sabato 10 novembre 2012

¿Cuál es la misión de la Iglesia?



La Historia retrocede, la Iglesia avanza

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(Roberto de Mattei ; Tradiciondigital) “La Iglesia lleva atrasada doscientos años”. ¡Cuántas veces, tal vez con otras palabras, hemos oído expresar este pensamiento de fondo! La Iglesia católica está atrasada con los tiempos y el camino de la historia no se puede detener. Si la Iglesia rechaza admitir a la comunión a los divorciados vueltos a casar, si condena la anticoncepción y el uso del profiláctico, si niega su reconocimiento a las parejas de hecho, si insiste en el respeto a las tradicionales normas litúrgicas y si ratifica la estructura monárquica de su constitución, no marcha al ritmo de los tiempos que cambian. Es necesario que adapte su lenguaje, sus enseñanzas, sus prácticas religiosas, al mundo, respecto al que va con un retraso de al menos dos siglos.

¿Por qué dos siglos? Porque esta es la distancia que nos separa de la época de la Revolución francesa, considerada una fase decisiva en la evolución social de la humanidad. Si la Iglesia va atrasada respecto a cuanto ha sucedido en los últimos dos siglos, quiere decirse que la sociedad humana ha realizado desde entonces un recorrido de signo positivo, un progreso que la Iglesia no ha sabido comprender ni hacer propio. 

Pero, ¿qué ha sucedido tras la Revolución de 1789? Hasta entonces la Iglesia desempeñaba un papel fundamental en la sociedad, su autoridad era reconocida públicamente y su fe y su moral impregnaban las costumbres. Tras la fractura revolucionaria, la sociedad política se ha emancipado de la Iglesia y ha recorrido un itinerario tan radical de alejamiento de Dios que ha sido necesario un llamamiento divino a la conversión, llegado en 1917, con las palabras de la Santísima Virgen a los pastorcillos de Fátima. 

 Dentro de poco se celebrarán los cien años del acontecimiento de Fátima y la humanidad, lejos de convertirse, ha enfilado un vertiginoso descenso hacia el abismo de la degradación moral. ¿Qué católico podría negar que el mundo practica y teoriza hoy las más aberrantes negaciones del orden natural y cristiano? 
¿Cómo alejar el pensamiento de un castigo que se cierne sobre las humanidad a causa de sus pecados? ¿Es esta la meta con la que la Iglesia va atrasada?

¿Cuál es la misión de la Iglesia? ¿Evangelizar y cristianizar la sociedad o dialogar con ella para recoger las solicitudes positivas y dejarse modelar por ellas? El punto de referencia es la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, realidad no sólo humana sino divina y, en cuanto tal, medida para juzgar las vicisitudes del mundo. ¿O es la Historia, con H mayúscula, que por nadie es juzgada ni trascendida, ella sola, quien, en su movimiento ascensional hacia un indeterminado “punto omega”, redime a la humanidad? La Iglesia es la guardiana infalible de la ley divina y natural, ¿o acaso tiene que ser el centro de “escucha” y de registro de las exigencias de la conciencia humana en cosas de fe y costumbres?

Se trata de dos visiones contrapuestas del mundo: la primera, trascendente y auténticamente católica; la segunda, profana y evolucionista. Entre ellas no hay diálogo posible, sino una incompatibilidad que se soluciona con una conversión: o la del mundo a la Iglesia o la de la Iglesia al mundo. Mas la conversión de la Iglesia al mundo no es una conversio, sino una aversio a Deo, una pérdida de Dios, del sentido de lo sagrado y de lo trascendente, una cesión teológica y moral de consecuencias devastadoras.

Parecería inútil subrayar la antítesis de la visión evolucionista de la historia con la visión católica. ¿Y qué sucede si, quien proclama que la Iglesia está atrasada unos doscientos años, es un cardenal de la Santa Iglesia Romana? ¿Y si, en coherencia con esta afirmación, el mismo cardenal propone una vía de compromiso con algunas negaciones de la moral y de la fe católica?

Es increíble decirlo, pero esto es lo que, antes de morir, ha sentenciado Su Eminencia el cardenal Carlo María Martini, dando a su hermano jesuíta Georg Sporschill una entrevista que quería fuera introducida en su testamento (“Corriere della Sera”, 1 de septiembre de 2012).

Frente a estas afirmaciones, ¿qué decir, sino evidenciar también, junto la ausencia de una teología católica de la historia, una impresionante carencia de espíritu profético y sobrenatural? ¿Y cómo no oponer a la entrevista del cardenal Martini las palabras tan distintamente proféticas de Juan Donoso Cortés, el escritor y parlamentario español que, en su memorable discurso a las Cortes españolas, del 4 de enero de 1849, dirigiéndose a los bancos de la izquierda, exclamaba:

“El fundamento, Señores, de todos vuestros errores, consiste en no saber cuál es la dirección de la civilización del mundo. Vosotros creéis que la civilización y el mundo van, cuando la civilización y el mundo vuelven. El mundo, Señores, camina con pasos rapidísimos a la constitución de un despotismo, el más gigantesco y asolador de que hay memoria en los hombres. A esto camina la civilización y a esto camina el mundo” (Obras, BAC, Madrid 1970, p. 316).

Es verdad, un despotismo jamás conocido por la historia parece ser el éxito de las convulsiones anárquicas en las que estamos inmersos. Este es el resultado de doscientos años de regresión religiosa y moral de la sociedad. No es el mundo el que avanza. Es la Iglesia la que progresa en santidad entre las tormentas, la que las afronta y domina, incluso cuando es combatida desde fuera o traicionada desde dentro. Y si los Pastores no se lo recuerdan a su grey, serán los simples bautizados quienes lo griten con todas sus fuerzas, confiando en la ayuda de Dios, que no abandona jamás a su Iglesia.
Original en Radici Cristiane

Spiritualis Communio



"Mi Iésu,/ crédo Te in Sanctìssimo Sacraménto adésse,/
Te ànte òmnia àmo,/ Tùi desidério tòto còrde flàgro./
Quìa nunc per sacraméntum Te accìpere néqueo,/
sàltem, spìritu tàntum, quæso,/ in cor méum véni...

Quàsi iàm præséntem Te ampléctor,/ Totùmque me Técum iùngo;/
ne ùmquam sìnas ut a Te discédam".

<<Cor Mariæ Immaculatum, intercede pro nobis>>

venerdì 9 novembre 2012

Guardo il mare e tutto ciò che es­so racchiude... La bellezza dell'uomo è incomparabile!


La considerazione del suo nulla e della potenza di Dio la incantava: « II pensie­ro che io sono niente mi fa trasalire!» diceva.


«Vedo tutto, contemplo tutto, e vedo tutto come un niente... La mia anima va­gante guarda il cielo, la terra...; ammira l'opera dell'Altissimo; ma per lei, tutto è nulla! ... vedo in ogni paese tante piante differenti! Guardo il mare e tutto ciò che es­so racchiude... La bellezza dell'uomo è incomparabile!

Ciò che è nel mare è così bello! Tutto glorifica Dio e tutto è contento di Dio! Non c'è che l'uomo che non glorifica Dio e che non è contento!... O uomo, sii fe­lice di tutto, perché il tuo tesoro è l'Altissimo. Liberati da tutto ciò che è terreno; annientati nel vedere che sei così debole. Sii fiero di avere un Dio così grande!...

O uomo, non amare ciò che è stato creato più di Colui che l'ha creato, perché il tuo amore allora si cambierà in tenebre; ama Colui che ha creato tutte le cose e il tuo amore si cambierà in luce!».



<<Cor Mariæ Immaculatum, intercede pro nobis>>



UTILIDADE DA CONFISSÃO FREQÜENTE


Sobre a Confissão freqüente
Por
Santo Afonso Maria de Ligório

"A verdadeira dor não está em senti-la mas em querê-la
Todo o mérito das virtudes está
 na vontade!"
"Não falamos aqui das confissões das pessoas incursas em pecados mortais. Entretanto não deixaremos de dar muitos avisos concernentes às ocasiões próximas e às confissões sacrílegas. Mas queremos falar principalmente das confissões das almas timoratas, que amam a perfeição e procuram purificar-se cada vez mais das manchas dos pecados veniais.

UTILIDADE DA CONFISSÃO FREQÜENTE

Refere Cesário que um santo sacerdote mandou da parte de Deus a um demônio que lhe tinha aparecido, lhe dissesse o que mais o maltratava; e o
 inimigo lhe respondeu que nada o contrariava nem o desgostava tanto, como a confissão freqüente. - Mas ouçamos o que Jesus Cristo disse a Sta. Brígida: "Aquele que quer conservar o fervor, deve purificar-se freqüentemente com a confissão na qual se acuse de todos os seus defeitos e negligências em servir-me." - Cassiano ensina que a alma que aspira à perfeição, deve cuidar de ter uma grande pureza de consciência, porque assim é que se adquire o perfeito amor de Deus, que não se dá senão às almas puras; de sorte que o divino amor corresponde à pureza do coração.

- É preciso, porém entender que nos homens, segundo o estado presente, esta pureza não consiste em uma isenção absoluta de toda a falta; porque, exceto nosso divino Salvador e sua divina Mãe, não houve nem haverá no mundo nenhuma alma sem suas manchas. Todos nós nascemos em pecado e caímos em muitas faltas, diz S. Tiago.

- Consiste em duas coisas, que são
 velar atentamente para que não entre no coração nenhuma falta deliberada, por leve que seja, e ter cuidado de purificar-se imediatamente de qualquer falta que nele possa ter entrado.

- Estes são justamente
 os dois bons efeitos que produz a confissão freqüente.

Primeiramente, pela confissão freqüente, uma pessoa se purifica das manchas contraídas. - A este propósito, narra
 S. João Clímaco que um jovem, desejando corrigir-se da má vida, que levava no século, foi-se fazer religioso em certo mosteiro. Antes de recebê-lo, o abade quis prová-lo; e lhe disse que, se queria ser admitido, fosse confessar em público todos os seus pecados. Deveras resolvido a se entregar inteiramente a Deus, o jovem obedeceu; mas, enquanto expunha suas faltas diante da comunidade, um santo religioso que fazia parte desta, viu um homem de aspecto venerando, que a medida que o moço ia declarando seus pecados, os apagava de um papel que tinha na mão, onde estavam escritos; de sorte que, acabada a confissão, todos estavam apagados.

-
 O que, neste caso, aconteceu visivelmente, sucede invisivelmente toda a vez que um se confessa com as devidas disposições.

-
 A confissão, porém, além de purificar a alma de suas máculas, dá-lhe também força para não recair. - Segundo o doutor angélico, a virtude da penitência faz que a falta cometida seja destruída e também que não volte mais.

- A tal propósito
 S.Bernardo refere um fato da vida de S. Malaquias.Uma mulher tinha o hábito de se impacientar e de se irritar a tal ponto que se tornara insuportável. S. Malaquias, ouvindo dela mesma que nunca se houvera confessado de tais impaciências,excitou-a a fazer uma confissão exata dessas faltas. Depois disto, tornou-se tão paciente e tão branda, que parecia incapaz de se enfadar por qualquer trabalho ou mau trato que a importunasse.É por isso que muitos santos, para adquirirem a pureza de consciência, costumavam confessar-se todos os dias. Assim praticavam Sta. Catarina de Senna, Sta. Brígida, a Beata Collecta, e também S.Carlos Borromeo, Sto. Inácio de Loiola e muitos outros. S. Francisco de Borgia não se contentava com uma só vez,confessava-se duas vezes por dia.

-
 Se os homens do mundo tem horror de aparecer com uma mancha no rosto diante de seus amigos, que se há de estranhar que as almas amigas de Deus procurem purificar-se cada vez mais, para se tornarem cada vez mais agradáveis aos olhos de Nosso Senhor.- De resto, não pretendemos aqui obrigar as religiosas que freqüentam a comunhão, a confessar-se toda a vez que comungam. Entretanto é conveniente que se confessem duas vezes ou ao menos uma vez por semana, e além disso quando houverem cometido alguma culpa com advertência.

DO EXAME, DA DOR OU CONTRIÇÃO E DO BOM PROPÓSITO

- Sabe-se que,
 para fazer uma boa confissão, três coisas se requerem: O exame de consciência, a dor de ter pecado, e o propósito de se corrigir.

1.
 Quanto ao exame, aos que freqüentam os sacramentos, não é necessário que quebrem a cabeça em indagar todos os pormenores das faltas veniais. É preferível que se apliquem mais a descobrir as causas e raízes de seus apegos e de suas negligências.Digo isto para as religiosas que vão se confessar, com a cabeça cheia de coisas ouvidas na grade, e não fazem outra coisa que repetir, de cada vez, a recitação das mesmas faltas, como uma cantilena, sem arrependimento e sem propósito de emenda.Para as almas espirituais, que se confessam amiúde e tem cuidado de evitar os pecados veniais deliberados, o exame não exige muito tempo; pois não têm necessidade de indagar sobre as faltas graves, porque se a sua consciência estivesse sobrecarregada de um só pecado mortal, este se daria logo a conhecer por si mesmo. Quanto aos pecados veniais, se fosse plenamente voluntários, se manifestariam também de um modo sensível de pena que causariam; aliás não há obrigação de confessar todas as faltas leves que se tem na consciência, e por conseguinte também não há obrigação de fazer um exame exato e menos ainda de escrutar o número e circunstâncias, ou se recordar como e porque se cometeram.Basta declarar as faltas leves que pesam mais e são mais opostas a perfeição, e acusar as outras em termos gerais.

-
 Quando não há matéria certa depois da confissão última, diga-se algum pecado da vida passada, de que se tenha mais dor, por exemplo: Eu me acuso especialmente de todas as culpas cometidas no passado contra a caridade, a pureza ou a obediência.

- É bastante consolador o que sobre este ponto escreve
 S. Francisco de Sales: "Não vos inquieteis, se não vos lembrardes de todas as vossas faltinhas para confessá-las; porque assim como muitas vezes cais sem advertência, assim também muitas vezes vos levantareis sem percebê-lo; a saber, pelos atos de amor ou outros atos bons que as almas devotas soem fazer".

2.
 É necessária, em segundo lugar, a dor ou contrição, e é o quese requer principalmente para obter a remissão dos pecados. As confissões mais longas não são as melhores, mas as em que há mais dor. O sinal de uma boa confissão, diz S. Gregório, não se acha no grande número de palavras do penitente, mas no arrependimento que demonstra.

- De resto, as religiosas que se confessam amiúde e tem horror até as culpas veniais, desfazem as dúvidas se tem ou não verdadeira contrição. Quereriam, cada vez que se confessam, ter lágrimas de enternecimento; e como apesar dos seus esforços e de toda a violência que fazem, não podem tê-las, estão sempre inquietas sobre suas confissões. É preciso que se persuadam que a verdadeira dor não está em senti-la mas em querê-la.
 Todo o mérito das virtudes está na vontade. É por isso que Gerson, falando da fé, assegura que aquele que quer crer, algumas vezes tem mais mérito do que aquele que crê.

- Mas
 S. Tomás ensinou a mesma coisa antes dele, falando precisamente da contrição. Diz ele que a dor essencial, necessária para a confissão, é a detestação do pecado cometido, e que esta dor não está na parte sensitiva, mas na vontade; visto que a dor sensível é um efeito do desprazer da vontade o que nem sempre está em nosso poder, porque a parte inferior nem sempre segue a parte superior.

Assim, pois,
 toda a vez que, na vontade, a displicência da culpa cometida é acima de todos os males, a confissão é boa.

-
 Abstende-vos, portanto, de fazer esforços para sentir a dor. - Falando dos atos internos, sabei que os melhores são os que se fazem com menor violência e maior suavidade, visto que o Espírito Santo ordena tudo com doçura e tranqüilidade.

Pelo que, o santo rei Ezequias, falando do arrependimento que tinha de seus pecados, dizia
 sentir deles dor muito amarga mas em paz.

Quando quiserdes receber a absolvição, fazei assim:
 No aparelhar-vos para a confissão, começai por pedir a Jesus Cristo e a Virgem das Dores uma verdadeira dor de vossos pecados; em seguida fazei brevemente o exame, como acima dissemos; e depois, para a contrição, basta que façais um ato como este: "Meu Deus, eu vos amo acima de todas as coisas; espero, pelos merecimentos do sangue de Jesus Cristo, o perdão de todos os meus pecados, dos quais me arrependo de todo o coração, por ter ofendido e desgostado a vossa infinita bondade, e os aborreço mais do que todos os males; e uno este meu aborrecimento ao aborrecimento que deles teve o meu Jesus no horto de Getsêmani. Proponho não vos ofender mais, com a vossa graça".Uma vez que tenhais querido pronunciar este ato com sinceridade, ide tranqüilamente receber a absolvição, sem temor e sem escrúpulo. - Sta. Teresa para tirar as angústias a este respeito, dava um outro bom sinal de contrição: "Vede, dizia ela, se tendes um verdadeiro propósito de não cometer mais os pecados que ides confessar. Se tendes este propósito, não duvideis de ter também a verdadeira dor".

3.
 É necessário enfim o bom propósito. O propósito exigido para a confissão, para ser bom, deve ser firme, universal e eficaz.Primeiramente, deve ser firme. Há alguns que dizem: eu não quereria cometer mais este pecado; eu não quereria mais ofender a Deus. - Mas ai! este eu quereria denota que o propósito não é firme. Para que o seja, é necessário dizer com vontade resoluta: Não quero mais ofender a Deus deliberadamente.Em segundo lugar,deve ser universal, isto é, deve o penitente propor-se a evitar todos os pecados sem exceção. Isto, porém, só se entende dos pecados mortais.

Quanto aos pecados veniais, basta, para o valor do sacramento, que o arrependimento e o propósito recaiam sobre uma só espécie de pecado; mas
 as pessoas mais espirituais devem propor se evitar todos os pecados veniais deliberados; e quanto aos indeliberados, visto que é impossível evitá-los todos, basta que se proponham fazê-lo quanto for possível.Em terceiro lugar, deve ser eficaz, isto é,capaz de determinar o penitente a empregar os meios necessários para não cometer mais as faltas de que se acusa, e especialmente a fugir das ocasiões próximas de recair. Por ocasião próxima se entende aquela em que a pessoa caiu muitas vezes em pecados graves, ou, sem justa causa, induziu outros a caírem.Neste caso não basta propor-se somente evitar o pecado, mas é necessário também propor tirar a ocasião, aliás as suas confissões serão todas nulas, embora receba mil absolvições; pois não querer remover a ocasião próxima de pecado grave já é por si culpa grave. E assim como temos demonstrado na nossa obra de teologia moral, quem recebe a absolvição sem o propósito de tirar a ocasião próxima, comete um novo pecado mortal de sacrilégio."

(Santo Afonso Maria de Ligório -
 A Verdadeira Esposa de Jesus Cristo)


Più …compunzione.




Reverendi:
per favore:
più chiarezza, più brevità, più …compunzione.
*
Ecco un piccolo esempio degli anni ‘40:

“La compunzione è lo stato di tristezza che stringe l’anima al pensiero che è separata da Dio,
che non può godere di Lui,
che non ha niente per piacerGli,
che Lo ha offeso molto e
che è condannata ad offenderLo ancora,
sotto la pressione inesorabile della triplice concupiscenza di cui porta il giogo.
Questo sentimento è per l’anima ciò che l’umidità è per la  terra: è impossibile vedere germogliare il minimo frutto spirituale, il minimo rampollo di virtù in un cuore che l’ignora; allo stesso modo che è impossibile far spuntare la più piccola pianta in un terreno senz’acqua, anche se i semi sono eccellenti e coltivati con ogni cura.
Le esortazioni più penetranti, i libri più persuasivi, gli esempi più commoventi, resteranno inefficaci su un cuore senza contrizione, ed esso rimarrà secco e sterile fino a quando non sarà ammollito e reso permeabile dal sentimento della sua miseria.
Non bisogna cercare altrove la causa della mediocrità spirituale in cui vivono tante anime che pure manifestano un grande zelo per le opere di pietà,
ascoltano prediche,
si accostano ai sacramenti e
moltiplicano pellegrinaggi;
esse non attendono a piangere i loro peccati: questa la ragione per cui non cavano profitto da nessuna cosa.

L’anima invece che conserva questa tristezza dentro di sé, è come un terreno innaffiato dove i piccoli semi, le minime parole portano frutto. Per il solo esercizio di questa virtù, S. Maria Maddalena in poco tempo raggiunse la più alta santità, dopo una vita gravemente peccaminosa. Questa donna che il Vangelo chiama meretrix e S. Agostino famosa peccatrix, ottiene, grazie al dolore che nutriva nel suo cuore, il totale perdono dei peccati, la resurrezione del fratello Lazzaro, un amore bruciante per il divino Maestro e il privilegio di vederLo per prima quando uscì dalla tomba. Inoltre ha meritato, per l’intensità del suo raccoglimento, di diventare il modello della vita contemplativa.
Lo spirito di compunzione convince l’anima a lasciare la via larga del mondo per abbracciare la via perfetta. Essa è alla base di ogni conversione, come lo mostrano gli Atti degli Apostoli al momento della fondazione della Chiesa. Che cosa permise a S. Pietro di guadagnare alla fede, sin dal primo discorso, i tre mila uomini che furono le primizie del popolo cristiano? Il fatto che questi, ascoltandolo, sentirono il cuore tocco dalla compunzione (2,37)”.  …

AVE MARIA PURISSIMA!