HOMILÍA
DEL SR.OBISPO DE OSMA-SORIA
MONS. GERARDO MELGAR VICIOSA
Homilía en la festividad de Santo Domingo de Guzmán,
patrono secundario de la Diócesis
S. I. Catedral de El Burgo de Osma (Soria) – 8 de agosto de 2011
Excmo. Cabildo de la S. I. Catedral,
religiosos dominicos llegados de Caleruega,
queridos hermanos todos:
Honramos en esta mañana la memoria de Santo Domingo de Guzmán,
canónigo que fue de esta S. I. Catedral. Domingo, cuyo nombre significa consagrado al Señor, fue el fundador de la Orden de Predicadores, tan importante en la historia de la Iglesia Católica.
Nuestro santo, patrono secundario de esta Iglesia particular de Osma-Soria,
nació en Calaruega en 1171. Su madre, Juana de Aza, mujer tan admirable por sus
virtudes que fue declarada beata por la Iglesia, lo educó en la más recta formación religiosa. A los catorce años fue a vivir con un tío suyo a Palencia, en cuya casa trabajaba y estudiaba. La gente decía de él que -por la edad- era un jovencito pero por su seriedad y madurez parecía un anciano. Gozaba especialmente con la lectura de libros religiosos y practicando la caridad con los pobres.
Éste podría ser, resumido en cuatro grandes pinceladas, el resumen de sus
primeros años de vida, años que tanto marcaron indeleblemente su carácter y su
vida interior. No voy a hacer una exposición exhaustiva de su biografía, hermanos, pues creo que es conocida de todos. Sin embargo, sí quisiera detenerme en los aspectos más significativos de su espiritualidad pues son plenamente actuales para nosotros. Sabemos perfectamente que las vidas de los santos no son historias pasadas que no tienen nada o casi nada que decir al hombre actual; todo lo contrario: las vidas de los santos -y sobre todo sus virtudes y actitudes vividas de forma extraordinaria- cuestionan e interpelan a los hombres y mujeres de todos
los tiempos.
En Santo Domingo, como afirmaba anteriormente, sobresalen varios rasgos
que tienen mucho que decirnos a nosotros hoy. Quiero referirme a cuatro,
especialmente:
1. Santo Domingo de Guzmán quedó marcado para siempre por la decisiva
influencia de vivir en una familia creyente. Para él, el don de una madre llena de
virtudes -que en todo momento fue un ejemplo y le enseñó a valorar y vivir la vida de fe- fue un auténtico regalo de Dios. Esta experiencia de nuestro santo contrasta y denuncia a la vez la situación familiar actual, que nada o muy poco tiene que ver con la que vivió Domingo. Realmente podemos decir que nuestras familias se han ido, poco a poco, paganizando. Hoy no es en el seno de la familia donde se tiene y se vive la primera experiencia de fe que marca para siempre la vida de los hijos.
Nuestras familias, de nombre cristianas porque se constituyeron desde el Sacramento del matrimonio, no dejan cabida a Dios en ellas; Dios es el gran ausente pues no se reza en familia ni se vive la fe en familia. En nuestras familias, hermanos, hoy preocupa el dinero, el pasarlo bien, el divertirse, etc.; todo ello manteniendo a Dios al margen, negando a Éste la posibilidad de irrumpir para configurar la vida familiar.
Todo esto antedicho contrasta con la experiencia de Santo Domingo,
experiencia que le formó para caminar valientemente por el camino de la santidad.
Por eso debe preocuparnos la vivencia de la fe en nuestras propias familias; debe
inquietarnos el cultivo de la vida cristiana en la mismas y, como Iglesia diocesana, el planteamiento de una pastoral familiar que ayude a las familias a ser lo que Dios quiere de ellas: lugares en los que se viva la fe, en los que el espíritu de sacrificio y de entrega sea aprecio, en los que todos seamos testigos del poder y del valor de fe.
2. Otro de los aspectos sobresalientes de la vida de nuestro santo es el gran
amor a los pobres y necesitados, como presencia y encarnación de Cristo en cada
uno de ellos. En vida de Santo Domingo sobrevino por Palencia una gran
hambruna; las gentes suplicaban una ayuda para sobrevivir. Domingo repartió
todo lo que tenía en casa, hasta los muebles. Cuando no le quedaba ya nada, vendió lo que más amaba y apreciaba para ayudar a los necesitados -sus libros- y repartió entre los pobres todo lo que obtuvo de la venta.
Sin embargo, nuestro santo
también sufrió incomprensión y críticas en este sentido. Sin embargo, cuando
alguien critica tal desprendimiento, él con amabilidad y paz contestaba: “No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual pueda socorrerlos”.
En una ocasión, estando predicando en Francia, veía cómo los predicadores
llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes e iban a hospedarse en buenos
lugares; indagando comprobó que las conversiones de herejes que conseguían
eran realmente mínimas. Él optó por un estilo totalmente distinto: él vivía pobre,
como uno más de los pobres, siendo verdadero ejemplo en todo; se dedicaba a
enseñarles la verdadera religión con todas sus energías, consiguiendo un grupo de
compañeros que -siguiendo su estilo- empezaron a evangelizar consiguiendo
grandes éxitos apostólicos.
En verdad podemos decir que Santo Domingo fue pobre
con los pobres y por los pobres. Es ésta otra faceta que seguro que interpela
nuestra vida. Junto a nosotros hoy existe también la pobreza de tantas personas y
familias que -por la situación económica actual- lo están pasando realmente mal;
estas situaciones interpelan nuestra sensibilidad, nuestra solidaridad y nuestra
caridad, y nos hacen una llamada urgente al desprendimiento de lo nuestro para
compartirlo con los necesitados.
3. En tercer lugar desearía reflexionar sobre el valor tan primordial que
Santo Domingo daba a la contemplación del Misterio para poder enseñar y
predicar después. Ésta era una de las normas que nuestro santo dio a sus
religiosos: primero contemplar y después enseñar. Dedicar tiempo y esfuerzos a
estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo para después dedicarse a predicar
con todo el entusiasmo posible, siempre y en todas partes. Y es que Santo Domingo deseaba que el oficio principalísimo de sus religiosos fuera predicar como lo hacía él, hablando de Dios siempre: en casa, fuera de ella y por los caminos, etc.
Esta exigencia nos interpela también a todos nosotros hoy. La
contemplación del Misterio divino, la oración y el estudio tantas veces son
descuidados; no cuidamos estos preciosos tiempos como deberíamos pues “hay
muchas cosas que hacer”, muchas actividades pastorales en las que ocuparnos.
Esto
es cierto, queridos hermanos. Pero nos puede estar sucediendo lo que a aquel
bombero que -ante la urgencia del incendio- salió corriendo y se olvidó de llenar
los depósitos de agua para apagar el fuego. ¡Tantas veces nos sucede a nosotros
esto! Nos olvidamos que antes debemos llenarnos de Dios para podérselo ofrecer a los demás, siendo así que nos convertimos en profesionales que hablan de
memoria pero sin experiencia viva de Dios en el corazón.
Revisemos todos nuestra vida de oración, el tiempo dedicado a la
contemplación de Dios y nuestro estudio como medios imprescindibles para que
nuestra tarea evangelizadora dé sus frutos auténticos.
4. Por último, queridos hermanos, y aunque hay muchos más aspectos que
podemos resaltar de la vida de Santo Domingo, desearía compartir con vosotros
algunas reflexiones sobre la alegría que llenaba su vida. La alegría brillaba siempre
en su cara como fruto y testimonio de su buena conciencia; por eso, cuantos le
miraban quedaban prendados de él. Donde quiera y con quién quisiera que se
encontrara siempre tenía palabras edificantes con las que hacía nacer en el
corazón del oyente el amor a Cristo y el desprecio de lo mundano.
Esta profunda alegría, nacida de su vida en Dios, también debe interpelar
nuestra vida cristiana, nuestra tarea evangelizadora, nuestra vida sacerdotal o
consagrada. Y es que a veces da la sensación que al cristiano de hoy le falta alegría.
Los sacerdotes y religiosos nos siempre expresamos en nuestra vida la alegría de
ser lo que somos. Nuestras palabras no siempre son edificantes y, en lugar de
animar a amar a Dios, tantas veces no dejan traslucir un fiel testimonio de Cristo.
Queridos hermanos: Santo Domingo nos recuerda que tenemos que mirar
muchas veces a los santos, conocer su vida, imitar sus virtudes. Ellos son modelo y ejemplo de vida cristiana; ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la fe.
Por eso, pidamos hoy al Señor -por intercesión de Santo Domingo- que vivamos y encarnemos esas mismas actitudes y virtudes que tan espléndidamente él vivió.
Que así sea.
Mons. Gerardo Melgar Viciosa
Obispo de Osma-Soria