Francisco Solano, llamado "el
Taumaturgo del nuevo mundo", por la cantidad de prodigios y milagros que obtuvo
en Sudamérica, nació en 1549, en Montilla, Andalucía, España.
Francisco
fue el tercer hijo de Mateo Sánchez Solano y Ana Jiménez. Sus dos hermanos se
llamaban Diego e Inés. Creció Francisco en un hogar noble y cristiano donde se
apreciaba más la hidalguía del espíritu que la de la sangre.
Montilla era
un lugar eminentemente religioso. Seguramente, Solano conoció a San Juan de
Ávila, que murió cuando Francisco tenía veinte años. En aquella época, había en
Montilla docena y media de iglesias, así como cinco conventos y numerosas
cofradías.
INGRESO A LA
ORDEN FRANCISCANA
Francisco
estudió con los Jesuitas, pero entró a la comunidad Franciscana porque le
atraían mucho la pobreza y la vida tan sacrificada de los religiosos de esa
Orden; por ello, decidió ingresar como novicio en el convento franciscano de San
Lorenzo, situado en la Huerta del Adalid. Era un lugar de enorme belleza
natural, con abundantes árboles, plantas y flores, jazmines, un estanque con
peces, caza menor y pájaros. En medio de este paraíso natural, había varias
ermitas esparcidas que invitaban a la oración y la contemplación.
En el
convento la disciplina era muy estricta, conforme a la regla primitiva. Los
novicios franciscanos pasaban la mayor parte del tiempo dedicados al silencio y
la meditación. Hablaban muy poco, siempre de dos en dos, en voz baja y no por
mucho tiempo. En cuanto a la meditación, había tres turnos diarios de media hora
de duración cada uno.
Francisco
era muy virtuoso, paciente y humilde. Dormía siempre en el suelo, sobre una
cobija o un cañizo de palos. Usaba un cilicio durante todo el año. Andaba
descalzo a no ser que estuviera enfermo y sólo comía legumbres y fruta. Se
excedía a menudo en la práctica de mortificaciones y penitencias, con el
resultado durante toda su vida de una salud débil y quebrantada.
El día 25 de
Abril de 1570 hizo profesión religiosa para ser fraile de coro. Tenía entonces
veintiún años.
ESTANCIA EN LORETO
(1572-1579). ORDENACIÓN SACERDOTAL
Poco tiempo
después fue destinado al convento sevillano de Nuestra Señora de Loreto, donde
cursó estudios de Filosofía y Teología. En Loreto, la observancia regular era
también muy estricta. Los maestros que más influyeron en el joven Francisco
fueron dos: el teólogo y humanista fray Luis de Carvajal y el músico y
científico padre Juan Bermudo. Durante su largo período de formación, Solano no
sólo se instruyó en la teología de San Buenaventura, sino que tuvo ocasión de
desarrollar sus dotes innatas para la música y el canto.
En 1576 fue
ordenado sacerdote. Asistió su padre, pero no así su madre, que se encontraba
enferma y casi ciega. Lo nombraron vicario de coro, es decir, encargado de
dirigir el rezo y los cantos del oficio divino. Amante de la austeridad y la
pobreza, Solano se hizo una pequeña celda en las inmediaciones del coro, en un
diminuto rincón en el que apenas cabía. La celda estaba hecha de cañas y barro
cocido, con un pequeño agujero que servía de ventana para poder rezar y
estudiar.
Una vez
terminados los estudios de teología, fue nombrado predicador, labor que
desarrolló en pueblos cercanos, y que resultaría determinante en su futuro como
misionero. La tarea de predicar no era fácil, y requería estudio continuo y
dedicación permanente. Posteriormente, fue nombrado también confesor.
Hay que
decir que la primera intención del santo era la de ser mártir. Solicitó sin
éxito ser destinado a Berbería para morir en el intento de evangelizar a los
africanos. En vista de la negativa de sus superiores, Solano se fijó otra meta:
América, pero tuvo que esperar algún tiempo antes de poder ver realizado su
deseo de convertirse en misionero.
REGRESO A
MONTILLA
La muerte de
su padre le hizo volver temporalmente a Montilla para visitar a su madre. Sin
embargo, su estancia se prolongó más de lo previsto debido a una epidemia mortal
que afectó incluso a varios frailes del convento franciscano.
En Montilla
realizó varias curaciones inexplicables que dieron comienzo a su fama como
milagrero. Un día iba pidiendo limosna por las calles cuando una mujer le pidió
que leyera el evangelio a un niño de seis meses que llevaba en brazos. Solano
vio que el niño tenía numerosas llagas e hinchado el rostro. Cuentan que lamió
el rostro y las llagas con su boca y lengua, y que a la mañana siguiente el niño
amaneció mejor y se curó.
También curó
a un pobre hombre que tenía llagas en las piernas y apenas podía andar ayudado
por unas muletas. Dicen que le besó las llagas y curó de inmediato.
En 1581,
Francisco Solano fue destinado como vicario y maestro de novicios al convento
cordobés de la Arruzafa, donde solía visitar a los enfermos incluso
desatendiendo algunas horas de oración, y recomendaba a los más jóvenes que
tuvieran paciencia en los trabajos y adversidades.
En 1583, fue
trasladado a San Francisco del Monte, en Sierra Morena, a 30 kilómetros al
noreste de Córdoba. Era un paraje de gran hermosura. Allí comía sopas de pan con
agua, vinagre y un casco de cebolla.
Una de las
cosas que Solano intentó imitar de San Francisco de Asís era su relación
especial con los animales. Pues bien, cuentan que había una serpiente de gran
tamaño que atacaba a ganados y pastores y hacía estragos en toda la región, y a
la cual Solano reprendió y ordenó ir al convento, donde fue convenientemente
alimentada. Dicen que después de comer la serpiente se marchó y no volvió a
causar daño en la comarca.
Hubo
entonces una terrible epidemia de peste en Andalucía que afectó con especial
virulencia a la ciudad de Montoro. Durante un mes, y en compañía de fray
Buenaventura Núñez, Francisco fue a cuidar a los enfermos, que eran llevados
fuera del pueblo a la Ermita de San Sebastián.
Ambos
frailes prestaban servicio a los afectados y les hacían las camas, los
sacramentaban y ayudaban a morir, y después los enterraban. Los dos se
contagiaron de la enfermedad pero Solano logró curarse. En Montoro, el nombre de
una calle recuerda la labor humanitaria llevada a cabo por el santo.
De su
estancia en Granada cabe señalar que iba a predicar a las cárceles y que
visitaba a los enfermos del Hospital de San Juan de Dios. Poco después, el rey
Felipe II pidió a los franciscanos que enviaran misioneros a Sudamérica.
Finalmente y para alegría suya, Francisco fue el elegido para la misión de
extender la religión en estas tierras.
Fray
Francisco Solano recorrió el continente americano durante 20 años predicando,
especialmente a los indios. Pero su viaje más largo fue el que tuvo que hacer a
pie, con incontables peligros y sufrimientos, desde Lima hasta Tucumán
(Argentina) y hasta las pampas y el Chaco Paraguayo. Más de 3,000 kilómetros y
sin ninguna comodidad. Sólo confiando en Dios y movido por el deseo de salvar
almas.
Fray
Francisco llegaba a las tribus más guerreras e indómitas y aunque al principio
lo recibían al son de batalla, después de predicarles por unos minutos con un
crucifijo en la mano, conseguía que todos empezaran a escucharle con un corazón
dócil y que se hicieran bautizar por centenares y miles.
Estando el
santo predicando en La Rioja (Argentina) llegó la voz de que se acercaban
millares de indios salvajes a atacar la población. El peligro era sumamente
grande, todos se dispusieron a la defensa, pero Fray Francisco salió con su
crucifijo en la mano y se colocó frente a los guerreros atacantes y de tal
manera les habló (logrando que lo entendieran muy bien en su propio idioma) que
los indígenas desistieron del ataque y poco después aceptaron ser evangelizados
y bautizados en la religión católica.
El Padre
Solano tenía una hermosa voz y sabía tocar muy bien el violín y la guitarra. Y
en los sitios que visitaba divertía muy alegremente a sus oyentes con sus
alegres canciones. Un día llegó a un convento donde los religiosos eran
demasiado serios, por lo que recordando el espíritu de San Francisco de Asís
–quien decía que era necesario vivir siempre interior y exteriormente alegres-
se puso a cantarles y hasta a danzar tan jocosamente que aquellos frailes
terminaron todos cantando y bailando en honor de Dios.
San
Francisco Solano misionó por más de 14 años por el Chaco Paraguayo, por Uruguay,
el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de Argentina, siempre a pie, convirtiendo
innumerables indígenas y también muchísimos colonos españoles. Su paso por cada
ciudad o campo, era un renacer del fervor religioso.
Un día en el
pueblo llamado San Miguel, estaban en un toreo, y el toro feroz se salió del
corral y empezó a cornear sin compasión por las calles. Llamaron al santo y éste
se le enfrentó calmadamente al terrible animal. Y la gente vio con admiración
que el bravísimo toro se le acercaba a Fray Francisco y le lamía las manos y se
dejaba llevar por él otra vez al corral.
LLEGADA A
LIMA
Llegado a
Lima, Francisco fue nombrado Guardián del Convento de la Recolección. Como
siempre, se resistió todo lo que pudo antes de aceptar cualquier cargo de
responsabilidad, exagerando de manera deliberada su propia incapacidad para
gobernar, pero finalmente tuvo que acatar la autoridad de sus superiores.
Su obsesión
por la pobreza era tal que no quería que se blanqueara o enladrillara la casa,
ni que se pulieran las puertas y ventanas. En su celda, tan sólo tenía un
camastro, una colcha, una cruz, una silla y mesa, un candil y la Biblia junto
con algunos otros libros. Era el primero en todo, y jamás ordenó una cosa que no
hiciera él antes.
Sus consejos
eran prudentes, y cuando tenía que reprender a alguno de los demás frailes, lo
hacía con gran celo y caridad. Sus excesivas penitencias y su espíritu de
oración no le impedían ser alegre con los demás. Solano era también el santo de
la alegría.
SECRETARIO PROVINCIAL.
GUARDIÁN EN TRUJILLO (1602-1604)
En 1601, fue
elegido Secretario y acompañante del superior provincial, cargo en el que duró
menos de un año. En uno de los viajes casi se muere por el camino, y en vista de
su delicado estado de salud, se le asignó un nuevo destino: la ciudad de
Trujillo, fundada por Francisco Pizarro apenas medio siglo antes de la llegada
de Solano al Perú.
En Trujillo
buscaba Solano un poco de paz y tranquilidad, y sobre todo apartarse de la gran
fama que tenía en Lima. Se dedicaba a visitar a los enfermos, en especial a una
anciana leprosa a la que a menudo llevaba regalos. En casa de otra enferma,
había un árbol junto a la ventana en el que un pajarillo cantaba deliciosamente
solamente cuando iba Solano.
Predicaba en
el hospital de la ciudad y también visitaba a los presos, para hablar con ellos,
confesarlos y ayudarlos a bien morir. Para rezar, se refugiaba en la huerta del
convento, en la que había numerosos pajarillos. Eran tantos que cuentan que
Solano les daba de comer por turnos, y que los que comían se apartaban para que
pudieran comer los otros.
Su amor por
la pobreza era tan grande que no consentía en cambiar de zapatos, sino sólo en
remendarlos, de manera que el zapatero tuvo que engañarlo y se quedó con los
antiguos zapatos como reliquia.
OTRA
VEZ GUARDIÁN EN LIMA (1604). EL SERMÓN QUE CONVIRTIÓ A LIMA
En 1604,
Solano volvió a Lima, ciudad donde pasaría los últimos años de su vida. A pesar
de su precario estado de salud, continuaba haciendo grandes penitencias y pasaba
noches enteras en oración. Sus visitas a la enfermería se hicieron cada vez más
frecuentes.
Sin embargo,
iba a menudo a visitar a los enfermos o salía a las calles a predicar con su
pequeño rabel y una cruz en las manos. Así conseguía juntar a un gran número de
personas y las congregaba en la plaza mayor, donde se dirigía a la muchedumbre
en alta voz. Su predicación se fundamentaba en citas bíblicas y en la doctrina
de los Padres de la Iglesia.
Predicaba en
todas partes: en los talleres artesanales, en los garitos, en las calles, en los
monasterios e incluso en los corrales de teatro. Especial significado tuvo su
oposición a ciertos espectáculos teatrales en los que a su juicio se ofendía a
Dios. En España se había producido una corriente de opinión en contra de este
género, y muchos artistas se tuvieron que desplazar hacia el Nuevo Mundo, donde
gozaban de mayor aceptación popular.
En Lima
había tres compañías de comedias. Solano entraba en los corrales con un Cristo
en la mano y mucha gente le seguía abandonando el lugar. Más de una vez
consiguió que hubiera que anular la representación, porque con él se iba todo el
mundo.
ÚLTIMOS AÑOS DE SU
VIDA
En octubre
de 1605, Solano pasó a la enfermería del convento. Postrado y gravemente enfermo
del estómago, apenas si podía salir a predicar y a visitar a los enfermos.
Procuraba asistir a la comida en el refectorio junto con los demás frailes, pero
comía muy poco, tan sólo unas hierbas cocidas. Además, seguía excediéndose en
sus penitencias y no miraba por su delicada salud.
Cuando se
levantaba, le gustaba dar paseos por el claustro del convento y rezar ante los
cuadros de la vida de San Francisco de Asís. En el aula de teología, pasaba
muchas horas ante un cuadro que había de San Buenaventura, a quien tenía gran
devoción.
En octubre
de 1609, hubo un terremoto en la ciudad de Lima. La primera sacudida fue de
noche, pero después se produjeron hasta 14 nuevos temblores de tierra. Cuentan
que el agua se derramaba de las fuentes y que las campanas tocaban solas. Las
iglesias se llenaron de gente. Solano salió a predicar, aunque apenas si podía
tenerse en pie.
Durante su
última enfermedad, le trataron cuatro médicos. Solano era poco más que un
esqueleto viviente. Tenía mucha fiebre y fortísimos dolores de estómago.
Finalmente murió el 14 de junio de 1610, día de San Buenaventura. Dicen que ese
día los pájaros se despidieron de él cantando junto a la ventana de su celda
desde por la mañana temprano. Murió a las once y tres cuartos de la mañana. Ese
mismo día y a la misma hora se produjo un extraño toque de campanas en el
convento de Loreto.
POST-MORTEM
Su cuerpo
fue trasladado al oratorio de la enfermería, donde acudió gran cantidad de gente
a venerarlo. Allí mismo fue retratado por dos pintores. A su entierro asistieron
unas 5.000 personas.
Tan sólo 15
días después de su muerte, se abrió su proceso de canonización. Las gestiones
comenzaron en Lima, donde hubo 500 testigos, y después continuaron en otras
ciudades del Perú, en el Tucumán y en España. San Francisco Solano fue
canonizado el 27 de diciembre de 1726.
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