lunedì 26 ottobre 2015

Roma, la Ciudad de las siete colinas, la que me era Fiel



PROFETIZA LO QUE HA DE CUMPLIRSE SOBRE ROMA
2-7-2015


 Tomad fuerza y vigor, levantándoos por Mi Brazo Poderoso, y con la fuerza de Mi Espíritu profetiza contra Roma y todos sus seguidores apóstatas, todos los que han dejado de seguir al Verdadero Pastor, para seguir al impostor de F., al lobo vestido con piel de oveja, que seduce con su astucia a las almas y al clero infiel, que se han dejado prostituir por su tibieza y falta de fe.

Ahora, todos ellos han quedado confundidos, obscurecidas sus mentes y ya nada ven, y nada entienden de la Verdad.

Roma, la Ciudad de las siete colinas, la que me era Fiel y ahora ha dejado
de serlo, porque se prostituye, y han llenado de abominaciones el Lugar Santo;
han llenado el Cáliz de Oro de blasfemias y prostitución y toda clase de
abominaciones, convirtiendo el lugar de la Catedra de Pedro en una guarida de
lobos, una cueva de ladrones, y ya nada bueno se escucha en el lugar de la
Catedra de Pedro, porque las enseñanzas y la doctrina ya no es la Mia, no está
en la Verdad, sino en la mentira y en el engaño del gran Seductor, que obra y
actúa en el falso profeta, quien se sienta en la silla de Pedro.

No calléis, Hija Mia, sé que son duras estas palabras, pero es la Verdad y
no a todos gusta. Os causará una nueva persecución y una tribulación por parte
del Enemigo, que se levanta en contra vuestra y de todos Mis mensajeros y
profetas de estos tiempos, pero la VERDAD OS HACE LIBRES y no está en
vuestras manos el que todos acojan estas revelaciones. Está en el corazón de
cada uno, en la libertad que Yo, DIOS TODOPODEROSO, OS HE DADO a
cada uno.

Los que han vivido para el mundo y olvidados de las cosas celestiales,
que han vivido más para sí mismos que para MÍ, SU DIOS, difícilmente
comprenderán todos estos acontecimientos, pues están cegados y obscurecidas
sus mentes, y llenos de mundo sus corazones.

Los que han vivido sin la oración, el recogimiento y la mortificación,
quedarán tibios ante todas estas revelaciones, no se pronuncian en nada, actúan
cobardemente incrédulos, como Tomas, que grande fue su dolor al meter sus
dedos en la llaga de Mi Costado. Lo mismo pasará con todos estos hombres
tibios, cuando llegue el momento que, por Voluntad Mía, vean cada quien su
conciencia: qué grande será su dolor por su incredulidad y su tibieza de corazón.

Os sigo mostrando, a través de todos estos acontecimientos de
tribulaciones en vuestra alma y ataques del enemigo, quiénes están Conmigo y
defienden la Verdadera Fe, y quiénes están confundidos, tibios y sirven a dos
amos, pues no son fríos ni calientes, y Yo los vomito de Mi Boca a los tibios
de corazón.


Nadie detendrá Mi Obra en vuestra alma. Podrá el Enemigo haceos
tropezar por breves instantes, pero en vuestra perseverancia, fidelidad y
humillación ,YO, EL DIOS DE LOS EJERCITOS, os levanto y de la prueba salís
más fortalecidos, porque A LOS QUE SE HUMILLAN Yo los exalto, a los que
TEMEN MI NOMBRE Yo los fortalezco, para que continuéis con la misión que
os confió.

Profetiza contra Roma y los que la han vuelto Infiel, haciendo que arda
Mi Ira, y envié muy pronto Mis Juicios sobre Ella. El acuerdo del judas de estos
tiempos con los ancianos y los maestros de la ley, dentro del Vaticano, está ya
por firmarse -acontecimiento que sacudirá fuertemente la Iglesia, provocando
más Mi Ira contra su traición y prostitución- en unión con los reyes de este
mundo y todos los que les siguen engañados.

Multitudes seguirán al falso profeta y su doctrina de demonios, un gran
número de pastores lo seguirán ciegamente, quedando al servicio del Falso
Profeta y del Anticristo, que ya están obrando en este mundo a la vista de todos,
pero todos has sido cegados y engañados.

¡Ay de aquellos pastores que nieguen Mi Verdad, que dejen de seguirme
para ir tras el Falso Profeta!

¡Ay de aquellos que cambien MI VERDADERA DOCTRINApor la falsa
doctrina de muerte, inspirada por el mismo Satanás, que entró en el falso
profeta!

¡Ay de vosotros sacerdotes, que habiéndome manifestado a vosotros por
distintos medios, a través de mis Mensajeros de la Verdad, Y PROFETAS DE
ESTOS TIEMPOS, se burlan de Mí, Me flagelan en ellos, y Me ponen a prueba,
martirizándome aún más, en lugar de recibir algún consuelo y alivio de sus
corazones!

¡Ay de vosotros que sois duros de corazón, incrédulos como Tomás,
cobardes como Pedro que me negó tres veces!

¡Ay de vosotros si no Me buscáis ahora de corazón, y decidís abrirme la
puerta de vuestro corazón, os digo que os golpearais el pecho por cuanto bien 
habéis dejado de hacer por vuestra pasividad y tibieza, por vuestra cobardía y
falta de verdadero testimonio, amor y caridad para con las almas que os he
confiado!

El castigo profetizado contra Roma pagana, beber Ella misma el Cáliz
amargo de sus abominaciones y traiciones, la Roma infiel, es también para
vosotros, que sois duros de corazón y estáis llenos de tibieza e hipocresía en
vuestro servicio sacerdotal.

Podréis aparentar ser sepulcros blanqueados por fuera y engañar a los
fieles que Me buscan en cada uno de vosotros, Mis Amados sacerdotes, pero
YO, VUESTRO DIOS, QUE TODO LO SÉ Y TODO LO VEO, conozco cada
uno de vuestros corazones, y muchos de vosotros sois dobles, sois hipócritas,
porque por fuera estáis blancos, pero por dentro estáis llenos de podredumbre.

No basta arrepentirse y confesar el pecado cuando se ha ofendido tanto a
vuestro Dios, es necesario una purificación del alma para quedar limpios de toda
culpa. Y si hubieseis sido más dóciles y humildes, tomando la cruz de cada
día, que muchos de vosotros rechazan, y hubieseis aceptado sufrir conmigo y
con dignidad, MUCHOS LLEGARÍAN A LA SANTIDAD, habiendo sido ya
purificados, mas os esperan largan purificaciones para poder merecer el Cielo,
porque el Cielo es el lugar de Mi MORADA SANTA, y nada que este manchado
entra en Él.

Mis almas, las tan despreciadas por el mundo, las que han tomado la cruz
de cada día -y no solo la cruz propia sino las ajenas que muchos de vosotros
renegáis-, esas almas, las que han sabido sufrir conmigo y lo hacen con
dignidad, las que el mundo juzga de locura y demencia, de trastornos
emocionales y psicológicos, por amarme hasta la locura de la cruz, por serme
fieles y obedientes, ESTAS SON LAS ALMAS QUE ENTRAN AL CIELO
DIRECTAMENTE, como los Santos, porque en vida se purificaron, EN VIDA
sufrieron y pagaron sus culpas, y ya no necesitan ser purificadas después de la
muerte corporal, porque sus almas se blanquearon en el fuego del crisol, con la
cruz de cada día, con la Inmolación de sus almas y la aceptación de Mi Voluntad
en ellas.

Todavía vosotros podéisser esas almas, almas fieles, almas generosas en
cumplir la misión, misión de la cruz, misión de salvar almas como Vuestro
Maestro.

¡Penitencia, Penitencia, Penitencia para purificar vuestras almas en vida!

Y no con largas penas SOBRE LOS JUICIOS DIVINOS QUE ESTÁN POR 
CAER EN LA TIERRA, y después muchos siguen purificándose en el lugar de
purificación.

¡Ay de vosotros que perseguís a Mis enviados y Profetas!

¡Ay de vosotros que no os decidís a seguirme con valentía y fidelidad! El
Día de la Justicia Divina desearán haber muerto y esconderse de Mi Vista, mas
no lo podrán hacer, porque ante el JUSTO JUEZ todos deben presentarse y
asumir las consecuencias de sus actos, y recibir el juicio y la sentencia
merecidas, según amaron en esta vida y en la FIELIDAD, EL SERVICIO, LA
CARIDAD. En el amor a la Verdad está el Verdadero Amor, el cual os juzgará.

Si hubieseis entendido los Mensajes Divinos, estuvieseis orando,
ayunando y reparando por vuestras culpas y las culpas de la Iglesia Universal,
pero pocos son los que, en humildad, han abierto sus corazones y TEMEN MIS
JUICIOS VENIDEROS.

En esta hora decisiva para la humanidad estuvieseis en oración en Mis
Templos, haciéndoos UNO CONMIGO,y no anduvieseis dispersos y en asuntos
que pronto pasarán, y no os serán ya útiles en la preparación de vuestras almas
para estos tiempos que debéis de enfrentar.

No temáis, anunciad y denunciad en NOMBRE MIO. MI NOMBRE ESTA
POR ENCIA DE TODO, PUES SOLO YO SOY DIOS TODOPODEROSO.

No endurezcáis más vuestros corazones a la escucha de Mi PALABRA
DIVINA.

YO SOY EL QUE SOY, Y EL QUE PROFETIZA TODO, y todo cuanto
anuncio ha de cumplirse.

*
 ----
DIOS TODOPODEROSO, en Tus manos pondo todo mi ser, mii espíritu, ya que todo lo
que hago es obra tuya, y en Tu Santo Nombre para Gloria de Tu Nombre. Sostenme en esta
batalla espiritual, y dame la Victoria contra Mis enemigos, porque son muchos los que me
atormentan y me hacen la guerra en contra Tuya; mira que soy débil, y sin ti nada soy y
nada puedo. Esta mañana mi mano derecha sufrió un pequeño accidente al lavar una jarra de
vidrio, y sin explicación, se rompió en dos cortándome en distintas partes de la mano,
quedando casi inmóvil mi mano. Cuando me llamaste esta tarde a escribir no creí poder
hacerlo, pero PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLLE, y como dice Tu mi DIOS,
NADA NI NADIE DETIENE TU OBRA. Amen

AVE MARIA!

Il mio Rosario è la preghiera più potente e, se è recitata quotidianamente, distruggerà il potere del maligno.

14 Ottobre 2013 – La Madre della Salvezza: ai sacerdoti della Chiesa Cattolica, vi esorto a portare con voi il mio Santissimo Rosario

Mia cara figlia, non credere neanche per un momento che qualcuno di voi sia abbastanza forte per
resistere da solo alle tentazioni che dovrà affrontare per voltare le spalle alla Verità, la vera Parola di
Dio. Senza continue preghiere, vi accorgerete che non siete in grado di stare in piedi e di
annunciare la Verità, quando vi saranno presentate delle menzogne.

Tutti voi dovete recitare la Crociata di Preghiera, poiché il buio è già iniziato a calare sulla
Chiesa di Mio Figlio sulla terra e dovete essere preparati per questo in ogni momento.

Esorto i sacerdoti della Chiesa Cattolica a portare sempre con loro il mio Santissimo Rosario e
una Croce di San Benedetto. Dovete recitare il mio Santo Rosario ogni giorno e osservare
quelli nei ranghi più elevati all’interno della Chiesa, per vedere chi recita il mio Santo Rosario
in pubblico. Quando sono venerata, il mio Santo Rosario deve essere recitato da tutti i presenti
davanti a me. Se quelli che dicono di guidare i fedeli a cercare il mio aiuto davanti al Trono di Dio,
non possono recitare il mio Rosario, allora hanno bisogno delle vostre preghiere. Venire davanti a
me invocando il mio aiuto, senza recitare il mio Rosario, è senza sostanza, in quanto è come un
soldato che va in battaglia, senza alcuna armatura.

Il mio Rosario è la preghiera più potente e, se è recitata quotidianamente, distruggerà il potere del maligno.
Coloro le cui anime sono state annerite da Satana, troveranno troppo doloroso recitare questa
preghiera. Dalle loro azioni voi capirete chi essi siano e dovete chiedere a Dio, per la Misericordia
di mio Figlio Gesù Cristo, di aiutarli ad andare verso la luce di Dio.

La vostra amata Madre, Madre della Salvezza.

AVE MARIA!

Quindi ti prego di capire


1 Luglio 2013 – Madre Della salvezza: quello di cui sono stata testimone, non potrebbe mai essere messo su carta, tanto vili furono le crudeltà inflitte sul Suo Corpo Divino

Bambina mia, quando soffri per Mio Figlio, è bene gridare di dolore, perché dopo tutto, sei solo un essere umano. Quando ho assistito alla flagellazione di Mio Figlio e poi alla Sua terrificante crocifissione, ero fuori di Me dal dolore. E, come ho visto il Suo pietoso Corpo sopportare ciò che nessun animale sarebbe in grado di tollerare in un macello, sono svenuta così tante volte che a malapena riuscivo a stare in piedi.
Quanto ha sofferto, nessuno lo saprà mai, perché quello di cui sono stata testimone non potrebbe mai essere messo su carta, tanto vili furono le crudeltà inflitte sul Suo Corpo Divino. Questo è il motivo per cui viene data così poca descrizione degli insulti degradanti che hanno inflitto su di Lui, poiché sarebbe così sconvolgente da macchiare il Suo Santo Nome nello scriverla.

Tu, bambina Mia, soffri, ma solo una piccola frazione del Suo dolore. Devi sapere che, sebbene sei nel dolore fisico, Mio Figlio permette che la Sua sofferenza si manifesti solo in coloro che Egli
sceglie. Quando lo fa, vi aiuta a sfidare, sconfiggere e distruggere il potere del male, attraverso il dono del vostro libero arbitrio al Mio prezioso Figlio. Nel fare questo, consacrate la vostra anima,
così come il vostro corpo, e questo è un regalo molto speciale per Lui – un dono, che Gli permette di salvare gli altri.

Quindi ti prego di capire che quando Mio Figlio aumenta la tua sofferenza e quando egli soffre veramente dentro di te, questa è una grazia, che non devi rifiutare. Abbracciala. Capirai presto
quanto questa sia potente. Quando Mio Figlio manifesta le Sue ferite nel corpo di un’anima eletta, esso porta con sé una terribile persecuzione. Questo è quando il maligno attacca con grave e
violenta rabbia. Avrai paura all’inizio, ma ora che capisci, accetterai questo e proteggerai te stessa semplicemente attraverso la recita, almeno tre volte al giorno, del Mio Santissimo Rosario.

Bambina mia, assicurati di non consentire alla paura di portarti via da questo lavoro, perché questo è ciò che il maligno vuole. Devi stare in piedi, resistere e rimanere in silenzio, quando l’odio si
accumula contro di te. Queste prove sono da aspettarsele in una Missione di queste dimensioni. 

Sii in pace e sappi che tutti gli angeli e i santi sono con te e ti guidano.

La tua amata Madre
Madre di Dio
Madre della Salvezza

domenica 25 ottobre 2015

UNA COMPAGNIA SEMPRE RIFORMANDA



UNA COMPAGNIA SEMPRE RIFORMANDA







E' una grande gioia che sia qui con noi il Cardinal Ratzinger, Prefetto della Congregazione della dottrina della fede. Il suo compito lo costituisce come un altissimo punto di riferimento per la salvaguardia del bene preziosissimo per il popolo di Dio, la fede nel Cristo vivo. La presenza del Cardinal Ratzinger ci è graditissima occasione per ricordare il grande momento dell'82, quando Papa Giovanni Paolo Il venne da noi ed ebbe la bontà di rispondere alle nostre domande. In particolare, la persona del Cardinale, le sue riflessioni ed i suoi scritti, a cominciare dalla "Introduzione al Cristianesimo", non cessano per noi di essere un prezioso alimento e un grande aiuto a vivere un'esperienza di fede, capace di vivere la realtà e la storia, così come ci è stato insegnato.


La parola al Cardinale Ratzinger.

Joseph Ratzinger. Cari amici, grazie per questa accoglienza così calorosa; conoscete il titolo della mia conferenza: "Una compagnia sempre riformanda". Non c'è bisogno di molta immaginazione per indovinare che la compagnia di cui qui voglio parlare è la Chiesa

Forse si è evitato di menzionare nel titolo il termine "Chiesa", solo perché esso provoca spontaneamente, nella maggior parte degli uomini di oggi, reazioni di difesa. 

Essi pensano: "Di Chiesa abbiamo già sentito parlare fin troppo e per lo più non si è trattato di niente di piacevole". La parola e la realtà della Chiesa sono cadute in discredito. E perciò anche una simile riforma permanente non sembra poter cambiare qualcosa. 

0 forse il problema è solamente che finora non è stato scoperto il tipo di riforma che potrebbe fare della Chiesa una compagnia che valga davvero la pena di essere vissuta? 

Ma chiediamoci innanzitutto: perché la Chiesa riesce sgradita a così tante persone, e addirittura anche a credenti, anche a persone che fino a ieri potevano essere annoverate tra le più fedeli o che, pur tra sofferenze, lo sono in qualche modo ancora oggi? I motivi sono tra loro molto diversi, anzi opposti, a seconda delle posizioni. 

Alcuni soffrono perché la Chiesa si è troppo adeguata ai parametri del mondo d'oggi; altri sono infastiditi perché ne resta ancora troppo estranea. Per la maggior parte della gente, la scontentezza nei confronti della Chiesa comincia col fatto che essa è un'istituzione come tante altre, e che come tale limita la mia libertà. La sete di libertà è la forma in cui oggi si esprimono il desiderio di liberazione e la percezione di non essere liberi, di essere alienati. L'invocazione di libertà aspira ad un'esistenza che non sia limitata da ciò che è già dato e che mi ostacola nel mio pieno sviluppo, presentandomi dal di fuori la strada che io dovrei percorrere. 

Ma dappertutto andiamo a sbattere contro barriere e blocchi stradali di questo genere, che ci fermano impedendoci di andare oltre. Gli sbarramenti che la Chiesa innalza si presentano quindi come doppiamente pesanti, poiché penetrano fin nella sfera più personale e più intima. Le norme di vita della Chiesa sono infatti ben di più che una specie di regole del traffico, affinché la convivenza umana eviti il più possibile gli scontri. Esse riguardano il mio cammino interiore, e mi dicono come devo comprendere e configurare la mia libertà. Esse esigono da me decisioni, che non si possono prendere senza il dolore della rinuncia. 

Non si vuole forse negarci i frutti più belli del giardino della vita? Non è forse vero che con la ristrettezza di così tanti comandi e divieti ci viene sbarrata la strada di un orizzonte aperto? E il pensiero, non viene forse ostacolato nella sua grandezza, come pure la volontà? Non deve forse la liberazione essere necessariamente l'uscita da una simile tutela spirituale? E l'unica vera riforma, non sarebbe forse quella di respingere tutto ciò? Ma allora cosa rimane ancora di questa compagnia?

L'amarezza contro la Chiesa ha però anche un motivo specifico. Infatti, in mezzo ad un mondo governato da dura disciplina e da inesorabili costrizioni, si leva verso la Chiesa ancora e sempre una silenziosa speranza: essa potrebbe rappresentare in tutto ciò come una piccola isola di vita migliore, una piccola oasi di libertà, in cui di tanto in tanto ci si può ritirare. L'ira contro la Chiesa o la delusione nei suoi confronti hanno perciò un carattere particolare, poiché silenziosamente ci si attende da essa di più che da altre istituzioni mondane. In essa si dovrebbe realizzare il sogno di un mondo migliore. Quanto meno, si vorrebbe assaporare in essa il gusto della libertà, dell'essere liberati: quell'uscir fuori dalla caverna, di cui parla Gregorio Magno ricollegandosi a Platone.

Tuttavia, dal momento che la Chiesa nel suo aspetto concreto si è talmente allontanata da simili sogni, assumendo anch'essa il sapore di una istituzione e di tutto ciò che è umano, contro di essa sale una collera particolarmente amara. E questa collera non può venir meno, proprio poiché non si può estinguere quel sogno che ci aveva rivolti con speranza verso di essa. 
Siccome la Chiesa non è così come appare nei sogni, si cerca disperatamente di renderla come la si desidererebbe: un luogo in cui si possano esprimere tutte le libertà, uno spazio dove siano abbattuti i nostri limiti, dove si sperimenti quell'utopia che ci dovrà pur essere da qualche parte. 
Come nel campo dell'azione politica si vorrebbe finalmente costruire il mondo migliore, così si pensa, si dovrebbe finalmente (magari come prima tappa sulla via verso di esso) metter su anche la Chiesa migliore: una Chiesa di piena umanità, piena di senso fraterno, di generosa creatività, una dimora di riconciliazione di tutto e per tutti. 

Riforma inutile

Ma in che modo dovrebbe accadere questo? Come può riuscire una simile riforma? Orbene; dobbiamo pur cominciare, si dice. Lo si dice spesso con l'ingenua presunzione dell'illuminato, il quale è convinto che le generazioni fino ad ora non abbiano ben compreso la questione, oppure che siano state troppo timorose e poco illuminate; noi però abbiamo ora finalmente nello stesso tempo sia il coraggio che l'intelligenza. Per quanta resistenza possano opporre i reazionari e i "fondamentalisti" a questa nobile impresa, essa deve venir posta in opera. 
Almeno c'è una ricetta oltremodo illuminante per il primo passo. La Chiesa non è una democrazia. Da quanto appare, essa non ha ancora integrato nella sua costituzione interna quel patrimonio di diritti della libertà che l'Illuminismo ha elaborato e che da allora è stato riconosciuto come regola fondamentale delle formazioni sociali e politiche. Così sembra la cosa più normale del mondo recuperare una buona volta quanto era stato trascurato e cominciare coll'erigere questo patrimonio fondamentale di strutture di libertà. Il cammino conduce - come si suol dire - da una Chiesa paternalistica e distributrice di beni ad una Chiesa-comunità. Si dice che nessuno più dovrebbe rimanere passivo ricevitore dei doni che fanno esser cristiano. Tutti devono invece diventare attivi operatori della vita cristiana. La Chiesa non deve più venir calata giù dall'alto. No! Siamo noi che "facciamo" la Chiesa, e la facciamo sempre nuova. Così essa diverrà finalmente la "nostra" Chiesa, e noi i suoi attivi soggetti responsabili. L'aspetto passivo cede a quello attivo. La Chiesa sorge attraverso discussioni, accordi e decisioni. Nel dibattito emerge ciò che ancora oggi può esser richiesto, ciò che oggi può ancora essere riconosciuto da tutti come appartenente alla fede o come linea morale direttiva. Vengono coniate nuove "formule di fede" abbreviate. In Germania, a un livello abbastanza elevato, è stato detto che anche la Liturgia non deve più corrispondere ad uno schema previo, già dato, ma deve sorgere invece sul posto, in una data situazione ad opera della comunità per cui viene celebrata. Anche essa non deve più essere niente di già precostituito, ma invece qualcosa di fatto da sé, qualcosa che sia espressione di se stessi. Su questa via si rivela essere un pò di ostacolo, per lo più, la parola della Scrittura, alla quale però non si può rinunciare del tutto. Si deve allora affrontarla con molta libertà di scelta. Non sono molti però i testi che si lasciano impiegare in modo tale da adattarsi senza disturbi a quell'auto-realizzazione, alla quale la liturgia ora sembra essere destinata.

In quest'opera di riforma, in cui ora finalmente anche nella Chiesa l'"autogestione" deve sostituire l'esser guidati da altri, sorgono però presto delle domande. Chi ha qui propriamente il diritto di prendere le decisioni? Su quale base ciò avviene? Nella democrazia politica, a questa domanda si risponde con il sistema della rappresentanza: nelle elezioni i singoli scelgono i loro rappresentanti, i quali prendono le decisioni per loro. Questo incarico è limitato nel tempo; è circoscritto anche contenutisticamente in grandi linee dal sistema partitico, e comprende solo quegli ambiti dell'azione politica che dalla Costituzione sono assegnati alle entità statali rappresentative. Anche a questo proposito rimangono delle questioni: la minoranza deve chinarsi alla maggioranza, e questa minoranza può essere molto grande. Inoltre, non è sempre garantito che il rappresentante che ho eletto agisca e parli davvero nel senso da me desiderato, cosicché anche la maggioranza vittoriosa, osservando le cose più da vicino, ancora una volta non può considerarsi affatto interamente come soggetto attivo dell'evento politico. Al contrario, essa deve accettare anche "decisioni prese da altri", onde perlomeno non mettere in pericolo il sistema nella sua interezza.

Più importante per la nostra questione è però un problema generale. Tutto quello che gli uomini fanno, può anche essere annullato da altri. Tutto ciò che proviene da un gusto umano può non piacere ad altri. Tutto ciò che una maggioranza decide può venire abrogato da un'altra maggioranza. Una Chiesa che riposi sulle decisioni di una maggioranza diventa una Chiesa puramente umana. Essa è ridotta al livello di ciò che è plausibile, di quanto è frutto della propria azione e delle proprie intuizioni ed opinioni. L'opinione sostituisce la fede. Ed effettivamente, nelle formule di fede coniate da sé che io conosco, il significato dell'espressione "credo" non va mai al di là del significato "noi pensiamo". La Chiesa fatta da sé ha alla fine il sapore del "se stessi", che agli altri "se stessi" non è mai gradito e ben presto rivela la propria piccolezza. Essa si è ritirata nell'ambito dell'empirico, e così si è dissolta anche come ideale sognato.

L'essenza della vera riforma

L'attivista, colui che vuole costruire tutto da sé, è il contrario di colui che ammira (l'"ammiratore"). Egli restringe l'ambito della propria ragione e perde così di vista il Mistero. Quanto più nella Chiesa si estende l'ambito delle cose decise da sé e fatte da sé, tanto più angusta essa diventa per noi tutti. In essa la dimensione grande, liberante, non è costituita da ciò che noi stessi facciamo, ma da quello che a noi tutti è donato. 
Quello che non proviene dal nostro volere e inventare, bensì è un precederci, un venire a noi di ciò che è inimmaginabile, di ciò che "è più grande del nostro cuore". 

La reformatio, quella che è necessaria in ogni tempo, non consiste nel fatto che noi possiamo rimodellarci sempre di nuovo la "nostra" Chiesa come più ci piace, che noi possiamo inventarla, bensì nel fatto che noi spazziamo via sempre nuovamente le nostre proprie costruzioni di sostegno, in favore della luce purissima che viene dall'alto e che è nello stesso tempo l'irruzione della pura libertà. 

Lasciatemi dire con un'immagine ciò che io intendo, un'immagine che ho trovato in Michelangelo, il quale riprende in questo da parte sua antiche concezioni della mistica e della filosofia cristiane. Con lo sguardo dell'artista, Michelangelo vedeva già nella pietra che gli stava davanti l'immagine-guida che nascostamente attendeva di venir liberata e messa in luce. Il compito dell'artista - secondo lui - era solo quello di toglier via ciò che ancora ricopriva l'immagine. Michelangelo concepiva l'autentica azione artistica come un riportare alla luce, un rimettere in libertà, non come un fare. 

La stessa idea applicata però all'ambito antropologico, si trovava già in san Bonaventura, il quale spiega il cammino attraverso cui l'uomo diviene autenticamente se stesso, prendendo lo spunto dal paragone con l'intagliatore di immagini, cioè con lo scultore. 

Lo scultore non fa qualcosa, dice il grande teologo francescano. La sua opera è invece una ablatio: essa consiste nell'eliminare, nel togliere via ciò che è inautentico. In questa maniera, attraverso la ablatio, emerge la nobilis forma, cioè la figura preziosa. 
Così anche l'uomo, affinché risplenda in lui l'immagine di Dio, deve soprattutto e prima di tutto accogliere quella purificazione, attraverso la quale lo scultore, cioè Dio, lo libera da tutte quelle scorie che oscurano l'aspetto autentico del suo essere, facendolo apparire solo come un blocco di pietra grossolano, mentre invece inabita in lui la forma divina.

Se la intendiamo giustamente, possiamo trovare in questa immagine anche il modello guida per la riforma ecclesiale. Certo, la Chiesa avrà sempre bisogno di nuove strutture umane di sostegno, per poter parlare e operare ad ogni epoca storica. Tali istituzioni ecclesiastiche, con le loro configurazioni giuridiche, lungi dall'essere qualcosa di cattivo, sono al contrario, in un certo grado, semplicemente necessarie e indispensabili. Ma esse invecchiano, rischiano di presentarsi come la cosa più essenziale, e distolgono così lo sguardo da quanto è veramente essenziale. Per questo esse devono sempre di nuovo venir portate via, come impalcature divenute superflue. 
Riforma è sempre nuovamente una ablatio: un toglier via, affinché divenga visibile la nobilis forma, il volto della Sposa e insieme con esso anche il volto dello Sposo stesso, il Signore vivente. 
Una simile ablatio, una simile "teologia negativa", è una via verso un traguardo del tutto positivo. 
Solo così il Divino penetra, e solo così sorge una congregatio, un'assemblea, un raduno, una purificazione, quella comunità pura a cui aneliamo: una comunità in cui un "io" non sta più contro un altro "io", un "sé" contro un altro "sé". Piuttosto quel donarsi, quell'affidarsi con fiducia, che fa parte dell'amore, diventa il reciproco ricevere tutto il bene e tutto ciò che è puro. E così per ciascuno vale la parola del Padre generoso, il quale al figlio maggiore invidioso richiama alla memoria quanto costituisce il contenuto di ogni libertà e di ogni utopia realizzata: "Tutto ciò che è mio è tuo..." (Lc 15,31; cfr. Gv 17,1).

La vera riforma è dunque una ablatio, che come tale diviene congregatio. Cerchiamo di afferrare in modo un pò più concreto quest'idea di fondo. In un primo approccio avevamo contrapposto all'attivista l'ammiratore, e ci eravamo espressi in favore di quest'ultimo. Ma che cosa esprime questa contrapposizione? L'attivista, colui che vuol sempre fare, pone la sua propria attività al di sopra di tutto. Ciò limita il suo orizzonte all'ambito del fattibile, di ciò che può diventare oggetto del suo fare. Propriamente parlando egli vede soltanto degli oggetti. Non è affatto in grado di percepire ciò che è più grande di lui, poiché ciò porrebbe un limite alla sua attività. Egli restringe il mondo a ciò che è empirico. L'uomo viene amputato. L'attivista si costruisce da solo una prigione, contro la quale poi egli stesso protesta ad alta voce. 

Invece l'autentico stupore è un "No" alla limitazione dentro ciò che è empirico, dentro ciò che è solamente l'aldiqua. Esso prepara l'uomo all'atto della fede, che gli spalanca d'innanzi l'orizzonte dell'Eterno, dell'Infinito. E solamente ciò che non ha limiti è sufficientemente ampio per la nostra natura, solamente l'illimitato è adeguato alla vocazione del nostro essere. Dove questo orizzonte scompare, ogni residuo di libertà diventa troppo piccolo e tutte le liberazioni, che di conseguenza possono venir proposte, sono un insipido surrogato, che non basta mai. 
La prima, fondamentale ablatio, che è necessaria per la Chiesa, è sempre nuovamente l'atto della fede stessa. Quell'atto di fede che lacera le barriere del finito e apre così lo spazio per giungere sino allo sconfinato. La fede ci conduce "lontano, in terre sconfinate", come dicono i Salmi. Il moderno pensiero scientifico ci ha sempre più rinchiusi nel carcere del positivismo, condannandoci così al pragmatismo.
Per merito suo si possono raggiungere molte cose; si può viaggiare fin sulla luna e ancora più lontano, nell'illimitatezza del cosmo. Tuttavia, nonostante questo, si rimane sempre allo stesso punto, perché la vera e propria frontiera, la frontiera del quantitativo e del fattibile, non viene oltrepassata. Albert Camus ha descritto l'assurdità di questa forma di libertà nella figura dell'imperatore Caligola: tutto è a sua disposizione, ma ogni cosa gli è troppo stretta. Nella sua folle bramosia di avere sempre di più, e cose sempre più grandi, egli grida: Voglio avere la luna, datemi la luna! Ora, nel frattempo, è divenuto per noi possibile avere in qualche modo anche la luna. Ma finché non si apre la vera e propria frontiera, la frontiera fra terra e cielo, tra Dio e il mondo, anche la luna è solamente un ulteriore pezzetto di terra, e il raggiungerla non ci porta neanche di un passo più vicini alla libertà e alla pienezza che desideriamo.
La fondamentale liberazione che la Chiesa può darci è lo stare nell'orizzonte dell'Eterno, è l'uscir fuori dai limiti del nostro sapere e del nostro potere. La fede stessa, in tutta la sua grandezza e ampiezza, è perciò sempre nuovamente la riforma essenziale di cui noi abbiamo bisogno; a partire da essa noi dobbiamo sempre di nuovo mettere alla prova quelle istituzioni che nella Chiesa noi stessi abbiamo fatto. Ciò significa che la Chiesa deve essere il ponte della fede, e che essa - specialmente nella sua vita associazionistica intramondana - non può divenire fine a se stessa. 
Diffusa oggi qua e là, anche in ambienti ecclesiastici elevati, l'idea che una persona sia tanto più cristiana quanto più è impegnata in attività ecclesiali. 
Si spinge ad una specie di terapia ecclesiastica dell'attività, del darsi da fare; a ciascuno si cerca di assegnare un comitato o, in ogni caso, almeno un qualche impegno all'interno della Chiesa. 
In un qualche modo, così si pensa, ci deve sempre essere un'attività ecclesiale, si deve parlare della Chiesa o si deve fare qualcosa per essa o in essa. 

Ma uno specchio che riflette solamente se stesso non è più uno specchio; una finestra che invece di consentire uno sguardo libero verso il lontano orizzonte, si frappone come uno schermo fra l'osservatore ed il mondo, ha perso il suo senso. Può capitare che qualcuno eserciti ininterrottamente attività associazionistiche ecclesiali e tuttavia non sia affatto un cristiano. Può capitare invece che qualcun altro viva solo semplicemente della Parola e del Sacramento e pratichi l'amore che proviene dalla fede, senza essere mai comparso in comitati ecclesiastici, senza essersi mai occupato delle novità di politica ecclesiastica, senza aver fatto parte di sinodi e senza aver votato in essi, e tuttavia egli è un vero cristiano. Non è di una Chiesa più umana che abbiamo bisogno, bensì di una Chiesa più divina; solo allora essa sarà anche veramente umana. 

E per questo tutto ciò che è fatto dall'uomo, all'interno della Chiesa, deve riconoscersi nel suo puro carattere di servizio e ritrarsi davanti a ciò che più conta e che è l'essenziale. La libertà, che noi ci aspettiamo con ragione dalla Chiesa e nella Chiesa non si realizza per il fatto che noi introduciamo in essa il principio della maggioranza. Essa non dipende dal fatto che la maggioranza più ampia possibile prevalga sulla minoranza più esigua possibile. Essa dipende invece dal fatto che nessuno può imporre il suo proprio volere agli altri, bensì tutti si riconoscono legati alla parola e alla volontà dell'Unico, che è il nostro Signore e la nostra libertà. 
Nella Chiesa l'atmosfera diventa angusta e soffocante se i portatori del ministero dimenticano che il Sacramento non è una spartizione di potere, ma è invece espropriazione di me stesso in favore di Colui, nella persona del quale io devo parlare ed agire. Dove alla sempre maggiore responsabilità corrisponde la sempre maggiore autoespropriazione, lì nessuno è schiavo dell'altro; lì domina il Signore e perciò vale il principio che: "Il Signore è lo Spirito. Dove però c'è lo Spirito del Signore ivi c'è la libertà" (2Cor 3, 17).


Quanti più apparati noi costruiamo, siano anche i più moderni, tanto meno c'è spazio per lo Spirito, tanto meno c'è spazio per il Signore, e tanto meno c'è libertà. Io penso che noi dovremmo, sotto questo punto di vista, iniziare nella Chiesa a tutti i livelli un esame di coscienza senza riserve. A tutti i livelli questo esame di coscienza dovrebbe avere conseguenze assai concrete, e recare con sé una ablatio che lasci di nuovo trasparire il volto autentico della Chiesa. Esso potrebbe ridare a noi tutti il senso della libertà e del trovarsi a casa propria in maniera completamente nuova.

Morale, perdono ed espiazione: il centro personale della riforma

Guardiamo un attimo, prima di andare avanti, a quanto fin qui abbiamo messo in luce. Abbiamo parlato di un doppio "toglimento", di un atto di liberazione, che è un duplice atto: di purificazione e di rinnovamento. 
Da prima il discorso ha toccato la fede, che infrange le mura del finito e libera lo sguardo verso le dimensioni dell'Eterno, e non solo lo sguardo, ma anche la strada. La fede è infatti non soltanto riconoscere ma operare; non soltanto una frattura nel muro, ma una mano che salva, che tira fuori dalla caverna. 
Da ciò abbiamo tratto la conseguenza, per le Istituzioni, che l'essenziale ordinamento di fondo della Chiesa ha sì bisogno sempre di nuovi sviluppi concreti e di concrete configurazioni - affinché la sua vita si possa sviluppare in un tempo determinato - ma che però queste configurazioni non possono diventare la cosa essenziale. La Chiesa infatti non esiste allo scopo di tenerci occupati come una qualsiasi associazione intramondana e di conservarsi in vita essa stessa, ma esiste invece per divenire in noi tutti accesso alla vita eterna

Ora dobbiamo compiere un passo ulteriore, e applicare tutto questo non più al livello generale e oggettivo quale era finora, ma all'ambito personale. Infatti anche qui, nella sfera personale, è necessario un "toglimento" che ci liberi. 
Sul piano personale non è sempre e senz'altro la "forma preziosa", cioè l'immagine di Dio inscritta in noi, a balzare all'occhio. 
Come prima cosa noi vediamo invece soltanto l'immagine di Adamo, l'immagine dell'uomo non del tutto distrutto, ma pur sempre decaduto. Vediamo le incrostazioni di polvere e sporcizia, che si sono posate sopra l'immagine. Noi tutti abbiamo bisogno del vero Scultore, il quale toglie via ciò che deturpa l'immagine, abbiamo bisogno del perdono, che costituisce il nucleo di ogni vera riforma

Non è certamente un caso che nelle tre tappe decisive del formarsi della Chiesa, raccontate dai Vangeli, la remissione dei peccati giochi un ruolo essenziale
C'è in primo luogo la consegna delle chiavi a Pietro. La potestà a lui conferita di legare e sciogliere, di aprire e chiudere, di cui qui si parla, è, nel suo nucleo, incarico di lasciar entrare, di accogliere in casa, di perdonare (Mt 16,19). 
La stessa cosa si trova di nuovo nell'Ultima Cena, che inaugura la nuova comunità a partire dal corpo di Cristo e nel corpo di Cristo. Essa diviene possibile per il fatto che il Signore versa il suo sangue "per i molti, in remissione dei peccati" (Mt 26,28). 
Infine il Risorto, nella sua prima apparizione agli Undici, fonda la comunione della sua pace nel fatto che egli dona loro la potestà di perdonare (Gv 20,19-23). La Chiesa non è una comunità di coloro che "non hanno bisogno del medico", bensì una comunità di peccatori convertiti, che vivono della grazia del perdono, trasmettendola a loro volta ad altri. 

Se leggiamo con attenzione il Nuovo Testamento, scopriamo che il perdono non ha in sé niente di magico; esso però non è nemmeno un far finta di dimenticare, non è "un fare come se non", ma invece un processo di cambiamento del tutto reale, quale lo Scultore lo compie. Il toglier via la colpa rimuove davvero qualcosa; l'avvento del perdono in noi si mostra nel sopraggiungere della penitenza. Il perdono è in tal senso un processo attivo e passivo: la potente parola creatrice di Dio su di noi opera il dolore del cambiamento e diventa così un attivo trasformarsi. 

Perdono e penitenza, grazia e propria personale conversione non sono in contraddizione, ma sono invece due facce dell'unico e medesimo evento. Questa fusione di attività e passività esprime la forma essenziale dell'esistenza umana. Infatti tutto il nostro creare comincia con l'essere creati, con il nostro partecipare all'attività creatrice di Dio. 

Qui siamo giunti ad un punto veramente centrale: credo infatti che il nucleo della crisi spirituale del nostro tempo abbia le sue radici nell'oscurarsi della grazia del perdono. Notiamo però dapprima l'aspetto positivo del presente: la dimensione morale comincia nuovamente a poco a poco a venir tenuta in onore. Si riconosce, anzi è divenuto evidente, che ogni progresso tecnico è discutibile e ultimamente distruttivo, se ad esso non corrisponde una crescita morale. Si riconosce che non c'è riforma dell'uomo e dell'umanità senza un rinnovamento morale. Ma l'invocazione di moralità rimane alla fine senza energia, poiché i parametri si nascondono in una fitta nebbia di discussioni. In effetti l'uomo non può sopportare la pura e semplice morale, non può vivere di essa: essa diviene per lui una "legge", che provoca il desiderio di contraddirla e genera il peccato. 

Perciò là dove il perdono, il vero perdono pieno di efficacia, non viene riconosciuto o non vi si crede, la morale deve venir tratteggiata in modo tale che le condizioni del peccare per il singolo uomo non possano mai propriamente verificarsi. 

A grandi linee si può dire che l'odierna discussione morale tende a liberare gli uomini dalla colpa, facendo sì che non subentrino mai le condizioni della sua possibilità. Viene in mente la mordace frase di Pascal: "Ecce patres, qui tollunt peccata mundi!". Ecco i padri, che tolgono i peccati del mondo. Secondo questi "moralisti", non c'è semplicemente più alcuna colpa. Naturalmente, tuttavia, questa maniera di liberare il mondo dalla colpa è troppo a buon mercato. Dentro di loro, gli uomini così liberati sanno assai bene che tutto questo non è vero, che il peccato c'è, che essi stessi sono peccatori e che deve pur esserci una maniera effettiva di superare il peccato. Anche Gesù stesso non chiama infatti coloro che si sono già liberati da sé e che perciò - come essi ritengono - non hanno bisogno di Lui, ma chiama invece coloro che si sanno peccatori e che perciò hanno bisogno di Lui. 

La morale conserva la sua serietà solamente se c'è il perdono, un perdono reale, efficace; altrimenti essa ricade nel puro e vuoto condizionale. Ma il vero perdono c'è solo se c'è il "prezzo d'acquisto", l'"equivalente nello scambio", se la colpa è stata espiata, se esiste l'espiazione. La circolarità che esiste tra "morale - perdono -espiazione" non può essere spezzata; se manca un elemento cade anche tutto il resto. Dall'indivisa esistenza di questo circolo dipende se per l'uomo c'è redenzione oppure no. Nella Torah, nei cinque libri di Mosé, questi tre elementi sono indivisibilmente annodati l'uno all'altro e non è possibile perciò da questo centro compatto appartenente al Canone dell'Antico Testamento scorporare, alla maniera illuminista, una legge morale sempre valida, abbandonando tutto il resto alla storia passata. 
Questa modalità moralistica di attualizzazione dell'Antico Testamento finisce necessariamente in un fallimento; in questo punto preciso stava già l'errore di Pelagio, il quale ha oggi molti più seguaci di quanto non sembri a prima vista. Gesù ha invece adempiuto a tutta la Legge, non solamente ad una parte di essa e così l'ha rinnovata dalla base. Egli stesso, che ha patito espiando ogni colpa, è espiazione e perdono contemporaneamente, e perciò è anche l'unica sicura e sempre valida base della nostra morale. 

Non si può disgiungere la morale dalla cristologia, poiché non la si può separare dall'espiazione e dal perdono. In Cristo tutta quanta la Legge è adempiuta, e quindi la morale è diventata una vera, adempibile esigenza rivolta nei nostri confronti. A partire dal nucleo della fede, si apre così sempre di nuovo la via del rinnovamento per il singolo, per la Chiesa nel suo insieme e per l'umanità. 

La sofferenza, il martirio e la gioia della Redenzione

Su questo ci sarebbe ora molto da dire. 
Cercherò però solo, molto brevemente, di accennare come conclusione, ancora a ciò che nel nostro contesto mi appare come la cosa più importante. 

Il perdono e la sua realizzazione in me, attraverso la via della penitenza e della sequela, è in primo luogo il centro del tutto personale di ogni rinnovamento. Ma proprio perché il perdono concerne la persona nel suo nucleo più intimo, esso è in grado di raccogliere in unità, ed è anche il centro del rinnovamento della comunità. Se infatti vengono tolte via da me la polvere e la sporcizia, che rendono irriconoscibile in me l'immagine di Dio, allora in tal modo io divengo davvero anche simile all'altro, il quale è anche lui immagine di Dio, e soprattutto io divengo simile a Cristo, che è l'immagine di Dio senza limite alcuno, il modello secondo il quale noi tutti siamo stati creati. 

Paolo esprime questo processo in termini assai drastici: "La vecchia immagine è passata, ecco ne è sorta una nuova; non sono più io che vivo, ma Cristo vive in me" (Gal 2,20). Si tratta di un processo di morte e di nascita. Io sono strappato al mio isolamento e sono accolto in una nuova comunità-soggetto; il mio "io" è inserito nell`io" di Cristo e così è unito a quello di tutti i miei fratelli. Solamente a partire da questa profondità di rinnovamento del singolo nasce la Chiesa, nasce la comunità che unisce e sostiene in vita e in morte. Solamente quando prendiamo in considerazione tutto ciò, vediamo la Chiesa nel suo giusto ordine di grandezza.

La Chiesa: essa non è soltanto il piccolo gruppo degli attivisti che si trovano insieme in un certo luogo per dare avvio ad una vita comunitaria. La Chiesa non è nemmeno semplicemente la grande schiera di coloro che alla domenica si radunano insieme per celebrare l'Eucarestia. E infine, la Chiesa è anche di più che Papa, vescovi e preti, di coloro che sono investiti del ministero sacramentale. 

Tutti costoro che abbiamo nominato fanno parte della Chiesa, ma il raggio della compagnia in cui entriamo mediante la fede, va più in là, va persino al di là della morte. Di essa fanno parte tutti i Santi, a partire da Abele e da Abramo e da tutti i testimoni della speranza di cui racconta l'Antico Testamento, passando attraverso Maria, la Madre del Signore, e i suoi apostoli, attraverso Thomas Becket e Tommaso Moro, per giungere fino a Massimiliano Kolbe, a Edith Stein, a Piergiorgio Frassati. Di essa fanno parte tutti gli sconosciuti e i non nominati, la cui fede nessuno conobbe tranne Dio; di essa fanno parte gli uomini di tutti i luoghi e tutti i tempi, il cui cuore si protende sperando e amando verso Cristo, "l'autore e perfezionatore della fede", come lo chiama la lettera agli Ebrei (12,2). 

Non sono le maggioranze occasionali che si formano qui o là nella Chiesa a decidere il suo e il nostro cammino. Essi, i Santi, sono la vera, determinante maggioranza secondo la quale noi ci orientiamo. Ad essa noi ci atteniamo! Essi traducono il divino nell'umano, l'eterno nel tempo. Essi sono i nostri maestri di umanità, che non ci abbandonano nemmeno nel dolore e nella solitudine, anzi anche nell'ora della morte camminano al nostro fianco.

Qui noi tocchiamo qualcosa di molto importante. 
Una visione del mondo che non può dare un senso anche al.dolore e renderlo prezioso non serve a niente. Essa fallisce proprio là dove fa la sua comparsa la questione decisiva dell'esistenza. 
Coloro che sul dolore non hanno nient'altro da dire se non che si deve combatterlo, ci ingannano. 
Certamente bisogna fare di tutto per alleviare il dolore di tanti innocenti e per limitare la sofferenza. 
Ma una vita umana senza dolore non c'è, e chi non è capace di accettare il dolore, si sottrae a quelle purificazioni che sole ci fanno diventar maturi. 
Nella comunione con Cristo il dolore diventa pieno di significato, non solo per me stesso, come processo di ablatio, in cui Dio toglie da me le scorie che oscurano la sua immagine, ma anche al di là di me stesso esso è utile per il tutto, cosicché noi tutti possiamo dire con San Paolo: "Perciò sono lieto delle sofferenze che sopporto per voi e completo nella mia carne quello che manca ai patimenti di Cristo, a favore del suo Corpo che è la Chiesa" (Col 1,24). Thomas Becket, che insieme con l'Ammiratore e con Einstein ci ha guidato nelle riflessioni di questi giorni, ci incoraggia ancora ad un ultimo passo.

La vita va più in là della nostra esistenza biologica.
Dove non c'è più motivo per cui vale la pena morire, là anche la vita non val più la pena. Dove la fede ci ha aperto lo sguardo e ci ha reso il cuore più grande, ecco che qui acquista tutta la sua forza di illuminazione anche quest'altra frase di San Paolo: "Nessuno di noi vive per se stesso, e nessuno muore per se stesso, perché se noi viviamo, viviamo per il Signore; se moriamo, moriamo per il Signore. Sia che viviamo, sia che moriamo, siamo dunque del Signore" (Rom 14,7-8).
Quanto più noi siamo radicati nella compagnia con Gesù Cristo e con tutti coloro che a Lui appartengono, tanto più la nostra vita sarà sostenuta da quella irradiante fiducia cui ancora una volta San Paolo ha dato espressione: "Di questo io sono certo: né morte né vita, né angeli né potestà, né presente né futuro, né potenze, né altezza né profondità, né alcun'altra creatura potrà mai separarci dall'amore di Dio, che è in Cristo Gesù nostro Signore" (Rom 8,38-39).

Cari amici, da simile fede noi dobbiamo lasciarci riempire!
Allora la Chiesa cresce come comunione nel cammino verso e dentro la vera vita, e allora essa si rinnova di giorno in giorno.
Allora essa diventa la grande casa con tante dimore; allora la molteplicità dei doni dello Spirito può operare in essa.
Allora noi vedremo "com'è buono e bello che i fratelli vivano insieme. E' come rugiada dell'Ermon, che scende sul monte di Sion; là il Signore dona benedizione e vita in eterno" (Sal 133,1.3).
*

GIANCARLO CESANA: Mi sembra proprio che la presenza del Cardinale Ratzinger concluda questo Meeting in un modo grande. Mi limito a ricordare il percorso che il Meeting ha inteso compiere attraverso l'usuale e immaginifica proposta dei tre personaggi simbolo: l'Ammiratore, Einstein e Thomas Becket.
Lo stupore originale dell'uomo di fronte alla realtà è fattore di sviluppo della ragione e di domanda riguardo al proprio destino.
La fede, riconoscimento del Mistero nella storia, insieme compie ed esalta la ricerca dell'uomo; lungi dal negare la ragione, la fede diventa respiro grande ed inimmaginabile.
Per la fede si dà la vita perché essa è la vita della vita, il martirio è testimonianza. Questa è la nostra esperienza che vogliamo comunicare a tutti, attraverso l'espressione di gratuità che è il Meeting.

La missione, come ha detto lo stesso Cardinale, è comunicazione da esperienza a esperienza. Voglio ringraziare tutti coloro che con la loro dedizione, soprattutto nei lavori più umili, hanno reso tale comunicazione possibile. Tutto quello che ci è stato dato è per essere comunicato, la missione è lo scopo. Da laici cristiani, ce ne assumiamo la responsabilità attraverso la concreta condivisione di tutti i bisogni e le risorse dell'uomo, attraverso la cultura, l'economia e, perché no, la politica. E soprattutto, col lavoro cerchiamo di costruire esempi incontrabili di umanità cambiata dall'avvenimento cristiano. Con la nostra vita e le nostre opere, noi vogliamo solo servire e rendere testimonianza a Cristo e alla sua Chiesa. Questo è tutto, veramente tutto quello per cui noi viviamo: credo che con questo Meeting abbiamo costretto a prenderlo in considerazione. Grazie. 


Sabato 1 settembre 1990, ore 17.00

Incontro con Sua Em. Card. Joseph Ratzinger, Prefetto della Congregazioneper la Dottrina della Fede. Modera Giancarlo Cesana.

AMDG et BVM


« Il mio sudore ...

APOTEGMA. II.
- Che il premio delle fatiche è maggiore
e più certo presso Dio, che presso gli uomini.



Ad un suo fratello uterino che di rimpetto a una chiesa derideva la sua nudità e povertà e in tempo d'un gran freddo per mezzo d'un amico lo richiedeva che gli vendesse un poco di sudore, Francesco d'Assisi rispose di no, dicendo: « Il mio sudore lo venderò a miglior prezzo al Signore ».