SANTA CATALINA DE SIENA
LAS DOS CELDAS DEL MONJE1
Carta 37. A fray Nicolás de Ghida2, de la Orden del Monte Oliveto3
En nombre de Jesucristo crucificado y de la dulce María.
Queridísimo hijo en Cristo, el dulce Jesús. Yo, Catalina, sierva y
esclava de los siervos de Jesucristo, os escribo en su preciosa sangre con el
deseo de veros morador de la celda del conocimiento de vos y de la bondad
de Dios en vos.
Esa celda es una morada que la persona lleva consigo a donde quiera
que vaya. En ella se adquieren las verdaderas y reales virtudes, y
singularmente la humildad y la ardentísima caridad. Como consecuencia del
conocimiento de nosotros mismos, el alma se humilla reconociendo su
imperfección y que por sí misma no existe, pues comprende haber recibido
de Dios su existencia. Por eso reconoce también la bondad de Dios en ella.
A esa bondad le atribuye su existencia y todos los dones que a la existencia
se han añadido. De este modo adquiere una verdadera y perfecta caridad,
amando con todo el corazón, con todo el afecto y con toda su alma4
. Porque
ama, concibe rechazo a los sentidos egoístas y, por el rechazo al mal que hay
en sí misma, se encuentra contenta con que Dios quiera y sepa corregirla del
modo que desee a causa de los pecados.
Pronto se convierte en paciente de toda tribulación que sobrevenga,
interior o exterior. Por eso, si tiene malos pensamientos, los sufre de buen
grado, considerándose indigna de la paz y quietud de espíritu que tienen otros
servidores de Dios, y se juzga digna de todo sufrimiento e indigna del fruto
que a él sigue.
¿De dónde viene esto?: del santo conocimiento de sí misma. Se
1 Texto transcrito por fray Julián de Cos a partir de la traducción realizada por fray José
Salvador y Conde en la obra: Epistolario de Santa Catalina de Siena. Espíritu y doctrina,
2 vols., San Esteban, Salamanca 1982.
2 Nicolás de Ghida: buen médico, discípulo de Catalina, ingresó en la Orden de Monte
Oliveto, destinado en Cervaia (cartas: 35, 37, 87).
3 Monte Oliveto era una Orden de importancia en tiempo de santa Catalina. Fue fundada
en Ancona y se extendió por la Toscana y por toda Italia. El fundador, el beato Bernardo
Tolomei, murió con 80 religiosos durante la peste de 1348. Santa Catalina tuvo mucha
relación espiritual con los olivetanos (Cartas: 8, 32, 33, 36, 37, 76, 84, 172, 203, 208).
4 Cf. Dt 6,5.
2
conoce, conoce a Dios y a su bondad actuando en ella, y por eso lo ama.
¿En qué se deleita el alma [del monje]?: en sufrir sin culpa por Cristo
crucificado. No se cuida de las persecuciones del mundo ni de las
difamaciones de las personas. Su gozo se basa en sobrellevar los defectos del
prójimo. Busca de veras soportar los trabajos de la Orden [en la que se ha
consagrado a Dios] y [prefiere] morir antes que transgredir la obediencia.
[El alma del buen monje] es siempre sumisa, no sólo al superior sino
también al menor [de los hermanos]. No presume de sí misma, creyéndose
algo. Por eso se somete a cualquiera por causa de Cristo crucificado, no en
lo que se refiere a los placeres o pecados, sino con humildad, por razón de la
virtud5
. Huye del trato con la sociedad y con los laicos, del recuerdo de los
parientes –no sólo de su trato–, como de serpientes venenosas. Ama la celda
y se deleita en las salmodias con humilde y continua oración. De la celda ha
hecho un Cielo. Prefiere estar en ella con sufrimientos y ataques del
demonio, a vivir fuera de ella en paz y quietud.
¿De dónde [le viene al alma del monje] tal conocimiento y deseo? Lo
ha obtenido y adquirido en la celda del conocimiento de sí, porque si antes
no hubiera tenido esta morada en la celda del espíritu, no habría tenido el
deseo ni amaría la celda material. Pero como vio y conoció por sí misma los
peligros de andar y estar fuera de la celda, por eso la ama. En verdad, el
monje fuera de la celda muere como el pez fuera del agua. ¡Qué peligroso es
para un monje andar vagando [ociosamente]!
¡Cuántas columnas hemos visto venirse abajo por andar y estar fuera
de la celda, a no ser en los momentos precisos y regulados! Cuando la
obediencia o una verdadera necesidad de caridad se lo mandare, entonces no
recibirá perjuicio alguno –a no ser por ligereza de corazón y por caridad
liviana que tiene a su prójimo, detalles que obligan al monje ignorante a estar
fuera de ella por engaño del demonio–. [En cambio] el buen monje no
considera que la caridad debe primeramente orientarla hacia sí mismo, en el
sentido de que no debe cometer mal alguno ni cosa que impida la perfección,
por un beneficio que se pueda hacer al prójimo.
¿Por qué estar fuera de la celda es tan dañino? Porque antes de salir de
la celda material ha abandonado la espiritual del conocimiento de sí. Si no lo
hubiera hecho, habría conocido su fragilidad, cosa que le llevaría a no salir,
sino a quedarse dentro de su celda.
¿Sabéis [cuál es] el fruto de andar fuera?: es fruto de muerte, porque
el espíritu se recrea en el trato con las personas abandonando el de los
5 Cf. Ef 5,21.
3
ángeles; se vacía de santos pensamientos acerca de Dios y se ocupa en las
criaturas; a causa de distintos y malos pensamientos, disminuye su solicitud
y devoción al Oficio [divino] y se enfrían los deseos del alma. Con eso abre
las puertas de sus sentidos, a saber: la vista para ver lo que no debe, los oídos
para escuchar lo que no tiene relación con la voluntad de Dios y la salvación
de las almas, y la lengua para decir palabras ociosas, olvidándose de hablar
de Dios. Con ello, [el monje] se hace daño y se lo hace al prójimo, privándole
de su oración, porque en el tiempo en que debe orar por él, anda de una parte
para otra; y le priva también del buen ejemplo. La lengua no sería capaz de
explicar los males que de ello se siguen. Y ocurrirá, si no tiene cuidado, que
poco a poco se irá deslizando de modo que abandonará el redil de la Orden.
En cambio, si conoce el peligro, se refugia en la celda y en ella llena
su espíritu abrazándose a la cruz [que Dios le ha dado, meditando] en la
compañía de los santos Doctores [de la Iglesia], que con luz sobrenatural,
como ebrios, hablaban de la generosa bondad de Dios y de la vida de los que
se enamoraban de las virtudes, alimentándose de la honra de Dios y de la
salvación de las almas, sentados a la mesa de la santísima Cruz, sufriendo
hasta la muerte con verdadera perseverancia. Así pues, se deleita con esta
compañía y, cuando la obediencia le manda salir, le parece duro y,
hallándose fuera, permanece dentro con el deseo.
Permaneciendo dentro de la celda, [el buen monje] se alimenta
[espiritualmente] de la sangre de Cristo y se une con el sumo y eterno Bien
con sentimiento de amor. No huye ni rehúsa el padecimiento sino que, como
verdadero caballero, está en la celda como en el campo de batalla:
defendiéndose de los enemigos con el cuchillo del rechazo y del amor, y con
el escudo de la santísima fe. Nunca vuelve la vista atrás6
sino que persevera
con la esperanza y con la luz de la fe, hasta que por esa perseverancia recibe
la corona de la gloria.
Adquiere la riqueza de las virtudes, pero no las
compra en otra tienda que no sea el conocimiento de sí mismo y de la bondad
de Dios [manifestada] en sí. Por ese conocimiento se hace morador de las
[dos] celdas –la espiritual y la material–, pues de otro modo nunca lo habría
conseguido.
Por lo cual, considerando yo que no existe otro camino, dije que
deseaba veros morador de la celda del conocimiento de vos y de la bondad
de Dios manifestada en vos.
Sabed que fuera de la celda nunca lo adquiriréis. Por eso quiero que
volváis sobre vos mismo con rigor, permaneciendo dentro de la celda, y que
6 Cf. Lc 9,62.
7 Cf. 1Tes 2,19.
4
experimentéis fastidio fuera de ella, a no ser que la salida os la imponga la
obediencia o la extrema necesidad. Que la salida al mundo os parezca como
ir al fuego; y veneno el trato con los laicos. Huid vos a vuestro interior y no
queráis ser cruel con vuestra alma.
Queridísimo hijo: no quiero que sigamos durmiendo, sino que
despertemos8
al conocimiento de nosotros mismos, donde encontraremos la
sangre del humilde e inmaculado Cordero.
No digo más. Permaneced en el santo y dulce amor a Dios.
Encomendadme al prior y a los otros [hermanos] vivamente.
Jesús dulce, Jesús amor.
8 Cf. Rm 13,11
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