giovedì 31 ottobre 2013

AMORE PER LA POVERTÀ.



CAPITOLO VII

AMORE PER LA POVERTÀ.
MIRABILI INTERVENTI NEI CASI Dl NECESSITÀ

1. Tra gli altri doni e carismi che il generoso Datore concesse a Francesco, vi fu un privilegio singolare: quello di crescere nelle ricchezze della semplicità attraverso l'amore per l'altissima povertà.
Il Santo, notando come la povertà, che era stata intima amica del Figlio di Dio, ormai veniva ripudiata da quasi tutto il mondo, volle farla sua sposa, amandola di eterno amore, e per lei non soltanto lasciò il padre e la madre, ma generosamente distribuì tutto quanto poteva avere.
Nessuno fu così avido d'oro, quanto Francesco della povertà; nessuno fu più bramoso di tesori, quanto Francesco di questa perla evangelica.

Niente offendeva il suo occhio più di questo: vedere nei frati qualche cosa che non fosse del tutto in armonia con la povertà.
Quanto a lui, dall'inizio della sua vita religiosa fino alla morte, ebbe queste ricchezze: una tonaca, una cordicella e le mutande; e di questo fu contento.
Spesso richiamava alla mente, piangendo, la povertà di Gesù Cristo e della Madre sua, e affermava che questa è la regina delle virtù, perché la si vede brillare così fulgidamente, più di tutte le altre, nel Re dei Re e nella Regina sua Madre.

Anche quando i frati, in Capitolo, gli domandarono qual è la virtù che, più delle altre, rende amici di Cristo, rispose, quasi aprendo il segreto del suo cuore: «Sappiate, fratelli, che la povertà è una via straordinaria di salvezza, giacché è alimento dell'umiltà, radice della perfezione. Molteplici sono i suoi frutti, benché nascosti. Difatti essa è il tesoro nascosto nel campo del Vangelo: per comprarlo, si deve vendere tutto e, in confronto ad esso, si deve disprezzare tutto quello che non si può vendere».



2. «Chi brama raggiungere il vertice della povertà - disse - deve rinunciare non solo alla prudenza mondana, ma anche, in certo qual modo, al privilegio dell'istruzione, affinché, espropriato di questo possesso, possa entrare nella potenza del Signore e offrirsi, nudo, nelle braccia del Crocifisso. In nessun modo, infatti, rinuncia perfettamente al mondo colui che conserva nell'intimo del cuore lo scrigno dell'amor proprio».

Spesso, poi, discorrendo della povertà, applicava ai frati quell'espressione del Vangelo: Le volpi hanno le tane e gli uccelli del cielo hanno il nido; ma il Figlio dell'uomo non ha dove posare il capo.
Per questo motivo ammaestrava i frati a costruirsi casupole poverelle, alla maniera dei poveri, ad abitare in esse non come in casa propria, ma come in case altrui, da pellegrini e forestieri.
Diceva che il codice dei pellegrini è questo: raccogliersi sotto il tetto altrui, sentir sete della patria, passar via in pace.

Dava ordine, talvolta, ai frati di demolire le case che avevano costruite o di lasciarle, quando notava in esse qualcosa che, o quanto alla proprietà o quanto al lusso, urtava contro la povertà evangelica.
Diceva che la povertà è il fondamento del suo Ordine, la base principale su cui poggia tutto l'edificio della sua Religione, in modo tale che, se essa è solida, tutto l'Ordine è solido; se essa si sfalda, tutto l'Ordine crolla.




3. Insegnava, avendolo appreso per rivelazione, che il primo passo nella santa religione consiste nel realizzare quella parola del Vangelo: Se vuoi essere perfetto, va', vendi tutto quello che hai e dallo ai poveri.
Perciò ammetteva all'Ordine solo chi aveva rinunciato alla proprietà e non aveva tenuto assolutamente nulla per sé. Così faceva, in omaggio alla parola del Vangelo, ma anche per evitare lo scandalo delle borse private.


Un tale della Marca Anconitana gli chiese di accettarlo nell'Ordine e il vero patriarca dei poveri gli rispose: «Se vuoi unirti ai poveri di Cristo, distribuisci le cose tue ai poveri del mondo».
Ciò udito, quello se ne andò e, guidato dall'amor carnale, donò i suoi beni ai suoi parenti, e niente ai poveri.
Quando il Santo sentì da lui quel che aveva fatto, lo trafisse con questo duro rimprovero: «Va' per la tua strada, frate mosca, perché non sei ancora uscito dalla tua casa e dalla tua parentela. Hai dato le cose tue ai tuoi consanguinei e hai defraudato i poveri: non sei degno di appartenere ai poveri di elezione. Hai incominciato dalla carne; hai messo al tuo edificio spirituale un fondamento rovinoso».
Quell'uomo animale ritornò dai suoi, reclamò le cose sue e non volendo lasciarle ai poveri, abbandonò ben presto il proposito di darsi alla virtù.

MATER BONI CONSILII
ORA PRO NOBIS

LAS BIENAVENTURANZAS



  




*****
DIOS NO OS HACE FUERZA EN EL PENSAMIENTO...
SOIS LIBRES

Dios no os hace fuerza en el pensamiento y ni siquiera en que seáis santos. Sois libres. Pero os da fuerzas. Os restituye la libertad del imperio de Satanás. Toca a vosotros el imponeros el yugo infernal o colocaros alas angelicales. Yo, vuestro hermano, os guiaré y nutriré con el alimento inmortal.

¿CÓMO SE CONQUISTA A DIOS Y SU REINO POR UN
CAMINO MÁS DULCE QUE NO SEA EL DURO DEL SINAÍ?

"¿Cómo se conquista a Dios y su Reino por un camino más dulce que no sea el duro del Sinaí? preguntáis. No hay otro. Es éste. Pero mirémoslo no a través del color de las amenazas, sino a través del amor. No digamos: "¡Ay de mí, si no hiciere esto!" quedando temblorosos ante la posibilidad de pecar, de no ser capaces de no pecar. Sino digamos: "¡Bienaventurado de mí si hago esto!" y con el empuje de la alegría sobrenatural, gozosos, lancémonos hacia estas bienaventuranzas que nacen al observar la Ley, como nacen las corolas de las rosas de entre un montón de espinas.

LAS BIENAVENTURANZAS

"Bienaventurado si soy pobre de espíritu porque entonces el Reino de los cielos es mío.
Bienaventurado de mí si soy manso porque heredaré la tierra.
Bienaventurado de mí si soy capaz de llorar sin rebelarme porque seré consolado.
Bienaventurado de mí si tengo más hambre y sed de justicia que del pan y del vino.
Bienaventurado de mí si soy misericordioso porque se usará misericordia divina conmigo.
Bienaventurado de mí si soy puro de corazón porque Dios se inclinará sobre mi corazón y lo veré.
Bienaventurado de mí si tengo espíritu de paz porque Dios me llamará hijo suyo, porque en la paz está el amor, y Dios es Amor que ama a quien se le asemeja.
Bienaventurado de mí si por ser fiel a la justicia, soy yo perseguido, porque Dios, mi Padre me dará el Reino de los cielos para premiarme de las persecuciones terrenas.
Bienaventurado de mí si soy ultrajado, y acusado mentirosamente porque sé que soy tu hijo, oh Dios. De esto me vendrá no dolor, sino alegría, porque esto me iguala a tus mejores siervos, a los profetas, que fueron perseguidos por la misma razón y con los cuales creo firmemente participar de la misma recompensa grande, eterna, en el cielo que es mío".
Contemplemos así el camino de la salvación, a través de la alegría de los santos.



BIENAVENTURADO DE MÍ SI SOY
POBRE DE ESPÍRITU

¡Oh fiebre satánica, a cuántos delirios de riquezas conduces a ricos y a pobres! El rico que vive para su dinero: el ídolo infame de su espíritu en ruinas. El pobre que vive odiando al rico porque tiene dinero y si es verdad que no lo mata de hecho, sin embargo lanza contra la cabeza de los ricos anatemas, y les desea toda clase de males. No basta no hacer el mal, es menester no desearlo. El que maldice y desea desgracias y muertes no es muy diverso del que mata realmente, porque tiene deseo de que perezca la persona odiada. En verdad os digo que el deseo no es sino un acto no realizado, algo así como el feto que existe ya en el vientre, pero que todavía no sale. El deseo perverso envenena y arruina, porque dura más que el acto violento, y es más intenso.

EL POBRE DE ESPÍRITU SI ES RICO, NO PECA
PORQUE TENGA DINERO

El pobre de espíritu si es rico, no peca porque tenga dinero, antes bien lo emplea para ser santo. Todos le aman y bendicen porque es semejante a aquellas fuentes que en los desiertos salvan a uno, sin avaricia alguna; alegre dan para aliviar la desesperación de los demás. Si es pobre se alegra en su pobreza, come su pan con la alegría que no sabe del ansia de dinero, y duerme tranquilamente sin pesadillas, y descansando se levanta a su trabajo que le parece más llevadero, porque lo hace sin ambición ni envidia.

LAS COSAS QUE HACEN RICO AL HOMBRE, SON
EL DINERO COMO OBJETO MATERIAL,
LOS AFECTOS COMO ALGO MORAL.

Las cosas que hacen rico al hombre son el dinero como objeto material, los afectos como algo moral. Por oro se entiende no sólo el dinero, sino casa, campos, joyas, muebles, rebaños, todo lo que materialmente hace acaudalada una vida. En los afectos se cuentan los lazos de sangre o de matrimonio, las amistades, la capacidad intelectual, los cargos públicos. Como veis en la primera parte el pobre puede decir: "Oh, en cuanto a mí, me basta que no envidie a quien tiene, que así me siento bien"; en la segunda también el pobre tiene que estar atento, porque aun el más miserable en el mundo, puede llegar a ser pecaminosamente rico de espíritu. Quien inmoderadamente se aficiona a alguna cosa, ese tal peca.

¿DEBEMOS ODIAR LOS BIENES QUE DIOS
NOS REGALÓ?

Diréis: "Luego ¿debemos odiar los bienes que Dios nos regaló? Entonces ¿por qué ordena que amemos a nuestro padre, madre, esposa, hijos y añade: Amarás a tu prójimo como a tí mismo?" Distinguid. Debemos amar a nuestro padre y madre, a la esposa y al prójimo, pero en la medida que Dios ha determinado: "como a nosotros mismos". A Dios se le debe amar sobre toda las cosas, con todo nuestro ser. Debemos amar a Dios no como a los seres más queridos, por ejemplo, a esta persona porque nos amamantó, a la otra porque duerme sobre nuestro pecho y cría nuestros hijos, sino amarlo con todo nuestro ser, esto es, con toda la capacidad de amar que hay en el hombre: con amor de hijo, de esposo, de amigo, y no os escandalicéis, de padre. Sí, debemos tener el mismo cuidado de los intereses de Dios que tiene un padre por sus hijos, cuya hacienda cuida con amor y la aumenta; que ante sus ojos tiene su vida física y cultural, así como éxito en el mundo.

EL AMOR NO ES UN MAL Y NO DEBE SERLO

El amor no es un mal y no debe serlo. Las gracias que Dios nos concede tampoco lo son y tampoco deben serlo. Son amor. Por amor se han concedido. Es menester emplear con amor estas riquezas de afectos y bienes que Dios nos concedió. Y sólo el que no los convierte en ídolos, sino en medios para servir santamente a Dios, ese tal demuestra que no tiene inclinación pecaminosa. Pone en práctica la santa pobreza del espíritu que se despoja de todo para poder más libremente conquistar a Dios santo, suprema riqueza. Conquistar a Dios significa: tener el reino de los cielos.

BIENAVENTURADO DE MÍ, SI SOY MANSO

Esto puede parecer contrario a la vida cotidiana. Los que no son mansos parece que triunfan en sus familias, en su ciudad, en su nación. Pero ¿es verdadero triunfo? No lo es. Es el miedo que hace que los súbditos se inclinen en apariencia ante el déspota, pero en realidad no existe sino un velo en fermento de rebelión contra el tirano. Quienes son iracundos y prepotentes no son dueños de los corazones de sus familiares, ni de sus conciudadanos, ni de sus súbditos. No doblegan las inteligencias ni los corazones a sus doctrinas los maestros que repiten: "lo he dicho, lo he dicho", antes bien forman autodidactas, buscadores de una llave apta para abrir las puertas cerradas de una sabiduría o de una ciencia que saben que existe y que es contraria a la que se les impone.

AQUELLOS SACERDOTES QUE NO VAN A LA
CONQUISTA DE LOS ESPÍRITUS CON LA PACIENTE,...

Aquellos sacerdotes que no van a la conquista de los espíritus con la paciente, humilde y amorosa dulzura, sino que parecen guerreros armados que se lanzan a un asalto feroz -tanta es su impetuosidad e intransigencia contra almas- esos tales no llevan a Dios. ¡Oh, pobres almas! Si fueran santas, no tendrían necesidad de vosotros, sacerdotes, para llegar a la luz; la tendrían ya dentro de sí. Si fuesen justos no tendrían necesidad de vosotros como jueces para mantenerse en el freno de la justicia. Ya tendrían ésta consigo. Si fueran sanos no tendrían necesidad de quien los curase. Sed, pues, mansos. No ahuyentéis a las almas. Atraedlas amorosamente, porque la mansedumbre es amor, así como lo es la pobreza de espíritu.

SI SOIS ASÍ, HEREDARÉIS LA TIERRA

Si sois así, heredaréis la tierra y llevaréis a Dios este lugar, que era de Satanás, porque vuestra mansedumbre, que además de amor es humildad, habrá vencido al odio y la soberbia matando en los corazones al rey abyecto de la soberbia y del odio, y el mundo será vuestro, esto es de Dios porque seréis justos que reconoceréis a Dios como a Dueño absoluto de lo creado, a quien se debe dar alabanza y bendición.

BIENAVENTURADO SI SÉ LLORAR
SIN REBELARME.

El dolor existe en la tierra, y arranca lágrimas al hombre. No existía el dolor, pero el hombre lo puso en la tierra y por depravación de su inteligencia trata siempre de aumentarlo con todos los medios. Además de las enfermedades, de las desgracias que acarrea vienen rayos, tempestades, terremotos. Ved que el hombre más que para sufrir viene sobre todo para hacer sufrir, pues quisiéramos que los otros sufriesen, mas no nosotros, con los medios que buscamos para atormentarlos, ved que cavila en fabricar armas cada vez más mortíferas e intransigencias morales cada vez más astutas. ¡Cuántas lágrimas acarrea el hombre al hombre a instigación de su oculto rey que es Satanás! Y en verdad os digo que estas lágrimas no son una mengua, sino una perfección del hombre.

EL HOMBRE ES UN NIÑO DISTRAÍDO

El hombre es un niño distraído, es un despreocupado, es una creatura de inteligencia retardada hasta que el llanto lo hace adulto, reflexivo, inteligente. Sólo los que lloran, o quienes han llorado, saben amar y comprender. Aman a los que gimen, los entienden en sus dolores, los ayudan con una bondad que sabe cuán duro es estar solos en el llanto. Ellos saben amar a Dios porque han comprendido que todo fuera de Dios es dolor; que el dolor se mitiga si se llora en el corazón de Dios; que el llanto resignado, que no destroza la fe, que no seca la oración, que no conoce la rebelión, sirve para transformarse, y que del dolor viene el consuelo.
Sí. Los que lloran amando al Señor, serán consolados.

BIENAVENTURADOS SI TENGO HAMBRE
Y SED DE JUSTICIA

Desde el momento en que el hombre nace, hasta el que muere busca el alimento. Al nacer abre su boquita para coger el pecho, abre los labios para tomar consuelo en su agonía. Trabaja para alimentarse. Hace de la tierra un lugar del que absorbe su sustento sin cansarse. Pero ¿qué es el hombre? ¿Un animal? No, es un hijo de Dios. Está en el destierro por pocos o muchos años, y su vida no termina al cambiar de domicilio.

HAY UNA VIDA EN LA VIDA

Hay una vida en la vida, así como en la cáscara de nuez, están los gajos. La nuez no es la cáscara, sino los gajos y pulpa que están en ella. Si sembráis la cáscara de nuez, no nace nada, pero si sembráis los gajos o pulpa nacerá un árbol grande. Así es el hombre. No es la carne la que se hace inmortal, es el alma. Se le alimenta para llevarla a la inmortalidad, a la que, por amor, ella después llevará la carne a una resurrección bienaventurada.

EL ALIMENTO DEL ALMA ES LA SABIDURÍA,
LA JUSTICIA.

El alimento del alma es la sabiduría, la justicia. Se les toma cual líquido y alimento y fortalecen. Cuanto más se gusta, tanto más crece el santo deseo de poseer la sabiduría y de conocer la justicia. Pero vendrá un día en que el alma ya insaciable verá satisfecha del todo su hambre. Dios se dará a su hijo, lo llevará directamente a su pecho, y se saciará en el paraíso de la madre admirable que es Dios mismo y no tendrá más hambre, sino que descansará en el divino seno. Ninguna ciencia humana puede suplantar a la divina. La curiosidad de la inteligencia puede extinguirse, pero no la necesidad del espíritu. Y sucede que el espíritu encuentra disgusto en la diversidad del sabor y separa la boca del pecho amargo, prefiriendo sufrir el hambre que llenarse de comida que no venga de Dios.
No tengáis miedo, vosotros que tenéis sed y hambre de Dios. Sed fieles y seréis saciados por quien os ama.


BIENAVENTURADO DE MÍ,
SI SOY MISERICORDIOSO

¿Entre los hombres quién puede decir: "No tengo necesidad de compasión"? Nadie. Si en la antigua Ley está escrito: "Ojo por ojo y diente por diente", ¿por qué en la Nueva no deba decirse: "Quien sea misericordioso encontrará misericordia"? Todos tienen necesidad de perdón.

NO SON NI LA FÓRMULA, NI LA FORMA DE UN RITO,
LAS QUE OBTIENEN PERDÓN,
SINO EL RITO INTERNO DEL AMOR,
O MEJOR DICHO, DE LA MISERICORDIA.

Pues bien, no son ni la fórmula, ni la forma de un rito, figuras externas que se han concedido a causa de la opaca mentalidad humana, las que obtienen perdón, sino el rito interno del amor, o mejor dicho, de la misericordia. La razón porque se ordenó el sacrificio de un cabro o de un cordero y la oferta de algunas monedas, se debió al hecho de que en la raíz de todo mal se encuentran siempre: la avaricia y la soberbia. La primera encuentra su castigo al comprar la oferta, la segunda con la confesión clara de lo que se va a hacer: "Hago este sacrificio porque he pecado". Se impuso además para adelantarse a tiempos y señales de los tiempos, y en la sangre que se esparce está la figura de la sangre que será derramada para borrar los pecados de los hombres.

BIENAVENTURADO, PUES, EL QUE SABE SER
MISERICORDIOSO CON LOS HAMBRIENTOS,
DESNUDOS,...

Bienaventurado, pues, el que sabe ser misericordioso con los hambrientos, desnudos, con los que no tienen techo, con los infelices que lo son tanto más cuanto que poseen un mal carácter, con los que sufren y hacen sufrir a quien con ellos convive. Tened misericordia. Perdonad, compadeced, socorred, enseñad, levantad. No os encerréis en una torre de cristal diciendo: "Soy puro y no desciendo entre los pecadores". No digáis: "Soy rico y feliz, y no quiero oír las miserias de los demás". Ved que vuestra riqueza, salud, bienestar familiar, pueden desaparecer más presto que el humo al soplo de un fuerte viento. Recordad que el cristal es lente, y lo que pasaría desapercibido si os mezcláis entre la multitud, al meteros en una torre de cristal, solos, separados, iluminados por todas partes, no lo podéis ocultar.
Misericordia para realizar un sacrificio de expiación secreto, continuo, santo y para obtener misericordia.



BIENAVENTURADO DE MÍ
SI SOY PURO DE CORAZÓN

Dios es pureza. El paraíso es reino de pureza. Nada impuro puede entrar en el cielo donde está Dios. Por esto, si sois impuros no podréis entrar en el reino de Dios. Pero, ¡oh alegría que el Padre anticipadamente concede a los hijos! El que es puro tiene ya desde la tierra un principio de cielo porque Dios se inclina sobre el puro y el hombre desde la tierra va a su Dios. No conoce sabor de amores humanos, sino que gusta, hasta el éxtasis, el sabor del amor divino y puede decir: "Estoy contigo y Tú estás en mí, por lo cual te poseo y conozco cual esposo amantísimo de mi alma". Y creedlo, que quien tiene a Dios alcanza cambios radicales e inexplicables aun en sí mismo, para los que se hace santo, sabio, fuerte, y en sus labios florecen palabras, y sus acciones se revisten de una fuerza que no viene de la creatura, sino de Dios que en ella vive.

¿QUÉ COSA ES LA VIDA DE QUIEN VE A DIOS?

¿Qué cosa es la vida de quien ve a Dios? Bienaventuranza. ¿Y querríais privaros de un premio tan grande por una fétida impureza?

BIENAVENTURADO SI TENGO ESPÍRITU DE PAZ

La paz es una de las características de Dios. Él no es más que paz, porque la paz es amor, mientras la guerra es odio. Satanás es odio. Dios es paz. No puede uno llamarse hijo de Dios, ni puede Dios decir que un hombre es su hijo, si éste tiene espíritu irascible siempre dispuesto a desencadenar tempestades. Pero tampoco puede llamarse Hijo de Dios el que sin desencadenar propiamente tempestades, no contribuya con su gran paz a calmar las que otros han suscitado. El que es pacífico difunde la paz aún sin palabras. Es dueño de sí mismo y me atrevo a decir: "dueño de Dios, pues lo lleva como una lámpara lleva su flama, como el incensario despide su perfume, como el odre contiene su líquido. Debido a este suave aceite que es el espíritu de paz que emana de los hijos de Dios, se produce luz en medio de la neblina llena de humo de rencores, y se purifica el alma de las miasmas de rencores y se calman las ondas enfurecidas.
Haced que Dios y los hombres os puedan llamar así.

BIENAVENTURADO SI SE ME PERSIGUE
POR AMOR DE  LA JUSTICIA.

El hombre se deja llevar tanto de Satanás que odia el bien donde quiera que lo encuentra, odia al bueno, como al que con su silencio lo acusa y reprenda. De hecho, la bondad de uno hace aparecer más negra la perversidad del malvado. La fe del creyente verdadero, hace aparecer más viva la hipocresía del falso. No pueden los injustos menos de odiar al que con su modo de vivir es un constante testimonio de justicia y entonces, ved que se enfurecen contra los que aman la justicia.

TAMBIÉN EN ESTO ES COMO EN LAS GUERRAS.

También en esto es como en las guerras. El hombre progresa más en su arte satánico de perseguir que en el santo arte de amar. Pero no puede perseguir sino lo que tiene vida breve. Lo eterno que existe en el hombre escapa a sus asechanzas, y hasta adquiere una vitalidad más robusta que las persecuciones. La vida escapa por las heridas que abren las venas o por las fatigas que lleva el perseguido. Pero la sangre teje la púrpura del futuro rey las fatigas son escalones para subir a los tronos que el Padre ha preparado a sus mártires, a los que están reservados los reales asientos del reino de los cielos.

BIENAVENTURADO SI SE ME
ULTRAJA Y CALUMNIA.

Procurad que vuestro nombre pueda ser escrito en los libros celestiales, allí donde no se consignan los nombres según la mentira humana, que alaba a los que no son dignos. En esos libros también se consignan con justicia y amor, las obras de los buenos para darles el premio que Dios ha prometido a los que ha bendecido.

HASTA AHORA FUERON CALUMNIADOS
Y ULTRAJADOS LOS PROFETAS

Hasta ahora fueron calumniados y ultrajados los profetas, pero cuando se abran las puertas de los cielos, cual reyes imponentes, entrarán en la ciudad de Dios, y ante ellos se doblarán los ángeles, cantando de alegría. También vosotros, también vosotros, ultrajados y perseguidos por haber sido de Dios, tendréis un triunfo celestial, y cuando llegue el tiempo, y esté completo el paraíso, entonces os será muy querida cada lágrima con que conseguisteis esta gloria eterna que os prometo en nombre del Padre.
Idos. Mañana os hablaré de nuevo. Que queden tan solo los enfermos, para que los socorra en sus dolores. La paz sea con vosotros, y el meditar en la salvación, por medio del amor, os guíe en el camino cuya meta es el cielo".
III. 154-165


 A. M. D. G. et B.V.M.


"Chi ammira con religioso amore i meriti dei Santi e celebra con lodi ripetute la gloria dei giusti è tenuto ad imitare la loro vita virtuosa e la loro santità.


FESTA DI TUTTI I SANTI

La festa della Chiesa trionfante.
Vidi una grande moltitudine, che nessuno poteva contare, d'ogni nazione, d'ogni tribù, d'ogni lingua e stavano davanti al trono vestiti di bianco, con la palma in mano e cantavano con voce potente: Gloria al nostro Dio  (Ap 7,9-10). Il tempo è cessato e l'umanità si rivela agli occhi del profeta di Pathmos. La vita di battaglia e di sofferenza della terra (Gb 7,1) un giorno terminerà e l'umanità, per molto tempo smarrita, andrà ad accrescere i cori degli spiriti celesti, indeboliti già dalla rivolta di Satana, e si unirà nella riconoscenza ai redenti dell'Agnello e gli Angeli grideranno con noi: Ringraziamento, onore, potenza, per sempre al nostro Dio! (Ap 7,11-14).
E sarà la fine, come dice l'Apostolo (1Cor 15,24), la fine della morte e della sofferenza, la fine della storia e delle sue rivoluzioni, ormai esaurite. Soltanto l'eterno nemico, respinto nell'abisso con tutti i suoi partigiani, esisterà per confessare la sua eterna sconfitta. Il Figlio dell'uomo, liberatore del mondo, avrà riconsegnato l'impero a Dio, suo Padre e, termine supremo di tutta la creazione e di tutta la redenzione, Dio sarà tutto in tutti (ivi 24-28).
Molto prima di san Giovanni, Isaia aveva cantato: Ho veduto il Signore seduto sopra un trono alto e sublime, le frange del suo vestito scendevano sotto di lui a riempire il tempio e i Serafini gridavano l'uno all'altro: Santo, Santo, Santo, il Signore degli eserciti: tutta la terra è piena della tua gloria (Is 6,1-3).
Le frange del vestimento divino sono quaggiù gli eletti divenuti ornamento del Verbo, splendore del Padre (Ebr 1,3), perché, capo della nostra umanità, il Verbo l'ha sposata e la sposa è la sua gloria, come egli è la gloria di Dio (1Cor 11,7). Ma la sposa non ha altro ornamento che le virtù dei Santi (Ap 19,8): fulgido ornamento, che con il suo completarsi segnerà la fine dei secoli. La festa di oggi è annunzio sempre più insistente delle nozze dell'eternità e ci fa di anno in anno celebrare il continuo progresso della preparazione della Sposa (Ap 19,7).

Confidenza.
Beati gli invitati alle nozze dell'Agnello! (ivi, 9). Beati noi tutti che, come titolo al banchetto dei cieli, ricevemmo nel battesimo la veste nuziale della santa carità! Prepariamoci all'ineffabile destino che ci riserba l'amore, come si prepara la nostra Madre, la Chiesa. Le fatiche di quaggiù tendono a questo e lavoro, lotte, sofferenze per Dio adornano di splendenti gioielli la veste della grazia che fa gli eletti. Beati quelli che piangono!(Mt 5,5).
Piangevano quelli che il Salmista ci presentava intenti a scavare, prima di noi, il solco della loro carriera mortale (Sal 125) e ora versano su di noi la loro gioia trionfante, proiettando un raggio di gloria sulla valle del pianto. La solennità, ormai incominciata, ci fa entrare, senza attendere che finisca la vita, nel luogo della luce ove i nostri padri hanno seguito Gesù, per mezzo della beata speranza. Davanti allo spettacolo della felicità eterna nella quale fioriscono le spine di un giorno, tutte le prove appariranno leggere. O lacrime versate sulle tombe che si aprono, la felicità dei cari scomparsi non mescolerà forse al vostro rammarico la dolcezza del cielo? Tendiamo l'orecchio ai canti di libertà che intonano coloro che, momentaneamente da noi separati, sono causa del nostro pianto. Piccoli o grandi (Ap 19,5), questa è la loro festa e presto sarà pure la nostra. In questa stagione, in cui prevalgono brine e tenebre, la natura, lasciando cadere i suoi ultimi gioielli, pare voler preparare il mondo all'esodo verso la patria che non avrà fine.
Cantiamo anche noi con il salmista: "Mi sono rallegrato per quello che mi è stato detto: Noi andremo nella casa del Signore. O Gerusalemme, città della pace, che ti edifichi nella concordia e nell'amore, noi siamo ancora nei vestiboli, ma già vediamo i tuoi perenni sviluppi. L'ascesa delle tribù sante verso di te prosegue nella lode e i tuoi troni ancora liberi si riempiono. Tutti i tuoi beni siano per quelli che ti amano, o Gerusalemme, e nelle tue mura regnino la potenza e l'abbondanza. Io ho messo ormai in te le mie compiacenze, per gli amici e per i fratelli, che sono già tuoi abitanti e, per il Signore nostro Dio, che in te abita, in te ho posto il mio desiderio" (Sal 121).

Storia della festa.
Troviamo prima in Oriente tracce di una festa in onore dei Martiri e san Giovanni Crisostomo pronunciò una omelia in loro onore nel IV secolo, mentre nel secolo precedente san Gregorio Nisseno aveva celebrato delle solennità presso le loro tombe. Nel 411 il Calendario siriaco ci parla di una Commemorazione dei Confessori nel sesto giorno della settimana pasquale e nel 539 a Odessa, il 13 maggio, si fa la "memoria dei martiri di tutta la terra".
In Occidente i Sacramentari del V e del VI secolo contengono varie messe in onore dei santi Martiri da celebrarsi senza giorno fisso. Il 13 maggio del 610, Papa Bonifacio IV dedicò il tempio pagano del Pantheon, vi fece trasportare delle reliquie e lo chiamò S. Maria ad Martyres. L'anniversario di tale dedicazione continuò ad essere festa con lo scopo di onorare in genere tutti i martiri, Gregorio III, a sua volta, nel secolo seguente, consacrò un oratorio "al Salvatore, alla sua Santa Madre, a tutti gli Apostoli, martiri, confessori e a tutti i giusti dormienti del mondo intero".
Nell'anno 835, Gregorio IV, desiderando che la festa romana del 13 maggio fosse estesa a tutta la Chiesa, provocò un editto dell'imperatore Luigi il Buono, col quale essa veniva fissata il 1° novembre. La festa ebbe presto la sua vigilia e nel secolo XV Sisto IV la decorò di Ottava obbligatoria per tutta la Chiesa. Ora, sia la vigilia sia l'Ottava sono soppresse.

MESSA

"Alle calende di novembre vi è la stessa premura che vi è a Natale, per assistere al Sacrificio in onore dei Santi", dicono vecchi documenti in relazione a questo giorno" (Lectiones ant. Brev. Rom. ad hanc diem. Hittorp. Ordo Romanus). Per quanto generale fosse la festa, anzi in ragione della sua stessa universalità, non era forse la gioia speciale per tutti e l'onore delle famiglie cristiane? Le quali santamente fiere di coloro dei quali si trasmettevano le virtù di generazione in generazione e la gloria del cielo, si vedevano così nobilitate ai loro occhi, più che da tutti gli onori terreni.

Ma la fede viva di quei tempi vedeva anche nella festa l'occasione di riparare le negligenze volontarie o forzate commesse nel corso dell'anno riguardo al culto dei beati inscritti nel calendario pubblico.

EPISTOLA (Ap 7,2-12). - In quei giorni: Io Giovanni vidi un altro Angelo che saliva da oriente ed aveva il sigillo di Dio vivo, e gridò con gran voce ai quattro Angeli, a cui era ordinato di danneggiare la terra e il mare e disse: Non danneggiate la terra, il mare e le piante, finché non abbiamo segnato nella loro fronte i servi del nostro Dio. E sentii il numero dei segnati, centoquarantaquattromila di tutte le tribù d'Israele: della tribù di Giuda dodici mila segnati; della tribù di Ruben dodici mila segnati; della tribù di Gad dodici mila segnati; della tribù di Aser dodici mila segnati; della tribù di Neftali dodici mila segnati; della tribù di Manasse dodici mila segnati; della tribù di Simeone dodici mila segnati; della tribù di Levi dodici mila segnati; della tribù di Issacar dodici mila segnati; della tribù di Zabulon dodici mila segnati; della tribù di Giuseppe dodici mila segnati; della tribù di Beniamino dodici mila segnati. Dopo queste cose vidi una moltitudine immensa, che nessuno poteva contare, di ogni nazione, d'ogni tribù, d'ogni popolo e linguaggio. Essi stavano davanti al trono e dinanzi all'Agnello, in bianche vesti e con rami di palme nelle loro mani, e gridavano a gran voce e dicevano: La salute al nostro Dio che siede sul trono e all'Agnello! E tutti gli Angeli che stavano intorno al trono, ai vegliardi e ai quattro animali, si prostrarono bocconi dinanzi al trono, e adorarono Dio, dicendo: Amen! Benedizione e gloria e sapienza e ringraziamenti e onore e potenza e forza al nostro Dio, nei secoli dei secoli. Così sia.

I due censimenti.
L'Uomo-Dio alla sua venuta sulla terra fece, per mezzo di Cesare Augusto, una prima volta il censimento della terra (Lc 2,1). Era opportuno che all'inizio della redenzione fosse rilevato ufficialmente lo stato del mondo. Ora è il momento di farne un secondo, che affiderà al libro della vita i risultati delle operazioni di salvezza.
"Perché questo censimento del mondo al momento della nascita del Signore, dice san Gregorio in una delle omelie di Natale, se non per farci comprendere che nella carne appariva Colui che doveva poi registrare gli eletti nella eternità?" (Lezione vii dell'Ufficio di Natale). Molti però, a causa dei peccati, si erano sottratti al beneficio del primo censimento, che comprendeva tutti gli uomini nel riscatto di Dio Salvatore, e ne era necessario un secondo che fosse definitivo ad eliminasse dall'universalità del primo i colpevoli. Siano cancellati dal libro dei vivi; il loro posto non è con i giusti (Sal 68,29). Le parole sono del re Profeta e il santo Papa qui le ricorda.
Nonostante questo, la Chiesa, tutta gioiosa, non pensa oggi che agli eletti, come se di essi soli si trattasse nel solenne censimento in cui abbiamo veduto terminare la vita dell'umanità. Infatti essi soli contano davanti a Dio, i reprobi non sono che lo scarto di un mondo in cui solo la santità risponde alla generosità del creatore e all'offerta di un amore infinito.
Prestiamo le anime nostre all'impronta che le deve "conformare all'immagine del Figlio unico" (Rm 8,29) segnandoci come tesoro di Dio. Chi si sottrae all'impronta sacra non eviterà l'impronta della bestia (Ap 13,16) e, nel giorno in cui gli Angeli chiuderanno il conto eterno, ogni moneta, che non potrà essere portata all'attivo di Dio, se ne andrà da sé alla fornace in cui bruceranno le scorie.

VANGELO (Mt 5,1-12). - In quel tempo: Gesù avendo veduto la folla, salì sul monte e, come si fu seduto, gli si accostarono i suoi discepoli. Allora egli aprì la sua bocca per ammaestrarli, dicendo: Beati i poveri di spirito, perché di essi è il regno dei cieli. Beati i mansueti, perché erediteranno la terra. Beati quelli che piangono, perché saranno consolati. Beati i famelici e sitibondi di giustizia, perché saranno saziati. Beati i misericordiosi, perché troveranno misericordia. Beati i puri di cuore, perché vedranno Dio. Beati i pacifici, perché saranno chiamati figli di Dio. Beati quelli che sono perseguitati per causa della giustizia, perché di essi è il regno dei cieli. Beati sarete voi, quando vi oltraggeranno e perseguiteranno e, falsamente, diranno di voi ogni male per cagion mia. Rallegratevi (in quel giorno) ed esultate, perché grande è la vostra ricompensa nei cieli.

Le Beatitudini.
La terra è oggi così vicina al cielo che uno stesso pensiero di felicità riempie i cuori. L'Amico, lo Sposo ritorna in mezzo ai suoi e parla di felicità.Venite a me voi tutti che avete tribolazioni e sofferenze. Il versetto dell'Alleluia era con queste parole l'eco della patria e tuttavia ci ricordava l'esilio, ma tosto nel Vangelo è apparsa la grazia e la benignità del nostro Dio Salvatore (Tt 2,11; 3,4). Ascoltiamolo, perché ci insegna le vie dellabeata speranza (ivi 2,12-13), le delizie sante, che sono ad un tempo garanzia ed anticipo della perfetta felicità del cielo.
Sul Sinai, Dio teneva l'Ebreo a distanza e dava soltanto precetti e minacce di morte, ma sulla vetta di quest'altra montagna, sulla quale è assiso il Figlio di Dio, in modo ben diverso si promulga la legge dell'amore! Le otto Beatitudini all'inizio del Nuovo Testamento hanno preso il posto tenuto nell'Antico dal Decalogo inciso sulla pietra.
Esse non sopprimono i comandamenti, ma la loro giustizia sovrabbondante va oltre tutte le prescrizioni e Gesù le trae dal suo Cuore per imprimerle, meglio che sulla pietra, nel cuore del suo popolo. Sono il ritratto perfetto del Figlio dell'uomo e riassunto della sua vita redentrice. Guardate dunque e agite secondo il modello che si rivela a voi sulla montagna (Es 25,40; Ebr 8,5 ).
La povertà fu il primo contrassegno del Dio di Betlemme e chi mai apparve più dolce del figlio di Maria? chi pianse per causa più nobile, se egli già nella greppia espiava le nostre colpe e pacificava il Padre? Gli affamati di giustizia, i misericordiosi, i puri di cuore, i pacifici dove troveranno fuori di lui il modello insuperato, mai raggiunto e sempre imitabile? E la sua morte lo fa condottiero dei perseguitati per la giustizia! Suprema beatitudine questa della quale più che di tutte le altre, la Sapienza incarnata si compiace e vi ritorna sopra e la precisa e oggi con essa termina, come in un canto d'estasi.
La Chiesa non ebbe mai altro ideale. Sulla scia dello Sposo, la sua storia nelle varie epoche fu eco prolungata delle Beatitudini. Cerchiamo di comprendere anche noi e, per la felicità della nostra vita in terra, in attesa dell'eterna, seguiamo il Signore e la Chiesa.
Le Beatitudini evangeliche sollevano l'uomo oltre i tormenti, oltre la morte, che non scuote la pace dei giusti, anzi la perfeziona.

Discorso di san Beda [1].
"In cielo non vi sarà mai discordia, ma vi sarà accordo in tutto e conformità piena, perché la concordia tra i Santi non avrà variazioni; in cielo tutto è pace e gioia, tutto è tranquillità e riposo e vi è una luce perpetua assai diversa dalla luce di quaggiù, tanto più splendida quanto più bella. Leggiamo nella Scrittura che la città celeste non ha bisogno della luce del sole, perché 'il Signore onnipotente la illuminerà e l'Agnello ne è la fiaccola' (Ap 21,23). 'I Santi brilleranno come stelle nell'eternità, e quelli che istruiscono le moltitudini saranno come lo splendore del firmamento' (Dn 12,3). Là, non notte, non tenebre, né ammassi di nubi; non rigore di freddo, né eccessivo calore, ma uno stato di cose così bene equilibrato che 'occhio non vide e orecchio non udì e il cuore dell'uomo nulla mai comprese' (1Cor 2,9) di simile. Lo conoscono quelli che sono trovati degni di goderne e 'i nomi dei quali sono scritti nel libro della vita' (Fil 4,3) che 'hanno lavato il loro vestito nel sangue dell'Agnello e stanno davanti al trono di Dio, servendolo notte e giorno' (Ap 7,14). 'Là non c'è vecchiaia, né debolezze della vecchiaia, perché tutti sono giunti allo stato dell'uomo perfetto, nella misura dell'età del Cristo' (Ef 4,13).
Ma quello che tutto sorpassa è l'essere associati ai cori degli Angeli, dei Troni e delle Dominazioni, dei Principati e delle Potenze; il godere della compagnia di tutte le Virtù della corte celeste; il contemplare i diversi ordini dei Santi, più splendenti che gli astri; il considerare i Patriarchi illuminati dalla loro fede, i Profeti radiosi di speranza e di gioia, gli Apostoli preparati a giudicare le tribù di Israele e tutto l'universo; i Martiri, cinti del diadema splendente della porpora della vittoria e infine le Vergini con la fronte coronata di candidi fiori" (18 Discorso sui Santi).

Incoraggiamento alla pratica delle virtù.
La Chiesa dopo averci mostrato la bellezza e la gioia del cielo, dopo la seducente esposizione sulla eternità, avrebbe potuto presentarci la questione che san Benedetto pose al postulante, che bussava alla porta del monastero: Vuoi la vita? vuoi vedere giorni felici? (Prologo alla Regola). Avremmo anche noi prontamente risposto: sì. E pare che davvero la questione ce l'abbia silenziosamente posta e che abbia udito il nostro , perché prosegue adesso esponendoci le condizioni, necessarie per entrare nel regno dei cieli.
"La speranza di giungere alla ricompensa della salvezza ci alletti, ci attiri, lottiamo volentieri e con tutto l'impegno nello stadio della santità; mentre Dio e Cristo ci guardano. Dato che già abbiamo cominciato ad elevarci sopra il mondo ed il secolo, stiamo attenti, perché nessun desiderio terreno ci attardi. Se l'ultimo giorno ci trova svincolati da ogni cosa, se ci trova in agile corsa nel cammino delle buone opere, il Signore non potrà fare a meno di ricompensare i nostri meriti.
Colui che dà, come prezzo della sofferenza, a quelli che hanno saputo vincere nella persecuzione, una corona imporporata, darà pure, come prezzo delle opere di santità, una corona bianca a coloro che avranno saputo vincere nella pace. Abramo, Isacco, Giacobbe non furono messi a morte, ma sono stati tuttavia ritenuti degni dei primi posti fra i Patriarchi, perché tale onore meritarono con la fede e le opere di giustizia, e coloro che saranno trovati fedeli, giusti e degni di lode siederanno al banchetto con questi grandi giusti. Bisogna ricordare però che dobbiamo compiere la volontà di Dio e non la nostra, perché 'chi fa la volontà di Dio vive eternamente' (Gv 2,17) come vive eternamente Dio stesso.
Bisogna dunque che con spirito puro, fede ferma, virtù robusta, carità perfetta, siamo preparati a compiere tutta la volontà di Dio, osservando con coraggiosa fedeltà i comandamenti del Signore, l'innocenza nella semplicità, l'unione nella carità, la modestia nell'umiltà, l'esattezza nell'impiego, la diligenza nell'assistenza degli afflitti, la misericordia nel sollevare i poveri, la costanza nella difesa della verità, la discrezione nella severità della disciplina e infine bisogna che non lasciamo di seguire o dare l'esempio delle buone opere. Ecco la traccia che tutti i Santi, tornando alla patria, ci hanno lasciata, perché, camminando sulle loro orme, possiamo giungere alle gioie che essi hanno raggiunto" (Beda, 18 Discorso sui Santi).

È utile lodare i Santi.
Una esortazione per i suoi figli la Chiesa la chiede a san Bernardo, e ci parla con la sua voce.
"Dato che celebriamo con una festa solenne il ricordo di tutti i Santi, diceva ai suoi monaci l'abate di Chiaravalle, credo utile parlarvi della loro felicità comune nella quale gioiscono di un beato riposo e della futura consumazione che attendono. Certo, bisogna imitare la condotta di quelli che con religioso culto onoriamo; correre con tutto lo slancio del nostro ardore verso la felicità di quelli che proclamiamo beati, bisogna implorare il soccorso di quelli dei quali sentiamo volentieri l'elogio.
A che serve ai Santi la nostra lode? A che serve il nostro tributo di glorificazione? A che serve questa stessa solennità? Quale utile portano gli onori terrestri a coloro che il Padre celeste stesso, adempiendo la promessa del Figlio, onora? Che cosa fruttano loro i nostri omaggi? Essi non hanno alcun desiderio di tutto questo. I santi non hanno bisogno delle nostre cose e la nostra divozione non reca loro alcun vantaggio: ciò è cosa assolutamente vera.
Non si tratta di loro vantaggio, ma nostro, se noi veneriamo la loro memoria. Volete sapere come abbiamo vantaggio? Per conto mio, confesso che, ricordando loro, mi sento infiammato di un desiderio ardente, di un triplice desiderio.
Si dice comunemente: occhio non vede, cuore non duole. La mia memoria è il mio occhio spirituale e pensare ai Santi è un po' vederli, e, ciò facendo, abbiamo già 'una parte di noi stessi nella terra dei viventi' (Sal 141,6), una parte considerevole, se la nostra affezione accompagna, come deve accompagnarlo, il nostro ricordo. È in questo modo, io dico, che 'la nostra vita è nei cieli' (Fil 3,20). Tuttavia la nostra vita non è in cielo, come vi è la loro, perché essi vi sono in persona e noi solo con il desiderio; essi vi sono con la loro presenza e noi solo con il nostro pensiero".

Desiderare l'aiuto dei Santi.
"Perché possiamo sperare tanta beatitudine dobbiamo desiderare ardentemente l'aiuto dei Santi, perché quanto non possiamo ottenere da noi ci sia concesso per la loro intercessione.
Abbiate pietà di noi, sì, abbiate pietà di noi, voi che siete nostri amici. Voi conoscete i nostri pericoli, voi conoscete la nostra debolezza; voi sapete quanto grande è la nostra ignoranza, e quanta la destrezza dei nostri nemici; voi conoscete la violenza dei loro attacchi e la nostra fragilità. Io mi rivolgo a voi, che avete provato le nostre tentazioni, che avete vinto le stesse battaglie, che avete evitato le stesse insidie, a voi ai quali le sofferenze hanno insegnato ad avere compassione.
Io spero inoltre che gli angeli stessi non disdegneranno di visitare la loro specie, perché è scritto: 'visitando la tua specie non peccherai' (Gb 5,24). Del resto, se io conto su di essi perché noi abbiamo una sostanza spirituale e una forma razionale simile alla loro, credo di poter maggiormente confidare in coloro che hanno, come me, l'umanità e che sentono perciò una compassione particolare e più intima per le ossa delle loro ossa e la carne della loro carne".

Confidenza nella loro intercessione.
"Non dubitiamo della loro benevola sollecitudine a nostro riguardo. Essi ci attendono fino a quando anche noi non avremo avuta la nostra ricompensa, fino al grande giorno dell'ultima festa, nella quale tutte le membra, riunite alla testa sublime, formeranno l'uomo perfetto in cui Gesù Cristo, nostro Signore, degno di lode e benedetto nei secoli, sarà lodato con la sua discendenza. Così sia" (Discorso sui Santi, passim).

Imitare coloro che si lodano.
Troviamo in san Giovanni Crisostomo la dottrina già esposta: è cosa buona lodare i Santi, ma alla lode bisogna unire l'imitazione delle loro virtù.
"Chi ammira con religioso amore i meriti dei Santi e celebra con lodi ripetute la gloria dei giusti è tenuto ad imitare la loro vita virtuosa e la loro santità. È necessario infatti che chi esalta con gioia i meriti di qualche santo abbia a cuore di essere come lui fedelmente impegnato nel servizio di Dio. O si loda e si imita, o ci si astiene anche dal lodare. Sicché, dando lode ad un altro, ci si rende degni di lode e, ammirando i meriti dei Santi, si diventa ammirabili per una vita santa. Se amiamo le anime giuste e fedeli, perché apprezziamo la loro giustizia e la loro fede, possiamo anche essere quello che sono, facendo quello che fanno".

I modelli.
"Non ci è difficile imitare le loro azioni, se consideriamo che i primi Santi non ebbero esemplari innanzi a sé e quindi non imitarono altri, ma si fecero modello di virtù degno di essere imitato, affinché, con il profitto che noi ricaviamo imitando loro e con quello che il prossimo ricaverà, imitando noi, Gesù Cristo nella sua Chiesa sia glorificato perpetuamente dai suoi servi.
Così avvenne fin dai primi tempi del mondo. Abele, l'innocente, fu ucciso, Enoc fu rapito in cielo, perché ebbe la fortuna di piacere a Dio, Noè fu trovato giusto, Abramo fu approvato da Dio, perché riconosciuto fedele, Mosè si distinse per la mansuetudine, Giosuè per la castità, Davide per la dolcezza, Elia fu gradito al Signore, Daniele fu pio e i suoi tre compagni furono vittoriosi, gli Apostoli, discepoli di Cristo, furono designati maestri dei credenti e i Confessori, da loro istruiti combatterono da forti, mentre i martiri, consumati nella perfezione, trionfano e legioni di cristiani, armati da Dio, continuamente respingono il demonio. Per ciascuno di essi la lotta è diversa, ma le virtù sono simili e le vittorie di tutti restano gloriose".

Necessità del combattimento.
"Tu, o cristiano, sei soldato ben meschino, se credi di vincere senza combattere e di raggiungere il trionfo senza sforzo! Spiega le tue forze, lotta con coraggio, combatti, senza debolezze, nella mischia. Mantieni il patto, rimetti sulle condizioni, renditi conto di che cosa sia l'essere soldato, il patto che hai concluso, le condizioni che hai accettate, la milizia nella quale ti sei arruolato" (Giovanni Crisostomo, Discorso sulla imitazione dei Martiri).

La nostra risurrezione.
Ci giova oggi ricordare la dottrina sulla risurrezione dei morti, che san Paolo esponeva un giorno ai fedeli di Corinto, sulla grandiosa cerimonia liturgica che la seguirà, e sulla visione beatifica, che avremo in premio nell'eternità.
Noi risusciteremo, perché Cristo è risuscitato. Questa dottrina riassume in certo modo tutto il cristianesimo. Il battesimo è inserzione di ciascuno di noi in Cristo e dal momento che noi siamo entrati nell'unità della sua vita e formiamo con lui un solo corpo mistico e reale insieme, l'interesse è comune, la condizione nostra è legata alla sua, quello che è avvenuto in lui deve avvenire in noi: la morte, il seppellimento, la risurrezione, l'ascensione, la vita eterna in Dio. Le membra avranno la sorte del capo e potremmo dire, propriamente parlando, di essere già risuscitati in Gesù Cristo, perché la sua Risurrezione è causa, motivo, esempio, sicura garanzia della nostra.
Cristo non è risuscitato per sé solo, per conto suo, ma per noi tutti. Nella legge antica erano offerte a Dio le spighe mature, in nome di tutta la messe. Il Signore, se è un essere individuale, è pure il secondo Adamo, essere vivente, che comprende in sé la moltitudine di quelli che da lui son nati e perciò, se egli è risuscitato, tutti sono risuscitati, ma ciascuno a suo tempo; Cristo per primo, poi tutti quelli che sono di Cristo risusciteranno alla sua venuta. Dopo sarà la fine.

L'inizio della vita eterna.
"Sarà la fine. La fine del periodo laborioso nel corso del quale il Signore raccoglie il numero dei suoi eletti, stabilisce il suo regno e annienta i suoi nemici. Si potrebbe dire altrettanto bene inizio della vita nuova, compimento del disegno di Dio con il ritorno a lui di tutto quanto avrà acconsentito ad appartenere a Cristo Nostro Signore Gesù Cristo, dopo aver trionfato di tutte le potenze nemiche, debellata ogni autorità e scardinato ogni potere ostile al suo, porterà a Dio, suo Padre, tutte le nature umane delle quali è re e, avendo qual Figlio operato solo per il Padre, gli riconsegnerà il comando su tutta la sua conquista. Sì, noi lo sappiamo, tutto si piegherà davanti a Dio in cielo, sulla terra, e nell'inferno; tutto sarà sottomesso, fuorché Colui, che ha sottomesso a sé tutte le cose.
L'eternità comincerà con una cerimonia liturgica di infinita grandezza. Il Verbo Incarnato, nostro Signore Gesù Cristo, il re predestinato, circondato dagli Angeli, dagli uomini nati per la sua grazia e viventi la sua vita, si metterà alla testa della falange che il Padre gli ha dato e la guiderà e condurrà verso il santuario eterno. Si presenterà con essi davanti al Padre e presenterà e offrirà a lui la messe immensa degli eletti germogliati dal suo sangue e si sottometterà con essi alla paterna dominazione di Colui, che tutto gli donò e sottomise, rimettendogli lo scettro e la regalità della creazione da lui conquistata, che con lui entrerà nel seno della Trinità. La famiglia di Dio sarà allora completa e Dio sarà tutto in tutti".

Dio è tutto in tutti.
"Dio tutto in tutti: l'espressione ha per il nostro pensiero qualcosa di prodigioso e di meraviglioso... Oggi Dio non è tutto in me e io non sono in relazione diretta con lui, ma sempre tra noi sta l'importuna creazione e io arrivo a Dio a prezzo di un lento e penoso cammino sempre avvolto nella oscurità. Il mio pensiero non vede Dio e la fede stessa me lo vela: non sono un essere intelligente, e non lo sarò che quando Dio si offrirà come oggetto alla mia intelligenza finalmente desta, il giorno in cui Dio, per mostrarsi a me, si unirà alla mia intelligenza, perché io possa conoscerlo. Come dire questo? Dio sarà allora alla radice stessa del mio pensiero, perché io lo veda, alla radice della mia volontà, perché io lo possieda, alla radice e al centro del mio cuore, perché io l'ami. Egli allora sarà la bellezza che amo e sarà in me il cuore che ama la bellezza, sarà il termine e l'oggetto dei miei atti e in me ne sarà il principio.
Questa gloriosa appartenenza della mia anima a Dio si prepara sulla terra con l'unione a Cristo. Nell'eternità entreremo totalmente nella vita di Dio, se quaggiù saremo interamente conformati a Cristo. Questa è l'idea fondamentale del cristianesimo: essere con Cristo nel tempo, per essere con Dio nell'eternità (Dom Delatte, Epistole di san Paolo, I, 379-383)".

PREGHIAMO
O Dio onnipotente ed eterno, che ci hai concesso di venerare con una sola solennità i meriti di tutti i tuoi Santi; ti preghiamo di accordarci, in vista di tanta moltitudine di intercessori, l'abbondanza della tua misericordia.


[1] Il discorso, attribuito a san Beda, pare piuttosto di Walfrido Strabone, o più probabilmente ancora di Helischar di Treviri. Riv. Ben. 1891, p. 278

da: dom Prosper Guéranger, L'anno liturgico. - II. Tempo Pasquale e dopo la Pentecoste, trad. it. L. Roberti, P. Graziani e P. Suffia, Alba, 1959, p. 1222-1234