San Hugo en el refectorio (Zurbarán)
La escena refleja un milagro acontecido a San Bruno, fundador de los cartujos, y a los seis primeros monjes de la Orden, quienes comían gracias a la generosidad de San Hugo, obispo de Grenoble.
Un domingo de septuagésima, San Hugo les envió carne, alimento al que no estaban acostumbrados, lo que provocó una discusión sobre la conveniencia de practicar el ayuno.
Mientras discutían quedaron sumidos en un profundo sueño de 45 días, que duró toda la Cuaresma.
El miércoles Santo, San Hugo, que había estado ausente, fue a verlos y los sorprendió despertándose, comprobando que no tenían noción del tiempo transcurrido. Entonces miró a los platos y vio que la carne se convertía en ceniza, interpretándolo como aprobación divina del ayuno.
Se debe guardar abstinencia desde septuagésima y ayuno durante toda la cuaresma exceptuando los días de fiesta o precepto, los cuales no obligan abstinencia y ayuno.
AYUNO: Solo pan y agua
ABSTINENCIA: No comer carnes rojas.
Si se puede comer verduras, queso, leche, etc.
La abstinencia y el ayuno total son de 24 horas.
También pueden ser de 06 horas o más o el tiempo que se desee.
EL AYUNO DEBE ESTAR UNIDO A LA ORACIÓN. SIN ORACIÓN EL AYUNO SE CONVIERTE EN DIETA, QUE POCO O NADA AYUDA A LA VIDA ESPIRITUAL.
Los cuatro últimos días del Tiempo de Septuagésima fueron declarados de ayuno por San Gregorio Magno, en el siglo VI, para completar con ellos el número cuarenta del ayuno cuaresmal. Por eso el miércoles de ceniza lleva en la liturgia el título oficial de caput jejunii (comienzo del ayuno), como el primer domingo de Cuaresma llevaba en los antiguos Sacramentarlos el de caput Quadragesimæ (comienzo de la Cuaresma). No es, pues, el miércoles de ceniza al principio de la Cuaresma, sino del ayuno cuaresmal.
Ya en el siglo IV, y mucho antes por lo tanto que San Gregorio eligiera el Miércoles de Ceniza para inaugurar los ayunos de Cuaresma, tenía este día un carácter penitencial; pues señalaba para los pecadores públicos el principio de la penitencia canónica, que debía terminar el Jueves Santo con la absolución de los mismos. Los penitentes se presentaban por la mañana en el templo para confesar sus pecados, y si éstos habían sido graves y públicos, recibían del penitenciario un hábito forrado con áspero cilicio (tela áspera) y cubierto de ceniza, con el que se retiraban a un monasterio de las afueras de la ciudad, para cumplir la penitencia cuadragesimal(1). Al desaparecer, hacia el siglo XI, la práctica de la penitencia pública, la imposición de la ceniza que hasta entonces sólo recaía sobre los penitentes, empezó a hacerse general para todos los fieles y convirtióse en el rito actual.
Por lo mismo que estos cuatro días no pertenecen propiamente a la liturgia de Cuaresma, se rigen como todos los anteriores por las rúbricas de la Septuagésima, si bien gozan del privilegio de la Misa “estacional” propia, con su correspondiente “oración sobre el pueblo”, de que luego hablaremos. Las Vísperas del sábado, como primeras de Cuaresma, tienen lugar antes del medio día.
Las oraciones colectas de todas estas misas insisten en la misma idea de encomendar a Dios los ayunos de los cristianos, para que éstos los observen devota y varonilmente, y Él los acepte en expiación de sus pecados.
La del sábado merece ser tenida en cuenta durante toda la Cuaresma, pues establece que “este solemne ayuno ha sido instituido con la saludable intención de curar los cuerpos y las almas”.
¡Adviértanlo bien los que temen desfallecer de debilidad si se atienen a la ley, hoy ya harto relajada, del ayuno eclesiástico
Tomado de: DOM ANDRÉS AZCÁRATE, O.S.B. ; La Flor de la Liturgia; Buenos Aires, Abadía San Benito, 6ta. Ed., 1951.