martedì 23 ottobre 2012

Uno de los medios que la experiencia me ha enseñado ser más poderoso para el bien es la imprenta




C A P Í T U L O    X X I 
De los libros y hojas sueltas 

Sexto medio

310. Uno de los medios que la experiencia me ha enseñado ser más poderoso para el 
bien es la imprenta, así como es el arma más poderosa para el mal cuando se abusa de ella. 
Por medio de la imprenta se dan a luz tantos libros buenos y hojas sueltas, que es para alabar 
a Dios. No todos quieren o no pueden oír la palabra divina, pero todos pueden leer u oír leer un 
buen libro. No todos pueden ir a la Iglesia par oír la divina palabra, pero el libro irá a su casa. El 
predicador no siempre podrá estar predicando, pero el libro siempre está diciendo lo mismo, 
nunca se cansa, siempre está dispuesto a repetir lo mismo; que en él lean poco o mucho, que 
lean y lo dejen una y mil veces, no se ofende por esto; siempre lo encuentran lo mismo, 
siempre se acomoda a la voluntad del lector. 

311. Siempre la lectura de libros buenos se ha considerado una cosa de grande utilidad; 
pero en el día se considera de suma necesidad. Digo que en el día es una necesidad, porque 
hay un delirio de leer, y si la gente no tiene libros buenos, leerá malos. Son los libros la comida del alma, y a la manera que si al cuerpo hambriento le dan comida sana y provechosa le nutrirá 
y si la comida es ponzoñosa le perjudicará, así es la lectura, la que, si es de libros buenos y 
oportunos a la persona y a las circunstancias propias, le nutrirá y aprovechará mucho; pero si 
es de libros malos, periódicos impíos y folletos heréticos y demás escritos perniciosos, 
corromperán las creencias y pervertirán las  costumbres. Empezando por extraviar el 
entendimiento, luego a corromper el corazón, y del corazón corrompido salen todos los males, 
como dice Jesucristo; hasta llegan a negar la primera verdad, que es Dios y origen de todo lo 
verdadero: Dixit insipiens in corde suo: non est Deus.

312. En el día, pues, hay una doble necesidad de hacer circular libros buenos; pero 
estos libros han de ser pequeños, porque la gente anda aprisa y la llaman por todas partes y de 
mil maneras, y como la concupiscentia oculorum et aurium ha crecido hasta lo súmmum, todo 
lo quiere ver y oír, y además ha de viajar; así es que , si es un libro voluminoso, no será leído; 
únicamente servirá para cargar los estantes de las librerías y bibliotecas. De aquí es que, 
convencido de esta importantísima verdad, he dado a luz, ayudado de la gracia de Dios, tantos 
libritos y hojas sueltas. 

313. El primer librito que di a luz fue el que contiene unos consejos o avisos espirituales 
que había escrito para las Monjas de Vich, a quienes acababa de dar ejercicios espirituales, y 
para que recordaran mejor lo que les había predicado pensé dejarles por escrito dichos 
documentos. Antes de entregárselo para que lo copiara cada una de ellas, lo enseñe a mi 
querido amigo el Dr. D. Jaime Passarell, Canónigo penitenciario de aquella catedral, y él me 
dijo que los hiciera imprimir, y así evitaría a las monjas este trabajo de copiarlo y utilizaría a 
ellas y a otras más. Y yo, condescendiendo a un Señor que tanto respetaba y amaba por su 
saber y virtud, condescendí y se imprimió. Así tuvo principio el primer libro que di a luz. 

314. Viendo el buen resultado que daba el primer libro, determiné escribir el segundo, 
que fue el de Avisos a las Doncellas. Después escribí el de los Padres de familia, el de los 
Niños, el de los Jóvenes y los demás, como se puede ver en el Catálogo. 

315. Como iba misionando tocaba las necesidades, y según lo que veía y oía escribía el 
librito o la hoja suelta. Si en la población observaba que había la costumbre de cantar cánticos 
deshonestos, daba luego a luz una hoja suelta de un cántico espiritual o moral. Por esto, las 
primeras hojas que di a luz casi todas eran de cánticos. 

316. También desde un principio di a luz una hoja que contenía unas recetas para curar 
la blasfemia, que en aquellos días en que comencé a predicar era cosa horrorosa la multitud y 
gravedad de blasfemias que se oían por todas partes, parecía que todos los demonios del 
infierno se habían diseminado por la tierra a fin de hacer blasfemar a los hombres. 
317. Igualmente, la impureza había traspasado sus diques, y por esto me atreví a 
escribir estas dos recetas, y como para todos los males es remedio muy poderoso la devoción 
a María Sma., escribí al principio de dicha hoja aquella oración que empieza:  ¡Oh Virgen y 
Madre de Dios! , etc., que se halla en casi todos los libros y hojas. Estas dos palabras, Virgen y 
Madre, las puse porque me acordaba al escribirlas que, cuando era estudiante, en un verano 
leí la vida de San Felipe Neri escrita por el P. Conciencia, en dos tomos en 4¼, que decía que 
el Santo gustaba mucho de que se juntasen siempre estas dos palabras, Virgen y Madre de 
Dios, y que con ellas se honra mucho y se obliga a María Santísima. Las demás palabras son 
una consagración que se hace a la Señora. 

318. Tocando por mí mismo los felices resultados que esta hoja estaba produciendo, 
me resolví [a] escribir otras según las necesidades que observaba en la sociedad, y daba 
dichas hojas con toda profusión no sólo a los grandes, sino también a Niños y niñas que se me 
acercaban para besarme la mano y me pedían una estampa, como acostumbran, y yo procuraba llevar siempre bien provistos los bolsillos. Sólo quiero consignar aquí un caso para 
mayor gloria (de Dios) de los muchos que pudiera referir, y es el siguiente: 

319. Una tarde pasaba por la calle de una de las ciudades más grandes de España. Se 
me acercó un Niño a besarme la mano, y me pidió una estampa y se la di. Al día siguiente fui 
muy temprano a celebrar la Misa en la Iglesia que acostumbraba y ponerme luego en el 
confesonario, porque siempre tenía mucha gente que me esperaba. Al concluir la Misa me 
hinqué en el presbiterio para dar gracias. Al cabo de un rato se me acercó un hombre alto, 
gordo, con largos bigotes y poblada barba, con la capa que tenía tan ajustada en las manos, 
que no se le veía más que la nariz y la frente; los ojos tenía cerrados y lo demás de la cara 
tenía cubierto del pelo de las patillas, bigotes y barba, y además con el cuello de la capa, que 
también era peludo y alto; y con una voz trémula y ronca me dice que si le haré el favor de oírle 
(en) confesión. Le contesté que sí, que entrase en la sacristía, que luego iba en acabando de 
dar gracias. Si bien en el confesonario ya había otros hombres y mujeres que esperaban para 
lo mismo, pero creí que a éste le debía oír separadamente de los demás, porque su aspecto 
me reveló que así convenía, y en efecto fue así. Entré en la sacristía, en que no había nadie 
sino aquel Señor, y aun le conduje a un lugar más retirado. 

320. Yo me senté, él se hincó y empieza a (llorar) tan sin consuelo, que no sabía qué 
más decirle para acallarle. Le hice varias preguntas por saber la causa, y finalmente, entre 
lágrimas, suspiros y sollozos, me contestó: Padre, V. ayer tarde pasó por mi calle, y, al pasar 
frente a la puerta de la casa en que yo estoy, salió un Niño a besarle la mano, le pidió una 
estampa y V. se la dio. El Niño vino muy contento, y, después de haberla tenido un rato, la dejó 
encima de la mesa y se fue a la calle con otros niños a jugar. Yo quedé solo en casa, y, picado 
de la curiosidad y para pasar el tiempo, cogí la estampa y la leí; pero ¡ay Padre mío!, yo no 
puedo explicar lo que sentí en aquel momento; cada palabra era para mí un dardo que se 
clavaba en mi corazón; resolví confesarme y pensé: Ya que Dios se ha valido de él para 
hacerte entrar en un verdadero conocimiento, con él irás a confesarte. Toda la noche la he 
pasado llorando y examinando mi conciencia, y ahora me tiene aquí para confesarme. Padre, 
soy un grande pecador; tengo cincuenta años y desde niño que no me he confesado y he sido 
comandante de gente muy mala. Padre, ¿habrá perdón para mí? - Sí, señor, sí; ánimo, 
confianza en la bondad y misericordia de Dios. El buen (Dios) le ha llamado para salvarle, y V. 
ha hecho muy bien en no endurecer su corazón y en poner luego por obra la resolución de 
hacer una buena confesión. - Se confesó, le absolví y quedó muy contento y tan alegre, que no 
acertaba a expresarse. 

321. Pues bien, aunque las hojas sueltas y estampas no hubiesen producido otra 
conversión que ésta, ya me tendría por bien empleado y satisfecho el trabajo y cuanto se ha 
gastado en impresiones; pero no ha sido este solo caso [el] de los que se han convertido por la 
lectura de las estampas que he dado a luz. 

322. En Villafranca del Panadés se convirtieron cuatro reos que estaban en capilla tres 
días había y no se habían querido confesar, y con la lectura de la estampa que di a cada (uno) 
entraron en reflexión y se confesaron, recibieron el Santo Viático y tuvieron una edificante 
muerte. Son muchos y muchísimos los que se han convertido por la lectura de una estampa. 
¡Oh Dios mío! ¡Qué bueno sois! De todo sacáis partido para derramar vuestras misericordias 
sobre los pobres pecadores. Bendito seáis para siempre. Amén. 


Catecismo para niños
<<Cor Mariæ Immaculatum, intercede pro nobis>>

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