perdonadme, que ya me arrepiento de veras! Al recordar mi vanidad me hace derramar muchas y amargas lágrimas; pero Vos, Dios mío, me humillasteis, y así no puedo menos que daros gracias por ello y decir con el profeta: Bonum mihi quia humiliasti me. Vos, Señor, me humillasteis, y yo también me humillaba ayudado con vuestro auxilio.
342. En un principio que estaba en Vich pasaba en mí lo que en (un) taller de cerrajero, que el Director mete la barra de hierro en la fragua y cuando está bien caldeado lo saca y le pone sobre el yunque y empieza a descargar golpes con el martillo; el ayudante hace lo mismo, y los dos van alternando y como a compás van descargando martillazos y van machacando hasta que toma la forma que se ha propuesto el director. Vos, Señor mío y Maestro mío, pusisteis mi corazón en la fragua de los santos Ejercicios espirituales y frecuencia de Sacramentos, y así, caldeado mi corazón en el fuego del amor a Vos y a María Sma. Empez(asteis) a dar golpes de humillaciones, y yo también daba los míos con el examen particular que hacía de esta virtud, para mí tan necesaria.

343. Con mucha frecuencia repetía aquella petición de San Agustín: Noverim te, noverim me, y aquella otra de San Francisco de Asís: ¿Quién sois Vos? ¿Quién soy yo? Y
como si el Señor me dijese: Yo soy el que soy y tú eres el que no eres, tú eres nada y menos que nada, pues que la nada no ha pecado, y tú sí.
344. Conocí clarísimamente que de mí nada tengo sino el pecado. Si algo soy, si algo tengo, todo lo ha recibido de Dios. El ser físico no es mío, es de Dios; El es mi Creador, es mi Conservador, es mi motor por el concurso físico. A la manera que un molino, que por más bien que está montado, si no tiene agua, no puede andar, así he conocido que soy yo en el ser físico y natural.

345. Lo mismo digo, y mucho más, en lo espiritual y sobrenatural. Conozco que no puedo invocar el nombre de Jesús ni tener un solo pensamiento bueno sin el auxilio de Dios, que sin Dios nada absolutamente puedo. ¡Ay cuántas distracciones tengo a pesar mío!

346. Conozco que en el orden de la gracia soy como un hombre que se puede echar en un profundo de un pozo, pero que por sí solo no puede salir. Así soy yo. Puedo pecar, pero no puedo salir del pecado sino por los auxilios de Dios y méritos de Jesucristo. Puedo condenarme, pero no puedo salvarme sino por la bondad y misericordia de Dios.
347. Conocí que en esto consiste la virtud de la humildad, esto es, conocer que soy nada, que nada puedo sino pecar, que estoy pendiente de Dios en todo: ser, conservación, movimiento, gracia; y estoy contentísimo de esta dependencia de Dios, y prefiero estar en Dios que en mí mismo. No me suceda lo que a Luzbel, que conocía muy bien que todo su ser natural y sobrenatural estaba totalmente dependiente de Dios, y fue soberbio, porque como el conocimiento era meramente especulativo, la voluntad estaba descontenta, y deseó llegar a la semejanza de Dios no por gracia, sino de su propia virtud.

348. Ya desde un principio conocí que el conocimiento es práctico cuando siento que de nada me he de gloriar ni envanecer, porque de mí nada soy, nada tengo, nada valgo, nada puedo ni nada hago. Soy como la sierra en manos del aserrador.
349. Comprendí que de ningún desprecio me he de sentir, porque, siendo nada, nada merezco, y, puesto en ejercicio, lo ejecuto, pues ninguna prenda ni honra basta para engreírme, ni vituperio o deshonra para contristarme.

350. Yo conocía que el verdadero humilde debe ser como la piedra, que, aunque se vea levantada a lo más alto del edificio, siempre gravita hacia abajo. He leído muchos autores ascéticos que tratan de esta virtud de la humildad a fin de entender bien en qué consiste y los medios que señalan para conseguirla. Leía las vidas de los Santos que más se han distinguido en esta virtud para ver cómo la practicaban, pues yo deseaba alcanzarla.

351. Al efecto, me propuse el examen particular, escribí los propósitos sobre el particular y los ordené tal cual se hallan en aquel opúsculo o librito llamado La Palma. Todos los días lo hice por el mediodía y por la noche y lo continué por quince años, y aún no soy humilde. A lo mejor observaba en mí algún retoño de vanidad, y al instante tenía que acudir a cortarlo ya sintiendo alguna complacencia cuando alguna cosa me salía bien, ya diciendo alguna palabra vana, que después tenía que llorar, arrepentirme y confesarme de ella, haciendo de ella penitencia.

352. Muy claramente conocía que Dios N. S. me quería humilde y me ayudaba mucho para ello, pues me daba motivos de humillarme. En aquellos primeros años de misiones me veía muy perseguido por todas partes en común, y esto, a la verdad, es muy humillante. Me levantaban las (más) feas calumnias, decían que había robado un burro, qué se yo qué farsas contaban. Al empezar la misión o función en las poblaciones, hasta la mitad de los días eran farsas, mentiras, calumnias de toda especie lo que decían de mí, por manera que me daban mucho que sentir y que ofrecer a Dios, y al propio tiempo materia para ejecutar la humildad, la paciencia, la mansedumbre, la caridad y demás virtudes.

353. Esto duraba hasta media misión, y en todas las poblaciones pasaba lo mismo; pero de media misión hasta concluir cambiaba completa(mente). Entonces el diablo se valía del medio opuesto. Todos decían que era un santo, a fin de hacerme engreír y envanecer; pero Dios N. S. tenía buen cuidado de mí, y así en aquellos últimos (días) de la misión, en que acudía tanta gente a los sermones, a confesarse, a la comunión y a todo lo demás; en aquello últimos días en que se veía el fruto copiosísimo que se había reportado y se oían los elogios que de mí hacían todos, buenos y malos; en aquellos días, pues, el Señor me permitía una tristeza tan grande, que yo no puedo explicar sino diciendo que era la especial providencia de Dios, que me la permitía como un lastre, a fin de que el viento de la vanidad no me diera un vuelco.
354. ¡Bendito seáis, Dios mío, que tanto cuidado habéis tenido de mí! ¡Ay cuántas veces habría perdido el fruto de mis trabajos si Vos no me hubieseis guardado! Yo, Señor, habría hecho como la gallina, que, después que ha puesto el huevo, cacarea, y van y se lo quitan y se queda sin él, y, aunque en un año ponga muchos, no tiene ninguno, porque ha cacareado y se los han llevado. ¡Ay Dios mío! Si Vos no me hubieseis impuesto silencio, con las ganas que a veces sentía de hablar de los sermones, (etc.) habría cacareado como las gallinas, y habría perdido todo el fruto y habría merecido castigo, porque Vos habéis dicho, Señor: Gloriam meam alteri non dabo; y yo con el hablar la habría dado al demonio de [la] vanidad, y Vos me habríais castigado, y con justicia, Señor, por no haberlo referido a Vos, sino al diablo, vuestro capital enemigo. Con todo, Vos sabéis si alguna vez el diablo ha pellizcado algo, no obstante los poderosísimos auxilios que dabais. ¡Misericordia, Señor!

355. A fin de no dejarme llevar de la vanidad, procuraba tener presentes los doce grados de la virtud de la humildad que dice San Benito y sigue y prueba Santo Tomás (2-2 q.161 a.6), y son los siguientes: El primero es manifestar humildad en lo interior y en lo exterior, que es en el corazón y en el cuerpo, llevando los ojos sobre la tierra; por eso se llama humi-litas. El segundo es hablar pocas palabras, y éstas conforme a la razón y en voz baja. El tercero en no tener facilidad ni prontitud para la risa. El cuarto es callar hasta ser preguntado. El quinto es no apartarse en sus obras regulares de lo que hacen los demás. El sexto en tenerse y reputarse por el más vil de todos y sinceramente decirlo así. El séptimo es considerarse indigno e inútil para todo. El octavo es conocer sus propios defectos y confesarlos ingenuamente. El nono es tener pronta obediencia en las cosas duras y mucha paciencia en las ásperas. El décimo es obedecer y sujetarse a los Superiores. El undécimo es el no hacer cosa alguna por su propia voluntad. El duodécimo es el tener a Dios y tener siempre en la memoria su santa Ley.
356. Además de la doctrina que hay en estos doce grados, procuraba imitar a Jesús, que a mí y a todos nos dice: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Y así contemplaba continuamente a Jesús en el pesebre, en el taller, en el Calvario. Meditaba sus palabras, sus sermones, sus acciones, su manera de comer, vestir y andar de una a otra población... Con este ejemplo me animaba y siempre me decía: ¿Cómo se portaba Jesús en casos como éste? Y procuraba imitarle, y así lo hacía con mucho gusto y alegría, pensando que imitaba a mi Padre, a mi Maestro y a mi Señor y que con esto le daba gusto. ¡Oh Dios mío, qué bueno sois! Estas inspiraciones santas me dabais para que os imitara y fuera humilde. ¡Bendito seáis, Dios mío! ¡Oh si a otro le hubierais dado las gracias y auxilios que a mí, qué otro sería de lo que soy yo!

<<Cor Mariæ Immaculatum, intercede pro nobis>>

mercoledì 9 maggio 2012

Umiltà, verginità, povertà della Sacra Famiglia di Nazareth

Anonimo 1621.jpg


L’umiltà del Figlio di Dio e della Vergine


Parla la Madre di Dio e dice: «Grande è l'umiltà di mio Figlio che nella potenza della sua divinità, giaceva nella mangiatoia, fra due animali e benché sapesse ogni cosa secondo la natura divina, parlava secondo quella umana. 

Allo stesso modo, ora, seduto alla destra del Padre, sente tutti coloro che gli parlano con amore, e risponde loro attraverso lo Spirito Santo. Come lui, anch'io che sono Madre di Dio, sono umile nel mio corpo, che è superiore a tutte le creature, proprio come lo ero quando mi sposò Giuseppe. 

Sappi che lo Spirito Santo informò Giuseppe che avevo fatto voto di verginità a Dio, e che ero pura nelle parole, nei pensieri e nelle intenzioni; ed egli mi sposò non come moglie ma per trattarmi come la sua padrona e servirmi. 

Lo Spirito Santo mi fece sapere, inoltre, che la mia verginità si sarebbe conservata in eterno, sebbene, per una segreta disposizione divina, fossi sposata; ma dopo che ebbi dato il mio consenso all'ambasciatore di Dio, vedendo che il ventre cresceva in virtù dello Spirito Santo, Giuseppe si spaventò molto - non che meditasse qualcosa contro di me - ma si ricordò di quello che avevano annunciato i profeti, ossia che il Figlio sarebbe nato da una Vergine; egli si ritenne indegno di servire una Madre come me, finché l'angelo non gli apparve in sogno ordinandogli di non avere timore e di servirmi con carità. 

Giuseppe ed io non accumulammo nessuna ricchezza, se non il necessario per vivere in onore di Dio; lasciammo il resto per l'amore divino. 
Ora, poiché si avvicinava il tempo della nascita di mio Figlio, che avevo previsto con precisione, mi recai a Betlemme, secondo la prescienza divina, portando con me un abito purissimo e dei panni per mio Figlio, nessuno dei quali era stato usato e avvolsi colui che nacque da me con ogni purezza. 

E sebbene ignorassi che da sempre Dio aveva deciso che mi sarei seduta sui sublimi scanni, al di sopra di tutte le creature e di tutti gli uomini, quando ne fui informata, non disdegnai di preparare e di servire per San Giuseppe e per me tutto ciò di cui avevamo bisogno; e poiché ero umile, conosciuta solo da Dio e da San Giuseppe, mi sono mantenuta umile, seduta sullo scanno più sublime, pronta a presentare a Dio tutte le orazioni e le domande assennate. Ad alcuni rispondo con ispirazioni divine, ad altri con parole più intime come piace a Dio». Rivelaz. di S. Brigida, Libro VII, 25.



LAUDETUR  JESUS  CHRISTUS!
LAUDETUR  CUM  MARIA!
SEMPER  LAUDENTUR!




sabato 31 marzo 2012

BEATA MARIA BAOUARDY: IL PICCOLO NULLA




Un giorno, nostro Signore la inviò da una signora per dirle di disfarsi di un ve­stito da ballo che le costava mille franchi. Avendo la signora messo in ridicolo que­sta comunicazione, Maria, spinta da una forte ispirazione, le disse: «Eh! sì, Signo­ra, vi annuncio che la prossima volta che indosserete quest'abito morirete voi e il vostro bambino, bruciati».
Accadde proprio come Maria aveva predetto: il fuoco si attaccò al vestito della donna, poi all'appartamento dove abitava, infine fu bruciata lei ed anche il suo bambino che dormiva nella culla.

**


Un'altra volta, ad Alessandria, mentre Maria era sistemata presso una ricca si­gnora, sentì raccontare della squallida, estrema miseria di una famiglia i cui membri erano malati e che nessuno aiutava. Subito, la generosa fanciulla chiese di po­tersi congedare. La donna, molto urtata, la seguì fino alle scale e la colpì di basto­nate con una tale violenza, che Maria ne soffrì a lungo. Senza provare risentimen­to per questa violenza, Maria corse a stabilirsi nella sudicia camera occupata dalla povera famiglia. Il padre, la madre e i bambini giacevano nei letti infetti, che do­vette rinnovare. Notte e giorno, curò quegli infermi sfortunati con grande carità. Ar­rivò persino a mendicare per nutrirli e per vestirli. Infine, dopo quaranta giorni di questa eroica dedizione, ebbe la consolazione di vedere tutti i membri della fami­glia completamente ristabiliti.


***

Durante uno dei suoi viaggi, Maria incontrò una fanciulla, chiamata Rosalia, che aveva furtivamente lasciato la sua ricca famiglia per rimanere vergine e vivere povera per Gesù Cristo. Benché non si fossero mai viste prima d'allora, Maria e Rosalia si chiamarono per nome, e trascorsero una notte deliziosa a parlare di Ge­sù, il loro unico amore. Si raccontarono tutta la loro vita, promettendosi mutua­mente di custodire il segreto, per non essere scoperte e poter conservare il tesoro della verginità.

****

Fu nello stesso periodo che nostro Signore chiese a Maria di digiunare per un anno intero a pane ed acqua. La giovane non poteva decidersi a ciò finché non aves­se ottenuto il permesso del suo confessore, perché molto debole e obbligata a lavo­rare per guadagnarsi da vivere. Alcuni giorni passarono in queste esitazioni. Allo scopo di vincere la sua resistenza, Dio permise che il suo stomaco non ritenesse al­cun nutrimento; fece allora un tentativo di digiuno forzato, e siccome non trovò al­cun ostacolo nel farlo, si decise a sottomettere il caso a un venerabile sacerdote, che l'autorizzò a proseguire la sua penitenza. Così fece, durante tutto il corso dell'an­no, e la sua salute si mantenne florida.

*****
Ascoltiamo ancora la serva di Dio riferire ciò che segue:
«Per mostrarvi la mia ignoranza vi racconto di orribili pensieri che mi assaliro­no, durante uno dei miei viaggi per mare. Mi credevo colpevole di tutti questi pen­sieri, considerandoli veri crimini. Così quando sbarcai, il mio primo pensiero fu di correre presso un confessore. Mi accusai, come se davvero avessi commesso tutti i peccati il cui pensiero si era presentato mio malgrado nel mio spirito. Il sacerdote mi fece una lunga e pressante esortazione per incitarmi al pentimento. Prima di as­solvermi, mi chiese di promettere a Dio di correggermi. Gli risposi: Padre mio, mi è impossibile prometterglielo; volevo dire che non dipendeva da me il non avere più di questi pensieri. Convinto a causa della mia risposta, non solo dei miei crimini, ma anche della mia ostinazione, il ministro di Dio mi rimandò senza assolvermi, dopo avermi fatto le più terribili minacce. Io non sapevo più cosa fare; ero quasi di­sperata. Come sempre, implorai allora la mia buona Madre del Cielo. Sentii una vo­ce dirmi: Va in tale via, entra in tale casa, sarai illuminata e consolata. Mi alzai, e arrivai nel luogo indicatomi. Bussai, e una voce dolce come se venisse dal Cielo, mi rispose: Entra. lo entrai, e mi trovai davanti una donna che mi disse: avvicina­ti, Maria. Sei inconsolabile, ma ti sbagli, poiché tu non sei colpevole. Maria, avere i più orribili pensieri non è peccato; il peccato non esiste fino a quando l'anima non vi acconsente. Tu ti sei dunque espressa male. Và di nuovo da quel confessore, e digli le cose nel modo che ti dirò adesso. Passai la notte con quella persona che mi conosceva molto bene e parlammo tutto il tempo di Gesù e del Cielo. L'indo­mani, di buon mattino, ero già ai piedi dello stesso sacerdote. Gli spiegai le cose così come la persona sconosciuta mi aveva insegnato a fare, e il confessore, invece di rimproverarmi, mi incoraggiò. 

******
Ascoltate ancora cosa mi è successo quand'ero in mare e ammirate la potenza della fede, persino in una peccatrice. Una tempesta fu­riosa si era levata; dopo inutili sforzi per resistere ai venti e ai flutti, il capitano ave­va dichiarato che tutte le speranze erano perdute. I passeggeri si gettarono nelle barche di salvataggio, in mezzo ad una confusione indescrivibile. Il capitano li contò, mancava all'appello una persona. Scese subito nelle cabine, e arrivò alla mia. Ero coricata e dormivo profondamente. Mi svegliò gridando: Alzati, vestiti, e sali su di una barca, siamo perduti. Mi vestii alla meglio e salii sul ponte. Mi sen­tii ispirata a pregare, dopo avere rimproverato a tutti la loro mancanza di fede. In ginocchio con gli occhi rivolti al cielo, dissi, stendendo le braccia: Signore Gesù, tu che sei potente, calma il mare. O potenza della fede! Lo credereste? La tempe­sta cessò, le onde si calmarono, e noi fummo salvi. Ecco ciò che Dio ha fatto at­traverso una peccatrice come me, con un solo grido di fede. Ah! se noi avessimo la fede, una grande fede, otterremmo tutto da Dio».

Chissà quanti altri simili episodi la sua umiltà ha dovuto farle tacere. Quelli che noi abbiamo citato basteranno a convincere il lettore dell'ammirevole virtù di Maria.

da: Il piccolo nulla, cap. II

LAUDETUR   JESUS  CHRISTUS!
LAUDETUR  CUM  MARIA!
SEMPER  LAUDENTUR!


domenica 25 marzo 2012

"Gesù solo è il mio re; preferisco essere povera con Gesù. Tieniti il tuo re­gno, le tue belle campagne, i tuoi polli, il tuo grande arrosto, preferisco il pane sec­co con Gesù...."


Una nuova lotta si ingaggiò tra il demonio e la novizia: 

Ti sei riposata, le disse Satana, invece di lavorare. 

«Sì, mi sono coricata, rispose lei, per obbedienza; pre­ferisco più di tutto obbedire». 

Tu ti sei pettinata. 

«Sì, mi sono pettinata per decoro. Gesù ama il decoro, io l'ho fatto per Gesù e non per te: tu sei sporco, vattene! Io offro tutto a Gesù. Se non avessi offerto tutto a Gesù, il resto sarebbe per te, ma io ho offerto tutto. Oh! quanto l'obbedienza è buona: è mio fratello; l'umiltà, è mia madre; la semplicità, è mio padre. L'obbedienza è Gesù; l'umiltà è Maria; la sem­plicità è Giuseppe, ecco i miei modelli. Satana, angelo decaduto, ti disprezzo!». 

Ec­co la mia grandezza, le mie ricchezze; io le do a quelli che mi seguono, sono re. 

«Tu, re! Gesù solo è il mio re; preferisco essere povera con Gesù. Tieniti il tuo re­gno, le tue belle campagne, i tuoi polli, il tuo grande arrosto, preferisco il pane sec­co con Gesù. Ti disprezzo come una carta straccia. Dici che mi dai delle noci? Vuoi conoscere le mie noci? Le mie noci è sospirare dietro Gesù. E ti sto per dire quale è il mio pane: è Gesù; è la sofferenza di ogni istante, è l'amore: ecco il mio pane, ecco la mia bevanda. Io disprezzo la tua bevanda, la tua acqua zuccherata, la tua ac­qua odorosa. Ho sete di anime, del calice della sofferenza: questa è la mia bevan­da. Tieni per te i tuoi piaceri, le tue ricchezze, i tuoi regni, preferisco la povertà. Tu dici che io diverrò cieca? Tanto meglio: la cecità mi farà andare da Gesù. Gesù sarà la mia luce; l'obbedienza sarà la mia luce. Felici gli occhi sempre chiusi! Gesù sarà la loro luce. Tutto passa sulla terra. Se quaggiù io fossi sempre nelle tenebre e nel­la sofferenza, nel cielo gioirò sempre con mio Padre».

È così che la novizia trionfava sempre sugli assalti di Satana.

LAUDETUR   JESUS  CHRISTUS!
LAUDETUR  CUM  MARIA!

SEMPER  LAUDENTUR!


martedì 20 marzo 2012

ANIME BELLE! NON SCORDIAMOCI DI GESU' , UNICA SALVEZZA NOSTRA! "O Gesù amabilissimo, ornate la nostra anima delle vostre virtù e dei vostri meriti.







<<O mio dolce Gesù, unica salvezza della mia anima! fate ch’io vi ami col più ardente amore e che dal più profondo del cuore compatisca i vostri dolori.

Io abbraccio la vostra croce adorabile e la bacio per amor vostro e per la vostra gloria.

Io saluto le piaghe da voi sofferte per me e nelle quali è inciso il mio nome.

Vi saluto, mille volte vi saluto, o piaghe benefiche del mio Salvatore, del Dio che mi ha tanto amato!>>



Un religioso, per nulla persuaso della santità di San Francesco Solano (Montilla, 10 marzo 1549Lima, 14 luglio 1610),
 mentre era stimato tale anche agli occhi del mondo, decise di metterlo alla prova. Si diresse dunque verso la sua cella e, con volto sereno ma con parole pungenti, lo riprese aspramente, dicendogli che le sue virtù erano soltanto apparenti e che ingannava il mondo, affinché lo venerasse come un Santo. San Francesco ascoltò con grande pace nel cuore questa riprensione, quindi, messosi in ginocchio davanti a lui, rispose: «Nessuno meglio di voi ha saputo conoscermi» e, dopo avergli chiesto umilmente perdono, con grande tenerezza ed affetto, gli baciò i piedi del confratello, profondamente commosso e meravigliato della grande virtù di lui, in seguito lo elogiò, alla presenza degli altri, come uomo di grande santità e perfezione. È nell'umiltà che si mostra la grandezza. Non esiste vera grandezza senza umiltà, secondo la parola di Gesù: «Dio abbassa i potenti e innalza gli umili».

KRACKER_Johann_Lucas_St_Francis_Of_Solano_Baptizing_Indians

Il peccatore domanda le virtù cristiane

<<O amabilissimo Gesù, fate morire in me tutto ciò che vi dispiace.

Ornate la mia anima delle vostre virtù e dei vostri meriti.

Datemi la vera umiltà, la vera obbedienza, la vera dolcezza, la vera pazienza, la vera carità.

Datemi un assoluto impero sulla mia lingua, su tutte le mie membra, su tutti i miei sensi.

Datemi la libertà interiore, lo spirito di povertà, la purezza e la perfetta contemplazione di voi stesso.

Rendete la mia anima conforme all’anima umana che faceva parte della vostra santa umanità, e il mio corpo conforme a quel corpo così puro e così privo di ogni macchia, che Voi avete rivestito.

Spandete in me la luce serena e brillante della vostra divinità>>.

LAUDETUR JESUS CHRISTUS!
LAUDETUR CUM MARIA!
SEMPER LAUDENTUR!



martedì 6 marzo 2012

Beata Maria Baouardy: "Gesù mi sembrava tenero come il fiore dei campi, che appassisce non ap­pena lo si tocchi. ... "


Ora accompagniamo suor Maria nel suo ritiro di venti giorni che pre­cedette la sua Professione religiosa. Grazie a Padre Lazzaro, suo confessore, pos­sediamo le rivelazioni comunicate alla novizia. I considerevoli estratti che stiamo per dare di questo lavoro ci sembrano talmente elevati, belli e profondi, che non possiamo non vedervi l'espressione di una dottrina dettata dal cielo a questa 'igno­rante' che sapeva appena leggere.


«Nostro Signore era davanti a me. Io lo vedevo, volevo andare verso di Lui e non lo potevo. Gesù mi sembrava tenero come il fiore dei campi, che appassisce non ap­pena lo si tocchi.

 Facevo un passo verso di Lui, e mi fermavo; non avevo quasi le gambe; sembrava che rientrassero nel mio corpo come delle sbarre di ferro: esse non potevano reggermi. Mi è sembrato tuttavia di essere andata un poco avanti e ho det­to: Signore, sono avanzata un po' verso di te; tu sei davanti a me, i miei occhi ti ve­dono, le mie orecchie ti sentono, dammi un po' di forza per arrivare fino a te. Nello stesso tempo, ho invocato lo Spirito Santo per ottenere la forza. Mi sembrava sem­pre che Gesù non fosse lontano da me. 

Guardavo qualche volta dietro di me, e ogni volta che guardavo così, provocavo delle piaghe nel corpo di Gesù. Ed ho chiesto: Che cosa è tutto questo? Subito qualcuno mi ha preso e mi ha detto: Guarda davanti a te. 
Ho guardato e mi è sembrato di vedere un giardino dove erano fiori, alberi e frutti. Davanti alla porta del giardino era acceso un grande fuoco. Per entrare nel giardino, bisognava attraversare questo fuoco. Contemporaneamente, ho visto due persone davanti al giardino. 

Una camminava con fierezza, la testa alzata; l'altra ave­va la testa abbassata e sembrava curva. La prima è entrata senza timore, con la testa sempre alzata. Tuttavia è penetrata nel giardino ed ha colto dei fiori e dei frutti in quantità. In seguito è ritornata alla porta ed ha attraversato di nuovo le fiamme per uscire; ma i suoi vestiti sono stati interamente bruciati, così come tutto ciò che por­tava. Era completamente nuda. 

Anche la seconda persona è entrata; per attraversare il fuoco, si è molto abbassata e il fuoco non ha preso i suoi vestiti. Una volta nel giar­dino, ella l'ha percorso, ha colto molti fiori, molta frutta di ogni specie, ed è torna­ta alla porta del giardino carica di fiori e di frutti; per attraversare le fiamme alla sua uscita, si è abbassata ancora di più di quando era entrata. E le fiamme non l'hanno toccata; ed è uscita più bella e più ricca di quando era entrata.

Ho chiesto di nuovo quello che ciò significasse, e colui che mi guidava mi ha detto: Il fuoco è l'immagine dei fastidi, delle pene, delle angosce, delle sofferenze, delle prove della vita. Il Signore li manda perché si raccolgano fiori e frutti. 
La pri­ma persona che è entrata nel giardino e che ne è uscita povera, triste, nuda, raffigura coloro che si inorgogliscono nella prova: l'orgoglio, l'egoismo, l'amor pro­prio fanno loro perdere tutto. La seconda persona raffigura le anime che si umiliano nella sofferenza, nella prova. Esse si caricano di fiori e di frutti.

Il momento di offrire al Signore i fiori ed i frutti arriva; è la morte. Le due ani­me si presentano davanti al Signore. Il Signore interroga l'una e l'altra. 

Dice alla prima: Tu sei entrata nel giardino; hai raccolto fiori e frutti: dove sono? Signore, risponde, il fuoco che ho attraversato ha bruciato tutto, tutto divorato. Non ho con­servato niente. Ebbene, riprende il Signore, poiché tu non hai niente, va nel nien­te. Maledetta, io non ti conosco! 

Il Signore si rivolge in seguito alla seconda che nasconde i suoi frutti e le dice: E tu, che cosa hai raccolto? E costei getta subito davanti al Signore ciò che teneva nascosto; e, abbassando la testa, risponde: Sei tu che mi hai guidato e che hai raccolto questi frutti. E il Signore risponde: Entra e riposati e godi delle gioie del Signore».

LAUDETUR JESUS CHRISTUS!
LAUDETUR CUM MARIA!
SEMPER LAUDENTUR!

martedì 28 febbraio 2012

Le tre cose più potenti contro di noi sono: la carità, l'umiltà e l'obbedienza.



Satana, attraverso la bocca della posseduta (la beata Maria Baouardy), raccontava le sue vittorie e le sue sconfitte:

Abbiamo appena trionfato, disse, di una religiosa, tramite la disubbidienza e la pigrizia.

Noi non amiamo l'unione nelle comunità; tutti i nostri sforzi tendono ad intro­durvi la discordia.

Le tre cose più potenti contro di noi sono: la carità, l'umiltà e l'obbedienza. C'è una religiosa, da qualche parte, che ci irrita molto; noi non possiamo vin­cerla su alcun punto. La battiamo, le facciamo avere la febbre, nevralgie atroci, è spesso nella impossibilità di camminare, e resta sempre fedele. È impossibile ave­re un minimo sopravvento su di lei. Ascolta la sua superiora, obbedisce al suo confessore. Siamo riusciti a mettere contro di lei tutta la sua comunità: invece di irritarsi e di scoraggiarsi, si è umiliata. La sua superiora stessa è stata contro di lei; ha ringraziato Dio, ed è stata ancora più felice.
Il demonio parlò in seguito di molte persone, sia nel mondo, sia nella vita reli­giosa, alcune delle quali lo ascoltavano, altre, invece, respingevano i suoi attacchi e sfuggivano alla sua rabbia.

Egli domandò al divin Maestro: Chi combatterà contro di noi? Non saranno, gli rispose il Signore, né i re, né i potenti; io vi batterò tramite un piccolo nulla. Ma chi è questo piccolo nulla? diceva Satana, sarebbe la piccola Araba questo piccolo nulla?

Nel giardino, il diavolo scuoteva, con forza, un albero carico di frutti. Glielo si volle impedire: Lasciatemi fare, disse Satana, non faccio alcun male. Il frutto cat­tivo, quello che comincia a guastarsi, cadrà, ma il buon frutto resterà sull'albero! Così noi scuotiamo il mondo: i cattivi cadono; i buoni restano.


LAUDETUR JESUS CHRISTUS!
Laudetur cum Maria!
Semper laudentur