sabato 30 aprile 2022

Santa Caterina da Siena: Carta 37. A fray Nicolás de Ghida


SANTA CATALINA DE SIENA

LAS DOS CELDAS DEL MONJE1


Carta 37. A fray Nicolás de Ghida2, de la Orden del Monte Oliveto3

En nombre de Jesucristo crucificado y de la dulce María.

Queridísimo hijo en Cristo, el dulce Jesús. Yo, Catalina, sierva y

esclava de los siervos de Jesucristo, os escribo en su preciosa sangre con el

deseo de veros morador de la celda del conocimiento de vos y de la bondad

de Dios en vos.

Esa celda es una morada que la persona lleva consigo a donde quiera

que vaya. En ella se adquieren las verdaderas y reales virtudes, y

singularmente la humildad y la ardentísima caridad. Como consecuencia del

conocimiento de nosotros mismos, el alma se humilla reconociendo su

imperfección y que por sí misma no existe, pues comprende haber recibido

de Dios su existencia. Por eso reconoce también la bondad de Dios en ella.

A esa bondad le atribuye su existencia y todos los dones que a la existencia

se han añadido. De este modo adquiere una verdadera y perfecta caridad,

amando con todo el corazón, con todo el afecto y con toda su alma4

. Porque

ama, concibe rechazo a los sentidos egoístas y, por el rechazo al mal que hay

en sí misma, se encuentra contenta con que Dios quiera y sepa corregirla del

modo que desee a causa de los pecados.

Pronto se convierte en paciente de toda tribulación que sobrevenga,

interior o exterior. Por eso, si tiene malos pensamientos, los sufre de buen

grado, considerándose indigna de la paz y quietud de espíritu que tienen otros

servidores de Dios, y se juzga digna de todo sufrimiento e indigna del fruto

que a él sigue.

¿De dónde viene esto?: del santo conocimiento de sí misma. Se



1 Texto transcrito por fray Julián de Cos a partir de la traducción realizada por fray José

Salvador y Conde en la obra: Epistolario de Santa Catalina de Siena. Espíritu y doctrina,

2 vols., San Esteban, Salamanca 1982.

2 Nicolás de Ghida: buen médico, discípulo de Catalina, ingresó en la Orden de Monte

Oliveto, destinado en Cervaia (cartas: 35, 37, 87).

3 Monte Oliveto era una Orden de importancia en tiempo de santa Catalina. Fue fundada

en Ancona y se extendió por la Toscana y por toda Italia. El fundador, el beato Bernardo

Tolomei, murió con 80 religiosos durante la peste de 1348. Santa Catalina tuvo mucha

relación espiritual con los olivetanos (Cartas: 8, 32, 33, 36, 37, 76, 84, 172, 203, 208).

4 Cf. Dt 6,5.


2

conoce, conoce a Dios y a su bondad actuando en ella, y por eso lo ama.

¿En qué se deleita el alma [del monje]?: en sufrir sin culpa por Cristo

crucificado. No se cuida de las persecuciones del mundo ni de las

difamaciones de las personas. Su gozo se basa en sobrellevar los defectos del

prójimo. Busca de veras soportar los trabajos de la Orden [en la que se ha

consagrado a Dios] y [prefiere] morir antes que transgredir la obediencia.

[El alma del buen monje] es siempre sumisa, no sólo al superior sino

también al menor [de los hermanos]. No presume de sí misma, creyéndose

algo. Por eso se somete a cualquiera por causa de Cristo crucificado, no en

lo que se refiere a los placeres o pecados, sino con humildad, por razón de la

virtud5

. Huye del trato con la sociedad y con los laicos, del recuerdo de los

parientes –no sólo de su trato–, como de serpientes venenosas. Ama la celda

y se deleita en las salmodias con humilde y continua oración. De la celda ha

hecho un Cielo. Prefiere estar en ella con sufrimientos y ataques del

demonio, a vivir fuera de ella en paz y quietud.

¿De dónde [le viene al alma del monje] tal conocimiento y deseo? Lo

ha obtenido y adquirido en la celda del conocimiento de sí, porque si antes

no hubiera tenido esta morada en la celda del espíritu, no habría tenido el

deseo ni amaría la celda material. Pero como vio y conoció por sí misma los

peligros de andar y estar fuera de la celda, por eso la ama. En verdad, el

monje fuera de la celda muere como el pez fuera del agua. ¡Qué peligroso es

para un monje andar vagando [ociosamente]!

¡Cuántas columnas hemos visto venirse abajo por andar y estar fuera

de la celda, a no ser en los momentos precisos y regulados! Cuando la

obediencia o una verdadera necesidad de caridad se lo mandare, entonces no

recibirá perjuicio alguno –a no ser por ligereza de corazón y por caridad

liviana que tiene a su prójimo, detalles que obligan al monje ignorante a estar

fuera de ella por engaño del demonio–. [En cambio] el buen monje no

considera que la caridad debe primeramente orientarla hacia sí mismo, en el

sentido de que no debe cometer mal alguno ni cosa que impida la perfección,

por un beneficio que se pueda hacer al prójimo.

¿Por qué estar fuera de la celda es tan dañino? Porque antes de salir de

la celda material ha abandonado la espiritual del conocimiento de sí. Si no lo

hubiera hecho, habría conocido su fragilidad, cosa que le llevaría a no salir,

sino a quedarse dentro de su celda.

¿Sabéis [cuál es] el fruto de andar fuera?: es fruto de muerte, porque

el espíritu se recrea en el trato con las personas abandonando el de los

5 Cf. Ef 5,21.


3

ángeles; se vacía de santos pensamientos acerca de Dios y se ocupa en las

criaturas; a causa de distintos y malos pensamientos, disminuye su solicitud

y devoción al Oficio [divino] y se enfrían los deseos del alma. Con eso abre

las puertas de sus sentidos, a saber: la vista para ver lo que no debe, los oídos

para escuchar lo que no tiene relación con la voluntad de Dios y la salvación

de las almas, y la lengua para decir palabras ociosas, olvidándose de hablar

de Dios. Con ello, [el monje] se hace daño y se lo hace al prójimo, privándole

de su oración, porque en el tiempo en que debe orar por él, anda de una parte

para otra; y le priva también del buen ejemplo. La lengua no sería capaz de

explicar los males que de ello se siguen. Y ocurrirá, si no tiene cuidado, que

poco a poco se irá deslizando de modo que abandonará el redil de la Orden.

En cambio, si conoce el peligro, se refugia en la celda y en ella llena

su espíritu abrazándose a la cruz [que Dios le ha dado, meditando] en la

compañía de los santos Doctores [de la Iglesia], que con luz sobrenatural,

como ebrios, hablaban de la generosa bondad de Dios y de la vida de los que

se enamoraban de las virtudes, alimentándose de la honra de Dios y de la

salvación de las almas, sentados a la mesa de la santísima Cruz, sufriendo

hasta la muerte con verdadera perseverancia. Así pues, se deleita con esta

compañía y, cuando la obediencia le manda salir, le parece duro y,

hallándose fuera, permanece dentro con el deseo.

Permaneciendo dentro de la celda, [el buen monje] se alimenta

[espiritualmente] de la sangre de Cristo y se une con el sumo y eterno Bien

con sentimiento de amor. No huye ni rehúsa el padecimiento sino que, como

verdadero caballero, está en la celda como en el campo de batalla:

defendiéndose de los enemigos con el cuchillo del rechazo y del amor, y con

el escudo de la santísima fe. Nunca vuelve la vista atrás6

sino que persevera

con la esperanza y con la luz de la fe, hasta que por esa perseverancia recibe

la corona de la gloria.


Adquiere la riqueza de las virtudes, pero no las

compra en otra tienda que no sea el conocimiento de sí mismo y de la bondad

de Dios [manifestada] en sí. Por ese conocimiento se hace morador de las

[dos] celdas –la espiritual y la material–, pues de otro modo nunca lo habría

conseguido.

Por lo cual, considerando yo que no existe otro camino, dije que

deseaba veros morador de la celda del conocimiento de vos y de la bondad

de Dios manifestada en vos.

Sabed que fuera de la celda nunca lo adquiriréis. Por eso quiero que

volváis sobre vos mismo con rigor, permaneciendo dentro de la celda, y que

6 Cf. Lc 9,62.

7 Cf. 1Tes 2,19.


4


experimentéis fastidio fuera de ella, a no ser que la salida os la imponga la

obediencia o la extrema necesidad. Que la salida al mundo os parezca como

ir al fuego; y veneno el trato con los laicos. Huid vos a vuestro interior y no

queráis ser cruel con vuestra alma.

Queridísimo hijo: no quiero que sigamos durmiendo, sino que

despertemos8

al conocimiento de nosotros mismos, donde encontraremos la

sangre del humilde e inmaculado Cordero.

No digo más. Permaneced en el santo y dulce amor a Dios.

Encomendadme al prior y a los otros [hermanos] vivamente.

Jesús dulce, Jesús amor.





8 Cf. Rm 13,11


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E' la conclusione del discorso sulla santa Messa fatto da san Vincenzo Ferreri prima del 1419

 << 30. – La 30ma opera che Gesù Cristo realizzò in questo mondo fu quando apparve alla sua gloriosa Madre e agli Apostoli e li benedisse insieme ai cristiani uomini e donne. E perciò disse il beato Luca: Elevate le sue mani, li benedisse … e fu portato verso il cielo (Lc. 24, 50-51). Allora diceva la Vergine Maria, (interiormente) piangendo: “O Figlio mio, non vengo con Te? Mi lasci qui tra i giudei?”. Allo stesso modo gli Apostoli piangevano dicendo: “Signore, quando ti vedremo di nuovo e quando ritornerai?”. E allora, ecco qui che Cristo dette la benedizione e salì al cielo, donde era uscito.

      E questo si ripresenta nella Messa, quando il sacerdote data la benedizione, ritorna nella sacrestia donde era uscito.


      Ecco qui come tutta la vita di Cristo sta ripresentata nella Messa. E perciò il tema dice: Fate quello che Egli vi dirà  (Gv. 2, 5). Cioè, ripresentare nella Messa tutta la vita di Cristo e non soltanto la Passione. Pertanto, buona gente [nel manoscritto: bona gent], Fate questo in mio ricordo (Lc. 22, 19 e 1 Cor. 11, 23).  Cioè, che voi chierici [devotamente celebrerete la vita di Cristo e voi laici] devotamente udendo e non parlando nella messa, né avvicinandovi all’altare, bensì pregando in silenzio, perché così non disturberete chi vi sta vicino. Per questo la Vergine Maria  lo diceva: Fate quello che Egli vi dirà (Gv. 2, 5), che è il tema.

      Alcuni questo non l’incontrano nella Bibbia, però a me sembra che con tutto questo concordano altre autorità: Ascoltate il giudizio del padre, figli amati, e operate così per essere salvi (Sir. 3, 2). Voi cristiani che siete “figli amati, ascoltate il giudizio del padre”, ossia la Messa e “perché siate salvi”. Questa autorità chiama “giudizio(precetto, comando) la Messa, perché ne abbiate grande riverenza, tanto i sacerdoti che dovete andare alla celebrazione di questo sacramento infiammati d’amore, e tanto le genti del popolo che devono con gran riverenza, ascoltare, non parlando né avvicinandosi all’altare.
      Questo è il sermone predicato.
      Rendiamo grazie a Dio.>>

https://www.dominicos.org/estudio/recurso/san-vicente-ferrer-de-la-vida-de-cristo-representa/

Da:http://biblioteca.campusdominicano.org/vitachristi.pdf                  


AMDG et B.V.M. 

https://gerardoms.blogspot.com/2022/04/e-le-festa-di-san-vincenzo-ferreri.html

VIVALDI

La musica quasi come una compagna di viaggio





AMDG et DVM

 

Benedetto XVI e la musica

 

«Ecco il mio auspicio: che la grandezza e la bellezza della musica possano donare anche a voi, cari amici, nuova e continua ispirazione per costruire un mondo di amore, di solidarietà e di pace»

Benedictus PP. XVI


Benedetto XVI e la musica

E’ a tutti nota la passione di papa Benedetto XVI per la musica. Il pianoforte lo accompagna nelle ore di relax e nel tempo libero. Ed egli stesso non ha mancato di fare accenni autobiografici che testimoniano e confermano questo suo interesse fin dalla giovinezza quando, insieme al fratello Georg, che in seguito lo avrebbe diretto per trent’anni, ha potuto partecipare all’attività del coro di chiesa più antico del mondo, quello dei “Passeri del Duomo di Ratisbona” (i «Regensburger Domspatzen»). Sempre indulgendo ai ricordi, egli può riandare a un lontano 1941 allorché, ancora con il fratello, poté assistere ad alcuni concerti del Festival di Salisburgo e ascoltare, nella Basilica abbaziale di San Pietro, una indimenticabile esecuzione della Messa in do minore di Mozart (cfr Discorso, 17.1.09). Un autore questo che lo fa andare con la memoria a tempi più remoti quando, da ragazzo, nella sua chiesa parrocchiale, ascoltando una sua Messa, poteva fare un’esperienza sublime della musica che gli faceva sentire che «un raggio della bellezza del Cielo lo aveva raggiunto» (Discorso, 7.9.10).

Il discorso sulla musica di papa Benedetto è sempre attraversato da una lettura spirituale di essa per cui, attraverso i suoni dell’orchestra, il canto del coro o anche l’esecuzione di un solista, noi possiamo arrivare ad avere uno sguardo più puro sulla nostra realtà interiore per scrutare in essa, nel riflesso della trama musicale, le passioni che la agitano e la scuotono oppure le gioie e le speranze che la animano e la destano (cfr Discorso, 18.11.06). Accanto a questo sguardo introspettivo, che armonizza il nostro intimo, la musica suscita risonanze che rimandano continuamente al di là di se stessa, «al Creatore di ogni armonia» (Discorso, 4.9.07). Proprio “giocando” su questa differenza, su questo scarto (non a caso in tedesco “suonare” è “spielen”, in inglese è “play” e in francese è “jouer”), essa ha il potere di «aprire le menti e i cuori alla dimensione dello spirito e condurre le persone ad alzare lo sguardo verso l’Alto, ad aprirsi al Bene e al Bello assoluti, che hanno la sorgente ultima in Dio» (Discorso, 29.4.10).

Attraverso la musica, forse in una maniera privilegiata rispetto ad altre arti, si può arrivare, mediante l’esperienza del vero, del buono e del bello che essa sollecita, a un contatto più diretto con Dio. In questo senso la musica può condurci alla preghiera: «Non è un caso – dice il papa – che spesso la musica accompagni la nostra preghiera

Essa fa risuonare i nostri sensi e il nostro animo quando, nella preghiera, incontriamo Dio» (Discorso, 11.8.12). Tuttavia come alla preghiera non può mai corrispondere un sentimento narcisistico e appagante, ma dal rinnovato e ritrovato contatto con Dio dobbiamo attingere nuove energie spirituali per incidere positivamente sulla realtà, così anche la musica può diventare preghiera se «possiamo insieme costruire un mondo nel quale risuoni la melodia consolante di una trascendente sinfonia d’amore» (Discorso, 18.11.06).

La musica ci rivela che c’è una parte indistrutta del mondo, capace di resistere alla “hýbris” e alla superbia di Babele, dove la bontà e la bellezza della creazione non sono rovinate e ci ricorda che non siamo continuamente richiamati a mantenere e ripristinare, in una parola, «a lavorare per il bene e per il bello» (Discorso, 2.8.09). Non è questo l’unico messaggio della musica. Esso è certamente il più alto, per l’armonia e la sintonia che scopre con la Trascendenza, alla quale ci impone di adeguarci, aderendo alla bontà, alla bellezza e alla verità, per non rendere le nostre esistenze “stonate” e prive di significato. Tuttavia papa Benedetto si serve anche di altre immagini per spiegare, attraverso la musica, quelli che sono i nostri compiti. Egli immagina infatti la storia «come una meravigliosa sinfonia che Dio ha composto e la cui esecuzione Egli stesso, da saggio maestro d’orchestra, dirige» (Discorso, 18.11.06).

E’ vero, in certi momenti non è sempre facile leggerla e il suo disegno ci sembra discutibile oppure incomprensibile: la realtà del male e la sua azione nella storia degli uomini, lasciano talvolta pensare che «la Sua bontà non arriva giù fino a noi» (Discorso, 1.6.12). Nondimeno, continua il Santo Padre, sviluppando la similitudine dell’orchestra, non tocca a noi salire sul podio del direttore per dirigere e tanto meno possiamo cambiare la melodia che non ci piace, piuttosto «siamo chiamati, ciascuno di noi al suo posto e con le proprie capacità, a collaborare con il grande Maestro nell’eseguire il suo stupendo capolavoro. Nel corso dell’esecuzione ci sarà poi anche dato di comprendere man mano il grandioso disegno della partitura divina» (Discorso, 18.11.06).

Da questa osservazione, di natura prettamente teologica, ne discendono altre, di carattere più pratico, che possono fornire importanti istruzioni sulle regole vita della Chiesa in generale. Infatti l’esperienza del suonare insieme dell’orchestra, il rito stesso dell’accordatura e la pazienza delle prove, che impegnano i musicisti a «non suonare “da soli”, ma di far sì che i diversi “colori orchestrali” – pur mantenendo le proprie caratteristiche – si fondano insieme» (Discorso, 29.4.10), ci forniscono un’immagine appropriata per le relazioni che si costruiscono in ambito ecclesiale ed invitano a rinunciare a ogni forma di protagonismo al fine di diventare «”strumenti” per comunicare agli uomini il pensiero del grande “Compositore”, la cui opera è l’armonia dell’universo» (Discorso, 18.11.06).

Negli interventi che il Santo Padre dedica alla musica un posto importante è quello accordato alla musica sacra. Anche in tal caso Benedetto XVI vuole sgombrare il campo da alcuni equivoci che hanno fatto considerare il patrimonio della musica sacra o la tradizione del canto gregoriano come l’espressione «di una concezione rispondente ad un passato da superare e da trascurare, perché limitativo della libertà e della creatività del singolo e delle comunità» (Discorso, 13.5.11). Come risposta a queste posizioni il papa ribadisce la centralità di una Liturgia in cui il vero soggetto è la Chiesa: «Non è il singolo o il gruppo che celebra la Liturgia, ma essa è primariamente azione di Dio attraverso la Chiesa, che ha la sua storia, la sua ricca tradizione e la sua creatività» (ib.). Occorre perciò – afferma il Santo Padre – tener presente il patrimonio storico-liturgico per mantenere «un corretto e costante rapporto tra “sana traditio e legitima progressio”» (Discorso, 6.5.11) nel quale, come reso esplicito dalla Sacrosanctum Concilium (n.23), questi due aspetti si integrano dal momento che «la tradizione è una realtà viva e include perciò in se stessa il principio dello sviluppo e del progresso» (Discorso, 6.5.11).

Dal discorso che Benedetto XVI tesse sulla musica, anche attraverso i giudizi che di volta in volta formula sui diversi compositori (Vivaldi, Händel, Bach, Mozart, Beethoven, Rossini, Schubert, Mendelssohn, Liszt, Verdi, Bruckner), emergono non solo una grande competenza ma anche una notevole finezza interpretativa, segno di una particolare sensibilità per questa universale forma di espressione artistica e per gli ideali di verità, bontà e bellezza che la musica comunica e modula. Perciò è ancora il papa a sottolineare il suo debito di gratitudine verso quest’arte e verso tutti coloro che ad essa, fin da bambino, lo hanno accostato: «Nel guardare indietro alla mia vita, – egli ha modo di dire con parole davvero toccanti – ringrazio Iddio per avermi posto accanto la musica quasi come una compagna di viaggio, che sempre mi ha offerto conforto e gioia. Ringrazio anche le persone che, fin dai primi anni della mia infanzia, mi hanno avvicinato a questa fonte di ispirazione e di serenità» (Discorso, 16.4.07).

E l’augurio che egli esprime, a conclusione di un concerto, fa capire molto bene l’alto valore e il posto davvero centrale che egli assegna alla musica non solo nella sua vita ma in quella di tutti: «Ecco il mio auspicio: che la grandezza e la bellezza della musica possano donare anche a voi, cari amici, nuova e continua ispirazione per costruire un mondo di amore, di solidarietà e di pace» (ib.).

 

*Lucio Coco, studioso di letteratura classica antica è curatore dei volumi della collana Pensieri di Papa Benedetto XVI, editi dalla Libreria Editrice Vaticana


AMDG et DVM

MARIA VALTORTA!!

 


13 settembre 1943

   (iniziata nel momento della Comunione)

   Dice Gesù:
   «L’arcangelo Michele, che voi invocate nel Confiteor,[333] ma, secondo la vostra abitudine, con l’anima assente, troppo assente, era presente alla mia morte di croce. I sette grandi arcangeli[334] che stanno in perenne davanti al trono di Dio, erano tutti presenti al mio Sacrificio.
   E non dire che ciò è in contraddizione col mio dire:[335] “Il Cielo era chiuso”. Il Padre, lo ripeto, era assente, lontano, nel momento in cui la Grande Vittima compiva l’Immolazione per la salute del mondo.
   Se il Padre fosse stato meco, il Sacrificio non sarebbe stato totale. Sarebbe stato unicamente sacrificio della Carne condannata alla morte. Ma Io dovevo compiere il totale olocausto. Nessuna delle tre facce dell’uomo: quella carnale, quella morale, quella spirituale, doveva essere esclusa dal sacrificio, perché Io ero immolato per tutte le colpe, e non soltanto per le colpe del senso. Or dunque è comprensibile che anche il morale e lo spirituale mio dovevano essere stritolati, annichiliti nella mola del tremendo Sacrificio. Ed è anche comprensibile che il mio Spirito non avrebbe sofferto se esso fosse stato fuso con quello del Padre.
   Ma ero solo. Innalzato, non materialmente ma soprannaturalmente, a una tale distanza dalla Terra che nulla più di con­forto poteva venirmi da essa. Isolato da ogni conforto umano. Innalzato sul mio patibolo, avevo portato su esso il peso immisurabile delle colpe di tutta un’umanità di millenni passati e di millenni avvenire, ed esso peso mi schiacciava più della Croce, trascinata con tanta fatica da un corpo già agonico per le erte, afose, sassose vie di Gerusalemme, fra i lazzi e gli urtoni di una plebe imbestialita.
   Sulla Croce ero col mio soffrire totale di carne seviziata e col mio supersoffrire di spirito accasciato da un cumulo di colpe che nessun aiuto divino rendeva sopportabili. Ero un naufrago in mezzo ad un oceano in tempesta e dovevo morire così. Il mio Cuore si è schiantato sotto l’affanno di questo peso e di questo abbandono.
   Mia Madre m’era vicina. Lei sì. Eravamo noi due, i Martiri, avvolti nello strazio e nell’abbandono. E il vederci l’un l’altro era tortura aggiunta a tortura. Poiché ogni mio fremito lacerava le fibre di mia Madre, ed ogni suo gemito era un nuovo flagello sulle mie carni flagellate e un nuovo chiodo infisso non nelle palme, ma nel mio Cuore. Uniti e divisi nello stesso tempo per soffrire di più, e su noi i Cieli chiusi sul corruccio del Padre e tanto lontani...
   Ma gli arcangeli erano presenti all’Immolazione del Figlio di Dio per la salute dell’uomo e alla Tortura della Vergine-Madre. E se è detto[336] nell’Apocalisse che agli ultimi tempi un Angelo farà l’offerta dell’incenso più santo al trono di Dio, avanti di spargere il fuoco primo dell’ira divina sulla Terra, come non pensate che fra le preghiere dei santi, incenso imperituro e degno dell’Altissimo, non siano, prime fra tutte, le lacrime, oranti più di qualsiasi parola, della mia Santa benedetta, della mia Martire dolcissima, della Madre mia, raccolte dall’angelo che portò l’annuncio[337] e che raccolse l’adesione, del testimone angelico degli sponsali soprannaturali per i quali la Natura Divina contrasse legame con la natura umana, attrasse alle sue altezze una carne e abbassò il suo Spirito a divenire carne per la pace fra l’uomo e Dio?
   Gabriele e i suoi celesti compagni curvi sul dolore di Gesù e di Maria, impossibilitati a sollevarlo, perché era l’ora della Giustizia, ma non assenti da esso, hanno raccolto nel loro intelletto di luce tutti i particolari di quell’ora, tutti, per illustrarli, quando il tempo non sarà più, alla vista dei risorti: gaudio dei beati e condanna prima dei reprobi, anticipo a questi e a quelli di ciò che sarà dato da Me, Giudice supremo e Re altissimo.»
   Si è iniziato il parlare di Gesù mentre dicevo il Confiteor e la mia mente ha visto Gabriele, luce d’oro, curvo in adorazione della Croce, credo. Ma non vedevo la Croce.
   Oggi, poi, sfogliando attentamente le pagine dattilografate per correggere i più piccoli errori di trascrizione, acciò non vi siano svarioni che alterano il pensiero, trovo un mio commento, in data 31 maggio, circa la distruzione di Gerusalemme... Ricordo l’impressione avuta quel giorno leggendo S. Luca nel cap. 21 e nei versetti 20 e 24. Dicevo quel giorno: “Ho capito che c’è un riferimento a noi tutti. Non ho visto chiaramente. Sono però rimasta sotto la dolorosa impressione”. Oggi rileggo S. Luca e purtroppo mi pare che il brano calza a dovere coi nostri disgraziati casi...
   Gesù mi parla oggi di sette arcangeli che stanno sempre davanti al trono di Dio. Ci sono proprio o è un numero allegorico? Ho cercato nella Bibbia, ma non ho trovato niente in merito. Questa deve essere una di quelle “lacune” di cui parla Gesù l’11 giugno.

[333] Confiteor è l’atto penitenziale della Messa, che ai tempi della scrittrice si diceva in latino.
[334] sette grandi arcangeli, menzionati in Tobia 12, 15 e in Apocalisse 8, 2.
[335] col mio dire del 5 settembre.
[336] è detto in Apocalisse 8, 3-5.
[337] l’annuncio, narrato in Luca 1, 26-38.


AMDG et DVM