lunedì 20 maggio 2013

El buen humor



No hay mención, en los Santos Evangelios, de que Cristo haya reído. Sin embargo mucho de sus consejos no pudieron proferirse sin una sonrisa. Y esto no hacía falta de ser mencionado siquiera. Y menos en la sobriedad y en lo escueto de los Evangelios. Está muy bien, por ejemplo, en esa obra de arte que es la película de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, cuando, en uno de sus “flash back”, nos muestra a Nuestro Señor en su sermón de la Montaña diciendo: “Porque si amáis solo a los que os aman ¿qué hacéis de más?” remarcando este “¿qué hacéis de más?” con una sonrisa y un gesto amable. “Amable” de, dado con caridad, con amor.

El buen humor es signo de un buen espíritu. Y buen espíritu quiere decir tener en cuenta al prójimo como a quién siempre que hay darle un bien. Sea éste material o espiritual, o aún meramente psicológico, “hacerlo sentir bien”. Antes solía decirse de una persona, a modo de elogio, que era alguien “muy atento”. Significábase con ello que se trataba de alguien preocupado justamente de hacer sentir bien a los demás atendiendo a sus necesidades del momento. Recuerdo a san Pablo cuando decía “me hago todo con todos, para salvarlos a todos”, significando el mayor bien que se le puede ofrecer a alguien: el conocimiento de la Verdad y, con ello, la Salvación eterna.  Y nuestro Señor nos enseñó a ver en el prójimo, a Él mismo: “Cuando disteis un vaso de agua a quien os lo pidió, conmigo lo hiciste”. Sería como carente de “algo” (algo inasible tal vez, pero, sin embargo, sentido) si no se hiciera esta acción  de dar el vaso de agua, con un gesto buen humor, de buena voluntad,  con un gesto amable, con un gesto de caridad y nobleza de corazón.

Hay la anécdota de un santo, Santo Tomás Moro, quien no quiso hacer sentir mal ni siquiera al verdugo que, en instantes, le cortaría la cabeza. Le dijo, entregándole una moneda, (creo que esto de la moneda era uso común en estos casos, en aquellos tiempos) diciéndole: “No temas hacer tu trabajo que, de un solo golpe, me mandas a Dios”. Sus envidiosos y malhumorados (el mal humor suele engendrarse en un mal interior, como dijimos más arriba). Sus malhumorados  enemigos, al escucharle, le espetaron: “¿Cómo estáis tan seguro de que Dios te recibirá?”  Calificando así a Tomás de presuntuoso. A lo cual Tomás respondió, seguramente inspirado por el Espíritu Santo: “Dios no puede rechazar a quien con tanto amor va hacia Él.”  Santo Tomás Moro dijo esto seguramente con la sencillez de su buen humor. Pues éste es, justamente, no solo el santo del buen humor sino quien compuso hasta una oración pidiendo este don a Dios, el don del buen humor.
Cerraremos estas pequeñas reflexiones con la oración de este gran Santo inglés:

"Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.

Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.

Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar
lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante
el pecado, sino que encuentre el modo de poner
las cosas de nuevo en orden.

Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no
permitas que sufra excesivamente por ese ser tan
dominante que se llama: YO.

Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría y
pueda comunicársela a los demás.
Así sea".

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