sabato 30 marzo 2013

Il Venerdì Santo, il Sabato Santo // LAMENTO DE LA VIRGEN + LA NOCHE DEL SÁBADO SANTO




Il Venerdì Santo faremo memoria della passione e della morte del Signore; adoreremo Cristo Crocifisso, parteciperemo alle sue sofferenze con la penitenza e il digiuno. 

Volgendo “lo sguardo a colui che hanno trafitto” (cfr Gv 19,37), potremo attingere dal suo cuore squarciato che effonde sangue ed acqua come da una sorgente; da quel cuore da cui scaturisce l’amore di Dio per ogni uomo riceviamo il suo Spirito. Accompagniamo quindi nel Venerdì Santo anche noi Gesù che sale il Calvario, lasciamoci guidare da Lui fino alla croce, riceviamo l’offerta del suo corpo immolato. 


LAMENTO DE LA VIRGEN




"Jesús, Jesús, ¿dónde estás? ¿Me oyes todavía? ¿Oyes a tu pobrecita Mamá que ahora invoca tu Nombre santo y bendito, después de haberlo tenido en el corazón por tantas horas? Tu Nombre santo, que ha sido mi amor, el amor de mis labios, que probaban el sabor de miel al pronunciarlo; de mis labios, que ahora, al contrario, al decirlo parece como si bebieran la amargura que de tus labios quedó. Lo amargo de la mezcla... Tu Nombre, amor de mi corazón que se hinchaba de alegría cuando yo lo gritaba, así como había dilatado para dar su sangre, acogerte y vestirte con él, cuando bajaste del cielo a mí, tan pequeñito, tan pequeñito, que podías haberte posado en el cáliz de la menta silvestre.

TÚ, TAN GRANDE, TÚ, EL POTENTE REDUCIDO A UN 
GERMEN DE HOMBRE POR LA SALVACIÓN DEL MUNDO.

Tú, tan grande, Tú, el Potente reducido a un germen de hombre por la salvación del mundo. Tu Nombre, ahora dolor de mi corazón, porque te han arrancado de las caricias que te daba Mamá, para echarte en los brazos de los verdugos, que te han atormentado hasta hacerte morir. Tengo el corazón triturado por este Nombre que tuve que encerrar por muchas horas, y cuyo grito crecía según crecía tu dolor, hasta quebrantarlo, como cosa aplastada bajo el pie de un gigante. ¡Oh, que mi dolor es gigante! Me quebranta, me desmenuza y no hay cosa que pueda consolarlo.
¿A quién diré tu Nombre? Ninguna cosa responde a mi grito. Aun cuando gritase, hasta romper la piedra que sirve de puerta a tu sepulcro, no me escucharías, porque estás muerto. ¡No me oyes más! ¡Cuántas veces, en estos treinta y cuatro años no te he llamado, Hijo! Desde que supe que debería ser Madre y que mi pequeñín sería llamado "¡Jesús!". Todavía no habías nacido y yo, al acariciarme mi seno, donde crecías, te llamaba en voz baja: "¡Jesús!", y me parecía que te movías para contestarme: "¡Mamá!" Te soñaba con un cierto timbre de tu voz. Lo oí antes de que nacieses. Y cuando lo oí, delicado como el de un corderito recién nacido, cuando oí que temblaba en la fría noche en que naciste, experimenté el abismo de la alegría... y creí haber probado el abismo del dolor, porque era el llanto de mi Hijo que tenía frío, que estaba mal, y que lloraba por primera vez como Redentor, y yo no tenía fuego, ni cuna, ni podía sufrir en vez de Ti, Jesús. No tenía más que mi seno por fuego y almohada, y mi amor para adorarte, Hijo mío santo.

CREÍA HABER CONOCIDO EL ABISMO DEL DOLOR...

Creía haber conocido el abismo del dolor... Era su amanecer. Era el principio. Ahora es el mediodía. Ahora es todo. Este es el abismo que ahora toco, después de haberme descolgado a él durante los treinta y cuatro años, empujada por muchas cosas, y postrada en la cima de tu cruz.
Cuando eras pequeño, te arrullaba cantando: "¡Jesús, Jesús!" Que armonía más santa y bella que este Nombre, que hace sonreír a los ángeles en el cielo. Para mí era más bello que el canto, tan dulce, de los ángeles de la noche de tu nacimiento. Veía dentro de él el cielo, todo el cielo veía a través de tu Nombre. Y ahora al llamarte con El, ahora que estás muerto y no me oyes, ni me respondes, como si nunca hubieras existido, veo el infierno. Todo el infierno. Y también comprendo qué cosa quiera decir ser condenado. Significa no poder decir más: "¡Jesús!" ¡Horror! ¡Horror! ¡Horror!...
¿Cuánto tendrá que soportar tu Mamá este infierno? Tú has dicho: "Dentro de tres días reedificaré este Templo". Hoy es lo que me repito, para no caer muerta, para estar pronta a saludarte cuando regreses y servirte una vez más... ¿Pero cómo lograré saber que estás muerto por tres días? Tres días en la muerte ¿Tú, Tú, Vida mía?

PERO, ¡CÓMO! TU QUE TODO LO SABES, PUES ERES LA 
SABIDURÍA INFINITA ¿NO CONOCES LO ACERBO 
DEL DOLOR DE TU MAMÁ?

Pero, ¡cómo! Tu que todo lo sabes, pues eres la Sabiduría infinita ¿no conoces lo acerbo del dolor de tu mamá? ¿No te lo puedes figurar, recordando cuando te perdí en Jerusalén y me viste que me abría paso por entre la gente que te rodeaba, con el rostro de una náufraga que toca la costa después de haber luchado con las ondas, con la muerte; con el rostro de una que sale encadenada, sin sangre, envejecida, despedazada de una tortura? Entonces podía imaginar que estabas tan sólo perdido. Podía engañarme a mí misma que era así. Hoy no. Hoy no. Sé que estás muerto. No es posible engañarme más. He visto que te mataban. Mira: aun cuando el dolor me quitase la memoria, aquí está tu sangre sobre mi velo, que me dice: "¡Ha muerto! No tiene más sangre. ¡Esta fue la última que brotó de su corazón!" ¡De su corazón! Del corazón de mi Niño. ¡De mi Hijo! ¡De mi Jesús! ¡Oh Dios! Dios piadoso, no quieres que me acuerde de que le destrozaron el corazón...
Jesús, no puedo estar aquí sola, mientras tú allá lo estás. A mí que nunca me gustaron los caminos del mundo y las multitudes, lo sabes bien, desde que dejaste Nazaret te he seguido para no vivir lejos de Ti. Hice frente a la curiosidad y a los insultos. No enumero las fatigas porque desaparecían al volverte a ver, porque quería estar donde estabas. Y ahora estoy aquí sola. Y Tú allá también. ¿Por qué no me dejaron en tu sepulcro? Me hubiera sentado cerca de tu helado lecho, tomándote una mano entre las mías, para hacerte sentir que estaba yo cerca... No, para sentir que Tú estabas cerca de mí. Tú no sientes más. ¡Estás muerto!

¿QUIERES QUE TE DIGA CÓMO DORMÍAS?

Cuántas noches pasé cerca de tu cuna, orando, amando, sintiéndome feliz de Ti. ¿Quieres que te diga cómo dormías? Con los puñitos cerrados como dos capullos juntos a tu carita. ¿Quieres que te diga cómo sonreías en el sueño? Como acordándote de la leche de Mamá, y dormías y aprietas tus labios pequeñuelos como si estuvieran mamando. ¿Quieres que te diga cómo te despertabas y abrías los ojitos y reías al verme inclinada sobre tu rostro? Tendías tus manitas con la alegría impaciente de que se te tomase, y con un gritito dulce como el canto de una curruca, pedías tu alimento. ¡Oh, que si era yo feliz cuando tomabas mi pecho y sentía la tibieza de tus mejillas lisas, y las caricias que tus manecitas hacían a mi mama!
No podéis estar sin tu Mamá. ¡Y ahora estás sólo! Perdóname, Hijo, por haberte dejado solo. Por no haberme rebelado por primera vez en mi vida y por no estar allá. Es mi lugar. Me sentiría menos desamparada, si me hubiera quedado cerca de tu fúnebre lecho, para componerte las vendas como en otro tiempo y cambiártelas... Aun cuando no me pudieras sonreír y hablarme, me hubiera parecido tenerte otra vez cual pequeñín. Te tomaría sobre mi pecho, para que no sintieras el frío de la piedra, lo duro del mármol. ¿No acaso hoy mismo te tuve? El regazo de una madre es siempre capaz de acoger al hijo, aun cuando sea adulto. El hijo es siempre un niño para su madre, aun cuando si ha sido bajado de una cruz, cubierto de llagas y heridas.
¡Cuántas, cuántas heridas! ¡Cuánto dolor! ¡Oh, mi Jesús, mi Jesús herido! ¡Tan herido! ¡Muerto de este modo! No, no. ¡Señor, no! ¡No puede ser verdad! ¡Estoy loca! ¿Muerto Jesús? Deliro. No puede morir. Sufrir, sí. Morir, no. ¡El es la Vida! ¡Es el Hijo de Dios! Y Dios no muere.
¿No muere? ¿Entonces por qué se llamó: "Jesús"? ¿Qué quiere decir "Jesús"?" Quiere decir... ¡Oh, quiere decir: "Salvador"! ¡Ha muerto! Ha muerto, porque es Salvador. Tuvo que salvar a todos, perdiéndose a Sí mismo... No deliro, no. No estoy loca, no. ¡Si lo estuviera sufriría menos! El está muerto. Aquí está su sangre. Aquí su corona. Aquí los tres clavos. ¡Con éstos, con éstos me lo enclavaron!

MIRAD, ¡OH HOMBRES!, CON QUÉ HABÉIS ATRAVESADO 
A DIOS, A MI HIJO. OS DEBO PERDONAR. OS DEBO AMAR.

Mirad, ¡oh hombres!, con qué habéis atravesado a Dios, a mi Hijo. Os debo perdonar. Os debo amar. Porque El os ha perdonado, porque El me ha dicho de amaros. Me ha hecho vuestra Madre. ¡Madre de los asesinos de mi Hijo! Una de sus últimas palabras, luchando contra el estertor de la agonía... "Madre, he aquí a tu hijo... a tus hijos". Aun cuando no fuera quien obedece, habría debido obedecer hoy, porque fue la orden de un moribundo.
Mira, mira, Jesús. Perdono. Los amo. ¡Ah, se me rompe el corazón al perdonar, al amar! ¿Me oyes que los perdono y que los amo? Ruego por ellos. Mira, ruego por ellos... Cierro los ojos para no ver estos objetos con que te torturaron, para poder perdonarlos, amarlos, para poder rogar por ellos. Cada clavo sirve para crucificar mi voluntad de no perdonar, de no amar, de no rogar por tus verdugos.
Debo, quiero pensar que estoy cerca de tu cuna. Entonces rogaba por los hombres. Cosa fácil era hacerlo. Vivías entonces y yo, aun cuando imaginaba que los hombres podían ser crueles, jamás logré pensar que lo hubieran podido ser tanto, ellos a quien hiciste bien a manos llenas. Oraba, convencida que tu palabra los habría hecho buenos. En mi corazón, al verlos, les decía: "Sois malos; estáis enfermos ahora, hermanos. Pero dentro de poco El os hablará, dentro de poco vencerá en vosotros a Satanás. Os dará la vida perdida". ¡La vida perdida! Tú, Tú, Tú la perdiste la vida por ellos. ¡Jesús mío!

SIMEÓN HABÍA DICHO: "UNA ESPADA ATRAVESARÁ TU 
CORAZÓN. ¿UNA ESPADA? ¡UNA SELVA DE ELLAS!

Si cuando estabas en pañales, hubiese podido prever el horror de este día, mi dulce leche se hubiera cambiado en veneno por el dolor. Simeón había dicho: "Una espada atravesará tu corazón. ¿Una espada? ¡Una selva de ellas! ¡Cuántas heridas te han hecho, Hijo! ¡Cuántos gritos de dolor lanzaste! ¡Cuántas convulsiones dolorosas! ¡Cuántas gotas de sangre derramaste! Pues bien, cada una ha sido para mí una espada. Es una selva. En Ti no hay lugar donde tu piel no haya recibido un golpe. En mí no hay lugar que no haya sido atravesado. Las espadas me traspasan el cuerpo y llegan hasta el corazón.
Cuando esperaba tu nacimiento, te preparaba los pañales y las fajas, que hacia del lino más suave de la tierra. Jamás me puse a pensar en el precio, para tejerte lo más delicado. Qué bello eras con las fajas que te hacía tu Mamá. Todos me decían: "¡Oye, tu niño es hermoso!" ¡Eras bello! Por encima del lino blanco asomaba tu cabecita rosada. Tenías dos ojitos más azules que el cielo, y la cabecita parecía estar envuelta en una nubecilla áurea, pues tus cabellitos eran rubios y mórbidos. Se parecían a la flor del almendro que apenas se abre. Creían que te perfumaba. No. Mi tesoro no tenía otro perfume que las fajas que le lavaba su Mamá, caldeadas, besadas con su corazón y con sus labios. Jamás me cansé de trabajar por Ti.
¿Y ahora? No tengo nada que hacer por Ti. Hace tres años que te ausentaste de casa. Pero en este tiempo eras la meta de mis días. Pensar en Ti, en tus vestidos, en tu comida: desleír la harina y hacer pan, cuidar de las abejas para hacerte la miel, cuidar de las plantas, para que tuvieses fruta. ¡Cuánto te gustaban las cosas que te llevaba la Mamá! No hubo comida de rica mesa, ni vestido alguno más precioso que te hubiesen gustado tanto como mis tejidos, mis cosidas, mis cuidados, lo que recogía con mis manos. Cuando llegaba a Ti, al punto mirabas las manos, como cuando eras pequeñín, y yo y José te ofrecíamos nuestros pobres regalos, para mostrar que eres nuestro Rey. Jamás fuiste goloso, Niño mío. Amor era lo que buscabas. También ahora lo encontrabas, lo buscabas, ¡pobre Hijo mío, a quien el mundo amó tan poco!
Ahora no más. Todo está terminado. Mamá no hará ninguna otra cosa por Ti. No tienes más necesidad... Ahora estás solo... También yo... ¡Oh feliz José, que no vio este día. ¡Ojalá tampoco yo hubiera estado! Pero, ¡entonces no habrías tenido ni siquiera el consuelo de ver a tu pobrecita Mamá! Hubieras estado solo en la cruz, como lo estás ahora en el sepulcro. Solo con tus heridas.
¡Oh Dios, Dios! ¡Cuántas heridas tiene tu Hijo, mi Hijo! ¿Cómo pude verlas, sin morir, yo que me desmayaba cuando de pequeño te hacías mal?
Una vez te caíste en el huerto de Nazaret y te heriste la frente. Pocas gotas de sangre, pero yo, que me había sentido morir al ver tus gotas de sangre en la circuncisión -José tuvo que sostenerme porque temblaba como uno que está por morir- me parecía que aquella minúscula herida te fuese a quitar la vida, y más con mis lágrimas que con con agua y aceite te la curé, y no me sentí bien, hasta que no brotó más sangre. Otra vez cuando aprendías a trabajar, te heriste con la sierra. Fue un nada, pero para mí fue como si la sierra me hubiera dividido por en medio. No pude tranquilizarme, sino hasta cuando después de seis días, vi que tu mano había cicatrizado.
¿Y ahora? ¿Y ahora? Ahora tienes las manos, los pies, el costado abierto, ahora tu cuerpo cae a pedazos, y tienes el rostro golpeado, esa Faz que no me atrevía a tocarla con mis besos, y la frente como la nuca llenas de heridas. Y nadie te curó, nadie te consoló.
¡Oh Dios, mira mi corazón, que me has herido en mi Hijo! ¡Míralo! ¿No está acaso llagado como el cuerpo de mi Hijo y tuyo? Los azotes cayeron como granizada sobre mí, cuando era golpeado. ¿Qué es la distancia para el amor? ¡He padecido los tormentos de mi Hijo! ¡Los hubiese padecido yo sola! ¡Estuviese yo sobre la piedra sepulcral! Mírame, ¡oh Dios! ¿No gotea acaso sangre mi corazón? Mira la corona de las espinas. La siento. Es una cinta que me aprieta y perfora. Mira el agujero de los clavos: tres puñales clavados en el corazón.

¡OH, ESOS GOLPES! ¡ESOS GOLPES! 
¿CÓMO NO SE DESPLOMÓ EL CIELO ANTE AQUELLOS 
GOLPES SACRÍLEGOS DADOS EN LA CARNE DE UN DIOS? 

¡Oh, esos golpes! ¡Esos golpes! ¿Cómo no se desplomó el cielo ante aquellos golpes sacrílegos dados en la carne de un Dios? ¡Y no haber podido gritar! ¡No haber podido lanzarme para arrancar el arma a los asesinos y defender a mi Hijo que moría!... ¡Haber tenido que oírlos y no haber hecho nada! Un golpe sobre el clavo, y entra este en la carne viva. Otro golpe, y penetra más, un tercero, un cuarto, se despedazan los huesos  y nervios y la carne  de mi Niño era atravesada como lo era el corazón de su Mamá.
Y cuando te levantaron en la cruz. ¡Cuánto debiste haber sufrido, Hijo santo! Todavía me parece ver tu mano rasgarse con el golpe de la caída. Tengo el corazón rasgado como ella. He sido golpeada, desgarrada. azotada, punzada, atravesada como Tú. No estuve contigo en la cruz. Pero mira a tu Mamá. ¿Era diversa de Ti? No. No hubo diferencia en el martirio. Antes bien el tuyo ha terminado. El mío dura aun. No oyes más las acusaciones mentirosas, yo sí. No oyes más las horribles blasfemias, yo todavía sigo oyéndolas. No sientes más la pinchada de las espinas y de los clavos, la sed y la fiebre. Yo estoy llena de puntas de fuego y me siento morir de sed ardiente, de delirio.
¡Al menos me hubieran permitido darte una gota de agua! Te hubiera dado mi llanto, si la crueldad de los hombres hubiera negado al Creador del agua, dártela. Te di mucha leche, porque éramos pobres, Hijo mío, porque en la huida a Egipto perdimos muchas cosas, y tuvimos que conseguir un nuevo techo, muebles, vestidos, comida, y no sabíamos por cuánto tiempo duraría el destierro, ni lo que encontraríamos en nuestro pueblo, cuando hubiéramos regresado a él. Te di mucha leche, aun fuera del tiempo acostumbrado, para que no sintieras la falta de alimento. Hasta que no se te compró la cabrita, tu Mamá fue la cabrita, Hijo mío. Ya tenías grandes los dientecitos y mordías... ¡Oh, qué alegría verte reír cuando jugabas!... Querías caminar. Fuiste muy sano y fuerte. Te sostenía horas tras horas, y no sentía que se me acabaran los riñones estando inclinada contigo, que dabas tus pasitos, y a cada uno de ellos decías: "¡Mamá, Mamá!" ¡Oh, dicha la de sentirse llamar con este nombre!

HOY MISMO LO DIJISTE: "¡MAMÁ, MAMÁ!". PERO TU 
MAMÁ NO PODÍA SINO VERTE MORIR.

Hoy mismo lo dijiste: "¡Mamá, Mamá!". Pero tu Mamá no podía sino verte morir. ¡No podía ni siquiera acariciarte los pies! ¿Los pies? ¡Oh, no habría podido, aun cuando si hubieran estado al alcance de mi mano, tocarlos para no aumentar tu dolor. Cuanto debieron haber sufrido tus pobres pies, ¡oh Jesús mío! Hubiera podido subir contigo e intercalarme entre el madero y tu cuerpo e impedir que en la convulsión de la agonía no te pegases contra el leño. Todavía me parece oír cómo golpeaba tu cabeza contra el madero en los últimos estremecimientos. Y ese choque, ese choque me hace enloquecer. Lo tengo en la cabeza como un martillo. 
¡Vuelve, vuelve, querido Hijo, santo Hijo! Me muero. No soporto esta desolación mía. Muéstrame de nuevo tu rostro. Llámame otra vez. ¡No puedo imaginarte sin voz, sin mirar, cadáver frío y sin vida! ¡Oh, Padre socórreme! Jesús no me oye. ¿No ha terminado acaso la pasión? ¿No se ha cumplido con todo? ¿No bastan estos clavos, estas espinas, esta sangre, este llanto? ¿Se necesita algo más para curar al hombre?

LO QUE ME HACE GRITAR ES TU ABANDONO. 
NO TE SIENTO MÁS. 
¿DÓNDE ESTÁS, PADRE SANTO? ERA LA "LLENA DE GRACIA"

Padre, te he mencionado los instrumentos de su dolor y mi llanto. Pero esto es lo de menos. Lo que lo hizo morir sobrenaturalmente desgarrado, fue tu abandono. Lo que me hace gritar es tu abandono. No te siento más. ¿Dónde estás, Padre santo? Era la "Llena de Gracia". El ángel me lo dijo: "Ave, María llena de Gracia, el Señor es contigo y eres bendita entre todas las mujeres". ¡No, no es verdad! ¡No es verdad! Soy como una a quien hubieras maldecido por su pecado. No estás más conmigo. La gracia se ha retirado, como si fuese yo una segunda Eva pecadora.
Siempre te he sido fiel. ¿En que te he desagradado? Siempre he hecho lo que has querido y siempre te he dicho: "Sí, Padre, estoy pronta". ¿Pueden acaso los ángeles mentir? ¿Y Ana que me aseguró que me habrías enviado tu ángel en la hora del dolor? Estoy sola. No hallo más gracia a tus ojos. No te tengo más, Gracia, en mí. No tengo más al ángel. ¿Mienten acaso los santos? ¿En qué te he desagradado, si ellos mienten y yo he merecido esta hora?
¿Y Jesús? ¿En qué faltó tu Cordero puro y manso? ¿En qué te ofendimos, para que además del martirio sufrido a manos de los hombres, se tenga la tortura incalculable de tu abandono? Luego, El, El que es tu Hijo, que te llamó con esa voz que hizo estremecer la tierra y sacudirse en un gesto de compasión. ¿Cómo pudiste haberlo dejado solo en tan gran tortura?
¡Pobre corazón de Jesús, que te amó tanto! ¿Dónde está la señal de la herida del corazón? Mírala. Mira, Padre, esta señal. Aquí está la huella de mi mano que penetró en la cortadura que le hizo la lanza. Aquí... aquí... De tanto llorar tengo los ojos que me queman, de tanto besar, los labios me duelen. Pero ni mis lágrimas, ni mis besos borran esta huella. Esta señal grita y reprocha. Esta señal más que la sangre de Abel grita a Ti de la tierra. Tú, que maldijiste a Caín y tomaste de tu parte la venganza, no has intervenido por mi Abel, desangrado ya por sus Caínes y permitiste el último desprecio. Tú le trituraste el corazón con tu abandono, y permitiste que un hombre lo sacase al descubierto, para que yo lo viese y me sintiese triturada. Pero por mí no importa. Por Él, por El es por quien te pido e invoco a que respondas. No debías...

NO DEBÍAS...¡OH, PERDÓN, PADRE! ¡PERDÓN, PADRE SANTO! 
PERDONA A UNA MADRE QUE LLORA POR SU HIJO...

No debías...¡Oh, perdón, Padre! ¡Perdón, Padre santo! Perdona a una Madre que llora por su Hijo... ¡Ha muerto! ¡Ha muerto mi Hijo! Muerto con el corazón despedazado. ¡Oh, Padre, Padre, piedad! Te amo. Te hemos amado y también Tú muchísimo. ¿Cómo has permitido que fuese herido el corazón de nuestro Hijo? ¡Oh, Padre... piedad de una pobre mujer! Deliro, Padre. ¡Soy tuya, soy nada y tengo la osadía de reprocharte! ¡Piedad! Has sido bueno. La herida, la única herida que no le dolió, fue esa.
Tu abandono sirvió para que muriese antes del crepúsculo, para evitarle otros tormentos. Has sido bueno. Todo haces con fines de bondad. Somos nosotros, las criaturas, que no comprendemos. Has sido bueno. ¡Bueno lo has sido! Di, alma mía, esta palabra para que se aparte de ti lo amargo de tu sufrimiento. Dios es bueno y siempre te ha amado, alma mía. Desde la cuna hasta estos momentos, siempre te ha amado. Siempre ha querido que fueses feliz. El mismo se te dio. Ha sido bueno, bueno, bueno. Gracias, Señor. Sé bendito por tu infinita bondad.
Gracias, Jesús. También a Ti te doy las gracias. Yo sola lo experimenté en el mío cuando vi tu corazón abierto. Ahora está en el mío la lanza, y rasga y destroza. Pero es mejor así. Tú no la sientes.

¡JESÚS, PIEDAD! ¡UNA SEÑAL DE TU PARTE!

¡Jesús, piedad! ¡Una señal de tu parte! ¡Una caricia, una palabra para tu pobre Mamá que tiene el corazón destrozado! Una señal, una señal, Jesús, si me quieres encontrar viva a tu regreso.

NIQUE TRAE EL SANTO SUDARIO A LA VIRGEN

Un fuerte golpe a la puerta hace que todos se sobresalten. El dueño de la casa huye valientemente. María de Zebedeo quisiera que su Juan la siguiese pero lo empuja hacia el patio. Las otras, menos Magdalena, se juntan llorando. Magdalena decidida se dirige a la entrada y pregunta: "¿Quién llama?"
Una voz femenina responde: "Soy Nique. Tengo algo que dar a la Madre. ¡Abrid! ¡Pronto! La ronda está cerca."
Juan, que se había soltado de su madre y había corrido donde Magdalena, abre y quita todas las cerraduras. Entra Nique con la criada y un hombre musculoso que la escolta. Cierran.
"Tengo una cosa..." llora Nique. No puede seguir hablando.
"?Qué cosa? ¿Qué cosa?" Todos curiosos le preguntan.
"En el Calvario... Vi al Salvador en tal estado... Había preparado el velo con que se cubriese y no usase los harapos de los verdugos... Pero iba sudando tanto, con la sangre en los ojos. Pensé dárselo para que se secase. El lo hizo... Me devolvió el velo. No lo he usado más... Quería tenerlo como reliquia con su sudor y su sangre. Al ver poco después con Plautina, Lidia y Valeria el encarnecimiento de los judíos, decidimos regresar por miedo de que fuesen a quitar el lienzo. Las romanas son mujeres de corazón varonil. A mí y a mi criada nos pusieron en medio y nos sirvieron de defensa. Es verdad que para Israel son ellas contaminación... y que tocar a Plautina es peligroso. Esto se piensa cuando todo es tranquilidad. Hoy todos estaban cual ebrios... En casa he llorado... por horas... Luego sobrevino el terremoto y quedé desmayada... Al volver en mí, quise besar este lienzo he visto..., ¡oh! en él la Faz del Redentor..."
"¡Déjame ver! ¡Déjame ver!"
"No. Primero a su Madre. Está en su derecho."
"¡Está casi muerta! No resistirá..."
"¡Oh, no lo digas! Le servirá de consuelo, lo veréis. Se lo voy a decir."
Juan llama suavemente a la puerta.
"¿Quién es?"
"Yo, Madre. Ha venido Nique... de noche... te ha traído un recuerdo... un regalo... Espera poder consolarte con ello."

"¡OH, UN SOLO REGALO ME PUEDE CONSOLAR! Y 
ES LA SONRISA DE SU ROSTRO..." 
"¡MADRE!""EL REGALO ES ESE..."

"¡Oh, un solo regalo me puede consolar! Y es la sonrisa de su rostro..."
"¡Madre!" Juan la abraza por temor de que se vaya a caer, y dice como si fuera a decir un gran secreto: "El regalo es ese. La sonrisa de su rostro impresa en el lienzo con que Nique le secó en el camino al Calvario."

"¡OH, PADRE! ¡DIOS ALTÍSIMO! ¡HIJO SANTO! 
¡ETERNO AMOR! ¡SED BENDITOS! ¡LA SEÑAL! 
¡LA SEÑAL QUE TE HABÍA PEDIDO! 
HAZ QUE PASE, QUE PASE."

"¡Oh, Padre! ¡Dios Altísimo! ¡Hijo santo! ¡Eterno Amor! ¡Sed benditos! ¡La señal! ¡La señal que te había pedido! Haz que pase, que pase."
María se sienta porque no se puede sostener más y mientras Juan hace señal a las mujeres, que ojeaban, que Nique pase, Ella se arregla.
Nique entra, se arrodilla a sus pies con la criada a su lado. Juan, de pie, cerca de María, le pasa el brazo derecho por la espalda para sostenerla. Nique no dice una palabra. Abre el cofre, extrae el lienzo, lo desdobla. Es el rostro de Jesús, vivo rostro suyo, doloroso y sin embargo sonriente. Mira a su Madre y le sonríe.
María da un grito de amor doloroso y extiende sus brazos. Las mujeres le hacen eco desde la entrada donde están. La imitan al arrodillarse ante el rostro del Salvador.
Nique no sabe qué decir. Pone el lienzo en las manos de la Virgen, se inclina a besar la extremidad. Luego se retira, sin esperar a que María salga de su éxtasis.
Se va... Ha salido a la oscuridad, cuando se acuerdan de ella... No queda más que cerrar la puerta como antes.
María de nuevo está sola. Su alma traba un coloquio con la Faz de su Hijo. Todos se retiran
Pasa el tiempo. Luego Marta pregunta: "¿Cómo haremos para los ungüentos? Mañana es sábado..."
"Y no podremos comprar nada..." dice Salomé.
"Sin embargo hay que hacerlo.. Son necesarias muchas libras de áloe y mirra... lo lavaron tan mal..."
"Habría que tener todo preparado para la aurora del primer día después del sábado" observa María de Cleofás.
"¿Y las guardias? ¿Cómo haremos?" pregunta Susana.
"Se lo diremos a José, si no nos dejan entrar" responde Marta.
"No podremos quitar la piedra."
Magdalena interviene: "¿Dices que somos cinco y que no podremos? Tenemos fuerzas... y además el amor nos ayudará."
"Yo iré con vosotras" promete Juan.
"Tú no. No quiero perderte también a ti, hijo."
"No te preocupes. Nos las arreglaremos nosotras."

¿PERO QUIÉN NOS DA LOS AROMAS?"
EN NUESTRO PALACIO HAY MUCHOS VASOS CON ESENCIAS, 
Y HASTA INCIENSO. VOY A TRAERLOS" DICE MARÍA MAGDALENA. 
VOY SOLA. NO TENGO MIEDO. 
SÉ LO QUE SIGNIFICA CAMINAR DE NOCHE POR LAS CALLES. 
POR AMOR AL PECADO LO HICE MILES DE VECES... 
¿Y VOY A TEMER AHORA 
QUE QUIERO SERVIR AL HIJO DE DIOS?"

"Bueno... ¿pero quién nos da los aromas?"
Todas se quedan abatidas... Marta dice. "Hubiéramos preguntado a Nique si era verdad lo de Juana... lo de los alborotos..."
"Tienen razón. Somos unas tontas. Podíamos hasta tener los aromas. Isaac estaba en la puerta cuando regresamos..."
"En nuestro palacio hay muchos vasos con esencias, y hasta incienso. Voy a traerlos" dice María Magdalena que se levanta y se pone el manto.
Marta grita: "Tú no vas."
"Yo iré"
"Estás loca. ¡Te aprehenderán!"
"Tu hermana tiene razón. ¡No debes ir!"
"¡Oh, que si sois unas mujeres inútiles y chillonas! ¡Qué valiente escuadrón de seguidores tenía Jesús! ¿Habéis acabado tan pronto vuestra reserva de valor? Al contrario, yo cuanto más lo uso, más tengo."
"Voy con ella. Soy hombre."
"Y yo soy tu madre. Te lo prohíbo."
"No os preocupéis, ambos. Voy sola. No tengo miedo. Sé lo que significa caminar de noche por las calles. Por amor al pecado lo hice miles de veces... ¿y voy a temer ahora que quiero servir al Hijo de Dios?"
"Pero hoy la ciudad está revuelta. Oíste lo que dijo él."
"Es una gallina como vosotras. Me voy."
"¿Y si te encuentran los soldados?"
"Les diré: "Soy la hija de Teófilo, siro, siervo fiel de César" y me dejarán seguir. Además el hombre ante una mujer joven y bella es un juguete más inofensivo que una paja. Lo sé, y para vergüenza mía..."
"¿Dónde quieres encontrar perfumes en el palacio, si hace años que nadie vive ahí?"
"¿Lo crees? Oh, Marta, ¿no recuerdas que Israel os obligó a dejarlo porque era uno de mis lugares de cita con mis amantes? Ahí tenía todo lo que bastaba para hacerlos más locos de lo que yo era. Cuando mi Salvador me tendió la mano, escondí en un lugar que yo sé los alabastros e inciensos que empleaba para mis orgías de amor. He jurado que únicamente el llanto por mis pecados y la adoración por Jesús el Santísimo habrían sido los líquidos perfumados y los ardientes inciensos míos. Y que aquellos restos de un culto profano a los sentidos y a la carne sólo servirían para que El los santificase y para ungirlo. Ha llegado la hora. Me voy. Quedaos. Y tranquilas. Conmigo viene el ángel de Dios y nada me pasará. Hasta pronto. Os traerá noticias. No le digáis a Ella nada... La afligirías más..."
María Magdalena sale sin miedo, valerosa.
"Madre, esto es una lección para ti... que te dice, que no permitas que el mundo se ría de que tienes un hijo cobarde. Mañana, mejor dicho, hoy, porque ya es la segunda vigilia, iré a buscar a los compañeros, como Ella quiere..."
"Es sábado... no puedes..." objeta Salomé para detenerlo.
" 'El sábado ha muerto' digo también como José. Ha empezado la nueva era. Otras leyes, otros sacrificios y ceremonias ha traído."
María Salomé inclina la cabeza sobre sus rodillas y llora sin protestar más.
"¡Oh, si pudiéramos saber algo de Lázaro!" gime María Cleofás.
"Si me dejas que me vaya, pronto lo sabréis, porque Simón Cananeo tuvo órdenes de llevar a los compañeros a la casa de Lázaro. Jesús se lo dijo, estando yo presente."
"¡Ay de mí! ¿Todos allí? ¡Entonces a todos les ha ido mal!" María Cleofás y Salomé lloran desconsoladas.
Pasa el tiempo bañado en lágrimas y envuelto en esperas. Regresa María Magdalena, triunfante, cargada con bolsas llenas de anforitas preciosas.
"¿Veis que nada me pasó? Ya estoy de vuelta. Aquí tenéis aceites de toda clase, nardo, olíbano y benjuí. No hubo mirra ni áloe... A mí no me gustaban las amarguras... Ahora las bebo todas... Pero entretanto desliamos estas, y mañana conseguiremos... ¡con dinero! También Isaac dará aunque sea sábado... Conseguiremos mirra y áloe."
"¿Te han visto?"
"Nadie. Ni siquiera un murciélago por la calle había."
"¿Los soldados?"
"¿Los soldados? Creo que estén roncando en sus camas."
"La revuelta... los arrestos..."
"El miedo hizo a ese hombre verlos..."
"¿Quién está en el palacio?"
"Leví y su mujer, tranquilos como unos niños. Los armados huyeron... ¡ah, ah! Valientes servidores tenemos, ¡por fe mía!... Huyeron tan pronto supieron que había sido condenado. No me equivoco en afirmar que Roma es dura y usa el azote... pero es para hacerse temer y servir. Tiene hombres y no conejos... ¡Oh, sí! El decía: "Mis seguidores probarán mi misma suerte". ¡Umh! Si muchos romanos se hacen seguidores de Jesús, pues así será, Pero si debe haber mártires entre los israelitas, ¡se quedará solo! Bueno. Esta es mi bolsa. Esta es de Juana que... sí. No sólo somos cobardes sino mentirosos. Juana no está más que abatida. Ella y Elisa se sintieron mal en el Gólgota. A Elisa se le murió hace tiempo su hijo, y al oír los estertores de Jesús la pusieron mal. Juana delicada, no está acostumbrada a caminar tanto y bajo un sol tan fuerte. Pero nada de heridas, ni de agonías. Llora como nosotras, es verdad. No otra cosa. Se lamenta de haber regresado. Mañana vendrá, y manda estos aromas. Los que tenía. Con ella está Valeria, por órdenes de Plautina, y ahora se ha ido con los esclavos a la casa de Claudia, porque tienen mucho incienso. Cuando venga, porque también, gracias al cielo, no es una gallina, no os vayáis a poner a gritar como si os estuviesen poniendo la espada en la garganta. Bueno. Levantaos. Tomemos los morteros. Trabajemos. De nada sirve llorar. O por lo menos: llorad y trabajad. Nuestro bálsamo se diluirá con las lágrimas. Y Él las sentirá sobre Sí... Sentirá nuestro amor." Y se muerde los labios para no llorar y para animar a las otras, que están abatidas.
Trabajan con fuerzas.

MARÍA LLAMA A JUAN.
"MADRE, ¿QUÉ TE PASA?"
"ESTOS GOLPES..."
"¡AH!... PERDONAD... NO HAGÁIS ESE RUIDO... 
ME PARECEN MARTILLAZOS..."

María llama a Juan.
"Madre, ¿qué te pasa?"
"Estos golpes..."
"Están moliendo el incienso..."
"¡Ah!... perdonad... no hagáis ese ruido... me parecen martillazos..."
De hecho las machacas de bronce sobre el mortero hacen un ruido semejante al de martillos.
Juan lo dice a las mujeres y estas salen al patio para no hacer mucho ruido.
Juan regresa donde la Virgen.
"¿Cómo lo consiguieron?"
"María, la hermana de Lázaro, fue a su casa y a la de Juana... Traerán otros más..."
"¿Nadie ha venido?"
"Ninguno después de Nique."

MARÍA CONTEMPLA EL ROSTRO DEL SUDARIO 
Y SE EXTASÍA

"Míralo, Juan, ¡cuán bello es aun en su dolor!" María se extasía con las manos juntas ante el lienzo que ha colocado sobre un cofre y puesto algo para detenerlo.
"Bello, sí, Madre. Y te sonríe... No llores más... Han pasado ya algunas horas... y su regreso es más pronto..." Entretanto Juan llora...
María lo acaricia en las mejillas, mirando sólo el rostro de su Hijo. Juan sale con lágrimas en los ojos.
También Magdalena, que había regresado a tomar las ánforas, se encuentra en las mismas condiciones. Dice a Juan: "No está bien que nos vean llorar, porque si no esas no harán otra cosa. Se debe trabajar..."
"Y se debe creer" concluye Juan.
"Sí, creer. Si no se pudiese creer sería la desesperación. Yo creo. ¿Y tú?"

LA MAGDALENA CONFIESA SU FE "¡ERES FUERTE!"
"SIEMPRE. LO FUI CUANDO SUPE DESAFIAR AL MUNDO, 
Y ENTONCES ESTABA YO SIN DIOS. 

"También yo..."
"Lo dices mal. Todavía no amas mucho. Si amases con todo tu ser, no podrías no creer. El amor es luz, el amor es palabra. Contra la oscuridad de negación y el silencio de la muerte di "Creo"."
Magdalena es una mujer que con su presencia impone, admirable al declarar sin trabas su fe. Que tenga el corazón hecho pedazos, sus ojos hinchados del llanto lo están diciendo, pero su ánimo no se doblega.
Juan la mira admirado y entre dientes confiesa: "¡Eres fuerte!"
"Siempre. Lo fui cuando supe desafiar al mundo, y entonces estaba yo sin Dios. Ahora que lo tengo a Él, siento que puedo desafiar aun al infierno. Tú que eres bueno tendrías que ser más fuerte que yo, porque la culpa deprime ¡verdad!, más que la tisis. Pero tú eres inocente... Por eso te amaba tanto..."
"También a ti..."
"Yo no era inocente. Yo fui su conquista y..."
Llaman a la puerta fuertemente.

VALERIA VIENE A OFRECER A LA MADRE EL HOMENAJE 
DE PLAUTINA Y TAMBIÉN DE CLAUDIA

"Será Valeria. Abre."
Juan lo hace sin temor, influenciado de la tranquilidad de Magdalena. Así es. Valeria llega con sus esclavos en la litera. Entra saludando a la latina: "Salve."
"La paz sea contigo, hermana. Entra" dice Juan.
"¿Puedo ofrecer a la Madre el homenaje de Plautina? También Claudia ha contribuido. Si no es para ella el dolor el verme."
Juan entra donde está la Virgen.
"¿Quién ha llamado? ¿Pedro? ¿Judas? ¿José?"
"No. Ha sido Valeria. Ha traído resinas preciosas. Te las quiere ofrecer... si no te causa pena."
"Debo superarla. El ha llamado a su reino a los hijos de Israel y a los paganos. A todos ha llamado. Ahora ... está muerto... Yo estoy aquí en su lugar. Y recibo a todos. Que entre."
Valeria entra. Se ha quitado el manto oscuro y aparece con su blanca estola. Se inclina profundamente. Saluda y habla: "Domina, sabes quiénes somos. Las primeras redimidas del oscurantismo pagano. Éramos fango y tinieblas. Tu Hijo nos dio alas y luz. Ahora... está durmiendo en paz. Conocemos vuestras costumbres y queremos que también los bálsamos de Roma sean derramados sobre el Triunfador."
"Dios os bendiga, hijas de mi Señor. Y... perdonad si no sé decir algo más."
"No te esfuerces, Domina. Roma es fuerte, pero sabe también comprender el dolor y el amor. Te comprende, Madre Dolorosa. Hasta pronto."
"¡La paz sea contigo, Valeria! A Plautina, y a todas vosotras mi bendición."
Valeria se retira dejando sus inciensos y otras esencias.
"¿Lo ves, Madre? Todo el mundo da por el Rey de los cielos y tierra."
"Sí" asiente María. "Todo el mundo. Y su Madre no pudo darle más que lágrimas."
Un gallo de alguna casa cercana alegre canta. Juan se estremece.
"¿Qué te pasa?" le pregunta la Virgen.
"Me acordé de Simón Pedro..."
"¿Pero no estaba contigo?" pregunta Magdalena que ha vuelto a entrar en la habitación.
"Sí. En la casa de Anás. Luego me acordé que tenía que venir aquí. Después no lo volví a ver."
"Dentro de poco amanecerá."
"Sí. Abrid."
Abren los bastidores y los rostros parecen más cenicientos a la luz verdecilla del alba.
La noche del viernes santo ha pasado.
XI. 614-627
A. M. D. G.
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DEVS  QVI  HANC  SACRATISSIMAM  NOCTEM 
GLORIA  DOMINICÆ  RESVRRECTIONIS  ILLVSTRAS 
CONSERVA  IN  NOVA  FAMILIÆ  TVÆ  PROGENIE 
ADOPTIONIS  SPIRITVM  QVEM  DEDISTI 
VT  CORPORE  ET  MENTE  RENOVATI 
PVRAM  TIBI  EXHIBEANT  SERVITVTEM






LA NOCHE DEL SÁBADO SANTO




Cautelosamente entra María de Alfeo y escucha. Probablemente piense que la Virgen se haya dormido. Se acerca, se inclina, la ve de rodillas con el rostro en tierra junto al Sudario. En voz baja dice: "¡Pobrecita! ¡Así se quedó!"
Pero la Virgen, saliendo de su oración, responde: "No, estaba orando."
"¡De rodillas! ¡En la oscuridad! ¡Al frío! ¡La ventana abierta! ¿No sientes? ¡Estás helada!"

ME HA PARECIDO PERCIBIR UN PERFUME ANGELICAL, 
UNA FRESCURA CELESTIAL, 
UNA CARICIA DE ALGO QUE VOLARA... 

"Así estoy mejor, María. Mientras oraba -y sólo el Eterno sabe cuán acabada estaba yo después de haber sostenido a tantos cuya fe vacila, iluminando tantas inteligencias a quienes ni siquiera la muerte ha esclarecido-me ha parecido percibir un perfume angelical, una frescura celestial, una caricia de algo que volara...Fue un instante... No más. Pero me ha parecido que en el mar de amargura que furiosos me ha sumergido hace tres días ya, penetrase una gota de calmante dulzura. Me ha parecido que la bóveda celestial se abriese un tantín, y que un rayo luminoso de amor bajase sobre la Abandonada. Me ha parecido que un murmullo incorpóreo de infinitas lejanías dijese: "Ha terminado realmente". Mi plegaria hasta ese momento desolada, encontró calma. Se tiñó de la luminosa paz -¡oh, apenas una nada!- la de luminosa paz que me da mi oración... ¡Mis plegarias!... María, ¿amaste, no es verdad, muchísimo a tu Alfeo cuando eras su prometida?"
"¡Oh, María! Cuando llegaba la aurora con todo mi corazón decía: "Ha pasado una noche. Una noche menos de espera". Me alegraba cuando llegaba el crepúsculo diciendo: "Un día más ha pasado. Más próxima estoy para entrar bajo su techo". Y cuando el sol iba a acostarse, como alondra cantaba yo pensando: "Dentro de poco llega". Y cuando lo veía llegar tan bello de cara como es mi Judas -y por esto Judas es mi predilecto. Con esos ojos de ciervo enamorado como los tiene mi Santiago, ¡oh!, entonces todo me desaparecía. Y cuando me saludaba diciendo: "¡Amada mía!", y yo le respondía: "Señor mío", creo... creo que si en esos momentos me hubiese aplastado un carruaje o atravesado una flecha no hubiera sentido dolor. Y ¡luego!... Cuando fui su mujer...¡Ah!..." María se queda extasiada en sus recuerdos. Luego: "¿Pero por qué esta pregunta?"

"¿PERO POR QUÉ ESTA PREGUNTA?" 
"PARA EXPLICARTE LO QUE PARA MI HA SIGNIFICADO 
LA ORACIÓN.

"Para explicarte lo que para mi ha significado la oración. Centuplica tus sentimientos, hazlos mil y mil veces mayores y comprenderás lo que ha sido para mí la oración, la espera de esta hora... Creo que aun cuando no oraba en la tranquilidad de la gruta o de mi habitación, porque trabajaba en los quehaceres, mi alma oraba sin interrupción... Cuando podía decir: "Ahora es tiempo de recogerme en Dios", sentía que el corazón ardiente me palpitaba Y cuando me anegaba en El... entonces... No.. Esto no te lo puedo explicar. Cuando estéis en la luz de Dios lo comprenderás... Todo esto lo he perdido durante estos tres días... Ha sido una cosa más angustiosa que no tener a mi Hijo... Satanás se ha aprovechado de estas dos llagas sobrepuestas: la muerte de mi Hijo y el abandono de Dios, abriendo así la tercera llaga, la del terror de faltarme la fe. María, te amo mucho y eres mi parienta. Lo dirás a tus hijos apóstoles, para que sepan resistir en su apostolado, a triunfar sobre Satanás. Estoy cierta que si hubiese dudado, si hubiera caído en la tentación del demonio, y hubiera dicho: "No es posible que resucite", negando a Dios -porque decirlo era negar que Dios sea verdadero, sea poderoso- se hubiera convertido en nada tanta redención. Yo, la nueva Eva, habría mordido la manzana de la soberbia, habría disfrutado del sentido espiritual y habría deshecho la obra de mi Redentor. Continuamente los apóstoles así serán tentados por el mundo y la carne, por el poder y Satanás. Que permanezcan firmes contra todas las torturas, y las corporales serán las más leves, para que no destruyan lo que Jesús ha hecho."
"Dilo tú a mis hijos... ¿Qué puede decir tu pobre cuñada? ¡Oh, si ya hubieran venido! ¡Haber huido al primer momento, paciencia! ¡Pero luego!"
"Has oído que Lázaro y Simón habían recibido órdenes de llevarlos a Betania. Jesús sabia todo..."
"Sí... pero...¡Oh, cuando los veo los reprenderé duramente! Han sido unos cobardes. ¡Que los demás lo hayan sido!, pasa. Pero no ellos, ¡mis hijos! No se lo perdonaré jamás..."
"Perdona, perdona... Ha sido un momento de extravío... No creían que El pudiera ser apresado. El lo había dicho..."
"Te aseguro que no los perdonaré. Lo sabían. Por lo tanto estaban ya preparados. Cuando se sabe una cosa, y se cree a quien la dice, no causa extrañeza."
"María, también a vosotras os ha dicho: "Resucitaré". Y con todo... Si pudiera abriros el pecho y la cabeza, vería escrito en ambos: "No puede ser". "
"Pero al menos... Sí... es difícil creer... pero estuvimos en el Calvario."
"Por gracia de Dios, de otro modo habríamos huido también nosotras. ¿Oíste a Longinos? Dijo: "algo horrendo". Y es un guerrero. Nosotras mujeres, acompañadas de un solo muchacho, hemos resistido porque Dios nos ayudó de modo especial. No puedes gloriarte de ello, pues. No es nuestro mérito."
"¿Y por qué no les dio a ellos?"
"Porque serán los sacerdotes del mañana. Deben por eso tener experiencia. Experiencia, porque lo saben, de cuán fácil es a un fiel de una religión abjurar de ella. Jesús no quiere sacerdotes como esos que a tal punto llegaron hasta convertirse en sus enemigos más tenaces..."
"Hablas de Jesús como si ya hubiera regresado..."
"¿Lo ves? Tú también confiesas no creer. ¿Cómo puedes reprochar algo a tus hijos?"
María de Alfeo no puede replicar. Se queda con la cabeza inclinada, mueve maquinalmente algunos objetos. Ve la lamparita y se va con ella. La devuelve encendida, y la coloca en su lugar propio.
María se ha sentado nuevamente cerca del Sudario, que a la amarillenta luz de la lámpara, a la llama temblorosa, adquiere una viveza particular, y parece como mover boca y ojos.
"¿No tomas nada?" pregunta un poco mortificada la cuñada.
"Un poco de agua. Tengo sed."
Maria sale y regresa... con una poca de leche.
"No insistas. No puedo. Agua sí. No tengo más agua en mí... Creo que ni siquiera tengo sangre. Pero..."

JUAN TRAE A SIMÓN PEDRO Y EL MANTO DE JESÚS

Llaman a la puerta. María de Alfeo sale a ver. Hablan en el vestíbulo. Juan se asoma.
"Juan, ¿has regresado? ¿Aun nada?"
"Sí. Simón Pedro... y el manto de Jesús... juntamente... en el Getsemaní. El manto..." Juan cae de rodillas y dice: "Míralo... Está despedazado y lleno de sangre. Las huellas de las manos son de Jesús. Sólo El las tenía largas y delgadas. Las rasgaduras han sido hechas con los dientes. Se nota claramente que fue la boca de un hombre. Pienso que haya sido... haya sido Judas Iscariote, porque junto al lugar donde Simón Pedro encontró el manto había un pedazo del vestillo amarillo de Judas. Volvió allá... después... antes de suicidarse. Mira, Madre."
María no ha hecho más que acariciar y besar el pesado manto rojo de su Hijo, pero a la insistencia de Juan lo despliega, y ve las huellas sangrientas, los rasgones hechos con los dientes. Tiembla y dice en voz baja: "¡Cuánta sangre!" Parece como que no viera sino eso.
"Madre... la tierra estaba enrojecida. Simón, que fue allá corriendo apenas amanecido, dice que sobre las hojas de la hierba aun había sangre fresca... Jesús... Yo no se... no me parecía haberlo visto herido... ¿De dónde salió tanta sangre?"
"De su cuerpo. Por la angustia... ¡Oh, Jesús, Víctima completa! ¡Oh, Jesús mío!" María llora angustiosamente en tal forma que las mujeres se asoman a la puerta a ver y luego se retiran. "Esto, esto, mientras todos te abandonaban. ¿Qué hacíais, mientras El padecía su primera agonía?"
"Dormíamos, Madre..." Juan responde entre lágrimas.
"¿Estaba allá Simón? Cuenta."
"Había ido yo a buscar el manto. Había pensado en preguntarle a Jonás y a Marcos... Pero habían huido. Su casa estaba cerrada y todo abandonado. Entonces bajé hacia las murallas para recorrer el mismo camino del jueves... Estaba yo tan cansado aquella noche y afligido, que no podía recordar ahora dónde se había quitado Jesús el manto. Me parecía que lo llevaba y que no lo llevaba... En el lugar de la aprehensión no encontré nada... Donde estuvimos los tres, tampoco... Tomé la vereda que el Maestro había tomado... Y pensé que Simón Pedro también estaba muerto, porque lo vi allí todo encogido contra un peñasco. Grité. Levantó la cabeza... Creí que había enloquecido por lo cambiado que estaba. Lanzó un alarido, y quiso huir, pero se tambaleaba, cegado por el llanto. Lo alcancé. Me dijo: "Déjame. Soy un demonio. Lo negué. Como El había dicho... El gallo cantó. El me miró. Escapé... he corrido por acá y por allá por los campos, y luego me he encontrado aquí. ¿Ves? Aquí Yeové me ha hecho encontrar su sangre para acusarme. ¡Sangre! ¡Sangre! En la roca, en la tierra, sobre la hierba. Fui causa de su derramamiento. Como tú, como todos. Pero yo renegué de esa sangre". Me parecía como en delirio. Trataba de calmarlo, de apartarlo, pero no quería. Decía: "Aquí, aquí. A custodiar esta sangre y su manto. Lo quiero lavar con mis lágrimas. Cuando no haya más entonces volveré entre vosotros golpeándome el pecho y diciendo: ¡He renegado al Señor!". Le dije que lo querías ver, que me habías enviado a buscarlo, pero no quería creerlo. Entonces le dije que buscabas también a Judas para perdonarlo, y que sufrías porque no podías hacer nada, pues ya se había suicidado. Entonces empezó a llorar con más calma. Quiso informarse de todo. Me dijo entonces que sobre la hierba había aun sangre fresca y que el manto había sido despedazado por Judas, pues había encontrado un trozo de su vestido. Lo dejé hablar y más hablar. Luego dije: "Ve a donde está la Madre". ¡Oh, cuánto tuve que rogarle para que lo hiciera! Y cuando creía que lo había ya persuadido, y me ponía de pie para regresar, él no se movía. Ya tarde ha venido. Al llegar más acá de la puerta se escondió de nuevo en un huerto solitario, diciendo: "No quiero que la gente me vea. Sobre mi frente llevo escrita la palabra: Renegador de Dios". Ahora, que está ya oscuro, logré finalmente arrastrarlo hasta aquí."
"¿Dónde está?"
"Detrás de esa puerta."
"Dile que entre."
"Madre..."
"Juan..."
"No lo reprendas. Está arrepentido."
"¿Me conoces tan poco todavía? Haz que pase."
Juan sale. Regresa solo. Dice: "No se atreve. Llámalo tú."

MARÍA CON DULCE VOZ: "SIMÓN DE JONÁS, VEN.
"PEDRO LLORA TAN FUERTE Y TAN SEGUIDO, 
QUE NO PERCIBE EL RUIDO DE LA PUERTA AL ABRIRSE, 
NI LOS PASOS FATIGADOS DE LA VIRGEN.
PEDRO SE LE ACERCA A LOS PIES, DE RODILLAS, 
Y LLORA SIN FRENO.

María con dulce voz: "Simón de Jonás, ven." Nada. "Simón Pedro, ven." Nada. "Pedro de Jesús y de María, ven." Una áspera explosión de llanto. Pero no entra. María se levanta. Deja el manto sobre la mesa y va a la puerta.
Pedro está allí fuera, agazapado, como un perro sin dueño. Llora tan fuerte y tan seguido, que no percibe el ruido de la puerta al abrirse, ni los pasos fatigados de la Virgen. Cae en la cuenta de que está cerca cuando Ella se inclina hasta tomarle una mano que tenía apretada a los ojos, y lo obliga a levantarse. Entra en la habitación trayéndolo consigo, como si fuera un niño. Echa el picaporte, e inclinada por el dolor, como Pedro por la vergüenza, regresa a su lugar.
Pedro se le acerca a los pies, de rodillas, y llora sin freno. María acaricia sus cabellos grises, sucios, de un sudor doloroso. Hasta que no se calma no deja de acariciarlo. Cuando Pedro finalmente dice: "No puedes perdonarme. No me acaricies, pues. Porque lo negué." María le responde: "Pedro, tú lo negaste. Es verdad. Tuviste el valor de hacerlo en público. Un valor cobarde de haberlo hecho. Los otros... fueron cobardes, menos los pastores, Mannaén, Nicodemo, José y Juan. Todos lo han renegado: hombres y mujeres de Israel, menos un puñado de mujeres... No menciono a los sobrinos y a Alfeo de Sara. Son parientes y amigos. Pero los demás... Y con todo no han tenido el valor satánico de mentir para salvarse, ni el valor espiritual de arrepentirse y llorar, ni el digno de alabanza de reconocer públicamente el error. Eres un pobrecillo. Lo fuiste, mejor dicho, mientras presumiste de ti. Ahora eres un hombre, mañana serás un santo. Pero aun cuando no fueras lo que eres, te habría perdonado de todos modos. Habría perdonado a Judas, con tal de salvarle su alma. Porque un espíritu vale tanto que es digno de que se superen cualquier repugnancia y resentimiento. Tenlo presente, Pedro. Te lo repito: "El valor de un alma es tan grande, que aun a costa de morir uno por el esfuerzo que se hace al tenerla cerca, hay que hacerlo, así entre los brazos, como te tengo tu cabeza cana, si se espera que haciéndolo así, se le puede salvar". Como una madre que después que su hijo fue castigado por su padre, le toma su cabeza culpable, y más con las palabras que balbucea su corazón afligido, que bate de amor y pena, que con el castigo que le dio su padre, se corrige. Pedro de mi Hijo, pobre Pedro que te has visto, como todos, en las manos de Satanás en estas horas de tinieblas, y no has caído en la cuenta de ello, y crees haberlo hecho todo por ti, ven, ven aquí, al corazón de la Madre de los hijos de mi Hijo. Aquí Satanás no puede hacerte ningún mal. Aquí se calman las tempestades, y en espera del sol: de mi Jesús que resucitará, que te dirá: "La paz sea contigo, Pedro mío", surge la estrella de la mañana, pura, bella, que hace puro, hermoso todo lo que besa, como sucede en las cristalinas aguas de nuestro mar en las frescas mañanas de primavera. Por esto tanto he querido verte. A los pies de la cruz yo fui martirizada por El y por vosotros ¿No lo sentiste?- y llamaba a vuestros corazones tan fuerte que pensaba que ellos realmente se me acercaban. Y encerrados en mi corazón, mejor dicho colocados sobre él, como los panes de la proposición, los tuve bajo el baño de su sangre y de su llanto. Puedo hacerlo porque El, en persona de Juan, me ha constituido Madre de toda su descendencia...¡Cuánto quise verte!... Aquella mañana, aquel mediodía, aquella noche y al siguiente día... ¿Por qué has hecho esperar tanto a una madre, Pedro maltrecho por el demonio? ¿No sabes que es deber de las madres enderezar, curar perdonar, llevar? Yo te llevo a El. ¿Quieres verlo? ¿Quisieras ver su sonrisa para convencerte de que todavía te ama? ¿Sí? ¡Oh, entonces hazte a un lado, pon la frente sobre la frente coronada, tu boca sobre su boca herida, y besa a tu Señor!"
"Ha muerto... No podré hacerlo más..."
"Pedro, respóndeme. ¿Cuál crees que haya sido el último milagro de tu Señor?"
"El de darnos su Cuerpo. Más bien, no. El del soldado curado allá, allá...¡Oh, no me hagas recordar!..."

"UNA MUJER FIEL, AMOROSA, VALIENTE, LO ALCANZÓ 
EN EL CALVARIO, Y LE SECÓ EL ROSTRO. Y EL, PARA 
DEMOSTRAR CUÁNTO PUEDE EL AMOR, 
IMPRIMIÓ SU ROSTRO EN EL LINO. 
MÍRALO, PEDRO.

"Una mujer fiel, amorosa, valiente, lo alcanzó en el Calvario, y le secó el rostro. Y El, para demostrar cuánto puede el amor, imprimió su rostro en el lino. Míralo, Pedro. Esto consiguió una mujer, durante las horas de tinieblas infernales, y de la ira divina. Sólo porque amó. Ten presente esto, Pedro, para las horas en que te pareciere que el demonio es más fuerte que Dios. Dios era un prisionero de los hombres, abrumado, condenado, azotado, agonizante... Y sin embargo, porque aun en las más duras persecuciones, Dios siempre es Dios, y si la Idea es perseguida, Dios quien la suscita es intocable, mira que El responde a los que niegan, a los incrédulos, a los hombres de los necios "porqués", de los culpables "no puede ser", de los sacrílegos "lo que yo no comprendo no es verdad", sin palabras con este lienzo. Míralo. Un día, tu me contaste que habías dicho a tu hermano Andrés: "¿Que el Mesías se te haya mostrado? ¡No puede ser verdad!" y luego tu razonamiento humano tuvo que doblegarse ante la fuerza del espíritu que veía al Mesías allí donde la razón no lo lograba. Una vez, en medio de un mar tempestuoso, preguntaste: "¿Puedo ir, Maestro? " y luego, a medio camino, en medio de las ondas, dudaste y gritaste: "El agua no me puede sostener", y con la duda por lastre por poco no te ahogaste. Solo cuando contra la razón humana prevaleció el espíritu que supo creer, pudiste encontrar la ayuda de Dios. Otra vez dijiste: "Si Lázaro hace ya cuatro días que ha muerto, ¿para qué hemos venido? Para morir inútilmente", porque tu razón humana no podía admitir otra solución. Y tu espíritu le dio un mentís porque al mostrarte la gloria del que resucitó con la del resucitado, te mostró que no habías ido inútilmente. Otra vez, mejor dicho otras, dijiste al oír que tu Señor hablaba de muerte y de muerte atroz: "¡Esto no te sucederá jamás!" Y ves qué mentís ha tenido tu razón. Yo espero ahora que tu espíritu diga una palabra en este último caso."
"Perdón".
"No esta palabra, otra."
"Creo."
"Otra."
"No la sé..."
"Amo. Pedro, ama. Serás perdonado. Creerás. Serás fuerte. Serás el sacerdote y no el fariseo que oprime, que no tiene sino formalismos, que carece de una fe activa. Míralo. Atrévete a mirarlo. Todos lo han mirado y venerado. También Longinos... ¿Y tú no vas a poder? ¿Fuiste capaz de renegar de El? Si ahora no lo reconoces, a través de mi fuego materno, de mi amor doloroso que os une, que os da paz, no lo podrás más. El resucitará. ¿Cómo podrás verlo en su nuevo fulgor si no conoces su rostro de Maestro que se convertirá en el del Triunfador? Porque el dolor, todo el dolor de los siglos y del mundo, lo ha moldeado con cincel y martillo en aquellas horas que pasaron de la noche del jueves hasta las tres de la tarde de ayer, viernes. y han cambiado su rostro. Antes era sólo el Maestro, el Amigo. Ahora es el Juez y Rey. Ha subido a su trono para juzgar. Se ha puesto la corona. Y así quedará. Sólo que, después de la resurrección gloriosa, no será más el Hombre Juez y Rey, sino el Dios Juez y Rey. Míralo. Míralo, mientras el linaje humano y el dolor lo velan, para poderlo mirar cuando triunfe con su divinidad."
Finalmente Pedro levanta su cabeza de las rodillas de María y la mira con sus ojos hinchados en llanto, con una cara de un viejo niño desconsolado y sorprendido del mal que ha hecho y del inmenso bien que encuentra.

MARÍA REPITE LO QUE YA HABÍA HECHO EN LA CÁMARA 
SEPULCRAL. DE PIE, TIENE LOS BRAZOS ABIERTOS, 
CUAL SACERDOTISA EN EL MOMENTO DE LA OBLACIÓN. 
Y ASÍ COMO ALLÁ OFRECIÓ LA HOSTIA INMACULADA, 
AQUÍ OFRECE AL PECADOR ARREPENTIDO. HAY RAZÓN. 
ES LA MADRE DE LOS SANTOS Y DE LOS PECADORES. 
LUEGO LEVANTA A PEDRO. LO VUELVE A CONSOLAR

María lo obliga a ver a su Señor. Como si estuviera enfrente de un rostro vivo, Pedro con lágrimas prorrumpe: "¡Perdón, perdón! No sé como fue. Qué fue. No era yo. Había algo que me hizo no ser yo. Pero te amo, ¡Jesús! ¡Te amo, Maestro mío! ¡Vuelve, vuelve! ¿No te vayas sin decirme que me has comprendido!" Al decir estas palabras María repite lo que ya había hecho en la cámara sepulcral. De pie, tiene los brazos abiertos, cual sacerdotisa en el momento de la oblación. Y así como allá ofreció la Hostia inmaculada, aquí ofrece al pecador arrepentido. Hay razón. Es la Madre de los santos y de los pecadores. Luego levanta a Pedro. Lo vuelve a consolar. Le dice como diría a un niño: "Ahora estoy más contenta. Sé que estás aquí. Ahora vete allá con las mujeres y con Juan. Tenéis necesidad de descanso y alimento. Vete. Y sé bueno..."
Y mientras en la casa donde reina ahora más tranquilidad que en la noche anterior, se vuelve a pensar en las necesidades humanas del sueño, de la comida, y donde los que están allí poco a poco se rehacen del golpe de la muerte, la Virgen quiere quedarse sola de pie, firme en su hogar, en su espera, en su oración. Siempre, siempre, siempre. Por los vivos y por los difuntos. Por los justos y culpables. Por el regreso. Por el  regreso de su Hijo.
Su cuñada quiso quedarse con ella, mas ahora está durmiendo profundamente, sentada en un rincón, con la cabeza arrimada a la pared. Marta y María vienen, pero cargadas de sueño se retiran a una habitación cercana y dichas algunas cuantas palabras se entregan al descanso... Más allá, en una pequeña habitación, duermen Salome y Susana. Sobre dos petates tirados en el suelo, duermen rumorosamente Pedro y Juan. El primero todavía con un sollozo mecánico que parece escucharse en su roncar. El segundo con una sonrisa de niño que sueña en algo bello.
La vida vuelve a sus hábitos, y el cuerpo exige sus derechos... Sólo la Estrella de la mañana brilla insomne, con su amor que vela cerca de la efigie de su Hijo.
Y así pasa la noche del sábado santo, hasta que el canto del gallo, cuando brota el alba, hace poner de pie a Pedro con un grito. Un grito de espanto, de dolor con el que despierta a los que están durmiendo.
Ha terminado su tregua. Empieza de nuevo la pena. Mientras que en María aumenta la ansia de la espera.
XI. 635-642
A. M. D. G. et B.V.M.




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Infine, nella notte del Sabato Santo, celebreremo la solenne Veglia Pasquale, nella quale ci è annunciata la risurrezione di Cristo, la sua vittoria definitiva sulla morte che ci interpella ad essere in Lui uomini nuovi. Partecipando a questa santa Veglia, la Notte centrale di tutto l’Anno Liturgico, faremo memoria del nostro Battesimo, nel quale anche noi siamo stati sepolti con Cristo, per poter con Lui risorgere e partecipare al banchetto del cielo (cfr Ap 19,7-9).



Cari amici, abbiamo cercato di comprendere lo stato d’animo con cui Gesù ha vissuto il momento della prova estrema, per cogliere ciò che orientava il suo agire. 


Il criterio che ha guidato ogni scelta di Gesù durante tutta la sua vita è stata la ferma volontà di amare il Padre, di essere uno col Padre, e di essergli fedele; questa decisione di corrispondere al suo amore lo ha spinto ad abbracciare, in ogni singola circostanza, il progetto del Padre, a fare proprio il disegno di amore affidatogli di ricapitolare ogni cosa in Lui, per ricondurre a Lui ogni cosa. 

Nel rivivere il santo Triduo, disponiamoci ad accogliere anche noi nella nostra vita la volontà di Dio, consapevoli che nella volontà di Dio, anche se appare dura, in contrasto con le nostre intenzioni, si trova il nostro vero bene, la via della vita. La Vergine Madre ci guidi in questo itinerario, e ci ottenga dal suo Figlio divino la grazia di poter spendere la nostra vita per amore di Gesù, nel servizio dei fratelli. Grazie.



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PASCHA NOSTRUM 
IMMOLATUS EST CHRISTUS